AUMENTA LA LETRA DEL BLOG PULSANDO LAS TECLAS "Ctrl" y "+" (O Ctrl y rueda del raton)

29 octubre 2008

Vidas en Sueño - 33 (Tinieblas)




La luna osó hablar a las tinieblas.
Empezó susurrando,
apenas se le escuchaba.
Tenía miedo,
las tinieblas no perdonan.
Pero de plata sacó valor;
y gritó con valentía, con mucha honra.

Quería expresar dolor de mariposa,
olor de acre en las amapolas,
ausencia de frío en la orilla
de pensamientos en la madriguera.
Deseaba transmitir piel de limón,
seca, amarga.
Alegó falta de vida en la sombra.

Las tinieblas amartillaron recuerdos,
golpearon en sus heridas.
¿De qué te quejas amiga,
si escondes tu brillo en las noches negras?
Justificaciones de aire y copla,
que nocivas galoparon por las estrellas.
La luna se vistió Nueva.

Y en la negrura de la noche ellas gobiernan,
sin muro de violencia.
Tan sólo recuerdan que todos somos hijos,
de una gran incongruencia.
Pero estrellas y luna retan al olvido,
y las tinieblas callan.
Otorgan las malvas en cementerios.

28 octubre 2008

Vidas en Sueño - 32 (Exilio)




Tras retirar con la mano el vaho de la ventanilla, y mientras con el roce sentía ésta gélida como el hielo, pude ver con más nitidez el paisaje de olivos, que en tupido manto cubría llanuras y cerros, hasta donde la vista alcanzaba. No se vislumbraba nada más que olivos, tierra, y unas nubes horrorosas en el cielo, amoratadas de tanto empujarse entre sí para lograr un hueco en el cielo. También mirando al frente se podía contemplar la carretera nacional, que como una serpiente reptaba en dirección norte hasta esconderse más allá de una loma. Se nos presentaba bacheada y antigua, parca en señales, mezquina en seguridad, desierta de vehículos a excepción del nuestro, y de algún tractor que de vez en cuando rebasábamos. Es por ello que prefería seguir mirando a través de la ventanilla, esperando ver un grupo de jornaleros vareando el olivar, o quizá alguna liebre parda brincando frenética entre los árboles. Cerré los ojos, con mucha fuerza, hasta dolerme, y me imaginé corriendo con mis amigos de la infancia por esos mismos campos, buscando piedras raras, bichos raros, explorando zonas raras, dejando pasar la tarde entre la naturaleza y nada más; respirando tierra humedecida por el rocío, escuchando el sonido del viento filtrado por las ramas, acariciando la áspera corteza de un olivo, recorriendo con mis manos su tronco, delgado, repleto de nudos.

La voz acartonada y grave del locutor de radio - acompañada de una estridente música - me sacó de mi ensimismamiento, con la misma potencia que se extrae el tapón de corcho de una botella de cava. Con un deje andaluz moderado invitaba al oyente a visitar una fábrica de muebles, de un pueblo que centenares de veces había ubicado en el mapa regional, y que jamás imaginé se dedicase a ello. "¡Gran inauguración!¡No se la pierda, muebles por la mitad de precio!¡Vengan a visitarnos!". Dentro de mí lamenté no poder siquiera considerar la oferta, y ese pensamiento amasó con un rodillo mi garganta. El locutor cesó en el anuncio, y al instante, a través de los altavoces del coche una rumba nos envolvía de arte flamenco. Ritmo desenfadado, acelerado, pegadizo, con un guitarreo exagerado, que a mi padre le impulsó a tamborilear el volante de forma coordinada, con el acompañamiento en los tarareos por parte de mi madre; una euforia extraña se respiraba en el coche, y yo seguía anudado al olivo, confundido en los remolinos de las olas. Terminó la rumba, y mi madre giró el cuello, buscando mi mirada. Se la devolví, intentando aparentar comodidad, procurando sonreír como si todo marchase bien; no pude separar mis labios, tan sólo estirarlos levemente, con denodado gesto.

