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19 enero 2009

Vidas en Sueño - 40 (Una fiesta irreal)





La primera impresión que tuve al apearme del coche fue la de haberme confundido de casa, a pesar de haber estado en ella una decena de veces. Extraje de mi bolsillo un sobre dorado, lo abrí, y del mismo saqué una tarjeta dorada, adornada a una esquina con un par de globos, y que atufaba a colonia. "El martes 27 de agosto a las seis de la tarde te esperamos en casa para celebrar el funeral de Matías. ¡No nos falles!", rezaba la tarjeta. La había recibido dos días antes, tras confirmarse la muerte de mi amigo Matías. Y ante la casa de mi amigo muerto y su viuda escuchaba risas y "El Chiringuito" de Georgie Dann. El camino que llevaba desde la cancela a la puerta de entrada estaba franqueado a ambos lados por globos amarillos, rojos y verdes. Incluso me pareció oler a chorizos parrilleros. Confundido, avancé hasta la puerta principal, me ajusté el nudo de la corbata, y pulsé el timbre. Aturdido, pegué la oreja en la madera de la puerta, para verificar que dentro de la casa se escuchaban risas y "El Chiringuito" de Georgie Dann. Tragué saliva. Me volví a ajustar el nudo de la corbata.

La puerta se abrió, y por ella asomó Valentín, el padre de Matías. Llevaba una camiseta hawaiana de flores estampada - sin abotonar -, bermudas, sandalias, gafas de sol y un sombrero de paja tejano, con una cinta del mismo tono rojo chillón que las bermudas. "¡Coño Manolo, si has venido! Has llegado tan tarde que pensamos que no vendrías. ¡Pasa hombre!, no te quedes ahí tan quieto; ¡ni que hubieras visto a un muerto! A la derecha tienes unos daiquiris que ha hecho mi mujer que están de muerte. Ponte uno, y desabróchate esa corbata joder, que te vas asfixiar", me dijo con gran alborozo el anciano, sin dejarme siquiera darle el pésame. Se pasó de mano el cóctel, y con una sonrisa que mostraba hasta la campanilla, me dio una palmada fuerte en la espalda, con tanta intensidad que me vi por instantes cayendo de bruces sobre la alfombra del recibidor. Valentín cerró la puerta. Me estaba comentando la cantidad de mujeres guapas que habían venido al funeral cuando fue captado por una conga que justo pasaba por la zona. Entre los miembros de aquel trenecito pude identificar a un par de hermanos del fallecido, además de su jefe, una prima, los vecinos del chalet de enfrente, y el sacerdote, que con pequeños brincos espasmódicos cerraba el convoy. Varias hipótesis sobrevolaron mi cabeza; desde una broma muy pesada, a un brote de locura masivo (algo así había leído en una ocasión, en una revista de curiosidades del mundo), pasando por la posibilidad de haber cruzado un portal negro camino a la casa y aterrizar en una dimensión paralela; o mejor dicho, para lelos. No entendía nada, ni el porqué de la música, ni al padre de Matías, ni los olores de barbacoa, ni la vestimenta playera de la parroquia allí reunida.

Decidí que lo mejor sería presentarme directamente ante Yolanda, la viuda. Supuse que ella al menos sí velaría a su marido, a mi amigo. Sentía mi cabeza atorada, colapsada. Por un lado se me agolpaban recuerdos buenos y malos vividos con Matías, y por otro la horrible sensación de sentirme fuera de lugar. Vestía traje negro, camisa blanca, corbata negra y zapatos negros; sólo con este detalle me distinguía de los demás. Necesitaba ver a Yolanda, abrazarla y mostrarle mi apoyo, mi cariño, intentando contener las lágrimas. Pregunté a un tipo en bañador dónde podía encontrarla, y con su brazo tembloroso apuntó dirección a la cocina. Luego balbuceó algo inteligible y se desplomó sobre el suelo. A medida que me acercaba a la cocina el olor de carne a la parrilla se intensificaba. Doblé el pasillo y ahí estaba Yolanda, ataviada con un bikini rosa chicle y pareo, ofreciendo morcillas de arroz a algunos de los ahí concentrados. Uno propuso un brindis por Matías alzando la copa, a lo que el resto respondió de buen grado, bien con sus copas, bien con un trozo de morcilla, o con lo primero que pillara. La viuda chocó su vaso con los del resto, con tanta efusividad que se vertió la mitad del contenido. Rió a carcajadas. Estaba dando media vuelta cuando escuché cómo me llamaba; se acercó hasta mí al galope, y me abrazó, agradeciendo mi presencia. "Al fin un poco de cordura", resoplé aliviado. Pero no duró mucho, pues Yolanda, me agarró de la mano y tiró de mí con fuerza, atravesando la cocina destino al jardín. Allí, el tío Alfonso freía en una barbacoa chuletas. "Come algo muchacho", me dijo el hombre, tras haber dado una calada a su puro.

Me sentía enojado, humillado. Todo me parecía una falta de respeto hacia la memoria de mi amigo, y me sulfuraba el hecho de sentirme único en ese pensar. "Yolanda, me voy. Me dais asco, me avergüenza todo esto. ¡Ha muerto tu marido! ¿Recuerdas?". Sentía mi cabeza a punto de explotar. Yolanda cambió el gesto, endureciéndolo. Arrojó al suelo el vaso y con voz firme me exigió que la acompañara. Juntos llegamos hasta el dormitorio. Señaló la cama, invitándome a sentarme. "Y la próxima vez llega a la hora que se te dice", fue lo último que dijo antes de encender el televisor. Cogió un mando a distancia y pulsó una tecla. Apareció el rostro de Matías, postrado en cama, entubado con varias vías de suero en sus brazos y cubierto de máquinas y artilugios médicos. Tosió con bastante dificultad unos segundos y comenzó a hablar.

Un par de horas más tarde llevaba puesto un pantalón pirata y una camiseta sin mangas. Llevaba bebidos siete daiquiris, y cantaba a coro el "We are the champions", agarrado de la cintura de Yolanda por un lado y de su hermana por el otro. Tras ver el vídeo de Matías me prometí a mí mismo hacer cumplir su última voluntad. Hacer de su funeral una fiesta.

6 comentarios:

Munones dijo...

¿Porqué un funeral tiene que ser triste? En EEUU lo celebran por la "liberación" del alma.

Además, seguro que al pobre Matias le quedaban dos telediarios y ha dejado una fortuna a Yolanda.

¿Cuando nos pasamos por la casa?

Alfonso dijo...

Quien dijo que un funeral no podria ser nunca divertido??. La historia me ha recordado la de un hombre que murio hace poco en España y pidio mas o menos lo mismo pero sin camisa hawaiana jaja.

Helena dijo...

Mi amigo Ricardo nos pidio lo mismo hace dos años y el Staff en Madrid fue testigo de que cumplimos su ultima voluntad.
Me gusta lo que he leido, volvere de paseo por aqui. Muack.

Carlos D! dijo...

Dale Señor el descanso eterno... cha cha, cha cha, cha... chá! cha cha, cha cha, cha... chá!

Anónimo dijo...

Tienes talento chaval.

Siento curiosidad por tu Madriguera; nos veremos por aquí!!

Anónimo dijo...

Pues a ver si la gente se anima a celebrar sus últimas voluntades... ya puestos es mejor reir que llorar.

RCP