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11 junio 2009

Parpadeos - 5 (Fiesta)




Me dijeron que todos los domingos por la mañana montaban una fiesta en aquel edificio. Fui sin pensármelo dos veces; tras un sábado de drogas, sexo y alcohol un after venía genial para continuar la juerga. Aparecí con mis gafas de sol y el Seat Ibiza con la música maquinera a tope. En los portones, un par de tipos, vestidos como mendigos (la nueva moda underground, pensé), franqueaban la entrada con la palma de su mano abierta. Supuse que eran los puertas del garito, así que para granjearme su amistad les dejé diez pavos a cada uno. Me sonrieron con sus bocas podridas. Como el coche no me cabía por la entrada lo dejé con el maletero abierto y la música a reventar; la gente pasaba a mi lado y me miraba raro...

Cuando entré aquello había empezado. Un tipo de blanco alzaba las manos mientras una ristra de individuos canturreaba algo de rodillas. "¡Cómo mola, si tenemos pinchadiscos!", dije palmeando con fuerza la espalda de una mujer. Me miraron raros, como si fuera un bicho raro. Me puse una copa, me rasqué las pelotas, y me encendí un piti, brindando a la salud de la madre que los parió a todos. El de blanco alzaba con ambas manos una copa. "¡Éxtasis líquido, cabrones! ¡Vosotros sí que sabéis montároslo!". Ahora me observaba todo el mundo, y sólo se escuchaban toses y el ruido mecánico de los ventiladores.

De pronto la peña empezó a ignorarme, y el de blanco siguió a su bola. El del órgano se había callado, y ahora cantaban todos. Yo me lié un porro, y me lo fumé. Una niña me miraba todo el rato, y le ofrecí una calada. La señora del lado -su madre- me miró de muy mala manera, y le dijo a la niña que no me dijera la mirada. Hasta entonces no me había preguntado qué cojones hacían allí tantos carcas, tantos niños y tanto friki suelto. No había nadie de buen rollo, de los míos. Así que me puse otra copa y me cagué en Dios. "¡Vaya mierda de raid de los huevos!"; el de blanco se bajo de su cabina de mezclas, todo el mundo me observó de nuevo. Yo, que iba de buen rollete, les conté un chiste de putas, y el de blanco me dijo que me fuera. Un par de ancianos se levantaron, y me amenazaron con sus garrotes; y como a mí no me gustan los malos rollos, les partí la boca a los viejos y empecé a bailar a mi rollo, mientras el del órgano estaba tocando un tema muy retro.

Acabé fuera de aquel garito, empujado y zarandeado por todos aquellos. Uno de los puertas se descojonaba de mí. El seat Ibiza no estaba, me lo habían levantado. Fue una mierda total, y sólo tenía ganas de encontrarme a aquel tipo que me dio un papelito y me dijo que la Fiesta del Señor era sagrada y no se podía dejar de practicar, para darle ostias como panes.

10 junio 2009

Un año más




Y como siempre posteándolo al día siguiente jajaja. Ayer fue mi cumpleaños. Un año más viejo, más zorro; fusión de tinta y madriguera, en el subsuelo de la vida en sueño. Gracias a todos (familia, amigos, gente conocida, y más amigos) por hacer de ayer un día lindo; y sobre todo gracias a mis padres por concebirme, y no menos despreciable, por soportarme año tras año jejeje.

¡¡Os invitaré a una ronda de literatura -de la mala, claro-!!

01 junio 2009

Parpadeos - 4 (Cartas serranas)





Estimado José Manuel,

Lo primero de todo disculparme ante ti, ante la cordura, la sensatez, ante la literatura y todos sus grandes infantes, ante la virgen María, José el carpintero, el buey y la mula, SS.MM. Los Reyes Magos -sin obviar pajes, mercaderes, camellos, dromedarios y demás séquito-, el arcángel Gabriel, y si hace falta ante el mismísimo paso del Cristo que por Málaga tu colega de cañas y tapas -aquel húngaro que nos pintaste con trazo firme y línea melancólica, que se entremezclaba con lo lúgubre de un tambor que acompasó dos milenios de aniversario funesto y sacro- por escribir esta misiva, pero nuestro compañero de armas e incienso, aquél que se remanga la camisa, dibuja cuadraditos, que se queda absorto "vetetúasaberenquéparanoya" al escuchar nuestros relatos eléctricos, José Antonio el bendito, el que gobierna el léxico más rico, se haya enfrascado en menesteres de cuchillo y tenedor, abrigado con una amazónica bufanda colorada, convertido en diablo rojo. José Antonio, nuestro entrañable amigo, ha de servir los más exquisitos manjares a comensales de altos vuelos de aviones hechos con billetes quinientos euros: príncipes, abogados, comisarios, diplomáticos, vividores, banqueros, tenistas, gigolós -de cuyos brazos cuelgan ancianas bebedoras de whisky añejo y fumadoras de cigarros de boquilla traídos de Japón-, fontaneros, bohemios, tenores -vestidos de tenedores-, cantantes, musculosos efebos embutidos en caros trajes de Armani,... todos ellos acuden a su restaurante como drogadictos a una unidad móvil de metadona. Y cada vez le exigen más amigo mío, ¡le están explotando! Y él, simplemente les brinda su mejor sonrisa de piel tornasolada y mirada optimista como un campeón; ¡como nuestro campeón!