El viaje se desarrollaba sin mayor incidencia, a pesar de que me sentía angustiado. Cada kilómetro recorrido era un paso atrás a lo que sentía mío, y uno adelante en el largo pasillo de lo desconocido. El paisaje seguía siendo gobernado por centenares de olivos, aunque de vez en cuando una gasolinera, un restaurante de paso o un pueblo rompían con la monotonía; estábamos atravesando una zona de varios municipios, y la cal de sus fachadas, blanco puro, se enredaba con la majestuosidad del campo, ocre y verde. El firme de la carretera había mejorado notablemente, y habíamos dejado atrás aquella víbora venenosa; ahora íbamos a lomos de una ballena, tranquila y de piel lisa. Mis padres conversaban sobre temas triviales, y fuera, en aquellos lugares habitados, la gente paseaba mirando al cielo, como única preocupación. El humo del tabaco que se deslizaba desde la parte delantera, como una niebla densa, embriagante, se filtraba poco a poco a través de mis fosas nasales, aturdiéndome, mareándome. Causaba en mí un efecto narcótico, y mis párpados poco a poco pesaban más y más. ¡Pero no quería dormirme! En el fondo me sentía ridículo pensándolo, pero quería fotografiar y revelar en mi memoria cada imagen que proyectaba a través de las pupilas.

Una copla en su punto álgido de guitarra, con la tonadillera desgañitándose en un canto lastimoso, me sacó del sopor, y tras observar el decorado a través de la ventanilla, comprobé que me había quedado dormido. Sobre el cristal se estrellaban y deslizaban gotas de lluvia, que con su repiqueteo constante me suministraban cierto placebo. Se contemplaban montañas vestidas con pinos y hayas, y una carretera más escarpada; el automóvil había reducido la velocidad, y en cada curva descubría una vista renovada de la situación. El sonido del mar había dejado de ser perceptible, ya no olía a orujo, y mi saliva, seca, había dejado de flirtear con el desayuno. Me sentía sin abrigo en mitad de una tormenta de nieve. Deseé gritar a mis padres que no quería irme, que aquello era un error; para qué irnos de un sitio donde anuncian muebles en pueblos insólitos, donde la playa es lo primero que ves al despertar, donde vives por y para las estrellas, donde los boquerones saben a brisa de mar, donde el geranio se confunde con el clavel en miles de macetas expuestas en terrazas, donde la gente saluda por la calle sin mirar carnet de identidad, donde mi sonrisa sí era fiel. Quería hacerles ver que Madrid no era la solución a un mejor futuro, laboral y personal; así lo intuía.

No les grité; ni tan siquiera balbuceé sonido alguno. Con resignación y valentía, con miedo, y sobre todo con melancolía, sin dejar el coche de perdonar metro alguno de asfalto, llegamos a la altura de un cartel que rezaba "Fin del límite Autonómico de Andalucía. ¡Vuelva pronto!".

27 octubre 2008

Vidas en Sueño - 31 (Heridas de teclado)




Arden mis dedos al roce del teclado;
memorias impresas en triste dietario.
Escudriño horizontes de barro,
de humo incomestible.
A su dorso suceden temores,
rencores,
resignaciones bañadas en aceite.

El teclado, ése extraño confidente,
que nunca anima, y siempre aprende.
Culmina pensamientos, que sólo él entiende.
Mis palabras las acuna;
las muestra a mis ojos.
¿Una conciencia?
Me inclino por un sutil morbo.

Nuevamente recurro a su morada,
aquélla que anida en un abismo de silencio,
de confidencia absurda.
Y escupo, escupo con fuerza,
hasta ver cómo ascuas encienden mis yemas.
¡Cómo puedo lograr sacar mis entrañas en pantalla!
¡Exijo corcel con jinete de razones! ¡Esto no galopa!

Y en la madriguera desgarra fibras un zorro,
engulle con potencia puñetazos en la sombra.
Enseña los colmillos,
mas gruñe sin fuerza.
Hiberna con firmeza de bohemio,
y sueña sin hacerlo que devora.
¡Invierno de cucarachas que trepan por la esencia!


Aldeas de ositos de mermelada,
saludan con bombas sin aroma.
Truenos de cerillas, arrojadas hacia una vela,
encienden la hojarasca,
que por pereza no se acicala.
El zorro se relame, el zorro se codea
con la incertidumbre de una luna oscura.

