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31 diciembre 2009

Vidas en Sueño - 57 (Todo un parto)



Era una calurosa mañana de junio en Marbella. La humedad se adhería a la piel como un parásito, dejándola pegajosa. El sol era despiadado: golpeaba directo asfalto, cráneos y cristales, dejando un rastro de vapor que difuminaba el horizonte en ambos sentidos de la carretera nacional, que dividía la playa de la hilera de edificios. Enfrente, el mar brillaba y dejaba una misma melodía en forma de bucle; sonaba a eco de catedral y dejaba en el ambiente un olor intenso a madera abrasada, a salitre y a pescado frito. Lorena se retiró del marco del ventanal y posó las manos en su vientre hinchado. Sentía una presión, con un ligero dolor, que poco a poco se iba incrementando. Ya llegaba. Se emocionó, pero decidió mantener la calma hasta donde la cordura le dejase; había visto a otras madres en su misma situación actuar poseídas por una histeria extrema, contagiando a parientes y ajenos con el mismo virus. Ese miedo a perder ella también el control de la situación la había prevenido. Inspiró y se llenó de aire caliente sus pulmones. Con paso tranquilo fue hasta el dormitorio, sacó del armario una bolsa de viaje de cuero, y metió en ella un par de bragas limpias, un camisón doblado, cepillo de dientes, hilo dental y pasta dentífrica, colonia, jabón, una toalla que olía aún a suavizante, unas tijeritas plateadas para las uñas de las manos, su par de pantuflas y el reloj de la mesilla de noche. Cerró la bolsa, y con el mismo ritmo pausado llegó hasta el salón, tomó asiento en el sofá, abrazó el petate y sonrió como si acabase de hacer una travesura a su marido y a su hermana Carolina, que en ese momento estaban hojeando una revista de muebles y accesorios para habitaciones de recién nacido. Dejaron la revista de lado, y observaron con el cuello rígido a Lorena, sin hablar, con el sudor bajando en afluente por frentes y brazos. Una bocanada de aire cálido asaltó la habitación.

—Chicos —tamborileó el vientre con los dedos—, ya viene.
—¿Ya viene? ¿Ya viene quién? —Julio apuntó con el bolígrafo la panza, tieso como el tronco de una palmera— ¿Ya vas a…a…parir?
—Sí.
—¡Joder, joder, joder! —Carolina se levantó del sillón de un brinco y empezó a dar vueltas sobre sí misma, a cerrar la manos en puño y abrirlas hasta tener las palmas amarillentas— Nos tenemos que ir, ¡rápido! ¡No hay tiempo que perder!
—¡Hostias, yo me tengo que afeitar!
—Tranquilizaos, que sólo es un parto. No hace falta perder los papeles ni afeitarse.

Lorena sonreía con la boca abierta. Le dolía todo el cuerpo, pero desde sus entrañas ella sentía una explosión de euforia y de dulce embriaguez que le hacia olvidarse de lo demás. Julio y Carolina revoloteaban de un lado para el otro, cacareaban, se chocaban mutuamente con las alas en tensión, resbalándose, golpeándose con marcos de puertas y esquinas de paredes; se escuchaban sus cabalgadas por el pasillo, el zumbido grave de algo o alguien golpeando la pared, abrir y cerrar de puertas, armarios y arcones, blasfemias, el respirar frenético. Lorena giró el cuello y escrutó el horizonte a través de la ventana: el mar de cobalto estaba en calma.

—¡Vamos, vamos! ¡No hay tiempo que perder! —aulló Carolina— Julio, ¡rápido! ¡Ve poniendo en marcha la furgoneta! ¡Lorena, vamos mi amor! Te ayudo a levantarte. Tú tranquila, ¿vale?
—Lo estoy hermana, pero si seguís a este nivel me vais a poner a mí también de los nervios.
—¡No, no te pongas de los nervios! Tú acuérdate de lo que te dijo el ginecólogo: Inspira, expira, inspira, expira, inspira, expira,… —volteó el cuello, dejando a la vista la carótida, demasiado inflada— ¡Julio, espabila, que tu mujer tiene que ir al hospital a dar a luz a tu hijo!

Ruido de pasos apresurados desde el pasillo y un portazo que hizo estremecer los cristales del ventanal.

—Este hombre, Dios Bendito, menos mal que estoy aquí, que si no tendrías al bebé en las escaleras del bloque, o vete a saber en qué sitio peor —suspiró Carolina.

Cuando Carolina y Lorena salieron del portal del edificio frente a ellos una furgoneta roja y humeante rugía como un toro en celo. El motor barruntaba. Algunos vecinos estaban asomados a sus ventanas alimentando la curiosidad, y algún que otro viandante se paraba a observar la escena; pronto hicieron corro alrededor. ¿Qué estarán mirando toda esa gentuza? Carolina se enjugó el sudor que resbalaba por las patillas de sus gafas. Subieron al coche las dos mujeres, y al cierre de las puertas un tremendo rechinar de ruedas, una humareda blanca, y el olor de la goma pegada quedó en el lugar. Una vecina agitó su mano derecha como si fuese una bandera vieja.

***

—Con precaución, Julio, que lo importante es llegar —dijo Lorena.
—¡Sí, Julio, que nos vas a matar!
—¡Hago lo que puedo joder! ¡No me pongáis de los nervios!
—¡Cuidado! —Carolina sacudió el asiento de su cuñado.

Julio estuvo apunto de empotrarse contra el coche que le precedía. Carolina sacó la cabeza por la ventanilla e insultó al conductor con el puño en alto meneándolo, al tiempo que lo adelantaban. Lorena nunca había escuchado tanta injuria seguida en tan poco tiempo. Contempló a su hermana, puro temperamento, con sus ojos marrones apunto de salirse de sus órbitas, aplastándose los labios, mordiéndolos y humedeciéndoles una y otra vez. Todos chorreaban el mismo líquido viscoso y salado. Bajaron las ventanillas y el aire ensordeció lamentos, insultos, radios, pensamientos y el motor del infierno de aquella destartalada furgoneta.

—¿Cuánto queda Julio? ¡Acelera coño! —arengó Carolina a su cuñado, zarandeando el reposa cabezas de su asiento— Tranquila cariño, inspira, expira, inspira, expira, inspira, expira; tú inspira y expira.
—¡Hago lo que puedo Carolina! ¡No me pongas más nervioso!

Lorena había cerrado los ojos, los oídos y la boca. Quería abandonar aquel escenario y concentrarse en su pequeño bulto, que daba golpes bruscos con sus piernecitas; todo apuntaba a que había heredado parte del genio de su tía. Durante su embarazo, la pequeña criatura desarrolló un amplio repertorio de patadas, puñetazos y cabezazos, llegando a hacer movimientos combinados de karateka experimentado. Tenía energía, y sólo la música clásica que sonaba por la radio cuando ella andaba por la cocina parecía calmarle.

