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28 abril 2010

Parpadeos - 22 (Guti o no Guti)




-Yo soy de los que piensa que Guti debería retirarse en el Real Madrid.
-Ya.
-Combina muy bien el juego de ataque con el defensivo.
-Ya.
-Distribuye juego a bandas con buen criterio.
-Ya.
-Descongestiona el medio del campo con mucha sutileza.
-Ya.
-Da pases verticales precisos.
-Ya.
-Su disparo es seco y siempre ajustado a los palos.
-Ya.
-¿Una cerveza?
-No veo el porqué no.
-¿Y tú que opinas de Guti?
-Que fue a la autoescuela y a la hora de conducir se le olvidó dónde había que meter la llave de contacto para arrancar el motor.
-No te entiendo.
-Es sencillo; pierde los papeles con mucha facilidad.
-Cierto.
-Juega bien cuando le sale de los cojones.
-Cierto.
-No me gusta su corte de pelo.
-Cierto.
-No chuta tanto como debiera y prefiere dar el pase imposible.
-Cierto.
-Se borra de los partidos importantes con mucha facilidad.
-Cierto.
-Tiene tendencia a ralentizar el ritmo del partido, y eso a veces es nocivo para el equipo.
-Cierto.
-¿Y si nos pedimos otra cerveza?
-Prefiero vino.

25 abril 2010

Parpadeos - 21 (Atracción)



Hasta que decidimos colgarla en la pared pasaron muchas horas. Casi toda la madrugada. Saqué del armario el fusil submarino y lo apoyé sobre el marco de la ventana abierta del salón. Apunté hacia la luna unos segundos. El gatillo chascó. La hoja afilada del arpón rasgó la noche, dejando tras de sí un rastro de cuerda. Cuando el gancho se clavó en su objetivo, tiramos de la soga con fuerza. El astro descendió como un globo. La sentí helada entre mis manos; ocupaba lo mismo que un balón de fútbol.

Ya no necesitamos lámparas en casa: su plata ilumina todos los rincones.

23 abril 2010

Vidas en Sueño - 63 (La carretera)





Oye, ¿no crees que vamos demasiado rápido con el coche? Esta es una carreterucha donde no se puede ir a más de ochenta y nosotros vamos a ciento cuarenta. Nos vamos a comer un bache y la ladera del monte. Vale, estás cabreado con tu novia, pero yo no tengo la culpa. Mátate con el coche si quieres. A mí déjame tal cual, con los brazos en el cuerpo y esas cosas. ¿Es que no vas a prestarme atención? Y relájate un poco. Estás tan tieso que no sé quién maneja a quién: si tus brazos el volante o el volante a tus brazos. Yo te entiendo, amigo. Mira, tu novia se ha pasado de la raya, y la verdad, escogió mal momento para iniciar una discusión estúpida. No es plan de echar cosas en la cara a alguien cuando es el funeral de tu madre y están tus familiares y amigos desperdigados por toda la iglesia. Pero míralo por el lado bueno: a lo mejor es la manera que ella tiene de reaccionar así cuando está triste. Te vas a ahorrar una pasta en pañuelos de papel con doble capa y aroma de miel. Son muy caros. No hace falta que me mires con esa cara, intenta relajar el ambiente. Además, a la velocidad que vamos lo mejor sería que pongas los ojos en las curvas de la carretera. Nos vamos a matar. ¿Es que no puedes ir más lento, coño? Tu novia es rara. Sí. Es rara de cojones. Y tiene la delicadeza en el culo. ¿Nos fumamos un cigarrillo? ¡Joder, si no quieres fumar conque digas “no, no quiero un cigarrillo basta! Te podías haber ahorrado el numerito de lanzar el paquete por la ventanilla, porque yo sí quería fumar. Ya que me vas a despeñar, por lo menos morir con un cigarro en la boca. Vaya, no quería decir lo de la muerte. Lo siento. Mira, lo mejor será que ponga la radio y escuchemos algo de música: ¿qué te parece?


Cómo quieres que te quiera
si el que quiero que me quiera
no me quiere como quiero que me quiera.
¿Cómo quieres que te quiera ahora?
Ay ay ay ayyyy
¿Cómo quieres que te quiera ahora?
Au au au auuuu

Dime si quieres que sea tu amor verdadero.
Ay que me pongo colorada.
Dime si quieres que sea tu amor sincero.
Ay que me pongo colorada.