Este teclado, no arde; ¡quema!
Y oigo flamencos cantar sin castañuelas,
panaderos sin masa, eructar con benevolencia.
Cacofonías de telefonista... simpleza.
Voces que un alma de viento no comprende,
si no inyecta deseos envenenados.
¡Silencio, esconde a las avispas que merodean!

Y sopla el zorro ciclones, enhebra números,
vaticinando finales que el teclado ignora.
Se cuelga en negro a una hoguera,
a una puerta de estrellas y olas.
¡Sé golpeado teclado! Agoniza en la estepa,
aquélla donde conocí al instinto.
¡Temblad lluvia, zorro y agria espera!

No existe congruencia,
ni versos sin sangre.
Final con temperamento de una tormenta.
Salga la luna,
escuche el zorro.

20 octubre 2008

Vidas en Sueño - 30 (Malabares al curry)




Dentro del cuenco, hecho de un material a caballo entre el plástico y la escayola, decorado con flores de mil colores y pájaros extravagantes, flotaban unos trozos de ternera y verdura sobre salsa de curry. Miguel introdujo los palillos, intentando pescar un trozo comestible en aquella laguna de especias y aceite. Unos segundos más tarde un trozo de pimiento verde salía a la superficie, atenazado, arrugado y sudoroso; se lo llevó mecánicamente a la boca, con parsimonia, sin prisas, mientras contemplaba la calle desde el ventanal del restaurante. Masticó el trozo de pimiento con fuerza, aprisionando el alimento entre sus muelas, apretando con fuerza las mandíbulas. Afuera comenzaba a llover, y los paraguas poco a poco florecían en sus múltiples tonalidades de formas y colores. La imagen acompañaba una canción de bossanova electrónica - el último grito musical para bohemios estrellados en busca de paz interior - que sus auriculares emitían a bajo volumen; era una melodía tranquila, pausada, suave, con ritmo comandado por trompeta y voces femeninas sensuales.

En el instante en que Miguel volvía a sumergir sus palillos en la ciénaga de su cuenco, un tipo apareció contiguo al semáforo. Le observó de refilón, en el momento en que éste se despojaba del abrigo. Desvío su foco de atención, escudriñando el bol en busca de un trozo nuevo que llevarse a la boca, y cuando devolvió su mirada, aquel tipo anónimo empezaba a dar piruetas en el paso de cebra, aprovechando que el semáforo detuvo la marcha de los vehículos. Con agilidad dio cuatro mortales hacia atrás, para culminarlo con una voltereta lateral y una reverencia con la cabeza descubierta y su boina parda de cuadros rojos y verdes agarrada en su mano izquierda, inclinando el cuerpo de tal modo que formaba un ángulo perfecto de noventa grados.

Su piel cobriza contrastaba con el blanco de sus ojos y sus dientes, ambos exhibidos en todo momento; sonreía y miraba de forma muy expresiva, con sus labios carnosos estirados y los párpados tensados. Llevaba un pendiente de aro en cada oreja, su nariz era curvada y chata, y se le marcaba perfectamente la quijada. Era de estatura mediana, complexión delgada tirando a famélica; unos sesenta kilos. Vestía un camiseta verde de mangas largas bajo un mono holgado. Sus pies, eran abrigados por unos botines desgastados y negros.

Tras la presentación a sus "auto espectadores", el saltimbanqui urbano sacó de su mochila tres mazas de gimnasia artística, una de cada color: blanco, rojo y azul. Uno a uno, los fue lanzando al aire, trazando un triángulo perfecto entre sus manos y el cielo, con una coordinación que rozaba lo armónico. La lluvia, que se deslizaba por el ventanal, no le impidió ver treinta segundos de malabarismo; primero la maza pasaba por una mano, luego flotaba en el aire, y por último acababa en la otra mano. Un bucle sincronizado de treinta vueltas. Aquel hombre no dejaba de sonreír a las nubes, con sus ojos clavados en el número que estaba representando. De vez en cuando gesticulaba, amagaba la caída de una maza en el capó de un vehículo, guiñaba el ojo a algún transeúnte curioso, y sin perder en ningún momento su sonrisa de dientes blancos.