El hospital más cercano estaba en Málaga, a unos cuarenta kilómetros de donde estaban ellos. Entre ambos puntos, una carretera de un carril por sentido, serpenteada y pegada al litoral. Cada curva que tomaba el vehículo derrapaba y hacía bambolearse a sus pasajeros. La furgoneta se inclinaba con bastante ángulo en las curvas; el guardabarros afeitaba la gravilla.

—¡Que nos vamos a matar Julio! ¿Te crees que estamos en un rally o qué?
—¡Ya sé que no estamos en un rally, joder, pero lo hago lo mejor que puedo!

En el asiento de atrás, Carolina se dedicaba a insultar con los colmillos visibles a aquellos conductores sobrepasados que no habían facilitado las maniobras suicidas de su cuñado, a agitar un gran pañuelo verde (no encontraron uno blanco) con su brazo izquierdo fuera de la ventanilla, y a atenazar de forma codiciosa la mano de su hermana, que hacía ejercicios de respiración con los ojos cerrados y la cabeza echada ligeramente para atrás. Julio cambiaba de marcha, aceleraba, tocaba el claxon, daba ráfagas de luz a los que tenía delante, aceleraba, daba un frenazo, embragaba, tocaba el claxon, maldecía, aceleraba, daba ráfagas de luz, aceleraba, embragaba, metía marcha, tocaba el claxon, aceleraba.

Al poco de pasar un cartel donde se anunciaba que Málaga distaba aún veinte kilómetros, y en una zona de curvas peligrosas, donde Carolina tuvo que soltar el pañuelo y meter su brazo dentro del vehículo porque si no una señal de tráfico se lo hubiera arrancado de cuajo, un golpe violento y un ruido seco alertaron a todos. Lorena abrió los ojos como si hubiese salido de una sesión de hipnosis. Julio daba puñetazos al volante ¡Mierda! ¡Mierda! Deceleró y ocupó el arcén. Detuvo el coche y se bajó a inspeccionar la zona trasera. El motor gargajeó unos instantes. Carolina asomó el pescuezo a través de la ventanilla con el rostro enrojecido.

—¿Se puede pasar que ocurre ahora? ¡Tenemos que llegar Julio! ¡No hay tiempo para que te embeleses con la rueda!
—Carolina, hemos pinchado —gimió.
—¿Pinchado? ¿Cómo qué pinchado? ¡No podemos pinchar! ¿Qué quieres, que tu mujer dé a luz en mitad de este… de este desierto lleno de gaviotas y coches?
—¡No soy un mago coño! —negó con la cabeza— Tardaré un poco en sustituir la rueda.
—¿Cómo qué un poco? ¿Crees que nos sobra el tiempo? Tu mujer aquí con contracciones y tú relajado cambiando una maldita rueda. ¡Ya tendría que estar cambiada, joder! Estos hombres, de verdad, no valéis ni para llevar a vuestras esposas a parir a un sitio decente.
—¿Y si paramos un taxi y nos adelantamos nosotras? —sugirió Lorena.
—¡Qué buena idea nena! —apretó su mano— Menos mal que tú piensas algo, no como tu marido, que por chapuzas y fitipaldi nos tiene aquí tiradas en mitad del mar. Apeémonos de este ataúd.
—Esperaos un momento, ¡joder!, que termino en un periquete
—¡No esperamos! El niño no puede esperar a que su padre cambie una rueda de un coche.

Julio resopló y empezó a murmurar mientras daba vueltas a las tuercas de la rueda con la llave inglesa. Las mujeres se bajaron de la furgoneta, y Carolina empezó a agitar ambas manos como una epiléptica. Lorena tenía que sujetar a su hermana, que en más de un momento estuvo apunto de lanzarse contra un par de taxis que no pararon. ¡Idiotas! ¡Más que idiotas! ¿No veis que esta mujer va a dar a luz ya?

Al final paró un taxi. Era un coche blanco con una franja morada en cada una de las puertas. El conductor llevaba un bigote que le tapaba la boca y tenía el cuello encogido. Carolina agarró la mano de su hermana y tiró de ella. Se dirigió al taxi a zancadas, casi arrastrando a Lorena ¡Nos vamos! ¡Ahí te quedas con tu trasto! ¡No tardes que te vas a perder el nacimiento de tu hijo! Entraron en el vehículo y éste reemprendió la marcha. Al mismo tiempo que el polvo levantado por los neumáticos del taxi ascendía Julio terminó de apretar la última tuerca de la llanta de la rueda de repuesto. No se había fijado en la matrícula del taxi, pero recordaba el color y el modelo del coche. Subió a la furgoneta y aceleró a fondo embragando la primera velocidad. Sonido de frenazos y toque de claxon confundidos con otra nube más de polvo. Sobre el arcén, una rueda pinchada y una llave inglesa de medio kilo de peso bajo el vuelo de gaviotas.

El taxista fue puesto al día de todo lo sucedido, aunque él no solicitó la información. Carolina hablaba de modo atropellado, escupía pequeños cogollos de saliva que se estrellaban en el respaldo del asiento; acompañaba el relato con gestos, como si tratase con un subnormal o un sordomudo. En todo momento se dejó claro que aquel viaje era a vida o muerte. El taxista se dedicó a asentir y a agarrar el volante con las dos manos. Llevaba un buen ritmo, sin llegar a correr lo mismo que Julio con su trasto; tomaba las curvas con prudencia, señalizaba en todo momento los adelantamientos y respetaba los límites de velocidad que marcaban las señales. Sin embargo no dejaba de tocar el claxon y dar ráfagas de luz. Carolina no dejaba de incitarle. ¡Vamos! ¡Más rápido hombre, que esta mujer va a dar a luz! ¡Avise usted a esos mamarrachos de delante! Dé usted las largas, o toque la bocina, ¡pero haga algo, coño! El taxista movía la cabeza de arriba a abajo como un pelele. Lorena regresó a su ejercicio de respiración y cerró los ojos. Se llevó las manos a su barriga y la acarició. El dolor se hizo más intenso, notaba la presión martillear sus tripas con más intensidad.

