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17 diciembre 2012

03 diciembre 2012

Perlas (LXXXVII)




"Actuamos como si el lujo y la comodidad fueran lo más importante en la vida, cuando lo único que necesitamos para ser realmente felices es algo por lo cual entusiasmarnos."

(Charles Kingsley)

23 noviembre 2012

Perlas (LXXXVI)




"Un sueño que sueñas solo es sólo un sueño. Un sueño que sueñas con alguien es una realidad."

(John Lennon)

21 noviembre 2012

Parpadeos - 91 (Mañana)




Abrió la tapa del contenedor y depositó dentro la bolsa de basura con torpeza. La cerró y fue consciente de que se le había olvidado, nuevamente, tirar las cartas de Carlos. “Mañana, sin falta”, prometió en un susurro.

17 noviembre 2012

Parpadeos - 90 (Conversaciones en el vagón)





En uno de los vagones, de forma espontánea, empezaron a hablar todos con todos; desconocidos entre sí. Se escuchaban risas, frases tiernas, despedidas con miradas lacónicas al abandonar el vagón.

Luego, al llegar a sus casas, abrían un libro y se fundían en su lectura, sin saludar. Hubo quien se puso los auriculares para aislarse; el resto, se sentaba frente a la ventana del salón contemplando el anochecer. Mientras tanto, sus parejas y familiares mendigaban conversación desde el pasillo.

12 noviembre 2012

Perlas (LXXXV)




"Simplemente que lo sepáis: el número de cosas improbables que pueden suceder es tan grande que podéis tener la seguridad de que algunas de ellas sucederán realmente."

(Neil Tyson)

10 noviembre 2012

Perlas (LXXXIV)






"Uno tiene que ir muy lejos, para saber hasta dónde se puede ir."

(Heinrich Böll)

31 octubre 2012

30 octubre 2012

28 octubre 2012

Parpadeos - 89 (Los retrasos de la Parca)




“¡A la cola, como todo el mundo!”, le había gritado la enfermera de recepción. La Parca se sentó en un banco frío de la sala de urgencias, un poco confundida por todo aquello. ¿Desde cuándo tenía que esperar ella? Además, solo quería saber la habitación de un paciente terminal.

Dejó la guadaña apoyada sobre la pared, y de entre las mangas de su túnica negra asomaron sus manos de hueso. Se las frotaba de forma impulsiva; también, de vez en cuando, echaba un ojo a su reloj de arena que marcaba las horas de todos los tiempos.

Parpadeos - 88 (Flores de hospital)





“Los martes no puedo venir —me dijo—, tengo psicoterapia”. Tampoco podía los miércoles porque iba a unos cursos de cocina japonesa; los jueves, taller de teatro con las compañeras de oficina; el viernes yoga y el lunes más de lo mismo. Quedaban los sábados y los domingos, pero Tania los fines de semana se enclaustraba en su piso y se hundía en el sofá, ora para tragarse varias películas románticas ora para leerse una de aquellas novelas que tenían más valor como contrapeso en una grúa.

Así, pasaron los días sin que pudiera venir al hospital. Tan solo me acompañaba en la habitación un jarro con flores, que cuidadosamente colocaba cada tres o cuatro días la enfermera del pasillo en mi mesilla. Gracias al aroma de las rosas, de los claveles, de los gladiolos y de las margaritas se enmascaraba el fuerte olor a lejía y a orín. Era la única persona que venía a verme, a contemplar a un hombre de cincuenta años incapaz de mover siquiera un dedo de la mano. Traía flores por lástima, lo tenía claro, pero el simple hecho que pasara unos minutos a mi lado compensaba el resto del día.

Semanas que fueron meses y años. Tania no daba señales de vida, pero no me importaba porque había una mujer que me ponía flores en mi mesilla todos los días. Sus dedos regordetes, aquellas mejillas hinchadas y los ojos pequeños. Nunca supe su nombre, pero quizá el haberlo sabido habría dotado de realidad todo aquello; yo solo quería vivir en un sueño y despertar de un brinco.

Cumplía cinco años en el hospital cuando apareció Tania. Había cambiado mucho, tanto que hasta estaba embarazada; el padre, el psicoterapeuta de los martes. Recuerdo que cuando me dio la noticia entraba mi enfermera y, con gran disimulo, me dejó un jarrón repleto de rosas rojas y margaritas. Tania se pensó que la sonreía a ella.

Perlas (LXXX)




"Tratar a los demás como uno quisiera ser tratado es el medio más seguro de agradar que yo conozco."

(Conde de Chesterfield)

24 octubre 2012

Parpadeos - 87 (Expectativas de futuro)




De la rutina insípida de su oficina, pocas expectativas de futuro se dibujaban. Sin embargo, aquella mañana de miércoles algo olía a chamusquina; más concretamente, a papel quemado. Marcos observó el enjambre de cabecitas que asomaban por encima de los departamentos y que empezaban a mirarle fijamente, incluso con alguna que otra boca abierta; sabía que aquel futuro monótono iba a cambiar en cuanto su jefe viese de dónde procedía el humo. ¿Los informes urgentes para antes de las dos y que estaban ardiendo en la papelera? Bueno, aquello no formaba parte de sus expectativas.

14 octubre 2012

Parpadeos - 86 (Entre amigos)





De corazón y científicamente y todo lo que tú quieras, Tomás, pero si te tiras por esa ventana no vas a recuperar el amor de tu mujer. Sí, soy tu mejor amigo; por eso estoy diciéndote que no te tires, que lo único que vas a conseguir es empeorarlo todo. No es la solución.

Aunque, visto por otro lado, si te tiras lo mismo se acelera el maldito proceso de divorcio.

Parpadeos - 85 (¿Bailas, peonza?)





"Baila, baila, peonza", susurra el niño en el patio interior de un bloque de pisos. Alza su cabeza y sus ojos grandes enfocan la ventana del salón de su casa, en un quinto: hay dos sombras que se mueven de un lado hacia el otro de un modo agitado, como casi todas las tardes. A través de la ventana se escuchan las voces de sus padres: siempre están enfadados. "¿Bailas, peonza?", dice el niño regresando a su juego. Con los dedos un poco entumecidos por el frío vuelve a enrollar el cordel alrededor de la peonza y la tira al suelo. "¡He dicho que bailes, peonza!", grita el niño y de su boca sale el vaho. Nota su nariz helada. La peonza no baila y el niño la lanza hacia la ventana de su piso, donde se siguen escuchando los gritos de sus padres.