[cambio de dial.]

En declaraciones a nuestra cadena, el presidente de la factoría de almanaques con motivos religiosos, Don Rogelio Pulcro Aguado, ha dicho que se negará a confeccionar calendarios de bolsillos con la imagen de San Esteban, dado que históricamente se le catalogó de revolucionario y rebelde, hasta el punto de dudar de su posible santidad. Nadie del clero se ha manifestado aún, pero se prevén tiempos oscuros para el marketing por almanaque.

[cambio de dial.]

Sevilla tiene un color especial...

[cambio de dial.]

Hoy hablaremos de zoofolía: ¿enfermedad mental o una forma vanguardista de dar cariño?


Joder. Me están dando ganas de quitarme el cinturón y arrojarme por la ventanilla. Mejor será quitar esto. Oye, Alfredito. ¿Y si paramos en la primera venta o bar o lo que sea que encontremos? Aquí gasolineras pocas, pero coño, alguien dará de beber aquí perdido entre tanta montaña. El caso. Nos vendrá bien descansar un poco y ver las cosas con la cabeza fría. Y mira, si tienes que mandar a la mierda a tu novia lo habrás hecho con una reflexión anterior. ¡Cuidado con la curva que derrapamos! Eres subnormal, ¿no lo sabías, capullo? O bajas de velocidad ahora mismo o tiro del freno de mano. ¿Que no hay huevos, dices? Tú rétame, tú rétame. Al menos empiezas a reírte. Menos mal, joder. Espero que no te rías porque estás pensando mandar este trasto montaña abajo. Vale, tienes razón, soy una madre; lo que quieras, pero tú te estás riendo y ya has frenado un poco. Menos mal, joder: esto parecía un puto rally. Claro que sí, pararemos y nos tomaremos una caña. O dos. O las que sean. No hay prisa. Coño, tu móvil; acaba de sonar. Espera que miro a ver de qué se trata. Es un mensaje de tu novia. ¿Ves? Seguro que la mema se acaba de dar cuenta que la ha cagado profundamente y quiere pedirte perdón. ¿Que lo lea? Vale, como quieras.

[Leo el mensaje con los labios pegados, en silencio.]

Ya lo he leído. ¿En voz alta? No, mejor cuando pares el coche lo lees tú mismo; no es importante, no te preocupes. Bueno, exactamente no te pide perdón. Así que cuando nos tomemos esas cañas miras el mensaje tú mismo. No, es mejor que no te lo lea en voz alta. Porque no, coño. ¡No te pongas pesado, Alfredo! Si no es nada importante. ¿Qué coño más te da esperar un poco? No lo voy a leer en voz alta. ¿Quieres dejar de tocar las pelotas y no acelerar más? ¡Que derrapamos, joder! Vale, vale, está bien, te lo leo; pero que conste que te he avisado:

Mensaje de Claudia. Enviado el 23 de mayo de 2004.

ers un imbcil i m as exo kdar n ridiculo dlante d t familia x t puta mania d tner l razn.monts l circo ast cn t madr muert.sto no funciona.tnems k ablar.bss


Si son todas unas cabronas, no merece la pena cabrearse por esta tía. Está claro que va borracha. ¿A que sí, Alfredo? ¿A que sí? Joder, di algo. Bueno, mejor no digas nada. Pero estás bien, ¿no? Ya sabes que no sabe ni lo que dice. Está loca. Si todos la hemos visto en el entierro tirarse de los pelos y llamarte calzonazos. Joder, di algo. Bueno, bueno, cálmate. Tampoco tienes que ponerte tu ahora a gritar. Y no me mires a mí, mira a la puta carretera. Sí, sí, tienes toda la razón, pero ahora no te alteres, joder, que nos vamos a estozonar. ¡No sueltes la manos en el volante en plena curva, capullo! No, no me mires. No, no estoy discutiendo contigo. ¿Quieres hacer el favor de mirar a la...

[Chirriar de ruedas en el vértice de una curva muy cerrada. A continuación, sonido de chapa de Ford Fiesta gris arañando matorrales y siendo abollada por piedras y troncos de olivos ladera abajo.]