Tras ellos, Julio aplastaba la cucaracha del pedal del acelerador. Pasaban los kilómetros y no daba con el maldito taxi ¿Dónde se habrán metido éstas dos? Succionaba el humo del cigarrillo hasta hundir los carrillos. La furgoneta se inclinaba, formando ángulos imposibles, en cada una de las curvas. Escuchó un sonido agudo parecido al de las sirenas de una ambulancia. Echó un vistazo hacia atrás a través del retrovisor. ¡Cojonudo, ahora encima la Guardia Civil! Un coche patrulla parpadeante estaba a escasos metros de la furgoneta de Julio; podía ver con claridad el gesto serio de las dos figuras que iban en el auto. Intentó apretar más el acelerador, pero éste ya había llegado a su tope. Perseguido y perseguidor adelantaban cambiando de carril con latigazos de volante. Julio no dejaba de acelerar, de embragar, de tocar el claxon, de maldecir; de fondo el mismo sonido de sirena y dos pares de ojos pegados en su retrovisor. El copiloto hablaba constantemente a través de una especie de micrófono. ¡Le iban a detener! ¡Cojonudo! Un padre encarcelado es lo que tendría su hijo como referencia en la vida. ¿Y dónde pelotas estará el taxi ése? Y todo por no hacerles caso.

Carolina gritaba consignas en pro del caos al conductor cuando por su lado de la ventanillo observó una mancha roja y humeante adelantarles, seguida de otra verdiblanca con las sirenas destellando sobre el techo. Los siguió con la mirada, con la boca abierta y el brazo en vilo, sin decir tan siquiera una palabra. Cuando se pusieron delante empezó a chillar.

—¡Julio! ¡Mira, tu marido! —agitó a Lorena y a su cóctel reflexivo— ¿A dónde va ese hombre, por Dios Bendito? ¡Acelere hombre, acelere, que ahí va el marido de esta señora! ¡Toque el claxon! ¡Déle las largas! ¡Haga algo coño!

Durante diez kilómetros interminables, un convoy formado por una furgoneta destartalada, un coche patrulla de la Guardia Civil y un taxi blanco, con una señora histérica braceando a través de la ventanilla, iban a gran velocidad, derrapando entre las curvas de la costa malagueña, adelantando sin cordura, envueltos en un mismo frenesí de luces y berridos, en una mañana calurosa y pegajosa, con gaviotas planeadoras que no paraban de arrojar su mierda a las rocas.

¿Aquél es el taxi? Se frotó los ojos anegados en sudor y abrió los párpados hasta dolerles. ¡Sí, es el taxi! Julio vio un coche blanco y en su techo la palabra “taxi” luminosa; era el mismo modelo de coche que memorizó. Empezó a dar las largas con más frecuencia, a tocar el claxon; pegó el morro de la furgoneta al maletero del coche predecesor. Éste aumentó el ritmo. ¡Maldita sea! ¿Dónde narices va el tipo éste? Julio aprovechó una curva para sobrepasarlo; blocó el freno, lo suficiente para tomar una trayectoria más abierta, se emparejó con el taxi y volvió a estrujar el acelerador. Una vez pasado, tiró con todas sus fuerzas del freno de mano. La furgoneta se deslizó varios metros por la carretera, del mismo modo que un pedazo de mantequilla sobre la superficie de una sartén caliente. El taxi frenó, el coche patrulla frenó, el otro taxi, donde Carolina estaba apunto del infarto, frenó. Tras ellos, una consecución de frenadas y algún sonido de cristales rotos.

Carolina se bajó del taxi y vomitó, los agentes bajaron de su coche, el taxi predecesor bajó de su coche. Cuando Julio hizo lo propio, vio cuatro rostros serios y, unos con los puños cerrados, otros enarbolando porras negras, dirigiéndose hacia él. El taxista bigotudo no bajó del coche, ayudaba a Lorena a respirar mientras le sostenía una mano. Lorena seguía concentrada, con sus párpados tensos y respirando, cada vez a mayor ritmo. El dolor se intensificaba. Notaba al pequeño perforar sus intestinos, como si estuviese haciendo su primera gamberrada.

—¡Alto, no se mueva!
—¡Hijo de puta, casi me estrello por tu culpa!
—¡Pero Julio por Dios! ¿Qué coño haces? ¿Nos quieres matar a todos?
—Apártense ustedes dos, y dejen a la autoridad que se encargue de esto, por favor.
—¿Qué autoridad y qué leche santa, agente? ¡Que su mujer va a dar a luz y ustedes aquí tan panchos! ¡Hombres, todos iguales!
—¿Qué dice usted señora?
—¡Pues digo que no podemos perder tiempo aquí con pamplinas! ¡El es el marido de mi hermana, que está en ese taxi de mala muerte apunto de dar a luz! ¡Tengan compasión, por Dios Bendito!

Pasaron unos segundos sin que nadie hablase. Los agentes se miraron y se ajustaron las gorras.

—Está bien, está bien señora. Pero a este señor le tenemos que multar. No puede conducir así como lo ha hecho. Podría haber provocado una tragedia.
—¡Pues múltenle en el hospital! ¡Pero lo primero es lo primero! Cuando lleguemos hagan ustedes lo que tengan que hacer; por mí como si lo meten en la cárcel.
—¿Y yo qué? ¿Quién me compensa a mí? —dijo el taxista afectado por la maniobra de Julio.
—¡Tome, joder, cinco mil pesetas y va que chuta! ¡Siempre pensando en las malditas compensaciones!

El taxista tomó el billete y se dirigió a su coche sin rechistar.

— Señora, dígale al conductor que les lleva que nos siga, por favor. Y en cuanto a usted —se dirigió a Julio—, luego hablaremos. También síganos.

Julio había enmudecido, estaba paralizado. Notaba la adrenalina escalar por su garganta, abrirse paso por sus oídos. Los agentes pusieron su coche en marcha y encendieron las luces. Carolina agitó a su cuñado y cuando éste recobró el sentido se dirigió al taxi. ¡Siga a los guardias civiles! ¡Rápido caballero!

—Carolina, cuando nazca el pequeño, habrá que contarle esta historia.
—¡Jesús, hermana, qué tonterías dices! ¿Quieres causarle un trauma a tu hijo, o que odie a su padre de por vida? —besó la mano de Lorena— Aguanta, que ya queda poquito, muy poquito. Tú inspira y expira, inspira y expira. Y usted —ladeó la cabeza hacia la posición del conductor—, concéntrese y siga a los guardias, que ya sólo nos faltaría perdernos.

Crepitar de bujías, de aleteo de gaviota y de goma rasgándose sobre la calzada.