10 octubre 2012

Parpadeos - 84 (Demora)





Bernard se levantó de la cama despacio. Echó un vistazo a su mujer, que dormía boca abajo con una pierna fuera de las sábanas, y luego miró el despertador: demasiado tarde.

El tráfico de aquella mañana había sido más intenso de lo normal. Obviamente, llegó con mucho retraso y el jefe le volvió a recordar lo importante que era llegar a tiempo.

Por la noche, su mujer le esperaba en la cocina; estaba cenando, y al plato intacto de su marido. Bernard hizo el intento de abrazarla para pedir disculpas por la tardanza, pero su mujer se zafó del abrazo y le miró a los ojos. Estaba llorando y le tembló la voz mientras le decía que la relación se terminaba. Bernard intentó hacerla cambiar de opinión, pero estaba más atento a las manecillas del reloj: se había pasado su hora de acostarse.

06 octubre 2012

Vidas en Sueño - 94 (El hombre de ceniza)



El viaje en coche por el campo terminó con mi paciencia y con los amortiguadores del Nissan Primera, pero conseguí llegar hasta la cabaña: perdida en la Serranía de Ronda, envuelta en un fuerte olor a romero y un eterno coro de cigarras que competían con el motor de mi coche para ver quién era más ruidoso. Abajo quedaba Jubrique con sus casas encaladas y rodeado de pinos y castaños, y en frente se divisaba el mar, como un intruso colándose en la fiesta de aquellas montañas. Un paraje por el cual el hombre había paseado desde hacía siglos rumbo al mar, y que me hacía sentir como una especie de Indiana Jones versión dominguero. Incluso diría aquello de “marco incomparable”, pero no tenía a mano ningún crítico de arte que me aplaudiera por ello. Todo sea dicho de paso, hacía un calor espantoso.

Aparqué el coche junto a un Land Cruiser rojo de los noventa, cuya matrícula no se veía debido al barro; tampoco me hizo falta comprobar el número. La cabaña en sí tenía menos misterio que la nevera de un soltero y solo me llamó la atención que el cobertizo de la leña estuviera hecho de ladrillo. La puerta estaba entornada. Entré y vi al fondo de la sala una figura que se rebullía en el sofá, pero que para mi asombro mantuvo serena la voz, como si estuviera esperando mi llegada desde hacía un rato.

―¿Le ha mandado mi mujer?
―No, señor Rivera. Su mujer se limitó a organizarle un funeral y, por lo visto, el catering salió más caro que el banquete de la boda del Príncipe ―respondí al tiempo que cerraba la puerta y me acercaba al hombre―. Me manda la compañía de seguros que usted contrató.
―Y que ahora quiere averiguar si realmente he muerto.

Se rio con tranquilidad y dio un trago a su botellín de cerveza. Me invitó a sentarme frente a él y pude contemplar mejor su rostro, de tono aceitunado y con rasgos muy marcados; su mirada me recordó a la de Clint Eastwood en tantas y tantas películas del Oeste. El interior era muy austero: tan solo un par de sofás, una mesa baja, la cama desecha, la tele con la que se vio el Mundial del ochenta y dos, la nevera al fondo y algo parecido a una cocina americana; también había una chimenea entre los sofás, y me imaginé una tarde lluviosa de noviembre con los leños ardiendo, escuchando alguna pieza melancólica de Debussy. Solo de pensarlo me corrió una gota de sudor por la frente.

―El incendio fue provocado y creí hacerlo tan bien que pensé que jamás sospecharían. ―Aquel hombre me caía a simple vista bien: su forma de ser, la nueva forma de vida que intentaba llevar, el mero hecho de vivir en una cabaña apartada del mundo―. ¿Es que no llegó el chalet a arder del todo?
―Ardió todo: por eso puede estar tranquilo. Se quemaron hasta los cosméticos de su mujer.
―Pero algo falló.

Me dejé llevar por el sonido de las cigarras unos segundos: realmente se estaba fresco en aquel chamizo solitario. Contemplé a Rivera y me lo imaginé embadurnando de gasolina el sofá de cuero, la colección de enciclopedias sin hojear, los adornos regalados por la suegra.

―Marcas de rueda en el barro que correspondían a un Toyota Land Cruiser ―dije señalando la puerta― en la entrada al garaje. Así empezó todo. También está el hecho de que el forense no encontrara rastro humano entre tanta ceniza.
―¿Y cómo ha averiguado que me escondía en la cabaña? ¿Siguió las huellas desde Madrid?

En realidad, se divertía con toda aquella escena; yo, también. Cualquiera pensaría que éramos dos viejos amigos que habían quedado para ir a cazar liebres o para darse un magreo. Tomé aire y la Serranía de Ronda me inundó los pulmones.

―No exactamente. Al principio, opté por interrogar a las personas cercanas a su círculo. Esa fase no duró mucho, porque ni su mujer ni los tarados de sus vecinos me dieron información alguna; eso sí, como colaboradores de “Sálvame Deluxe” no tienen precio.
―Mi mujer nunca se interesó por lo que hacía o dejaba de hacer: solo quería agarrar la pasta e irse de compras con sus amigas.
―Si se refiere a sus antiguas compañeras de universidad, así es. Iban dejando un tufo a Chanel por cada tienda que entraban.

Nos reímos, aunque el mero recuerdo era para echarse a temblar: mujeres de casi cincuenta luciendo vestidos de treintañeras y con el “jo, tía, osea” pegado a sus labios de bótox. Rivera apuró su botellín de cerveza.

―Visto que su familia y conocidos no aportaron nada, lo intenté en su trabajo. No sé muy bien qué buscaba, pero entendí que la secretaria del jefe, esa mujer a la que se tiró esporádicamente, estaba igual de afligida con su pérdida como lo hubiera estado con la del conserje de su piso.
―¿Tampoco aportaron nada?
―Lo suficiente para saber que en su empresa era un perfecto desconocido ―respondí con teatralidad, para no perder la sonrisa―. Así que seguí con la pista del coche. Me habían dicho los de la aseguradora el modelo, por lo que me limité a buscar concesionarios que vendiesen todoterrenos de segunda mano y a tirar de mis encantos, en forma de billetes de cincuenta, para que me facilitaran una relación de clientes que hubieran comprado de un mes hacia delante un todoterreno de esa marca. La lista, gracias a la crisis económica, no era muy amplia, pero me obligó a estar un mes interrogando a los clientes; uno de ellos, al verme entrar en su finca, me debió confundir con un albanés de la mafia y el pastor alemán puso mi atletismo a prueba.