El aburrimiento del almuerzo se trastocó en un momento ameno y original, y no pudo evitar aplaudir. Algún parroquiano observó a Miguel mientras éste, protegido por el ventanal, reconocía con reservada euforia la exhibición. En la calle, los peatones corrían con sus paraguas y periódicos sobre la cabeza ante la inminente reanudación de la circulación. Mientras tanto, el malabarista, con el agua de lluvia deslizándose por todo su cuerpo y pegando la camiseta a su tórax, pasaba entre los coches con la boina boca abajo, esperando recaudar alguna limosna. De ningún coche mano alguna brotó con algo de dinero que entregar.

El semáforo cambió a verde, y el artista salió con paso vivo de la calzada. Una vez en la acera de nuevo, abrió la mochila y guardó las mazas. Luego, con ambas manos, escurrió la boina y se la colocó de nuevo sobre la cabeza. Cuando Miguel terminó de comer, el malabarista continuaba jugando con sus mazas al aire, ante una nueva horda de coches enfurecidos y humeantes; escurrió bajo el bolsillo del abrigo del artista, el cual estaba depositado con esmero sobre la mochila, un billete de cinco euros. Se alejó con paso lento, y después de andar varios metros, giró sobre sus pasos para ver entre el mar de la ciudad tres peces de colores bailando con el agua.

16 octubre 2008

Jamendo, música sin barreras




Hace poco, en una de mis incursiones alocadas por Internet, di con una web titulada Jamendo (http://www.jamendo.com/es/). He de reconocer que antes de abrirlo, y por el nombre de la misma, esperaba encontrarme el portal web de algún distribuidor de jamones serrano (jamendo,... jamones, ya sabéis, juegos de palabras jejeje); y sin ir más lejos, me encontré un sitio de esos que van a favoritos al instante.

Jamendo es una web de música con derechos de autor libres; es decir, no hay que pagar por escuchar o descargar la música (el llamado Creative Commons). La web, a su vez, no te tortura con pop-ups innecesarios, banners del infierno, ni demás molestias; su interfaz es muy cómoda e intuitiva, y su sistema de búsqueda por etiquetas lo hace de lo más sencillo. Las descargas las puedes efectuar bien de forma directa (con un rate de bajada muy bueno), bien mediante bitorrent.

La música se baja en archivos zip, y la calidad es muy buena en todas sus canciones; es decir, se hace un seguimiento serio de lo que la gente sube al servidor para compartirlo con el resto.

Cómo no, tiene un perfecto esqueleto de RSS - subscripciones para los profanos en el tema - que lo hace si cabe más cómodo.

Y por último, y no menos importante, la comunidad, que complementa perfectamente a este sitio. Los foros son recomendables, casi sin trolls, al menos en los de habla hispana; ya es de agradecer jejeje.

Es por ello que desde la Madriguera os aconsejamos con diez estrellas y siete tenedores esta web. Probadla, no os defraudará.

Os recuerdo la web: http://www.jamendo.com/es/

13 octubre 2008

Vidas en Sueño - 29 (Ensayo sobre un recuerdo)




Una vez hubo alcanzado la posición del atril, se desaflojó el nudo de la corbata, y carraspeó con fuerza, haciendo notar a los demás que iba a iniciar su discurso. Dedicó unos instantes a contemplar los rostros de sus oyentes, unos apenados, otros compungidos, y el resto totalmente inexpresivos, como si estuvieran hechos de cartón piedra. Devolvió su mirada al papel desde el que dirigiría su discurso, y con voz grave comenzó a leer:

"Nunca hubo nadie que pudiera hacerle callar, en cuanto a chistes se trataba. Siempre tenía uno mejor que contar, y aunque realmente, a los que los sufrimos más a menudo, no nos hacía mucha gracia, sólo su entusiasmo nos contagiaba, y acabábamos riendo junto a él. Gesticulaba y enfatizaba los momentos claves del chiste, manejando el tempo, viviendo el momento. Su especialidad siempre ha sido hablar; hablar y reír. Quizá no exista en el planeta una lengua tan musculada y locuaz como la suya, y lo demostraba a menudo, cuando nos contaba alguna de sus batallitas; por ejemplo, quién no le ha oído su maravillosa historia acerca del chándal con el que apareció en la oficina en su primer empleo, o aquélla en la que tuvo que improvisar ser policía para que le quitaran una multa de aparcamiento. Eso sí, nunca hablaba de política ni de religión, y sin embargo disfrutaba con los debates televisivos, especialmente los de la Cámara de Diputados.