***

Al cabo de veinte minutos los tres vehículos llegaron a la entrada de urgencias del Hospital Materno de Málaga. El sol percutía sin piedad las cabezas, zumbaba la abeja del desconcierto. Un par de enfermeros fumaban refugiándose en una porción de sombra; observaron las piernas hinchadas de Lorena salir del taxi y su brazo derecho protegiendo el vientre redondo. Uno de ellos apagó su cigarro y entró al edificio. Al cabo de un minuto o dos aparecía empujando una silla de ruedas. No hubo gritos, ni insultos, ni toques de bocinas; tan sólo el dialecto ignoto de la ciudad. Sentaron a Lorena en la silla y entraron en el edificio trotando. Mientras tanto, Carolina pagó al taxista el triple de dinero de lo que tenía que haber cobrado -por las molestias-, y los agentes amonestaron verbalmente a Julio, imponiéndole además una multa de veinte mil pesetas por conducción temeraria. Les dieron la enhorabuena por adelantado: el taxista dio un beso a Carolina, los guardias civiles mascullaron unas palabras cargadas de trivialidades, y se mantuvieron petrificados, con sus gorras apretando las sienes. Parecían un grupo de trovadores nostálgicos. Una ambulancia llegó hasta su posición y cada cuál tomó su rumbo.

Julio y Carolina aguardaron en la sala de espera durante muchas horas. Sus paredes eran de azulejos verdes, y el suelo de mármol. En el ambiente atmósfera de lejía y pasos perdidos. Un par de hileras de sillas de plástico, una máquina de café, varias papeleras, dos plantas con el tallo torcido y las hojas arrugadas, y un radiador ennegrecido acompañaron a la pareja. No había nadie más, ni tan siquiera un enfermero o un médico apresurado. Estaban muy quietos, y muy juntos. Hablaban a susurros, con frases breves y rotundas, quizá queriendo conservar la profundidad del momento. Hablaron del tiempo, del pasado y del futuro; del viaje no se comentó nada, no hacía falta. Entre los dos se fumaron unas tres cajetillas de tabaco; encendían un cigarrillo, daban unas caladas rápidas y lo estrellaban contra el cenicero. No había ventanas, tan sólo un ventilador en una de las esquinas de la sala ¿Es normal que tarden tanto en sacar al nene? Sobre la papelera sobresalían un puñado de vasos de plástico vacíos y un par de latas de coca-cola. En el cenicero un bosque de colillas torcidas. El ventilador apenas conseguía contener su sudor.

A las tres de la tarde el doctor abrió las puertas giratorias de la sala; tras él se intuía un enjambre de piernas aceleradas y tintineo de botellas de cristal. El oxígeno se desperezó. Llevaba puesto un gorro de tela y batas verdes, y la mascarilla blanca ajustada en la boca. Andaba con pasos cortos y muy seguidos. Retiró la mascarilla y en su rostro se dibujó una sonrisa

—¡Enhorabuena a ambos! El parto ha sido un éxito, y tanto la madre como el bebé se encuentran en perfecto estado.

Julio y Carolina saltaron de sus sillas, se abrazaron y brincaron, dando vueltas sobre sí mismos. Se dieron muchos besos, achucharon al médico; también le besaron. En otro lugar los hubieran tachado de borrachos, o de bohemios quizá.

—¡Gracias al cielo! ¡Gracias doctor! Gracias, gracias, gracias —replicó Carolina con las manos unidas por las palmas y sus ojos circundados por decenas de pequeñas raíces rojas y azulonas— Sabía que todo saldría fenomenal.
—Sí,… esto… gracias doctor —tartamudeó Julio, con el labio inferior temblando como si fuese de gelatina.

Cuando el médico consiguió zafarse de la euforia colectiva, Julio y Carolina se abrazaron de nuevo, esta vez fundidos en lágrimas de emoción. Estaba siendo un día realmente caluroso.

21 diciembre 2009

Gafanhotos - 6 (Alterne con Catulo)





Tengo una oferta que hacerte:
¡de putas nos perderemos!
Olvídate de esas ninfas,
no valen ni de mechero.
¿Quieres un coño a la carta?
Agarra tu billetero,
y busquemos a unas mozas
en algún buen club selecto.
Al plan Cassano se apunta.
¡En su Ferrari gestemos!
Fornicarás, ¡oh Catulo!,
y se escucharán berreos,
muelles de cama partirse,
insultos, chocar los huevos.
Se terminó tu calvario.
¡Que vivan los agujeros!
¿Quién quiere amores, Catulo,
si por cincuenta ves cielo?
Las putas dan un cariño
que en Roma otras no aprendieron
de la magnífica Venus,
azote de los puteros.
Alza tu copa, follador,
¡abriremos berberechos!
Cassano pide mulatas
de culo suave y blasfemo.
No lee un maldito libro
este zorro puñetero,
pero se monta la vida
como si fuese un banquero.
Prepárate libertino,
invito al primer liguero.
¡Demuéstrale tu valía
al gilipollas de Homero!
Habrá rubias y morenas,
dulces y tiernos buñuelos,
esperando bien abiertas
a que asomes el muñeco.
Si ves a Lequio en el lugar
¡Supervisa tu trasero!
Que por muy conde que sea
goza con culos abiertos.
Tus zorras lamentarán
la ausencia de su faldero.
¡Vámonos! Cassano aguarda
ansioso por ir al huerto.

17 diciembre 2009

Buscando, buscando... (primera parte)




Como hoy tengo un día relativamente "tranquilo" en el trabajo, me he puesto a echarle un vistazo al Google Analytics; no voy a explicar qué es, ni poner enlaces, ni nada. Creo que todos tenemos ya sabiduría suficiente como para teclearlo en el buscador de Google y enterarnos un poco. Sólo diré que es una aplicación de Google que te analiza bastante bien, con gráficas y estadísticas, las visitas que has recibido en un rango de fechas que tú determinas.

Hay en el Analytics un par de secciones que me gustan. Una, la ubicación geográfica de las visitas. Te saca un mapa del mundo, y te colorea por intensidad aquellos países donde recibes más visitas. España, y más concretamente Madrid y Málaga, se lleva el récord de visitas. También Murcia, Alicante, Leganés, Barcelona, Vigo, La Laguna y Córdoba son otros puntos de visita habituales. Y en otros países, Argentina y México van a la zaga. Lo que me sorprende es tener a un tipo de Mongolia más o menos habitual; me da ideas para escribir un relato. Mongolia, ahí entre fríos y caballos, un tipo con un portátil oxidado lee mis tonterías. Ahí está la magia de la vida, ver quién destaca sobre lo normal. También hay un par de jefes en Madagascar adictos, y otro perdido en la tundra siberiana. Tendremos que empezar a dedicar relatos a esos merodeadores exóticos.