Rivera se acercó a la nevera y sacó un par de botellines; me alargó uno y el trago me sentó mejor que a Heidi los Alpes.

―Empecé a encontrar algo cuando di con la ficha de un tal David Bellido.
―¿No había pagado mis facturas?
―He de reconocer que usted es un artista del escapismo, porque fui incapaz durante semanas de relacionarle con aquel alias. En el fondo, sabía que era usted, porque toda la información recogida no tenía sentido ni relación entre sí. Además, era imposible localizar su domicilio.
―Vamos, que tuvo una corazonada ―respondió con una sonrisa falsa.
―Lo que tuve fue una deuda de doscientos euros con un contacto que me facilitó el número de tarjeta del tal Bellido. ―Di un trago largo al botellín; Rivera ya se había terminado el suyo y lo apiló junto a los otros en la mesa. Su mirada había perdido el sentido del humor inicial, y parecía sumida en recuerdos. Las cigarras nos habían dado tregua―. Hace una semana hizo un cargo con esa tarjeta en una gasolinera. Las cámaras le grabaron y la comprobación me costó otro pico; el resto, preguntar, espiar y sobornar al del bar del pueblo.

Rivera se palmeó los muslos y dejó escapar una mueca. “El cabrón de Manolo, que vendería a su familia por un puñado de euros”, dijo. Él encajaba con filosofía todo aquello y yo, no sé si motivado por la tranquilidad que me daba el fresco de la cabaña o por el efecto narcótico del canto de cigarra, empezaba a olvidar el verdadero motivo de mi visita a aquella granja apartada del “jo, tía, osea” y toda esa mierda. Aquel hombre seguía dándome la misma buena impresión del inicio.

―¿Y ahora? ―preguntó.

Sabía la respuesta que tenía que darle, pero antes le pedí otro botellín para aclararme la garganta. Rivera andaba pesadamente sobre el suelo de la cabaña. Una vez volvió y se sentó en su sofá, le dediqué una sonrisa que, me habría apostado la oficina, no se esperaba.

―Ahora, señor Rivera, voy a terminarme el botellín y luego me va a abonar las dietas, sobornos y costes adicionales que he tenido en toda esta investigación.
―¿Y qué va a decirles a los de la aseguradora?
―Que he perdido el tiempo buscando en vano a un hombre de ceniza.
―¿Y nada más?
―Solo eso ―respondí al tiempo que apuraba el botellín―. Bueno, y quiero que me aclare una duda.
―¿Qué duda? ―preguntó algo aturdido.
―¿Por qué el cobertizo para la leña es de ladrillo y el resto de la casa es de madera?

06 septiembre 2012

Perlas (LXXVIII)



"Las palabras elegantes no son sinceras; las palabras sinceras no son elegantes."

(Lao-tsé)

03 septiembre 2012

Perlas (LXXVII)





"Los escritores no se jubilan, sólo llegar un momento en que se vuelven locos."

(Philip Roth)

20 agosto 2012

Perlas (LXXVI)




"La ambición de poder es una mala hierba que sólo crece en el solar abandonado de una mente vacía."

(Ayn Rand)

13 agosto 2012

10 agosto 2012

19 julio 2012

Perlas (LXXIII)




"Un hombre de carácter podrá ser derrotado, pero jamás destruido."

(Ernest Hemingway)

Vidas en Sueño - 93 (Traspaso de información)





Estaba siendo un verano poco fructífero: con la subida del IVA muchas esposas desengañadas y maridos celosos se guardaban los euros para gastarlos en comida. Poco fructífero y aburrido, porque sin trabajo ni ingresos mis vacaciones quedaban aprisionadas entre las paredes de mi oficina. Una oficina hecha unos zorros, porque Ágata se había ido a su pueblo de Extremadura a pasar el verano rodeada de sus nietos; aunque pensándolo mejor, aunque hubiera estado ella la oficina seguiría con la misma mierda. Un verano aburrido, caluroso y muy sucio.

Un día de principios de julio se presentó en mi despacho Rebollo; se había afeitado el bigote y ahora su cabeza parecía un bolo pulido a conciencia. A pesar de los casi cuarenta que azotaban Madrid, el comisario vestía un traje oscuro de nailon. Nos dimos la mano en un saludo que Stalin y Hitler lo hubieran superado en entusiasmo. No hizo falta que le invitase a sentarse ni que se pusiera cómodo: de su americana sacó un puro y se lo encendió, aunque por el pulso se le notaba algo nervioso. Yo hice como que le daba mi consentimiento. Entre el humo y el fuego de la calle, me quedé con lo primero y dejé cerradas las ventanas, esperando no morir intoxicado con aquel trabuco humeante.

―Parece que no le va mal del todo, Beretti.
―No me quejo ―repliqué sin mucho interés―. ¿Y su compañero de armas, Cabanillas? ¿Le dejó en la comisaría pasando a limpio informes?
―Cabanillas está de vacaciones.
―¡Qué lástima que no haya podido venir! Entre los tres podríamos haber echado una buena tarde de recuerdos y risas.
―Veo que sigue igual de gracioso, detective ―hizo un amago de reírse―. Es bueno que se lo pase bien cuando no tiene otra cosa mejor que hacer.
―Y dígame: viene a invitarme a su fiesta de jubilación. Con haberme enviado una tarjeta hubiera bastado.

Lo malo de Rebollo era su edad: se cansaba rápido del juego de ironías. Se puso firme y me encaro como si fuera a interrogarme, con aquellos ojos que culpaban antes de que uno abriese el pico para defenderse.

―Al grano, Beretti, y haga el favor de no interrumpirme. ―Depositó el puro en el cenicero y se irguió, mostrándome todo el esplendor de su tripa cervecera. Me llamó la atención su tono de voz algo tembloroso.― Llevamos unos meses investigando una trama de espionaje a nivel nacional: muchos implicados de diversos organismos públicos, empresas e incluso peces gordos. Se dedicaban a recabar información de personas para luego venderlas al mejor postor.
―No me digan que están pinchando los teléfonos de todas las peluquerías y se tragan a diario “Sálvame”.

Ver resoplar a Rebollo no tenía precio; incluso recordé aquellos hipopótamos del zoo cuando asomaban el hocico del agua. Me encendí un cigarro y puse mi mejor cara de póquer.

―La próxima impertinencia que diga le costará cara: una llamada y le cierro su mierda de oficina.
―Solo quería ser simpático.
―Si quiero simpatía me voy al circo a ver a los payasos, joder.