Siempre recordaré la forma en que echaba sirope de fresa a sus tortitas. Primero las trozeaba con mucho esmero, sin prisas, y de tal modo que en un par de minutos, en lugar de tres o cuatro tortitas, se veían decenas de formas geométricas, casi perfectas. Luego volcaba cantidades inhumanas de aquella golosina sobre los trozos, obteniendo una masa viscosa, que coronaba derramando un sobre de azúcar, chocolate, o nata. En la mesa siempre ha comido de todo, menos las famosas patatas cocidas con vinagre; alguna vez, sólo para chinchar, mi madre las colocaba camufladas entre el pescado hervido. Él se abalanzaba con gula al plato, como un tigre que agazapado espera hasta aparecer su presa, sin emitir ruido alguno
(de hecho era el único momento del día en que podía permanecer callado más de cinco minutos), salvo el de sus mandíbulas masticando con velocidad y potencia, y al descubrirlas y posteriormente olfatearlas, asiendo una de ellas con su tenedor y dejándola muy cerca de su nariz, contraía el rostro de tal manera que nos era imposible aguantar la carcajada. No sólo era buen comensal, también era un gran cocinero; de su madre aprendió a hacer varios guisos, y el que mejor le salía, sin duda alguna, era el salmorejo.

Muchos de los aquí presentes habrán jugado con él varias partidas de cartas, especialmente al mus; era una de sus mayores aficiones. De hecho, en mis recuerdos aparece muchas veces por el pasillo, barajando una y otra vez, de mil maneras distintas, y buscando contrincante. Un tipo azaroso, y un duro rival, envidaba a la grande con tal pasión que nadie se atrevía a superar la apuesta, aún llevando una buena jugada. Fumaba siempre un puro tras acabar la partida, llevándose el cigarro a la boca con extrema lentitud, la misma con la que aproximaba y acurrucaba en su mano la llama de la cerilla encendida; luego daba una profunda calada, y reclinándose en la silla hacia atrás, comentaba normalmente algún chascarrillo divertido.

Tampoco nos olvidamos de sus magníficas coartadas con las que se fugaba al pantano a pescar; un amigo en apuros sentimentales, un negocio que pulir, una conversación padre-hijo que mantener... todo servía para arrojar con brío el anzuelo a las aguas sin oír previamente el sermón de su esposa. Se podía tirar horas sentado sobre una roca, silbando o tarareando alguna canción inventada por él mismo. Y cuando picaba algún pez siempre era cómico ver su asombro, como si fuera la primera vez que le ocurriera en su vida; se levantaba nervioso de su asiento, agitado, y dando pequeños saltitos. Producto de estos movimientos no era raro el día que su sombrero de pescador acababa en el pantano.

Sea como fuere, siempre le recordaremos por estos momentos, pues aunque volviera a casa muchos días bramando acerca de su jefe, aunque aprovechara un descuido tuyo para pellizcarte el cogote, incluso aunque eructara con cierta potencia por el simple placer de poner histérica a su mujer, Matías, mi padre, siempre será recordado por aquellos momentos en los que de un modo a otro nos hacía sentir felices."


Una vez llegado al fin del manuscrito levantó nuevamente la mirada, mientras plegaba con pulso nervioso el papel leído. Se bajó del atril, y acariciando con suavidad y parsimonia el ataúd, volvió a su asiento envuelto en el mayor de los silencios.

12 octubre 2008

Todo un coñazo




"Coñazo" fue la palabra elegida por Mariano Rajoy para describir lo que para él significan unos cuantos tipos armados y disfrazados desfilando de forma coordinada. Su inafortunada frase - hecha en off, fuera de cámaras - fue captada por los micrófonos de varios periodistas, haciendo que fuera ésta la noticia de la jornada. Lo siento Fernando Alonso, era postear sobre tu segunda victoria o sobre esta gran frase, de la que por cierto, estoy profundamente de acuerdo.