La otra sección que me gusta del Analytics, y es en la que me quiero centrar, es en las palabras que se teclean en el buscador para llegar a este blog. Las principales son esperadas. De hecho, y me complace decirlo, si tecleáis en el buscador "Madriguera zorro" sale este blog en segundo lugar, por detras de una web que tiene alojadas fotos de zorro (que por cierto, son cojonudas). En abril del 2006, cuando todo esto empezó, creo recordar que estaba el blog en la página cincuenta y pico del buscador. Claro, también pensándolo, este blog será consultado sobre todo por activistas de Greenpeace, tipos en contra de la caza del zorro, cazadores leoneses, zoólogos, biólogos, zoofílicos, adictos al crack que se tienen que esconder donde sea para chutarse y sobre todo gente que se aburre y se pone a buscar la primera tontería que se le ocurre. A este blog llegan perturvados, neuróticos y gente extraña.

Generalmente, lo más buscado es: "La Madriguera del Zorro", "madriguera de zorro", "blog zorro pablo", y "dardos zorro benidorm". En cierto modo es normal. Lo que se escapa de lo normal, y que sinceramente me divierte mucho son estas búsquedas que os listo a continuación. Son mis favoritas (pongo las palabras tal cuál fueron buscadas, con faltas de ortografía):

- "Dios le dijo a noe tapate que va a llover": lo grande de esta fras ees que en casi cuatro años se ha buscado más de setenta veces. Esto me lleva a pensar que hay una secta detrás de mis pasos.

- "Zorras benidorm": ¿A quién no le apatece conocer la fauna del sitio que va a visitar? Lo mejor es que la búsqueda proviene de varios países del planeta. Así que imaginaos el concepto que tienen de nosotros, sobre todo de Benidorm.

- "Zoofola": ya sabemos éste que iba buscando más o menos...

- "Zorro en madriguera": me juego el pescuezo a que éste buscaba una foto para ponerla en su perfil del facebook y dárselas de bohemio.

- "Hombre con manzana": algún físico queriendo saber más de gravedad, o quizá un adicto a Guillermo Tell.

- "Miguel David Peragon junio": creo que a Miguel le ha salido un romance en junio y alguien quería recordarlo en el buscador.

- "Follando en la cueva": muy grande esta búsqueda. Tenemos a un tipo que le gusta fornicar en cuevas, en homenaje a nuestros antepasados neandertales. Lo mejor del asunto es que en ninguno de mis textos hablo de sexo en una cueva, pero ya tengo idea para otro relato.

- "Murciélago rabudo": otro tipo con tendencias zoofílicas.

- "Zorro vampiro ron vida cartílago": no le veo ningún sentido, sobre todo por lo de cartílago. Creo que éste después de buscarlo acabó sus días con sus sesos aplastados bajo un puente.

- "Esqueleto zorro": un estudiante de veterinaria aplicado. Lástima que este blog no tenga el toque academicista que espera encontrar.

- "Como kagan los murcielagos": otro estudiante puteado por su profesor de biología, pero éste lo rebajamos al instituto con esa "k" maravillosa. quiero pensar que es eso y no que se trata de un coprófago analfabeto...

- "Ana Cordon": a Ana le han salido más de 100 admiradores, hasta en Finlandia.

- "Orugallo": otro analfabeto.

- "Abuelos zorros": alguien que vive en el mundo de las piruletas.

- "Manzana por el culo": me llegó al corazón. Una persona apunto de cometer un crimen que se desahoga con el buscador google.

- "Tomás Turbado": no podía faltar esta búsqueda. Pervertidillos...

- "El principe de las tavernas": otro analfabeto en busca de un bar de homosexuales.

- "Fabula fabulosa": vale, no soy el único subnormal que hizo el mismo anagrama. Es un consuelo.

- "Necesito una fabula corta": No, lo que necesitas es un tiro en la sién. Esto no es un buen blog de ejemplo de nada.

- "pajilleros.con": ¡Di que sí! Por fin alguien que reconoce masturbarse con Internet; prefiero pensar eso y no que lo hace pensando en mí.

- "que pasaria si no recliclaramos": gente con dudas existenciales, eso está bien. Seguramente esté en estos momentos partiéndose la cara con algún policía danés.

- "Chuck Norris jefe universal": ¡claro que sí coño! Por fin una búsqueda con sentido. Me cae bien el irlandés que buscó esto.

- "El zorro de los teclados": otro escritor con problemas de construcción de metáforas buenas.

- "Preñadas follando": quien reconozca la autoría de esta búsqueda le invito a una cerveza. Es una búsqueda de Alemania; esa gente está muy jodida con el frío.

- "Armas nucleares": parece ser que a este blog acuden terroristas, o lo que es peor, dictadores de ciertos países con ganas de liarla parda. Me ha llegado al corazón esta simpatización.

- "Subnormales todos hijos de puta": otro tipo que se desahoga en el buscador.

- "Como jugar bien a los dardos": sólo decir a esa alma cándida que llegó hasta aquí que no juego bien a los dardos, pero si quiere podemos quedar un día y eemborracharnos; es lo que tiene el alcohol.

- "como respira el zorro": aquí tenemos el perfil de un poeta misántropo, seguramente con una cuchilla bien afilada en su otra mano esperando respuestas a sus voces internas.

- "follada en una cueva": y que luego digan que el ser humano no es original.

- "juegos essoticos": primero aprende a escribir y luego te diré dónde puedes comprarte pollas de goma para desgarrarte el esfínter.

- "musica del zorro": poeta misántropo golpea de nuevo.

- "peliculas de hostias": por fin alguien con personalidad, que se deja de remilgos y busca lo que importa de verdad. Muy jefe el tipo.

- "¿por que tienes que irte?": a esta maruja se le acabó el chollo del butanero.

- "que significa madriguera": para qué buscar el significado en un diccionario. Para qué. El diccionario, ese extraño objeto que decora estanterías empolvadas.

- "Alberto Monforte rey": Alberto, tienes admiradoras (o admiradores) en Chile.

- "elena nito pajilleros": el perturbado de la cueva decide cambiar al fin de fantasía.

- "en la web tu imagen es de todos": seguramente la búsqueda fue efectuada por una quinceañera que ha descubierto que media clase suya se pajea con su foto en bikini del verano pasado. Mala suerte mona.

- "exnovia laura": Pobre chico con su corazón roto en mil pedazos.

- "alvaro remacho": Alvarito, alguien de Honduras te quiere follar.

- "ardillas sangrientas": gran búsqueda. Me jugaría algunos euros a que esto lo buscó un sádico.

- "barbacoas el zorro": qué buenas son las barbacoas del zorro.

- "bud spencer y terence hill se reuinieron hace poco": otro nostálgico -como yo- de sus películas. Quiero conocer a este tipo que lo buscó desde un punto de Soria.