21 abril 2010

Vidas en Sueño - 62 (Guerra sobre el césped)




Siete menos diez de la tarde. El balón rueda sobre la superficie de césped artificial; artificial y seco. Y eso que ha llovido durante toda la mañana. Van cincuenta minutos de partido y faltan tan solo diez para que el árbitro pite el final del partido. Rueda el balón sin dueño y cruza la línea blanca que delimita el campo. Saque de banda. Unos metros atrás, enmarcado por tres postes de hierro pintados de blanco, estoy yo; un rey retratado en sudor y con los guantes puestos. Cielo desnudo. Hace calor, el suficiente para observar cómo la pintura de los postes se derrite. Esta siendo un partido complicado; de momento se mantiene el marcador de inicio: cero a cero. Cero goles. Los brazos me pesan de tanto estirarlos para que haya un cero debajo del nombre de nuestro equipo: bloco balones, suelto puñetazos al aire, detengo disparos, me restriego por el suelo, araño las rodillas, grito a mis compañeros, huelo el sudor que emana del interior de mis guantes. Todo por nada; por un cero.

Un cero necesario para competir, para reinar. En esta portería solo posa el rey, sin caballos, ni perros ni chavales correteando. Ser portero me acerca a aquellos reyes que conquistaron tierras en nombre de dioses, que gobernaban sobre miles de cabezas fieles, y que sin embargo estaban destinados a memorizar las paredes repletas de lienzos, antorchas y armaduras completas de un castillo. En la soledad se trabaja mejor. Ellos, desde un palacio; yo, entre tres palos, rodeado de gente que grita y aplaude según cómo suene el silbato del árbitro. Se me han metido pequeños trozos de goma entre las canillas y las espinilleras. Trozos de goma negro, que drenaron la lluvia de esta mañana, y que sin embargo, al roce con mi carne, me provocan escozor y quemaduras. No me puedo distraer un solo instante, aunque el balón esté en manos de uno de mi equipo. Ahora está en nuestro poder y en pocos segundos puede ser del rival. El balón es un valle en continua conquista: con el tiempo aprenden sus habitantes a creer tan solo en lo que la tierra les da y en lo que el cielo les quita. No hay banderas en su cuero, ni himnos de trompetas que anuncian que el rey asoma por el balcón a saludar. Es blanco y negro, y que ahora mismo patea hacia mi portería un defensa del equipo rival.

Se acercan los rivales como bárbaros hostiles que quieren invadir mi cuadro y aparecer todos juntos abrazándose entre sí, conmigo en el suelo, derrocado, y el balón enredado entre las mallas de la portería. Tocan el balón rápido, de un pie a otro; sin titubeos. Vuelan hachas. Grito para colocar la defensa y preparar el asedio al que tendremos que resistir de nuevo. Minuto cincuenta y cinco, reza el marcador. Solo escucho mis aullidos. Los espectadores, un grupo de colegas de uno y otro equipo, mascan chicle y pelan pipas con sus dientes. Han regateado a mi compañero de la banda derecha; ha sido un tipo bajito y de rizos castaños. Sus piernas me recuerdan a las patas de mi cacatúa. Silbo a uno de mis centrales; parece distraído. Tengo que comandar el asalto al castillo y me encuentro con soñadores que aún creen en dragones. Le grito y parece que me ha prestado atención. Marca inmediatamente al delantero rival. El delantero busca el desmarque cuando el rizado de la banda derecha llega a línea de fondo y levanta la cabeza. Centra el balón. Otra roca catapultada por los salvajes. Todos permanecen quietos con el cuerpo tieso, con sus arcos preparados. Pero no actúan. Tan solo el delantero enemigo reacciona. Se desmarca del soñador. Un tipo ancho de hombros y con agilidad. Yo también reacciono. Corremos juntos, espada contra espada; él quiere derrocarme y violar a las mujeres de mi reino y yo tengo que impedirlo porque desde el balcón de mi castillo los atardeceres son preciosos. Cinco minutos quedaban; ahora serán cuatro. Si atajo el balón o lo despejo de un puñetazo se acabará el ataque. No quiero perder mi castillo ni el valle. Salta el delantero y en el césped botan pequeños trozos de goma; salto yo y estiro mi brazo, recto y firme como un cetro. El balón pierde altura y nosotros dos la ganamos. El saltó antes, y por tanto la cabeza conecta con el esférico en el instante que la punta de mis dedos arañan el cuero del balón. Caemos y no necesito mirar hacia atrás. El espadazo ha sido certero. Se oye rodar la corona más allá de la línea de gol, las almenas caer desplomadas por la roca catapultada, el resonar de cientos de cuernos en los bosques, el chasquido al doblar la rodilla contra el suelo de los soldados de mi reino. El cuadro ya no es el de un rey, si no el de un prisionero de guerra. Y a falta de cuatro minutos para que concluya este partido el enemigo ha sacudido la mesa de tratados de paz con un gran puñetazo.