Ayer fue el día José Manuel. Ayer decidimos ir a visitar Gloria a su pequeña madriguera caribeña de mil ritmos y sabores. Jacobo García, José Antonio RelleneAlguienAquíSuPrimerApellido, y yo, Pablo Rojo; tres portavoces de la literatura, los tres mosqueperros, la Santísima Trinidad, el trío "lalala", los tres magníficos -porque el cuarto magnífico eres tú, y decidiste declararle la guerra al papel que huele a impresora-, el cancerbero de tres cabezas, el trébol convencional, el triplete de trofeos que esta noche encumbrará al Manchester United, los tres cigarros que me está costando terminar estas líneas... Conexión brutal de caracteres suaves como la seda, ¡y qué carajo José Manuel!, a su vez rugosos como limones al sol, ásperos como la tierra yerma de la Castilla Llana, que pinchan como púas de puercoespín, y que abrigan como bolas de algodón blanco, como pétalos de rosa bañada en rocío valenciano.

Todo surgió en el bar "Cáscaras sólo de tapa", abandonados de sueño, vigilados por la lente de contacto del camarero, que escupía ácido. ¡Ácido sulfúrico José Manuel! Él quería cerrar, y nosotros atenazábamos con pinzas de titanio nuestra bebida, como niños su bocadillo de chocolate en el patio de recreo. Todo parecía abocado a unos abrazos y coger cada cuál su camino a casa. No obstante, Jacobo, con su mirada ensartada en el falso techo del bar, pareciendo dedicar un rasgueo de su guitarra melódica al mismísimo Chuck Berry, tanteó el bolsillo de su americana clara -¡qué elegantes iban José Manuel! Con sus trajes y corbatas... y yo, con mi ropa de urbanita underground, con mis zapatillitas cómodas, desenfadas, blancas como la camiseta que esta noche hará a los Diablos Rojos camuflarse entre arpas celestiales y corderitos que suavizan a criminales y vampiros- durante varios segundos, y extrajo del mismo, con una amplia sonrisa -que estiró sus labios como arcilla mojada, que marcó sus hoyuelos, que tensó sus pómulos- un pequeño cucuyo. Lo blandió como el héroe la katana a sus seguidores tras una arenga, y se incorporó de la silla americana. Se alisó los pantalones. Mostró su tarjeta de crédito y se la arrojó al camarero. "Toma, renegado de la noche; cobra esto. Vosotros, alegres bebedores, ¡mostradme a Gloria! ¡Quiero ver de nuevo a Gloria! José Antonio, ¡no es justo que te hayas rozado con ella, que Pablo la contemple con ese frenesí, y que yo, pobre de mí, ni tan siquiera pueda escuchar su voz melosa, latina, marítima, entrando por mis sienes como riadas! ¡Conducidme hasta ahí, carayo!"

José Antonio y yo cruzamos nuestras miradas. Me sentí violento, con ganas de sacar mis dardos y lanzarlos contra el cartón del camarero. "¡Coño Jacobo! ¡Tú y tu armónica, Pablo, y este camarero -si lo considera oportuno-, y yo partimos a su encuentro!" Y nos fuimos. Todos teníamos ganas de salir corriendo, como tigres de bengala, con bengalas y petardos, y fuegos de mil colores, y el cañón del Colorado hasta Gloria. Nuestra Gloria José Manuel; aquélla que siempre acariciaba tu pelo cano, tus ojos "azul suavizado", tu sonrisa torcida, tu esencia, tu presencia.

Abrí la puerta del garito buscando la mirada de Gloria. ¡Te juro por Melilla, por la ventana que manipulas en clase, te juro por lo que más quieras y añores que busqué su mirada! ¡No estaba amigo! ¡No estaba! Fuimos recibidos por un plumero alargado, de muchos colores -parecía un tucán salido de una lavadora atestada de suavizante- y unos ojos verdes de la aceituna más verde y viva que tu paladar jamás ha saboreado. Fuimos recibidos por Sonia. Sí, José Manuel; el legado de Gloria acabó, y una nueva Reina, con su cetro de mil colores, esperaba, en una recepción de Marc Anthony, que la Triada le rindiese fidelidad eterna. ¡No se la quisimos dar con tanta facilidad! Tenía que ganársela; estábamos todos de acuerdo. La salsa retumbaba contra los cristales del fondo.