- "chiskeros": mal escrito, y sí, se refiere a "chiscar", a follar. Es la versión urbanita de "pajilleros". Normal que la búsqueda proveniese de Sevilla.

- "comisario rebollo": nuestro comisario se hace famoso.

- "chistes de mapaches": otra búsqueda para el recuerdo. Gente así debería llegar a Presidente del Gobierno de España.

- "como ser un buen vendedor de enciclopedias": regresamos a las preguntas retóricas y de autoayuda. A éste le puedo dibujar: diecinueve años, con su novia de dieciseis embarazada, pastillero los fines de semana, y sus padres son testigos de Jehová.

- "coplas del rey de la galleta": a otro tipo que quiero conocer. Le adoro.

- "cuantos dedos tiene un zorro": deberíamos quemar algunos ordenadores de gente inquieta.

- "de lobas y zorros": o mejor dicho, de putas y puteros. Aquí tenemos la versión metafórica de nuestro pajillero de las cuevas.

- "el comisario zorro": a veces la gente escribe auténticas pamplinas sin sentido en el buscador. ¿Éste qué buscaba? ¿Qué se proponía encontrar? No lo quiero saber.

- "españa tiene misiles nucleares": y también tiene España un par de naves espaciales. Aquí tenemos al típico crédulo que se cree todo lo que cuenta Iker Jiménez.

- "manikomio dos mujeres cagando en una copa de helado": le voy a perdonar la "k" de manicomio sólo por la búsqueda que efectuó. Sin palabras.

- "marujas infieles": a ver si conoces alguna y te la follas, ¿no? Bueno, tendré que plantearme el blog como una página porno.

- "manuel rapero": supongo que busca, o a Manuel que es rapero, o un manual del buen rapero. Justamente la música que aborrezco.

- "pierna en descomposicion de vagabundo": ya echaba de menos algún comentario necrofílico.

- "pilladas en los matorrales": nada mejor que descubrir marujas infieles y preñadas tocándose tras los matorrales.

- "relatos subidos": pillín, pillín.

- "soñar con chicles": tenemos a un amigo en Portugal que soñó con chicles. Yo una vez con chicles también.

- "tio zorro y los peces": alguien mirando a ver si le han plagiado su título de fábula.

- "bastardo francés": y lo pone con tilde. ¡Calro que sí, todos los galos a las hogueras!

- "pablo chapo": aquí me siento confuso. No sé si me quieren sodomizar o elogiar; la importancia de escribir bien las frases y acentuarlas como es debido.

- "revelencia en el plan de desarrollo en el equipamiento turistico": aquí viene gente seria, con dudas serias en la vida.

- "rey de las hostias": y tiene más de cincuenta búsquedas. Tenemos un planeta muy violento.

- "abrigos de ante en la calle montera de madrid": vamos, que se va de putas.

- "abuelas sodomizandose": simplemente magistral.

- "accidentes coches a causa de jabalies en autopistas de barcelona": ¡pobres jabalíes catalanes!

- "actos masturbatorios": el pajillero se nos vuelve culto.

- "ahogarme con la goma de mis bragas": mira que es difícil ahogarse con la goma de unas bragas. Pues aquí tenemos a una persona dispuesta a ello.

- "amigas de mis amigas pajilleros": volvemos a las pajillas.



Os prometo seguir otro día, de momento aquí hay suficiente material. Como podréis observar tenemos varios perfiles de internautas bien definidos: el onanista de vocación, el necesitado de ayuda, el poeta incomprendido, el pervertido de turno, la maruja nostálgica, y luego los analfabetos con tendencias macarras.

La Madriguera del Zorro da mucho juego...

15 diciembre 2009

Parpadeos - 10 (Final)




Alfonso se estrelló contra el tronco de un roble. Todo fue demasiado acelerado. Empotró su reluciente coche deportivo contra un roble escondido tras la curva de una carretera comarcal mal iluminada y bacheada. Escuchó un chasquido de ramas proveniente de sus entrañas, como si fuese una galleta partida en dos. El roble aún se sacudía por el choque. Sucedió la misma noche en que España ganó la Eurocopa de fútbol. Fue un golpe seco y cruzado. Millones de gargantas coreaban desde sus casas y bares los nombres de los futbolistas. Alfonso dejó sobre el asfalto una chirriada de ruedas, una explosión de cristales y el amargo doblarse de la chapa metálica de la carrocería. La sangre le impedía toser. Fernando Torres fusiló al guardameta alemán y perforó las redes de la portería. Alfonso reaccionó tarde; dio un zapatazo al pedal del freno pasado el vértice de la curva, arrancó de cuajo una señal de tráfico y escuchó el quejido de su vehículo plegándose como un acordeón. La Selección española jugaba al toque, tranquila, sin precipitarse, disfrutando de la ventaja en el marcador. Él, cegado y con las manos temblorosas tanteó nervioso en el vacío, intentando aferrarse a algo. Jadeaba y tenía miedo a dejar de moverse. Al mismo tiempo que Iker Casillas levantaba la copa de los campeones de Europa, entre confetis y palmas, un par de agentes de policía echaban sobre su cuerpo tendido en el suelo una manta que le cubría de pies a cabeza, entre luces parpadeantes y voces distorsionadas a través de los walki-talkies. Más allá de unos cerros se escuchaban petardos y cohetes detonar sin coordinación.

14 diciembre 2009

Gafanhotos - 5 (Agua y espuma de jabón)




Agua caliente, espuma de jabón. Froto platos de diciembre con ojos cerrados. Espuma de jabón con agua caliente, escucho alrededor. Una radio canta, otro plato escurriendo agua de otoño, de domingo frío. Nudillos que aprietan el vaso, mis uñas que rallan el cristal que nunca fue espejo. Espuma que desborda, que confunde a mis ojos. Se queda inmóvil, hace memoria del calor. Ruge la radio. Agua, espuma, la bayeta se empapa. Suspiro al tenedor. Estropajo con quemazón, desgarra mis dedos, disfraza mi sangre de limpieza. Cojo más platos, los baño en espuma, lo atenazo, lo aprieto, como si fuese a partir en dos mis sueños; ¿o quizá son los dientes? Friego el pasado porque no tengo un futuro limpio, y diciembre nunca lo comprenderá. El locutor raspa los altavoces del vecindario. No me gusta la espuma que viola, el agua no ayuda, sólo canturrea.

