AUMENTA LA LETRA DEL BLOG PULSANDO LAS TECLAS "Ctrl" y "+" (O Ctrl y rueda del raton)

18 julio 2011

Oda al vicio desmesurado (Mike Peragón)




Qué alegría es el matar,
más que nunca en primavera,
cuando te dedicas a dar
mil disparos en la cabeza.

Unos zombis, por aquí,
probarán mi bayoneta,
y otros, que hay por allá,
darán cuenta de mi escopeta.

Si alguna vez caigo
en combate, mordisqueado,
o si alguna vez sin balas
termino arrinconado,
no lloréis por mí,
pues habré activado
mil minas y granadas.
¡Y a disfrutar del espectáculo!

Perlas (XXVIII)




"Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron."

(Michel Eyquem de Montaigne)

Parpadeos - 68 (El arte es timidez)




Tras muchos meses de trabajo, varios lienzos descartados y muchos cientos de euros en pintura, el pintor terminó su autoretrato. Para él era un reto el conseguir plasmar en un autoretrato todo su ser. Dio las últimas pinceladas, se separó un par de metros del lienzo y, con una mueca de amargura, supo que estaba incompleto.

El rostro era calcado al suyo. Pero le faltaba algo. “Seguramente sean los ojos”, suspiró el pintor, con la paleta de colores temblando sobre su mano. Los ojos parecían los suyos propios, sí, aunque la expresión, la forma de mirar, era mucho más osada, picarona y traviesa. El pintor era un hombre solitario, que pintaba porque era lo único que le apasionaba. ¿En qué narices estaría pensando cuando dio forma a los ojos? No le costó mucho tiempo sacar la explicación a ese desliz. Porque él era un pintor solitario.

Mientras daba forma a una gafas de sol que ocultaban aquellos ojos tan vivos y extraños, se prometió no volver a hablar con Maira, no recordar su sonrisa, jamás pintar su retrato a cuerpo entero.

13 julio 2011

Vidas en sueño - 82 (El féretro de oro)




Pepe VIII de Quintaescenia del Berberecho, más bien conocido como Pepe “El alicatador de baños”, reunió a su corte en el Parque de los Diamantes en Bruto, en una fría tarde de octubre de un año que a nadie parecía importarle. Los reunió en una zona de bancos y papeleras oxidadas, donde más de una virginidad se había perdido entre setos y botellas vacías. No faltaron trovadores de flauta dulce, cervezas de a litro, drogodependientes con la condicional, quinceañeros con el rostro lleno de acné y una navaja dentro de sus cazadoras, manjares de todos los rincones (cortezas de las tiendas coreanas, hamburguesas, tortillas de patata a medio descongelar, palomitas rancias y un par de botes de pepinillos demasiado agrios) cartones de vino mezclado con coca-cola y jubilados que se sacudían la caspa de sus hombreras de pana.

En aquel marco incomparable, en aquella afrodisíaca estampa, Pepe cogió la mano de su reina y se dirigió a la plebe con un discurso vehemente, pero a su vez cargado de efluvios de nostalgia. Un discurso plagado de “sois la puta hostia”, “en mi puta vida pensé que podría ser el rey mejor tratado de todos”, “putas todas”, “me cago hasta en la puta que me rompo el pecho por Quintaesencia, joder”. Los cortesanos, con trozos de patata frita entre sus labios, celebraban con vítores cada frase de su discurso; no obstante, se quedaron petrificados cuando “El alicatador” dijo sin pausas:

—He pillado el sida y la voy a palmar. La Lucre —señaló a su casta y pura mujer—, ni puta idea. El caso, que la voy a palmar a más no tardar y he pensado en ello. He decidido que cuando yo muera se me entierre en un féretro de oro.

Se escucharon gritos apagados, y algún que otro drogadicto dejó de prestar atención a la jeringuilla a medio meter en la vena.