Guardé silencio, aun con esfuerzo, y continué con mi cara de póquer.

―Como le iba contando, estamos poco a poco localizando a todos los involucrados. La lista es inmensa: banqueros, operadores de telefonía, administraciones públicas, policías, carteros y detectives privados.
―¿Detectives privados en asuntos de espionaje ilegal? ―sonreí.
―Las tarifas de la organización oscilaban entre los mil y los seis mil euros por cliente y, por lo que hemos averiguado, tenían muchos. Una organización bien montada y estructurada, cuya red de colaboradores es intensa. ―Dio otra calada y dejó el puro entre sus dedos; dedos que temblaban de la excitación, manos que parecían estar tocando castañuelas.― Entre los espiados, y de ahí que nos metan prisa desde el Ministerio de Interior, están personalidades como el Marqués de Sotomonte, gran parte del Congreso de los Diputados, presidentes de grandes multinacionales, y un elenco de estrellas mediáticas: toreros, cantantes, futbolistas; toda esa fauna.
―¿Está seguro que no es un lector de la prensa rosa, comisario?

Me fulminó con la mirada; incluso me hubiera apagado el puro en la frente. Intervine antes que él, no fuera a pensar que tomaba a pitorreo el asunto.

―¿Y qué es lo que quiere de mí, comisario?
―Que ayude al Cuerpo: localice el máximo de compañeros de profesión que pudieran tener algo que ver con este tema del espionaje. Cuantos más nombres de detectives privados sea capaz de darme, mejor para usted.
―¿En cuánto valoramos lo mejor para mí?
―En tratos de favor y no quitarle la licencia por haberse extralimitado en sus funciones alguna que otra vez.
―Tratos de favor… ―Mastiqué las palabras mientras apuraba el cigarrillo―. Espero que no se trate de tenerle todas las noches en mi dormitorio arropándome y leyéndome un cuento para que sueñe con los angelitos.
―Según qué cuento, ¿no cree?
―¿Intenta seducirme, comisario? Mire que yo duermo desnudo.
―Déjese de coñas, Beretti. Solo le propongo que si usted nos echa un cable yo puedo echárselo en el futuro.

No sé por qué, me vino la imagen de Rebollo con el pasamontañas puesto y una cuerda de piano bien tensa tras de mí. Decidí tomarme aquella conversación en serio.

―¿Pretende que busque a unos tipos que pasan información obtenida ilegalmente para que luego se me pague con información confidencial que afecta al Estado?
―Ya le he dicho que estamos saturados y que necesitamos a profesionales que nos puedan ayudar.
―Ha dicho dos mentiras en una sola frase: la primera, que no me ha dicho en ningún momento que los polis estén saturados; la segunda, que usted me considere un profesional.
―He dicho lo que hay, Beretti. No me busque las vueltas y haga el favor de ser un poco más serio.
―¿Pretende que sea serio cuando usted me habla de traspasos de información para pagar mis servicios? No sé qué comerá usted, pero yo con chivatazos no lleno la panza. ―Abrí la ventana en un intento desesperado de no morir asfixiado con el puro; se escuchaban cigarras por todos lados. Una duda me asaltó de pronto.― Dígame, ¿tan jodida está la cosa que tienen que recurrir a los investigadores privados?

El comisario asintió con una mueca que más bien expresaba resignación. Al menos me sentí cómodo sabiendo que ninguno de los dos deseaba trabajar en equipo con el otro. Recorrí unos instantes con la mirada la mesa llena de arañazos, el juego de sombras que hacía el árbol frente a mi ventana y, por último, mis zapatos negros. Estaba entre la espada y la pared: por un lado, no me favorecía llevarme mal con la pasma; por el otro, ganaría enemistades en el gremio. El gran gremio de los detectives privados: o también se le podría llamar el de los poceros, sacando mierdas a la luz. Mi consuelo fue intuir que Rebollo, un policía inquebrantable, también tuvo su dilema particular: declararse incapaz para afrontar la investigación o recurrir a los que siempre había menospreciado. Reflexionándolo con positividad, no era en absoluto una mala oferta, pero quería apretar un poco más la tuerca. Mi estómago apretaba, el estómago de mi cotorra apretaba; las facturas apretaban como nunca. Rebollo había comenzado a sudar.

―Es insuficiente la oferta. Además, yo trabajo por dinero: la información, cuando la necesito, la pago.
―Acéptelo, amigo Beretti: no tiene casos desde hace tiempo ―dijo con una sonrisa glacial―. De hecho, su última factura debió ser en pesetas.
―Por eso mismo, necesito dinero, comisario. No me diga usted que no puede hacer perder un par de fajos de cincuenta de alguna incautación por drogas.
―Creo que he hablado con suficiente claridad.
―¿Por qué yo, comisario? Y no me diga de nuevo por mi profesionalidad que no cuela.
―Porque a usted no se le junta nada: ni lo bueno ni lo malo; solo lo muerto.

Dejé de apretar tuercas y me di por vencido antes de que mi autoestima descendiera al cuarto de calderas. Acepté. Tras unos segundos en los que solo se oían a cigarras y el zumbido constante de la M-30, el comisario dejó sobre mi mesa su tarjeta (no era la primera que me daba) y se levantó sin más. Antes de abandonar el despacho, se despidió con su singular ternura:

―Cambie la decoración de su oficina y contrate a una limpiadora, que esto da pena.

Quise mandarle recuerdos a sus muertos, pero con el calor se debió evaporar el pensamiento.

04 julio 2012

Perlas (LXXII)




"Los hombres son pervertidos no tanto por la riqueza como por el afán de riqueza."

(Louis de Bonald)

02 julio 2012

Perlas (LXXI)




"Utiliza en la vida los talentos que poseas: el bosque estaría muy silencioso si sólo cantasen los pájaros que mejor cantan."

(Henry Van Dyke)

18 junio 2012

Perlas (LXX)




"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca."

(José Hierro)

06 junio 2012

Perlas (LXIX)




"Soñar en teoría, es vivir un poco, pero vivir soñando es no existir."

(Jean Paul Sartre)

03 junio 2012

Parpadeos - 83 (Dieta saludable)





“Además, el pollo rebozado siempre humea demasiado, amigos. Por todas estas razones les recomiendo que se lo hagan a la plancha con unos tomatitos. Y ya saben: coman frutas y verduras, beban mucha agua, tomen leche de soja y condimenten lo imprescindible con sal del Himalaya. Y todo hervido, que conserva mejor las propiedades”.