Gloria se llevó todo; escruté el bar como un pedigüeño. Gloria se llevó la sonrisa, la oscuridad envolvente del local, la música de sus adoradas cumbias. Tampoco estaba Javier, ni Paul Newman repetido por todas las paredes, ni los Salinguerianos. Ni tan siquiera estaba tu foto de legionario ensartada con mi dardo. La transición fue dura para José Antonio; pude observar cómo se ajustaba el nudo de la corbata, cómo brillaban sus ojos, cómo tensaba las piernas, cómo tragaba mil agujas venenosas. Jacobo puso una mueca, y como si del precio de una hogaza de pan en una panadería se tratara nos preguntó: "¿Ésta es Gloria José Antonio?¿Esta señorita preciosa, esta dama de lago de luna, esas orejas de cervatillo, ese pelo que dan ganas de estrujarlo entre mis dedos, es Gloria?" José Antonio negó. Sonia -dulce mujer-, sonrió, escondió el plumero, y negó. Yo negué. Ahora sonaba a través de los altavoces Nino Bravo... "Aaaaaaal paaaaaartir un beeeeesooo y una floooooor" ... nadie lloraba, pero las paredes chorreaban melancolía... me abalancé al ordenador, pulsé una tecla, ¡qué sé yo cuál! y dejó de sonar la música.

Sonia rompió el hielo con motosierra -¡y qué bien la manejaba José Manuel! Parecía un leñador sin camisa de franela a cuadros, sin gorra roja, sin barba generosa y rizada-; nos enseñó a admirar a Gloria en su ausencia, a rendirle un homenaje con cada acremojito que bebiéramos, a acariciarla con los recuerdos. Y cuando nos tenía al borde del llanto desconsolado, nos puso tres mojitos, tres brochetas de frutas, y una sonrisa, ¡qué sonrisa José Manuel! Que hasta estiró los tallos de los bonsáis, que iluminó la sala como si se nos hubiera colado el mismísimo sol. José Manuel, tú que eres el hijo de la montaña, el paladín de la escarcha, el acólito de la galerna, el camarada del babor y el estribor, el trovador de la luna que danza con vientre contraído, hubieras enrojecido con la misma potencia con la que nosotros tres lo hicimos; la Pinta, la Niña, y la Santa María atracaron en el puerto Sonia -más allá de las Nubias-, entre Colombia y Ventura Rodríguez.

José Antonio, mostró hospitalidad y calor madrileño, Jacobo, dialogó complaciente de puro gallego con morriña, y yo, barnicé el mostrador del bar con zalamería andaluza. Nos rendimos ante nuestra nueva diva, que sonreía con nuestras ocurrencias e historietas, que nos alargaba con los ojos aceitunas deliciosas, sabrosas. Desenvainamos nuestras carpetas y las pusimos apuntando a sus manos alargadas. Hablamos, charlamos, reímos; nos contamos penas y alegrías, masticamos hielo, apuramos la cajetilla de tabaco. José Manuel, ¿dónde estabas? Me faltó tu nieve de salitre. Nos dijo que vivía en Coslada, y que no necesitaba un "Javier" que la protegiera. Eso nos gustó, su carácter marcado. Fruncía el ceño cuando salpimentaba con sabiduría un comentario, y eso nos gustó más. José Antonio le besó la mano, y pensamos que el reloj estallaría y nos quedaríamos todos crionizados en ese mismo instante.

El resto de la historia termina con el compromiso que los clérigos hacen a su dios. Juramos ante Sonia y ante el altar ausente de Gloria y sus pómulos redondeados lealtad absoluta. Un detalle; no era sudamericana, pero quería bailar salsa, quería hacernos sentir partícipes de mil millones de fiestas futuras. Jacobo apuró su cigarro, tiró la colilla al suelo y la machacó con su zapato como a una cucaracha, y con marcado acento "a la feira", dijo: "No recuerdo a Gloria, carayo, pero Sonia es maravillosa". Besamos en la mejilla a nuestra musa, le regalamos varios relatos, apuramos nuestras bebidas, y prometimos volver.

José Antonio, antes de salir del bar, se giró, mostró sus dientes perlados, y con las manos en el pecho gritó como un loco en la selva: "¡Bradomín salve a la Reina de Coslada!"


Recibe un cordial saludo -estés en el sendero que estés, tortuoso o soleado- de este humilde transciptor de noches,
Pablo