Sartenes, dos platos, ningún tenedor, siete vasos tumbados, que apuntan al desagüe; fregadero que despeja sus dudas gélidas de otoño. Roña, frota roña, que nadie come de un plato sucio. Lucha con tu basura, gime, berrea, roe; ¡grite locutor! Observa tus manos que luchan con la espuma de jabón. Agua: limpia, caliente, cortina de seda que consuela. Aire del océano en mi casa. Mis labios están secos, friegan al sol. Chorro de grifo, sinfonía que relaja al compás de una canción. Contienda con unos cuantos cacharros guarros la que sufro porque sin lágrimas no hay amanecer. No sale el sol; ¡falso! Siempre asoma, y quiero verlo rígido. Chasco mis dedos con el mango de la sartén. Un violín calla la radio, rápido rayo de cuerdas. Y con el choque del vaso en el escurridor, más violines, y flautas amargas, dos tambores, un saxofón, el piano del basurero, armónicas interpretan el diagrama del frote del agua caliente, con espuma de jabón. ¿Cerraré el grifo? Cuando no vea la basura adherida, y desfile aullando por el desagüe.

Vapor, espuma con agua, mis dedos crujen solos. Empeño en limpiar basura del tuétano. Huele a calor. Sonrío al metal del fregadero. ¡Ya lo observo! Fregadero que sostiene lo negro, esperando al jabón, que confunde al principio, que limpia el recuerdo, y que me acerca los besos de agosto, con el frío empañando la terraza. La radio ya no suena, el partido finalizó. Pero la melodía de violines se escucha clara. Belleza pura de cuerda, organiza al agua caliente, al agua sonrojada, al agua seductora de mis dedos, al agua amarga, al agua de océano en calma. ¡Más espuma! Froto porque quiero, sin firmar acuerdos con cerveza. Menos cacharros mendigando sobre la plata de los pobres, gélidos aires que enmudecen la salida de un nuevo sol. Miro al frente y el mármol abre paso para que observe una sonrisa líquida, un recuerdo que huye del contenedor. Bésame agua, ardan mis labios con tu roce del verano.

Locuras de carretera, cigarro fumado con nervios, latas vacías dobladas en un saco de basura, penas que te escriben cartas de amor, realidad que es sueño; imágenes que arranca el agua caliente, la espuma de jabón. Un vaso, dos, tres, limpio, cuatro, cinco, danzan mojados con deseo. La música de fondo termina, pocas luces de neón observo tras el cristal empañado con mis manos hundidas en fuego de galeones. Silbo el himno de los cubiertos limpios, que tintinean con gotas tibias. Un plato se resiste, froto con orgullo la grasa que resiste atrincherada en el fondo, donde una vez la cuchara rebañó. Mi frente suda por la electricidad; centellas dirigidas a la mugre recorren mis venas, arengan a los dedos, a los nudillos, a las uñas, a la espuma, al violín que ya cesó. ¡Ha salido! La grasa ya no está, el agua se desliza blanca por el esmalte. ¿Ensayamos? Volteo el plato y observo mi mirada de otoño.

Agua caliente, espuma de jabón. Aclaro bayeta, estropajo y miradas al suelo; el grifo está en mis orejas deslizando su oro, como la princesa de mi radio, que toca el violín; ¿o era algún vaso musical? Cierro el grifo, nada en el metal, todo escurrido y reluciente. Sonrío en púrpura, en blanco. Brindemos en un diciembre frío, con un sol estridente y salado, bajo aire frío e indiscreto. Fin de agua, fin de espuma, todo regado en el corazón. Hay calor, ¡lo siento! La basura canta baladas camino de las cloacas, de donde no regresará.

02 diciembre 2009

Vidas en Sueño - 56 (Aborto en diferido)




Tres figuras se aproximan al pequeño parque del barrio, al olvidado y viejo parque del barrio, frecuentado por drogadictos, por jóvenes borrachos, por parejas que buscan la intimidad de la noche. Las tres sombras se van haciendo más nítidas: a cada lado una mujer, muy parecidas entre sí, una anciana y la otra con las marcas de los treinta y muchos. En medio, aferrado a la mano de cada una como una bolsa de supermercado compartida, un niño de no más de cinco años. Sentado en un banco del fondo hay un octogenario mascando un palillo de dientes, con la mirada perdida en algún punto de la arena del parque. “Modo Estatua” activado. Los ve aparecer y agita el brazo derecho como si espantase moscas. “Modo Estatua” desactivado. La vieja hace un gesto con la cabeza y el carroza vuelve a su estado inerte; el lenguaje mudo de los seniles. “Modo Estatua” reactivado. La anciana y la mujer se sientan en un banco cercano a los columpios, alejado del carcamal. El niño se tumba en la arena, la coge a puñados y la lanza al aire.

—Mamá, eso que me has comentado hace un rato no me convence —masculla la mujer.
—Cállate Claudia, y hazme caso —la vieja toma la mano de la treintañera—. Va a salir todo bien.
—¡ABUELA! ¡ABUELA! MÍRAME, SOY UN ELEFANTE.
—Si niño, muy bien, muy bonito.
—NO ME ESTÁS MIRANDO ABUELA.
—Manolito, deja a la abuela tranquila.
—PERO YO QUIERO QUE ME MIRE LA ABUELA.
—Nada, que o lo miras o no se levanta del suelo —murmura Claudia a su madre—. ¡Manolo, o te levantas de la arena o te doy un par de guantazos!
—Haz caso a tu madre, Manolito —dice con tono lento la anciana, dejando escapar un largo resoplido—. La abuela te ve, pero está hablando con mamá.
—¿A QUE SOY UN BUEN ELEFANTE, ABUELA?
—Tu hijo a veces resulta todo un coñazo —murmura a Claudia.
—¡MAMÁ! ¡No digas sandeces! —chilla.
—Sí, muy buen elefante eres, Manolito —se dirige la abuela a su nieto—. Y ahora levántate, anda, y vete a jugar con los columpios —señala con su dedo de uva pasa el amasijo de barras oxidadas con forma de cuadrados entrelazados que hay a unos quince metros desde su posición..
—¡Niño, ni se te ocurra montar en el columpio! —replica la madre.

El niño sigue boquiabierto la dirección del dedo de su abuela. Se queda muy quieto, con los codos flexionados y sus manitas suspendidas en el aire, como un perdiguero concentrado en el rastreo del conejo. No se mueve. El carcamal del otro banco no ha pestañeado en ningún momento; ¿escudriña el más allá? Claudia zarandea el brazo de su madre.

—Mamá, ¡hay otras opciones menos contundentes!
—Entonces da al niño a la adopción.
—¡Joder mamá!¡Chocheas! —brama la treintañera— Tiene que haber otras soluciones.
—¡No Claudia! No hay más opciones que internar al niño en un colegio infantil. Las hubo, pero no quisiste llevarlas a cabo, cojones.
—La famosa percha, ¿no?
—Por ejemplo.
—¡Que estamos hablando de mi hijo! ¡De tu nieto! ¡Por Dios Bendito mamá!