Julio apaga el televisor y el salón se queda a oscuras. En la soledad, recordando aquellas discusiones por culpa del colesterol, añora la coliflor, la merluza hervida y las otras porquerías. Su mujer se llevó la olla express y la sal del Himalaya.

02 junio 2012

31 mayo 2012

Perlas (LXVII)





"Hay pocas personas con talento, por lo que hay pocos capaces de juzgar lo que estoy haciendo."

(Mario Balotelli)

28 mayo 2012

Vidas en sueño - 92 (Puesta de sol en El Retiro)





―Qué bonita puesta de sol, Alfredo.

Contemplé unos segundos a la Floren y su estropeado cuerpo embutido en un vestido corto de plástico, del que brilla en las noches de pasión. Dos personas sentadas en un banco del Retiro, rodeadas de acacias y con el ocaso frente a ellos; algún niño grita a su madre, un grupo de corredores levanta polvo y dos ancianos juegan a ser treintañeros con sus zapatillas deportivas relucientes. Floren y yo podríamos ser una fabulosa pareja de enamorados, pero había dos asuntos que lo impedían: ella vendía su cuerpo y yo vendía mi alma para conseguir información de otras almas ―en este caso, lo que Floren me pudiera contar acerca de un tipo por cincuenta euros recién sacados del cajero automático―. Eso, el dinero, nos impedía ser enamorados y disfrutar de un anochecer en condiciones. Además, llevaba un rato conteniendo las ganas de cagar.

―La poesía déjala para otro rato. Ve al grano, que tengo otros asuntos de qué ocuparme.
―De verdad, qué poco románticos somos en esta ciudad. Las prisas, las malditas prisas, y no nos detenemos a disfrutar de nada.
―Floren, te recuerdo que tu cobras por horas.

Me observó con cansancio, como si aquella frase ya no le afectara. El camino de tierra donde estábamos levantaba algo de polvo al paso de una bicicleta; al fondo, entre los setos, se distinguía una fuente y el palacio de cristal. Floren se estiró un poco más el plástico y yo temí que aquello explotase y se fuera a la mierda la puesta de sol. Decidí quedarme en silencio, a la espera de que arrancase a hablar. Y pasaron los segundos bajo las acacias. Joder, en las películas de detectives las putas suelen ser más habladoras. Solo cuando me vio revolverme en el asiento abrió el pico.

―Pues agárrate, porque tu hombre se llama Saturnino Pardés ―dijo con una sonrisa, esperando que diera un bote o le plantase un beso por tan grata sorpresa.
―¿Debería decirme algo ese nombre?
―¿No ves la tele?
―No.
―Entonces no te sonará.
―Es evidente ―respondí intentando aparentar tranquilidad―. ¿Podemos seguir?
―A ti la primavera no te sienta muy bien.

Empecé a suspirar y Floren parecía divertirse con todo aquello: total, iba a cobrar y no tenía prisa por volver a su esquina. No obstante, yo sí tenia prisa por volver a mi esquina de facturas, problemas, con una cotorra argentina de fondo silbando; a todo esto, ¿le había cambiado el agua al pájaro?

―Floren, o sigues o los cincuenta euros me los gasto en otro confite.
―Hijo, ¡qué mala uva tienes! ―Su rostro se arrugó y ahí se apreció que Floren ya había cruzado el umbral de los cincuenta, que su primavera acabó; primavera, verano, otoño y casi el invierno―. Bueno, pues este hombre, Saturnino, era un vendedor de neveras o algo así hasta que conoció a Jenny Jenny, la petarda que sale en todas las fiestas de famosos en Marbella, y se hicieron novios. Se hartarían de revolcarse por la playa y de las mil fiestas a las que acudieron, porque duró muy poco aquello: dos meses y si te he visto no me acuerdo. O al menos eso puso el “Diez Minutos”. Ya sabes, que si no encajaban bien como pareja, que si habían decidido darse un paréntesis indefinido para encontrar el camino. Tras la ruptura, Saturnino acudió a un par de platós de televisión y participó en un concurso donde junto a otros once famosos se dedicaban a sobrevivir en una granja, rodeados de mierda de cerdo, sembrados y cámaras. Hace mucho tiempo que no sale en la tele ni en las revistas, aunque la última vez que salió fue un escándalo: según contaron en un programa de la tele, Saturnino se había liado con una que fue esposa del Junquillo, el torero. Aquello provocó su divorcio. Incluso se dijo que el Junquillo intentó suicidarse y no sé quién salió en la tele afirmando que él también se había follado a la mujer del Junquillo. Un escándalo.

―Entonces ―la corté en seco―, podemos decir que es un famoso.
―Famosete, para ser más exactos ―dijo, apuntándome con un dedo.
―De acuerdo. ¿Qué más me puedes contar?
―¿De qué te hablo, de lo de las revistas o de lo que he ido descubriendo?

El sol se iba, y con él los gritos de los niños, los deportistas y los traficantes de cannabis. Lo que no se iban eran las ganas de mandarla a tomar por culo. Una ligera brisa refrescó el ambiente y las farolas comenzaban a encenderse por todo el camino. Me froté la sien con la mano y, haciendo de un suspiro el templo de paz interior budista, respondí:

―De tus descubrimientos, Floren. De tus descubrimientos.
―Pues que Saturnino está relacionado con dos o tres camellos que pululan por Velarde y el Dos de Mayo. Bueno, lo de relacionado no me refiero a que sea de la otra acera ni nada de eso; y doy fe de su hombría ―se rio como una adolescente que descubre la utilidad de los condones―. En fin, que está metido en asuntos de drogas y no es extraño, porque todos los famosos acaban hasta el culo de cocaína; no saben en qué gastar tanto dinero.
―¿Pasa droga?
―No, se la esnifa, que es peor. Porque, digo yo, el dinero se acaba tarde o temprano. Y si te drogas, pues se termina antes ―dijo con tono lastimero, como si realmente le diese pena todo aquello―. También es muy putero: no me costó mucho llevármelo al huerto.
―Sí que tenía ir drogado entonces.
―Una, que aún conserva sus encantos y sabe cómo ponérsela tiesa a un tío.

Lo dijo con cierta insinuación, al tiempo que se acariciaba los michelines, aprisionados bajo ese vestido de plástico; me vino a la mente la imagen de una morcilla. Consulté el reloj: el tiempo se me agotaba y necesitaba más datos.