—De oro macizo —continuó—. Oro amarillo, como el meado, como la bilis de mi señora cuando se pasa con la ginebra. Quiero que se me recuerde por mi humildad. Porque en estos tiempos oscuros que vivimos, con la chusma de Lujaldre dando por culo en nuestras discotecas latinas y la unidad de metamóvil, lo mejor es pensar en vosotros. En mi pueblo. Lo mejor: ahorrar gastos chorras, hostia puta.
—¡Pero nosotros queremos arrojar a Su Majestad de cualquier modo tras los matorrales, como siempre hemos hecho con su Sagrada y mil veces querida Familia! ¡Arrojarlo y que a la mañana siguiente recojan su cadáver los basureros!—gritó alguien, al principio oculto entre la parroquia.

El resto de cortesanos apoyó lo dicho por aquel esnifador de pegamento; incluso los jubilados agitaron sus bastones al aire en señal de afirmación. Pepe VIII de Quintaesencia del Berberecho, con los ojos cada vez más enrojecidos, apretó la mano de su esposa, de la reina, de la maruja más quisquillosa en peluquería jamás vista, y la besó en la frente. Los gritos iban en aumento y Pepe “El alicatador” rompió a llorar. Lágrimas. Gritos de “¡Arriba nuestro rey cojonudo!”. Hasta las acacias lloraban, hojas de otoño, en aquel rincón del Parque de los Diamantes en Bruto. Pepe mandó callar a su séquito y, solo cuando las ramas de las acacias rompían el silencio con el empuje del viento, volvió a hablar:

—Pueblo, no hay palabras para definir toda esta mierda que siento dentro.

Aplausos.

—Joder, la Lucre y yo no esperábamos...

Más aplausos y algún que otro silbido.

—Si es voluntad del pueblo que se me eche a los matorrales, como es tradición —hizo una pausa para tomar aire y colocarse los pantalones—, que así sea.

Ovación de gala bajo las acacias del parque de los Diamantes en Bruto, con Pepe “El alicatador” sin fuerzas para contener las lágrimas y la Lucre animando a su esposo con aquellos ojos bizcos de lagarta en celo. Fue cayendo la noche, pero ni los jubilados hicieron amago de largarse. Las flautas dulces y el romper continuo del vidrio de las litronas no acallaron los gritos de júbilo de un pueblo encantado con su rey.

12 julio 2011

Perlas (XXVII)




"Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada."

(Johann Wolfgang Goethe)

11 julio 2011

Parpadeos - 67 (Recaudación)




La sociedad de Tortilleros de Madrid se puso manos a la obra una vez se hubo aprobado la ley 58 ANEXO III, en la que cualquier elaboración de tortilla, con o sin ingredientes extras (tales como patata, chorizo, jamón cocido en dados, tomate, pimiento, espárragos trigueros, gambas y setas), debía tener un permiso por la difusión y copia de los originales. Permiso que costaba unos treinta euros conseguirlo. Las multas por incumplir dicha ley superaban los seis mil euros por tortilla, aunque esta fuera un revuelto.

Obviamente, nadie pagó dicha cuota y, amparados en el supuesto que los piratas gastronómicos no copiaban originales con ánimo de lucro si no como medida de supervivencia para no acabar ingresados en el hospital por desnutrición, siguieron cocinando sus tortillas como si nada. La asociación de Tortilleros de Madrid estableció un canon sobre los huevos de poco más de veinte euros.

Hoy en día, las tortillas solo se ven en las películas y en los escaparates de El Corte Inglés con precios imposibles. Nadie paga el permiso para elaborar tortillas; a su vez, los que consiguen huevos de contrabando en el pueblo, no se atreven a batir huevos por miedo a que algún policía los escuche desde la calle y le confisquen la cocina y todo el contenido de la despensa. Los únicos huevos que se comen son los Kinder Sorpresa.

La Asociación de Tortilleros de Madrid se siente orgullosa porque al fin la tortilla es reconocida por el trabajo de quién la cocinó.

