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03 noviembre 2008

Vidas en Sueño - 34 (Fuego en la conciencia)




Apoyada sobre el ventanal del local, y dando la espalda al bullicio de gente que al otro lado del mismo transitaba, Elena removió con la cucharilla el azúcar amontonado sobre la superficie cremosa de café de su taza blanca. En todo momento pensaba qué carajo hacía en aquella cafetería, por qué acabó accediendo a la petición de Ariadna. Desde aquella noche de verano de hace dos años su manera de verla cambió, para mal, y sólo recordar lo sucedido le provocaba vergüenza y rechazo. Se sentía ridícula esperándola, y tan sólo la insistencia de su amiga en verse era la anclaba a la silla. Llevaba mucho tiempo evitando aquel encuentro, evitándola a toda costa, no contestando a sus llamadas, a sus correos electrónicos.

A medida que el azúcar se disolvía en el café, las mesillas de porcelana se transmutaron en muebles antiguos y polvorientos; las paredes amarillentas en otras blancas adornadas con varios pósters; las cabezas de gambas y huesos de aceitunas concentradas alrededor de la barra en libros y revistas revueltos. Allí estaban, Ariadna, Claudio y ella, en una calurosa tarde de agosto; su amigo, limpiándose la ceniza que le cayó a través de su camiseta sin mangas, y ellas riéndose de la situación, sin moderación alguna en sus carcajadas. Los tres estaban reunidos en torno a una botella de whisky medio vacía y tres vasos alargados, que se vaciaban y se llenaban en un ciclo descoordinado; en el tocadiscos, un vinilo de un grupo de rock, del duro. Hablaban de lo aburrido que era Claudio, siempre enfrascado en sus libros y en sus estudios. Ariadna le señalaba con dedo tembloroso, afectada por el vapor de alcohol, y Claudio se defendía con palabras que escupía descontroladamente, unas inteligibles, otras meros balbuceos.

Elena no paraba de reír. Sólo reía. Ariadna, creyendo que su amiga estaba poseída, la besó bajo pretexto de exorcizarla. Sus labios, cálidos y mojados, carnosos, blandos, casi líquidos, se fusionaron con los de Elena, fríos y tensos al principio. Se sentía confundida, extrañada, pero desde su vientre un calor ascendió hasta su boca, devolviendo la tibieza a sus labios. Sin saber cómo aquel beso femenino le atrapó con la misma fuerza que el de un hombre. Observó a Claudio, y éste, con sus manos aferradas con fuerza a su vaso, asistía perplejo a la escena; ellas siguieron besándose, con creciente intensidad. Elena no pensaba, sólo se dejaba llevar. Minutos después, Ariadna invitó a Claudio a unirse con un guiño, mordiéndose su labio inferior.

Éste dejó el vaso y se reincorporó de su asiento. Elena sentía las uñas de su amiga recorriendo sus hombros, alternando con su vientre, con sus muslos, como una culebra traviesa. Cuando él llegó, le sintió como ascua en su cuello, el cual era castigado con mordiscos profundos, crispando sus nervios. Las risas alborotadas dejaron paso poco a poco a un coro de suspiros, y rápidamente la habitación aumentaba en temperatura, o al menos eso sentía a través de sus orejas, que ardían. Poco a poco fueron perdiendo ropa. Su cuerpo temblaba como gelatina. Cada caricia y beso que recibía alteraba su piel, que se erizaba violentamente. Definitivamente, el placer al que era sometida abortó todo intento de concienciación de la situación; dentro de ella sentía una hoguera descontrolada, que amenazaba con calcinar hasta el último rincón de su cuerpo. Los jadeos de Claudio eran graves y melosos, y su cuerpo endurecido se movía impulsivamente. Ariadna no dejaba de acariciar cada poro de su piel, de besarlo, de morderlo. Y Elena entró en ebullición; fue dinamitada, y comenzó a temblar con espasmos horribles, mientras la montaña seguía volando en mil pedazos, y la hoguera traspasaba su boca, convertida en aullido de lobo.

El zumbido de tertulia de fondo de la cafetería le transportó de vuelta a la realidad. Y ahí seguía, removiendo azúcar sobre su taza de café. La puerta de entrada se abrió, y apareció su amiga Ariadna, vestida con traje azul marino y blusa blanca. Escrutó a ambos lados del local, hasta que ambas miradas se encontraron. Sonrió, y agitó su brazo derecho, aproximándose hasta su mesa. Ariadna tomó desde el inicio la conversación, y tras afrontar diversos temas triviales, los cuales Elena sólo respondía con monosílabos y sonrisas forzadas, endureció el rostro, y con tono de voz más apagado le dijo:
- Elena, tengo cáncer de páncreas. Me lo detectaron demasiado tarde, y no creen que llegue a final de año.
- Ariadna, yo... - balbuceó, incapaz de seguir la frase.
- Esto mismo intenté decirte meses atrás, pero nunca respondías a mis llamadas; si hubiera sabido que mandándote aquella carta me habrías hecho caso antes, - tomó aire, y dejó escaparlo en un suspiro prolongado - la hubieras recibido en tu buzón mucho antes.

Las voces se apagaron, una cortina negra tapó ventanas y bombillas. Elena enmudeció, y mil estados de ánimo se anudaron en su garganta, asfixiándola. Estaba mareada, tenía ganas de llorar, sentía arder sus ojos. Ariadna sonrió con ternura, y le acarició su rostro, intentando hacer de bálsamo.

- Elena, no te preocupes por mí, ni tengas remordimientos de conciencia. Sólo te pido que me recuerdes por cómo te besé aquella vez, no por cómo moriré.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces me encataría saber de dónde proviene la inspiración de tus relatos.
Este me resulta divertido.

RCP

Anónimo dijo...

un toque de incertidumbre, recuerdos, un toque de sensualidad y palabras seductoras y un final triste...
este relato tiene casi de todo, pero aun tienes q mejorar. besos lesbicos? muy tipico de ti, a ver cuando veo algo mas sensual para las chicas

Unknown dijo...

increible... una vez más me sorprendes. Es una historia triste, pero bonita.
Nunca sabemos como puede llegar a ser una persona, hay momentos que nos dejan sin habla, sin reacción. Otras veces nos sentimos estúpidos por no saber tomar una desición a tiempo y otros... porque tomamos la desición equivocada de una persona.
Uffss... cuantas vidas en sueño llevas ya... Y cada vez me van gustando más.
Un beso enorme!!!