―Y poco más ―continuó―. Vive en un ático por el barrio del Pilar, está divorciado desde que se lio con la Jenny Jenny, sus padres murieron y no tiene más familia que un caniche sarnoso. ―Floren tomó una pausa larga y aprovechó para tomar aire. Para darle más dramatismo, suspiró y me miró con ojos de pena―. El pobre diablo ha perdido las riendas de su vida y al paso que va alguien le va a pegar un tiro en plena calle por no pagar sus deudas.
―¿Tiene deudas?
―No lo sé, pero la experiencia me dice que los que viven como él, o encuentran a una mujer que los enderece o acaban hundiéndose en el lodo.

Ahí terminó toda la información de la Floren. “Pobre hombre”, añadió, al tiempo que sacaba de su bolso un espejito y se apretaba los labios, mal pintados y de un rojo muy intenso. Hasta ese momento no me había fijado que tenía un arañazo en el cuello, tapado en todo momento por su pelo rubio de bote y que solo otra de las brisas de la tarde logró revelar. Me fijé en la fuente del fondo, silueteada por las luces anaranjadas.

―¿Vas a delatarlo? ―preguntó con un tono de voz que intentaba ser despreocupado.

Nunca me han gustado las obviedades, por lo que no respondí. Tampoco hizo gesto de esperar mi respuesta: estaba más entretenida con su sesión de maquillaje de alterne. La observé un rato en silencio, intentando comprender qué llevaba a una mujer como ella, puta desde los veinte, sin familia, que no conocía una vida con más lujos que el de las pensiones de Gran Vía y Fuencarral, donde atendía a sus clientes: hombres casados, llenos de pelos y sudor, con billetes de diez euros mal doblados. La Floren que, a sus cincuenta años y con un par de abortos ilegales, me hablaba de primaveras en el Retiro. Extendí el billete de cincuenta euros y me levanté del banco, que la puesta de sol ya había terminado y las sombras de la noche madrileña empezaban a tapar mi camino. Un camino de vuelta a las facturas, a las largas horas en silencio, a todo lo vivido. Y eso no iba a ser romántico.

Parpadeos - 82 (Camino al altar)




Solo cuando ve a la novia salir del coche, Bernardo se da cuenta de lo mayor que se ha hecho su hija. Le ofrece el brazo derecho y su hija lo toma con dulzura. Frente a ellos, la escalinata que los llevará ante el novio, ante los invitados, ante Dios y ante el futuro. Bernardo procura no caerse en la subida, ya que sus piernas se niegan a obedecer, su cabeza tiran hacia atrás: el cambio de pañales, sus primeros pasos, cuando empezó la universidad, la primera vez que trajo a su chico a casa para cenar. Los pasos que llevan al altar son desiguales: su hija avanza con cierta precipitación; él, lento, arrastrando todas aquellas imágenes. Dios casará, el novio agarra la mano de su hija y, tras unos minutos que fueron eternos, Bernardo sonríe aliviado a su otra hija, la cual pide a su madre que le ajuste el moño.

06 mayo 2012

Perlas (LXVI)




"Una situación se convierte en desesperada cuando empiezas a pensar que es desesperada."

(Willy Brandt)

04 mayo 2012

Perlas (LXV)




"En un beso, sabrás todo lo que he callado."

(Pablo Neruda)

Parpadeos - 81 (La reina en su castillo)





―Ese maravilloso viaje que le habían prometido, madre, es una estafa ―dije con suavidad.

Ella se levantó de la silla y miró a través del ventanal, con sus manos huesudas apoyadas en el cristal. Le temblaban los brazos y no pudo contener las lágrimas. No me gustaba que mi madre llorara; una herencia malgastada en viajes y caprichitos, tampoco. Me acerqué e intenté abrazarla como hizo mi padre tantas y tantas veces, al tiempo que, con mi mejor sonrisa fingida, añadí:

―Madre, ¿para qué quiere irse usted sola por ahí? En la residencia la tratan como a una reina y no necesita pasaporte para salir al patio.

03 mayo 2012

Perlas (LXIV)





"La primera virtud es frenar la lengua, y es casi un dios quien teniendo razón sabe callarse."

(Catón de Útica)

25 abril 2012

Vidas en Sueño - 91 (El inquilino ideal)





¿Por qué siempre se empeñan las oficinas en dejarnos colgados al teléfono con irritantes músicas de bandas sonoras? Así estaba yo, colgado del auricular, viajando de departamento en departamento (y entre medias, más música) para poder hablar con mi cliente acerca de un candidato a ocupar su piso en alquiler: un estudio mal iluminado, perdido entre las calles del barrio de la Justicia y con un sofá que bien pudo haber soportado varias generaciones de nalgas. Desde mi despacho, con la mesa repleta de facturas, me sentía un vagabundo al que nadie quería dedicarle su atención: “toma, un poco de música para ascensor y que otro se apañe con tus problemas”. Al borde de mi paciencia, cuando aquel tono de los Cazafantasmas empezaba a martillearme los sesos, una voz gruesa y sin armonía intervino:

―Luis Olmedo al habla, ¿quién es?
―Qué lástima, ahora que venía de nuevo el estribillo ―respondí, aún hechizado por el hilo musical.
―¿Perdone?
―Soy Beretti, Alfredo Beretti. Le llamo porque ya tengo la información que me había solicitado acerca de su inquilino.
―Posible inquilino, que aún no le he alquilado el piso ―matizó―. Cuénteme. ¿O prefiere que nos veamos en persona?

Lo único que prefería era regresar a mi piso, zamparme algo de la nevera, fumarme unos cigarritos mientras me bañaba y sacarme un billete de solo ida hacia cualquier playa del Caribe. No obstante, dejé en sus manos la decisión sobre si vernos o no; ante todo, protocolos y palabras decorosas. “Si no es preciso, mejor hablémoslo por teléfono, que tampoco tengo mucho tiempo libre para quedar”, respondió y creo que ambos quedamos satisfechos por nos vernos el careto. Saqué del cajón el dossier con la información y me recosté en mi sillón de pequeño empresario que tiene en nómina a una jubilada charlatana incapaz de limpiarle en condiciones la taza del váter.

―El posible inquilino, señor Olmedo, le dijo muchas verdades, pero alguna que otra mentira. Lo mismo no quería defraudarle o le impresionó usted demasiado.
―Hábleme de las mentiras.
―¿No le interesan las verdades? ―pregunté con ánimo de tocar las narices―. Ya le digo que son mucho más interesantes para usted y, por qué no decirlo, más relevantes para su decisión.
―Me importan bien poco las verdades. ―El aire se podía lijar con una buena piedra pómez―. Limítese a darme la información que le he solicitado y evite conjeturar.