Pasan los cuatro minutos y suena el silbato del árbitro. La grada no masca chicle ni pela pipas con los dientes: aplauden y gritan elogios a los rivales, los nuevos reyes. Los enemigos se abrazan entre sí. Todos nos saludamos con todos. El balón, sin embargo, sigue rodando sobre el seco césped artificial.

20 abril 2010

La noche del jueves (Marcos Ortega)



Enlace del autor: http://sinceramentemiento.blogspot.com


−Querida, ¿te despierto?, es que voy a saltar por la ventana.
−No, no te preocupes. Muy bien, asegúrate de que no haya nadie abajo y cierra la ventana antes de saltar, no quiero coger frío ni que me despierte el ruido del golpe.
−Por supuesto. ¿Quieres algo del infierno?
−Mmm ya que lo dices, podrías decirle a tu madre que nos devuelva el dinero que nos robó antes de morir.
−¿Y no quieres que le de recuerdos a la tuya?
−Mi madre no esta muerta, cariño.
−No, a la que llamas madre no esta muerta, es cierto, pero si encuentro a la de verdad, ¿quieres que le diga algo?
−No, total ya daría igual. ¿Qué les digo a tus amantes cuando pregunten por ti?
−La verdad, que no salté por ellas, que fue solo por tu culpa.
−Comprendo.
−¿No te quedarás algo sola cuando salte?
−No más sola que cuando estas aquí.
−Me quedo más tranquilo. ¿No crees que deberías ser tú la que saltaras?
−Que cosas tienes, amor, si lo hiciera, tú ya no tendrías motivos para tirarte y no quisiera fastidiarte el plan. Además, yo me tomaría un bote de somníferos o algo así, algo que no manchara.
−Por supuesto, que bruto soy a veces, querida.
−Estoy pensando, ¿te importaría alcanzarme el bote de pastillas antes de irte?
−Claro, mi amor. Solo prométeme que esperarás a que salte.
−Lo intentaré. Por cierto, ¿no querrás llevarte el libro ese tan horroroso que siempre andas leyendo? Son once pisos de caída, no quisiera que te aburrieras.
−No es una mala idea, ten, tus pastillas.
−Muchas gracias, querido, que descanses.
−Lo estoy deseando, suerte con los somníferos, amor.

19 abril 2010

Cuatro años en la madriguera




Pasan los años, se suceden las entradas, y aquí seguimos, en la oscura y fría madriguera, alimentándonos de palabras, con más o menos tiempo. Cuatro años que espero sean el doble, el triple o el cuádruple de tiempo.

Gracias a todos los que me leéis o me habéis leído. Siempre lo he dicho: este blog tiene entrañas vuestras, guiños y momentos buenos y malos. En esta madriguera, quién más quién menos, ha colaborado con la mudanza y las reformas; gracias.

Y ahora a seguir con la tónica.

18 abril 2010

Parpadeos - 20 (La de los días de lluvia)




La de los días de lluvia llevaba impermeable amarillo y paraguas rojo. Iba descalza y chapoteaba sobre los charcos con sus pies desnudos como un gorrión. La de los días de lluvia era una muchacha de no más de veinte años; quizá tuviera más, pero sus carcajadas al estirar los brazos y abrir la boca para recoger el aguacero me hizo verla como a una adolescente sin más preocupaciones que vivir cada instante. Observarla con las palmas de sus manos estiradas y una sonrisa abierta que mostraba los dientes me reconfortó la noche que accioné el gatillo de mi rifle, desde la ventana de mi séptimo piso, apuntando a su impermeable amarillo; era ella la de los días de lluvia y yo el de las noches de luto. Cada cuál buscaba su felicidad. Y todos contentos.