Claudia resopla y se aparta de su madre. Cada una está en una esquina del banco. El niño está aferrado a un barrote vertical del columpio; mientras las mujeres discutían él se había acercado hasta allí.


—MIRA MAMÁ, UN ELEFANTE.
—¡Manolito, no te subas ahí!
—Igual de sensiblera y melodramática que tu padre —arrastra las sílabas—. Deberías entender a estas alturas de la vida la forma que tengo de expresarme.
—Sabes que no me gusta que hables así, y menos de mi hijo.
—Hijo del que te quieres deshacer.
—¡NO! Pero siendo madre soltera, con trabajo y sin tiempo para cuidar del niño necesito buscar soluciones. Si quisieras hacerte cargo de él durante el día...
—Ya te he dicho mil veces que a mí no me cargues con tus muertos.
—No tienes corazón mamá. ¡Es tu nieto! —bufa Claudia.
—Me da igual quién sea. Lo siento, soy una abuela atípica.
—¡MANOLITO!

Claudia se levanta como un resorte del banco. Se distrajo discutiendo con su madre, y su hijo logró subirse a lo más alto de los cuadrados oxidados. El niño sonríe divertido. Se lleva una mano a la boca. Se lleva la otra. Da un par de saltitos. Pierde el equilibrio. Se golpea con la barbilla en un barrote, y con la cabeza en cada uno de los demás; hasta el suelo. Cae a plomo en la arena, como un pelele.

—¡¡MANOLITOOOOOOO!!

El anciano del banco del otro extremo del parque se apoya en una pierna y hace esfuerzos para incorporarse; ha escupido el palillo de dientes al suelo. Claudia galopa hacia la posición del cuerpo inmóvil de Manolito. La abuela se incorpora del banco y anda con paso tranquilo hasta el columpio. Llega la madre, se arrodilla y rompe a llorar. Golpea con ambos puños la arena. Zarandea a su hijo. Golpea. Zarandea. Golpea. Zarandea.

La abuela permanece de pie frente a su hija. Apoya la palma de la mano en su hombro. Repite varias veces “Jesús Bendito, Jesús Bendito” de forma acelerada, pero en su fuero interno piensa otra cosa: está satisfecha con lo sucedido. El plan funcionó; sólo había que enseñarle al niño aquel columpio del infierno. Gracias al aborto en diferido —con un senil en el parque como testigo de lujo— su hija tendrá más tiempo para las cosas importantes de la vida, y de paso un buen pellizco del ayuntamiento por daños morales y perjuicios.

01 diciembre 2009

Parpadeos - 9 (La mala educación I)

(Dedicado a Álex, que me dio la idea)




El vagón de metro se retuerce como una cobra enfurecida, como una epiléptica, como un asmático en primavera, como la chuleta al tacto de la brasa, como cartón reseco, como una lombriz herida, tracatá tracatá, el aire está congelado, es denso, pesado, tracatá tracatá, huele a sudor y a mierda, a perfume de canela, a chicle de menta, a crema de manos, tracatá tracatá, se escucha el raíl arañado por las ruedas del convoy, el hilo de cobre chisporreteando, el eco ennegrecido, tracatá tracatá, repaso con la lengua mis labios resecos que saben a polvo, a fruta reseca, a pasta de dientes, a tabaco, tracatá tracatá, el vagón frena, acelera, frena, da un tirón, tracatá tracatá, la gente bambolea como peonzas, tracatá tracatá, alguien se sorbe los mocos, trascatá tracatá, la gente pierde su mirada en libros, en revistas, en los planos del metro, en sus informes del trabajo, en recetas médicas, en sus hijos, en la chica mazizorra de enfrente, en la propaganda de supermercados, en sus anillos, en sus bolsos, en los zapatos del que está apostado en la puerta, en el suelo de chicles y alcohol reseco, en las paredes de humo del túnel, en los tubos fluorescentes, en sus uñas, en sus rodillas, en su teléfono móvil, en su reproductor de mp3, en sus sueños, en sus rutinas, en el jefe, en la puta de anoche, en los Evangelios, en el nudo de sus corbatas, tracatá tracatá.

Frena el convoy. Se escucha un fuerte resoplido, se siente la vibración; es el gas que libera el vagón. Se abren las compuertas; salen del vagón caballos salvajes, entran bueyes con el yugo ceñido al cuello. Suena el pitido. Se cierran las compuertas.

Y de nuevo acelera, y frena y acelera y frena, tracatá tracatá. Me sumerjo en las páginas de mi libro. No oigo el tracatá. Segundos más tarde algo frío toca mi brazo, se interpone entre la celulosa y la retina; es un bolso negro, zarandeado sin criterio, danzante en el vacío. Alzo la vista. Una señora con abrigo de piel de imitación y tacones de charol charla de modo animado con otra señora con abrigo de charol y zapatos de piel de imitación. De nuevo tracatá tracatá. Ríen, se contorsionan; parecen epilépticas. Tracatá tracatá. El bolso de negro de charol golpea mi libro, tracatá tracatá, golpea mi hombro, mis muñecas, la barra vertical de mi lado, roza el pelo del que hay sentado a mi vera, se incrusta en las uñas de mis manos, dobla una página, se intenta colar en mi boca, me quita el aire, tracatá tracatá. Suspiro, tracatá tracatá, el bolso se columpia, resoplo, tracatá tracatá, la cremallera del bolso golpea la barra a mi lado, rebufo, tracatá tracatá.

Cierro de golpe el libro. Se libera hacia arriba una columna de aire. Tracatá tracatá. De un manotazo aparto el bolso. Frena el vagón. De nuevo el bolso me acosa, me viola. Aprieto los dientes. Me levanto y pateo el bolso, la señora cae al suelo, los libros caen al suelo, los informes, las mazizorras, los anillos, las pestañas y las rodillas. El vagón me escudriña como un anciano sin memoria sentado en el banco de un parque olvidado por los niños y los drogadictos. Se oye una tos lejana. La otra señora no se mueve, se congeló.

-¿QUIEREN DEJAR DE ROZARME CON EL PUTO BOLSO DE LOS COJONES? ¡HOSTIA PUTA! –aúllo y de mi boca salen disparados pequeños grumos de saliva reseca.

Se escucha otra tos. La señora se reincorpora con la mirada agachada. Nadie la ayuda, ni siquiera su amiga. Nadie se mueve, crujen todos los músculos. El vagón acelera. Tracatá tracatá. Tomo de nuevo asiento, tracatá tracatá, las pupilas regresan a sus rutinas, tracatá tracatá.