Empecé a dibujar cruces y dianas en el informe que tenía sobre la mesa. Olmedo empezaba a entrar en la escala de “cliente insoportable que pasa sus noches con un mancebo enmascarado, el cual le esposa a la cama y le flagela la espalda sin piedad”.

―Usted manda, Olmedo. Vayamos con las mentiras ―adopté tono de sacerdote dando la homilía―: su posible inquilino no tiene mujer.
―¿Soltero? Pues ya le dije que me interesaba alquilar el piso a una pareja estable. ―¿Dos personas metidas en esa caja de cerillas? ¿Qué harían, turnarse para dormir en el sofá cama?―. Ya sabe, el bloque es muy tranquilo y los solteros solo traen fiestas y mujeres a sus pisos.
―Por las mujeres no se preocupe, que es homosexual.

No negaré que disfruté con el silencio incómodo que se generó.

―Está bien, prosigamos. ¿Le hizo usted un seguimiento por la calle? ¿Tiene malas costumbres?
―Poco que contar al respecto: le gusta ir a bares donde sirven la cerveza en cristal de Bohemia y visitar exposiciones de arte moderno: cuadros pintados por niños y firmados por sus padres, que simbolizan algo que cuesta miles de euros.
―Ya decía yo que no tenía pinta de marido serio y responsable. Siga, por favor.
―Su puesto de trabajo también es falso: se dedica a escribir.
―¿Redactor en un periódico?
―Casi acierta: es escritor. De novelas, por si no sitúa la profesión.
―¿Escritor? ―Bufó―. Y dijo que era informático. El caso es que vino muy bien vestido a la entrevista y no levantó sospecha.
―No se crea, que yo conozco informáticos que cuentan con una mano las veces que se duchan al mes y la corbata solo la usan en los funerales de sus mascotas.

Aquel resoplido fue lo más parecido a una risa que pude escuchar de Olmedo en el poco tiempo que lo traté, pero también había mucho desprecio y odio en su expresión. Le dejé que se riera a gusto, al tiempo que echaba un vistazo a la calle a través de la ventana: una mujer discutía con su marido porque, seguramente, habían dejado el coche bajo la sombra de un árbol y se lo habían cagado los gorriones.

―Prosiga, Beretti.
―Como es obvio, también le mintió en lo referente a sus ganancias. He hecho un par de visitas y me he enterado que su posible inquilino gana posiblemente más que usted y servidor juntos.
―Será… Me puso pegas cuando le dije que necesitaba un aval bancario y cuatro meses adelantados de fianza.
―Yo también le hubiese puesto pegas, la verdad. ―Guardó silencio, como si aquel comentario jamás hubiera salido de mi boca, y yo seguí pintando cruces en el informe; de hecho, me estaba quedando sin espacios en el papel―. Pero lo importante es que su posible inquilino sí tiene la capacidad suficiente como para pagarle la cantidad mensual que usted escatimó.
―Siendo lo que es, artista, sin nóminas mensuales, ¿quién me garantiza que dentro de dos meses tenga dinero para pagarme?
―Señor Olmedo, hoy en día tener nómina no garantiza poder pagar a medio y largo plazo.

Fin del informe de mentiras. El resto de la conversación debatimos sobre nóminas, colas del paro y la crisis económica. Una cosa llevó a la otra y recalamos en sus experiencias con inquilinos anteriores; experiencias llenas de amarguras y desencuentros porque sus anteriores inquilinos no habían pasado el corte de seriedad exigido. Según él, las personas serias tenían trabajos dignos y pagaban religiosamente sus alquileres a principio de mes. Enganché los pagos de los alquileres con mis honorarios por el trabajo realizado, y Olmedo empezó a hablarme hasta con ternura.

―Sobre lo que le debo, Beretti. Verá, este mes lo tengo muy apretado y necesitaría que me concediese usted de plazo hasta el mes que viene.
―¿No era usted una persona seria que le gustaba cobrar lo que se le debe con puntualidad? Yo no soy tan serio como usted, pero la que limpia mi oficina sí lo es ―mentí descaradamente―, y la tengo que pagar si no quiero que me parta la cabeza en dos con el palo de la fregona.

Mientras Olmedo se excusaba con versos y flores, yo dibujaba cruces en un sobre cerrado del banco, entretenido. No era el primer cliente que me iba a pagar con retraso y mi limpiadora era contraria a la violencia, hasta tal punto que era incapaz de poner cebos contra cucarachas. “Son animalitos de Dios y tienen el mismo derecho que los humanos a vivir”. Corté su perorata con una idea que me vino al vuelo:

―Hagamos un trato, Olmedo: le doy tres meses de plazo para que me pague y usted firma un año de contrato de alquiler con el escritor soltero, homosexual y que no tiene nóminas mensuales.

Aceptó sin oponer resistencia. Cuatro meses después, sigo sin haber cobrado, pero no me sorprende, porque en este país somos todos muy serios y muy pobres.

10 abril 2012

Parpadeos - 80 (Rumores)




Numerosas familias del pueblo pudieron escuchar rumores, pero todas se encargaron de quitarle hierro al asunto. Formaron una piña y decidieron seguir en silencio ignorando aquello. Al cabo de los meses, los rumores se extendieron por todo el pueblo y no había nadie que no los hubiera escuchado ya. Algunos callaron para toda la eternidad; otros, muy asustados ante lo nuevo, trataron de plantar cara. Nadie era capaz de comprenderlo. Sin embargo, el alcalde, un hombre que siempre supo mantener la calma en tiempos de crisis, fue el único que recordó el aciago pasado y entendió por qué el futuro vino a romper la tranquilidad del pueblo.

09 abril 2012

Perlas (LXIII)




"El corazón es una tierra que cada pasión conmueve, remueve y trabaja sobre las ruinas de las demás."

(Gustave Flaubert)

08 abril 2012

Parpadeos - 79 (Pasatiempos millonarios)




Con nuestro mecánico de confianza, en un Jaguar de 1973, viajamos dos meses por toda España. Y no porque aquel tipo de aliento infernal nos cayese simpático, si no porque solo él sabía arreglarlo en caso de avería; a razón de doscientos euros diarios, claro. El Jaguar lo merecía y con tanto millón nos aburrimos siempre. Cuando el coche nos dejó tirados, camino de Antequera, el mecánico hizo lo imposible por solucionarlo. Ahora, viajamos en un Mercedes descapotable hacia la Costa del Sol buscando a otro sustituto, de confianza, que le huela menos el aliento.