12 abril 2010

Parpadeos - 19 (Predicciones)




Mañana va a llover. Eso es lo que al menos me ha dicho Pepelu, el vagabundo de la esquina de la calle que viste con traje, hace cinco minutos. Subido en una caja de plástico me lo ha susurrado. Nadie, salvo yo, quiere atenderle. Cuando Pepelu augura algo, siempre se cumple; no se trata de buscarle el sentido lógico a sus palabras, si no de escucharle. Empecé a creerle el día que vaticinó que anidarían sobre la copa de uno de los árboles del parque una pareja de halcones, hace cinco meses. Y confié de forma absoluta en sus palabras de profeta anteayer: me había dicho que la vecina del quinto piso iba a matar a su marido. Así que lo mejor es que vaya al supermercado a comprarme un paraguas, que no tengo.

08 abril 2010

Parpadeos - 18 (Bailes)




Hace dos semanas bailé un tango, y al día siguiente hallamos los vecinos un cadáver en el mármol del portal: era un amigo argentino de la del piso quinto. Hace nueve días bailé unas sevillanas, y al día siguiente otro cuerpo tendido bajo los buzones: una sevillana, de Dos Hermanas, cuñada de la que limpia las escaleras. Hace cinco días me dio por bailar la danza del vientre; Abdul Hamad, el marroquí del bazar de la esquina, yacía tumbado frente el acceso a las escaleras de emergencia. Ayer improvisé unas sardanas, y esta mañana nos hemos encontrado a Jordi, el propietario el edificio, catalán orgulloso, tumbado entre el recibidor y el suelo de goma de la cabina del ascensor.

"¡Mala suerte! ¡Esto es una tragedia! ¡Este puto bloque está maldito!", bufan a coro todos los vecinos, con sus rulos y sus corbatas desgastadas. Yo, por si acaso vuelve a suceder, dejaré las clases de baile y me dedicaré a algo menos destructivo; por ejemplo, sepultar cadáveres en el cementerio.

07 abril 2010

Vidas en Sueño - 61 (Un capítulo negro)



Cuando llegue a los muelles del puerto, Martínez me esperaba junto a un coche arrugado, mojado y repleto de algas. Cuatro o cinco tipos, seguramente del área científica de policía sacaban fotos como si fueran japoneses. Era una tarde calurosa. La humedad y el sol de mayo castigaban la ciudad de Málaga. El mar estaba en calma, repleto de queroseno y trozos de madera que flotaban en la superficie. A lo lejos, un carguero se perdía entre el vapor de agua. A mis espaldas, el Castillo de Gibralfaro, quizá lleno de turistas enrojecidos, se imponía a la ciudad. No había nubes; tan solo mar, montañas al fondo y una manta de fuego de la que uno se empezaba a acostumbrar. Me apeé de mi coche con la sensación de llevar pegado junto a mí el maldito asiento del conductor. Martínez me hizo un gesto con la mano. Asentí y retorcí los brazos para intentar quitarme la chaqueta. Se acercó hasta mi posición, sudoroso y con una libreta en la mano.

-Ya son horas de llegar.
-¿Es un reproche, Martínez? Recuerda que os ayudo en este caso porque el coche está matriculado a nombre de un cliente mío. Y porque él me lo ha pedido. Así que encima no me metas prisas.
-Te podrías haber dado brillo. Me he perdido el desayuno por tu culpa.
-Tenías algas para desayunar -señalé las hojas y tallos que cubrían parte del techo del vehículo.
-Ya veo que te has levantado con sentido del humor.
-Si te resulta esto muy violento hablamos del calor, nos tocamos las camisetas y nos vamos a un bar a que me cuentes tu penosa vida de policía y yo la mía como detective privado.