Y no es el único que lo piensa. De hecho estoy convencido que el líder del PP habrá recibido un par de ramilletes de flores enviadas con cariño desde Izquierda Unida. Desde la Madriguera no le enviamos flores, que son caras y se marchitan rápido; en su honor le dedicamos una entrada de blog, intentando dejar para la posteridad una de las mejores frases con las que se puede denominar el Desfile de las Fuerzas Armadas, o mejor dicho, de la Hispanidad.

Además, ¿qué necesidad hay de hacer marchar a estos señores por mitad de la Castellana?¿Qué necesidad hay de gastarse gasolina para que cuatro tanques desfasados y dos motocicletas pasen bajo un tronado himno? Con lo agradable que es Madrid en otoño, hubiera sido mejor llevarse a la parroquia a tomar unos bocatas de calamares a la Plaza Mayor.

En resumen, menos tanques y más diversión para nuestro pobre amigo Mariano.

05 octubre 2008

Vidas en Sueño - 28 (Así eres tú)




Mientras paseamos por Madrid, mientras enlazamos la historia viva con la que reposa bajo edificios y monumentos, te observo desde la seguridad de mis pensamientos mudos. Contemplas el Palacio Real, bañado en noche y sombras de luna, apoyada en relajación y tranquilidad. A la derecha queda el jardín de Sabatini, y desde allí nos llega el sonido de las fuentes; música de fondo, motivo suficiente para intentar dibujarte.

Ojos marrones, sabios, templados y expresivos, que recorren con detenimiento cada palmo de la fachada del palacio. Mastican lentamente lo que ven, impiden a los párpados moverse, resaltando el feminismo de tus pestañas, que te has arreglado para el momento. Ellas anuncian la fascinación de tu mirada porteña. Me observas un momento; clavas tus ojos en los míos, y sé que me haces cómplice de tu disfrute. Nuevamente te entregas al edificio, y a pesar de no haber viento, recoges con sutileza la melena, que tapa tu lado derecho. Pelo negro azabache, liso, suave y mimoso, y con un brillo tímido; no te gusta tu pelo, pero dan ganas de entretener los dedos de mis manos acariciándolo, y dar un pequeño descanso al tiempo.

Conversamos sobre rutinas del día a día, sobre tu espalda maltrecha, sobre lo reconfortante que es pasear juntos. Es agradable fundirme en tus tramas; me imagino ahí, en el gimnasio, ayudándote en los ejercicios. También me imagino a tu jefa y sus cambios de carácter, a la par que resoplas con paciencia. Me siento Willy Fogg atravesando en globo cada centímetro de tu vida, que con gusto y con una sonrisa compartes conmigo; pasado, presente y futuro.

Me sé cada palmo de tu rostro de memoria, como un alumno aprende con ahínco poemas de Bécquer. Tez morena, labios finos y estilizados, orejas hechas de algodón, cejas delgadas, pómulos coloreados como dos pequeñas ascuas. Me siento en el pupitre y de nuevo repaso la lección; emboscas a mi deleite, y sonríes. Y al sonreír tus labios se estiran más, aparece el blanco puro de tus dientes y tus ojos se achinan lo justo para sentir que la belleza de tu gesto es una lección de ésas que no se olvidan.

Retomamos el camino, y dejamos a los guías turísticos enfrascados en explicaciones políglotas sobre la historia que tú y yo hemos bebido hace un momento. Sorteamos a bohemios, a patinadores que saltan papeleras, a madrileños que se sacuden el stress. Atravesamos el momento, y porqué no, lo saboreamos. Andas con trote vivo, y sincronizas los pasos a los míos. Adoro la forma en que lo haces, moviendo tus brazos al compás, alimentándote de majestuosidad; tu silueta adivina siempre cómo eres, y los músculos se tensan y relajan para una perfecta coordinación. Un cuerpo al servicio de un corazón divino, gobernado por una mente prodigiosa.

Abordo al silencio, reviso en mi cajón de sastre todos estos apuntes, y con pulso nervioso - días después en mi refugio - escribo en estas líneas algo parecido a lo que mis ojos intentan explicarme siempre que te contemplo.

Así eres tú.