27 marzo 2012

Unos buenos libros

Leer es un ejercicio no solo de ocio y de placer, si no un modo de entender la vida, de razonarla, de sacarle punta a todos los recovecos de la mente humana; también, cómo no, una cómoda travesía hacia la escritura. Dicho lo cual, veo incomprensible la inapetencia al leer. Cada libro despliega una forma de entender la realidad tan variopinta que llega un momento en que el desenlace de la novela no te interesa y solo quieres que las páginas no terminen. ¡Al cuerno los finales! Mierda de existencia finita.

Regresando al tema de la lectura, quería aprovechar mi ventana al mundo para expresar la tremenda satisfacción que me están dejando tres libros que he ido leyendo a lo largo de este mes: "El club de la lucha", de Palahniuk; "Las partículas elementales", de Houellebecq; y, actulamente en curso, "A sangre fría", de Truman Capote. Habrá quién les haya gustado estos libros y habrá quién no, pero a mí particularmente me está fascinando. Tres libros que hurgan en la herida hasta sacar a la luz la pus de la sociedad y en donde los personajes se van desnudando sin música de streptease (ni falta que hace) hasta quedarse con sus pesadillas, sus miedos y sus odios como hoja de parra. Desnudos justificados, sin erotismo ni fantasía; porque la realidad es maravillosa tal cual es. Y si no, que se lo pregunten a los norcoreanos, viviendo a la fuerza su "Mundo feliz" en forma de dinastía nuclear-estalinista. Corea del Norte se aburre porque no es real, y de ahí que sus militares sueñen con hongos nucleares y olor a pólvora. Sobre las lecturas, me alegro del orden en que las he ido leyendo y de lo tan buenas novelas que son. Os las recomiendo; las tres del tirón; no es necesario pensar conque es ficción, porque tras todo lo narrado hay una conciencia que respira demasiado fuerte para dudar de si uno está soñando o no.

Quería compartirlo con vosotros. Y aunque no leáis estos libros (ni tengáis intención de hacerlo), pensad, al menos, que papá Cervantes se pone triste cada vez que encendemos la tele, hundimos nuestra miseria en el sofá y usamos los libros como posavasos para la cerveza.

13 marzo 2012

Los líos de papá

Cómo será que ni siquiera he nacido y papá ya me ha dicho que a ver si le puedo echar una mano con el blog. La verdad es que el hombre está muy ocupado: el embarazo de mamá, su trabajo, el proyecto literario en el que anda sumergido, gestiones, las muelas picadas y alguna otra cosilla que me dejo en el tintero. Vamos, que el otro día, según me contó, le preguntó al jefe cada cuánto le daban contracciones; al dentista le dijo que estaba pensando cambiar el narrador por uno más deficiente; a mamá, que cuánto le debía por los dos empastes; y para colmo, el otro día, mientras acariciaba la tripa de mamá y nos comunicábamos con su mano y mis patadas, me vaticinó que las incidencias en el trabajo bajarían la mitad en una semana y pico. Papá está loco. Eso mismo dice mi prima Naroa y yo estoy de acuerdo. Pero, como quiero a papá y no me gusta verlo así de despistado, le ofrecí mi ayuda. Todo empezó esta misma noche, acostándose mamá y dándome él su última caricia del día:

-Papá, papá, no te estreses. No quiero tener un padre loco.
-La locura es sana, hijo mío: es lo que nos mantiene vivos. Ya lo dijo algún filósofo minutos antes de ingresar en el sanatorio mental de su pueblo. Tú preocúpate por nacer sano y ve cogiendo energías, que nos queda toda una vida por delante para disfrutar juntos.
-¿Y de qué me vale tener energías si luego vas a estar despistado? Que lo mismo vamos al parque y te pones a jugar con otro niño.
-¡Vaya chorrada! ¿Cómo piensas esas cosas?
-No sé, creo que mamá y tú me habéis contagiado de fantasiosis. ¿Quieres que te ayude?

Para qué pregunto. Solo espero que no me toque seguir actualizándole el blog, porque de lo único que puedo hablar es de las caricias de mami y de papi, del hipo que me da cuando trago el agua en la que estoy sumergido, de los ronquidos de papá y de esas galletitas de chocolate por la mañana que me ponen a tope. Temas interesantes todos ellos, pero vosotros, lectores del blog, esperáis grandes citas y rocambolescos relatos; supongo que será cuestión de tiempo. Si papá ha escrito todas esas chorradas, dadme un poco de tiempo que me pongo en órbita.

¡Ah, se me olvidaba! De parte de papá que mamá es la mejor del mundo y que la quiere mucho. Bueno, quiere a todos los de aquí, pero a mi mamá más y mejor porque es muy guapa y porque, según dice papi, es maravillosa cuando la observa descansar y apoyar la tripa con cariño sobre el colchón.

01 marzo 2012

22 febrero 2012

Perlas (LXI)




"La disciplina consiste en que un imbécil se haga obedecer por los que son más inteligentes."

(Jacinto Benavente)

20 febrero 2012

Perlas (LX)




"La juventud es un disparate; la madurez, una lucha; la vejez, un remordimiento."

(Benjamin Disraeli)

14 febrero 2012

Perlas (LIX)




"Y para estar total, completa, absolutamente enamorado, hay que tener plena conciencia de que uno también es querido, que uno también inspira amor."

(Mario Benedetti)

13 febrero 2012

Perlas (LVIII)




"El placer es felicidad de los locos, la felicidad es placer de los sabios."

(Jules Amédée Barbey d'Aurevilly)

10 febrero 2012

Parpadeos - 78 (Doble pago)




Se dibuja una sonrisa mellada tras el cristal empañado del restaurante: le hago señas para que entre y se sienta frente a mí sin perder la expresión.

-¿Qué ha descubierto, señor Beretti? -me pregunta con un hilo de voz.

Dejo de lado las trivialidades y extraigo el sobre del bolsillo del abrigo. El mellado abre el sobre y contempla con gesto serio las fotos: ya no sonríe y yo lo agradezco. Mientras me paga el servicio, recuerdo la cara que puso su mujer cuando le enseñé estas mismas fotos y fijé un precio por mi silencio.

09 febrero 2012

Perlas (LVII)




"Para toda clase de males hay dos remedios; el tiempo y el silencio."

(Alejandro Dumas)