Señalé el coche rescatado y me encendí un cigarro. La brasa del pitillo partía en dos la nariz de Martínez. Me observaba con los ojos abiertos. En su rostro se podían apreciar un par de pequeños cortes. Martínez no sabía afeitarse. Algún día su mujer, su madre o su puta de club de carretera tendría que regalarle una maquinilla de afeitar.

-Vayamos al grano, Martínez. ¿Qué ha sucedido? -dije.
-Anoche este coche fue arrojado a los muelles del puerto. Testigos que paseaban por la alameda nos informaron que primero escucharon un disparo de bala y luego vieron precipitarse el coche al agua. Nada más.

Martínez se paró, y con su brazo derecho se frotó la frente. Al hacer el movimiento, quedó visible su placa de policía. Parecía estar tomando aire.

-¿Ya está? Los testigos oyen un disparo y luego observan un coche arrojándose al agua. ¿No hay algo que falta? No sé, alguien que empujara el coche hasta el borde, o un tío saliendo del automóvil antes de que este cayese al agua.
-Supongo que te refieres al asesino.
-Muy agudo, Martínez. Nadie sería capaz de dudar que eres inspector.
-Déjate de coñas, Rebollo. El asunto es que tenemos un coche arrojado al agua y un disparo. Los testigos no vieron a ninguna persona empujar el coche, ni salir del mismo.
-¿Y los cadáveres?
-¿Qué cadáveres?
-Los de la Guerra Civil, no te jode. Los muertos del coche, Martínez. Espabila, que hace calor y estoy empapado.
-No hay cadáveres. No hay asesino -dijo muy bajo-. Tan solo un coche arrojado al agua. El coche de uno de tus clientes, para ser más exactos.
-Esta mañana hablé por teléfono con mi cliente. Asegura estar en Santander estos días por motivos de trabajo.


Martínez apuntó la información en una libreta. Su letra me recordó a la mía cuando aprendía a escribir en la guardería.

-Rebollo, ¿puede tu cliente confirmar esta coartada?
-Sí. Telefoneé a su jefe, y está dispuesto a confirmar su historia. Él está limpio.
-¿Y su mujer?
-Mi cliente no está casado ni tiene amante, Rebollo. Sin embargo, tiene un hijo, de unos veinte años de edad, del que mi cliente no sabe nada.
-Deberíamos localizarlo.
-Ya lo ha intentado su padre. Dice que está su teléfono móvil apagado o fuera de cobertura.
-¿Y dónde crees que podría estar el chaval? -preguntó.
-Estará en algún after a estas horas, poniéndose hasta el culo de speed y cocaína.
-¿Su hijo es un drogadicto?
-No. Le sobra el dinero para malgastarlo -repliqué.

Martínez anotó mis palabras. Unía frases con flechas. De vez en cuando dibujaba un círculo, o subrayaba con pulso firme una palabra. Parecía un doctor recetando un jarabe para la tos. Dio unos cuantos toques a su libreta con el bolígrafo y me encañonó de nuevo con sus ojos de sapo.

-Cojonudo, Rebollo. Anoche, el coche de tu cliente se precipita al mar, unas personas escuchan un solo disparo de bala, tu cliente está en Santander y su hijo está desparecido. Cojonudo. ¿Pero sabes lo que es más cojonudo? Estos de blanco -señaló con el bolígrafo a los de la científica- han encontrado restos de pelos y de sangre adherida en uno de los asientos del coche. No son muchos, pero será suficiente para sacar el ADN de ellos.
-Entonces ha habido un asesinato, o al menos un intento de asesinato. ¿Y los buzos han encontrado algo?
-Tan solo basura y un par de cadáveres de gaviotas.
-¿Y la bala?
-No hemos encontrado ni el proyectil ni el casquillo por la zona.
-Los restos de sangre y pelos, ¿en qué asiento lo hallaron?
-En el del contuctor -contestó con disciplina Martínez-. Y si vas a preguntarme acerca de algún orificio de bala te diré que no hemos hallado ninguno. Las ventanillas de las puertas estaban bajadas; las cuatro.

Sentía la nuca arder como maderos secos en una hoguera. Hasta podía sentir el chasquido de mis músculos, retorciéndose por el sol. Martínez volvió a pasar la mano por la frente, de la que caían en cascada ríos de sudor. Era complicado todo aquello. Intente recrear la escena, pero sin muertos iba a ser complicado. Quizá un ajuste de cuentas, o un secuestro. Lo que estaba claro es que el hijo de mi cliente debía estar involucrado, bien como asesino, bien como víctima, bien como rehén.