Parpadeos - 66 (Rebanadas de pan)




Nadie me cree. Ni mi familia, ni los amigos ni el psiquiatra que me medica. Todos piensan que es producto de mi imaginación o de algún trauma de la infancia que, a mis cuarenta años, ha florecido en forma de pesadillas. Sin embargo, todas las noches sin falta, un individuo corta pan sobre mi cama. Es alto, cara chupada y manco; me sonríe con una boca podrida mientras con el muñón sujeta la hogaza de pan. Apareció una noche, hace cuatro meses o cinco meses, si mal no recuerdo. Desde entonces, sin falta, acude hasta mi cama a cortar pan. Cuando termina, me sonríe con el cuchillo en alto y luego limpia la hoja de migas con el edredón. Migas que, a la mañana siguiente, han desaparecido. Obviamente, el no hallar rastro alguno de migas resta credibilidad a mi testimonio.

Aunque no me importa que nadie me crea. El sonido hondo que provoca la sierra del cuchillo al cortar el pan me relaja, me ayuda a dormir y a no recordar un par de funerales que me engancharon a las pastillas. El sonido de la sierra, el muñón, la sonrisa porfiada de aquel individuo. Creo que va siendo hora de ofrecerle mi brazo derecho, porque solo así lograré olvidar la sangre de mis hijos deslizándose por la mano de mi mujer, por el cuchillo que empuñó una noche de madrugada.

03 julio 2011

Vidas en sueño - 81 (El que se queda sufre)




Al principio no le di mayor importancia. Desde la ventana de mi piso, un octavo en el 50 de Alberto Alcocer, les vi cruzar la calle en dirección a la boca de metro con las manos apoyadas en el alfeizar de mi ventana. Eran las doce y cuarto pasadas de la noche. Iban agarrados de la mano, los dos, mis amigos. Ella llevaba un vestido que siempre me gustó mucho: de tirantes, holgado y estampado en flores. Con ese vestido, demás de su pelo suelto y las sandalias blancas parecía una ninfa recién huída del Olimpo. El otro llevaba unos vaqueros y el pelo hecho un desastre: como siempre. El calor en mi habitación era insoportable a pesar de tener las ventanas abiertas de par en par. Dijeron que se iban a una fiesta que habían montado los borrachos del Inef por la calle Princesa, en la casa de la novia de uno de ellos, que por lo visto era pija y sus padres se pasaban la mayoría del año de cruceros. Me lo dijeron mientras me calentaba unas salchichas en el microondas y sacaba la carpeta con los apuntes.

Rosa, Gastón y yo éramos por aquel entonces compañeros de piso y amigos desde el instituto, allá en Granada. Nunca fui una persona sociable, pero desde el primer día de clase congeniamos. En realidad, Rosa y yo fuimos los que congeniamos primero; con el paso del tiempo, se nos agregó Gastón al grupo y Rosa parecía disfrutar mucho de su compañía, al igual, supongo, que de la mía. Pero esa es otra historia que tampoco me apetece demasiado recordar.

Si estábamos en Madrid era gracias a una beca que nos había concedido la Complutense de Madrid de Económicas: para jóvenes valores de la Economía nacional. La ganamos gracias a un trabajo acerca de los movimientos bursátiles en la década de los noventa. El título lo eligió Rosa y yo había fingido que me encantaba: “El arranque de la peseta con la nueva democracia”. Un trabajo de más de quinientas páginas, unas cuatrocientas horas invertidas en él y cerca de nueve mil euros de premio. Un trabajo que nos dio la oportunidad de venir a Madrid para estudiar la carrera y un máster de agente de bolsa. Un trabajo que, para ser sinceros, lo hice yo casi entero. Porque Rosa y Gastón estaban más pendientes de cerrar todos los bares de Granada, noche tras noche, que de ayudar en el trabajo. Y si dejé que firmasen en el trabajo, para qué engañarnos, fue por Rosa. No olvidaré su sonrisa y sus palabras cargadas de “cariño mío” y “corazón” que me dedicó cuando les dije que ya había terminado el proyecto. Tampoco olvidaré la palmada en la espalda que me dio Gastón, la cual estuvo a punto de tirarme al suelo.