-Martínez, ¿qué hipótesis tenéis?
-Es ambiguo, pero por el disparo y el hecho de haber lanzado el coche al mar, nos decantamos por un asesinato. Necesitaré que tu cliente se persone en la comisaría para hacerle la prueba del ADN y contrarrestar el resultado con el ADN hallado en el coche.
-Y esperarás que sea yo el que se lo comunique, ¿no? ¿Por qué cojones no lo habéis llamado a él?
-Porque ya lo hizo contigo. Además, necesitamos que venga a la comisaría para tomarle declaración.
-En este país hacemos todo como nos sale de los huevos.
-Rebollo, solo estamos autorizados para llamar cuando presentamos un informe en Comisaría de los hechos. Y es lo que estamos haciendo ahora mismo.

Un buque bufó a lo lejos.

-En fin. Es vuestro caso, es vuestro trabajo. El mío ya está hecho: llegar aquí, hablar contigo de mi cliente, confirmar que ese coche es el suyo y prometerte que intentaré ponerme en contacto con el hijo.
-Rebollo, nos vendría bien que nos echases una mano. Es tu cliente, y será más sencillo que consigas información a que lo hagamos nosotros. Estamos demasiado limitados.
-Yo también estoy limitado. ¿Qué ganaría yo con todo esto?
-El comisario estaría dispuesto a olvidar ciertas rencillas del pasado si colaboras con nosotros en este caso. Y seguro que alguna comisión te llevarías.

Ya está. Me tenían agarrado por los huevos. El pasado es como una mancha de vino. Cuesta arrancarla de la ropa, y por más que la laves nunca desaparece. Ser detective privado y llevarse bien con la policía es igual de complicado que casarte con una joven puritana y ganarse los afectos de su madre, igualmente puritana. El coche comenzaba a secarse, y sobre su chapa roja se estaban formando pequeños círculos grisáceos a causa del salitre

-Martínez, esto es un chantaje en toda regla.
-Míralo como quieras. Pero sería bueno que aceptaras a ayudarnos.
-No me queda más remedio.
-¿Es un sí?
-Es un “iros a la mierda, tú y el cabrón de tu comisario” -resoplé para apartarme el agua salada de los labios-. Dile a tu jefe que intentaré localizar al hijo. Pero la llamada a mi cliente la tenéis que hacer vosotros. No me seáis chapuzas, coño.
-De acuerdo: tú el hijo, nosotros el padre. Nos mantendremos en contacto.

Nos callamos. Martínez guardó su libreta en el bolsillo interior de la americana. Yo despegué los brazos del cuerpo. Me sentía empapado. El sol estaba golpeando duro. Algún turista nos estaría fotografiando desde el Castillo de Gibralfaro, como si fuésemos unos actores en una función lamentable. Me di la vuelta, y en los alrededores del Castillo no había nadie: demasiado calor para sus británicos sesos. Un coche, un disparo de bala y un hijo desaparecido; una panda de policías incompetentes, y yo, chorreando como un helado de crema en el desierto, junto a un caso complicado de resolver. Me dirigí al coche con la idea de llamar a mi cliente; el primer paso habría de ser conocer un poco el entorno de su hijo, para así poder localizarlo. Aunque tenía la intuición de que no lo hallaría, al menos con vida.

03 abril 2010

Parpadeos - 17 (Discusión)




Seguimos sin hablarnos. Juan y yo discutimos esta mañana. Desde entonces no se ha movido del sofá. Yo me fui a trabajar; él se quedó sentado, reclinado hacia atrás, vestido con traje y corbata roja. Cuando regresé, seguía en la misma posición: un espárrago con la mirada perdida. Resoplé y le propuse cenar algo juntos. Juan no contestó. Puse a hervir tallarines. Saqué una cebolla. Abrí el cajón de los cubiertos para sacar el cuchillo de picar. No estaba. Cerré el cajón, convencida dónde se hallaría. En el pecho de Juan, una lámina de acero partía en dos mitades la corbata roja.