Como otra noche más, me disponía a empollarme un par de temas: me había duchado con agua fría, estaba en pantalón corto y chanclas y había organizado las fotocopias, llenas de gráficos imposibles, que me disponía a estudiar. Porque yo sí era responsable; ellos, todo lo contrario. Según Gastón, “ya habrá tiempo de estudiar, carajo, que somos jóvenes y tenemos dinero”. No le quise dar mayor importancia al hecho de que ellos salieran de juerga porque era su costumbre de casi todas las noches. No se la quise dar hasta que los vi pararse y besarse. Me froté los ojos, por si tanto estudiar empezaba a quitarme la vista. Pero no. Cuando recobré la nitidez de las imágenes, y constaté que aquella del vestido estampado de flores era Rosa y el despeinado que la agarraba por la cintura era Gastón. Mentiría si no confesara que se me secó la garganta y las manos comenzaron a sudar, apoyadas sobre el alfeizar de mi ventana. Se separaron y Rosa dirigió la mirada hacia nuestro piso, pero Gastón no la dio tregua y volvió a atraerla hacia sí. Fui incapaz de moverme.

Pasé el resto de la noche tumbado en el sofá, bebiendo una lata de cerveza tras otra, hasta confundir la máquina de abdominales de Chuck Norris con las cartas del tarot de una vidente con pelo de estropajo y voz de gato en celo. Bebí hasta quedarme dormido. No obstante, en mis sueños, continué bebiendo mientras Rosa y Gastón se besaban por el televisor: “Bésame, Gastón. Desgárrame el vestido, Gastón. Fóllame, Gastón”, gemía Rosa, con el carmín corrido. También soñé que Rosa me negaba un simple beso en la mejilla y Gastón se reía por ello. Soñé con las calles de Granada y el ruido que sus sandalias blanca hacían al andar sobre el empedrado.

Aquella noche de mayo, calurosa, se me había ido de las manos. Estuvieron a punto de pillarme, pero una noche más logré que no sospecharan nada. Recogí las latas en una bolsa, las escondí en mi armario y me metí en la cama lo más rápido que puse. Una hora más tarde, Rosa y Gastón entraban en el piso, intercambiando besos con risas apagadas; se mandaban callar y entre susurros escuché un par de veces mi nombre. Pero a mí me daba lo mismo, porque me había refugiado en la cama.

No le di mayor importancia a todo aquello, como tampoco se lo había dado a las noches anteriores ni se lo daría a las que faltaban.

01 julio 2011

Quién se olvidó que aquí se escribía...

Bueno, bueno, bueno. aunque también podría empezar con un "¡hostias!" en toda regla.

Al meollo. Pensé que nunca llegaría este día, en el que abro Blogger y escribo sin más motivo que el de improvisar, cometer faltas de ortografía con total relajación y publicar posts. El día en que la carga de trabajo mengua, el máster (con el consiguiente proyecto literario en ciernes) termina y tengo diez minutos libres qué dedicar a esto.

Sé que ha sido un mes son publicaciones en este blog. Si fuera el de Pérez-Reverte más de uno me habría llenado el buzón del correo electrónico de lamentaciones, amenazas y melancolías por no actualizar. Pero como aquí no tenemos la manía de publicar todos los días, amén que lo que se publica tampoco trasciende demasiado en los corazones, no hay problema. Quizá alguno/a, sí; alguno/a, dándole a la teclita del F5 como un epiléptico en pleno ataque, suspirando por ver una entrada nueva. Dejémoslo ahí.

Llegó julio y quedaron atrás los compromisos literarios y laborales de junio. Esto significa más tiempo libre y (ahora sí es una amenza por mi parte) más entradas nuevas. Quizá la noticia dé la vuelta al mundo y dejemos en segundo plano la crisis, los griegos con el yogur amargo, el asado de neuronas en la isla de los Supermamones, las convulsiones en el Palacio de los Congresos, que la rojita imita a la rojaza,... Quizá lo sepan hasta en Marte, o en Mercurio. Y si no, pues seguiremos los de siempre, con las mismas ganas de merodear por aquí de siempre.

Lo dicho, perdonad este tiempo sin escribir y nos leeremos más a menudo.

Un abrazo,
El administrador/editor/corrector/redactor/jefe de prensa/jefe de su casa (cuando la novia le deja serlo jeje)/amigoymejorpersona/ESCRITOR, Zorro