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29 octubre 2010

Perlas (IV)




"En el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer.De aquí a algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para que sirven."

(Drauzio Varella, Premio Nobel de Medicina, 2010)

Perlas (III)




"La vida es dura, pero yo lo soy más."

(Loriana Losada Racca)

26 octubre 2010

Perlas (II)




"Un síntoma de que te acercas a una crisis nerviosa es creer que tu trabajo es tremendamente importante."

(Bertrand Russell)

24 octubre 2010

Parpadeos - 46 (Mozart y la nuevas tendencias en la música clásica)





―Esto no nos vale.
―¿Se puede saber por qué no vale?
―Demasiado armonioso, señor Mozart. Muchos violines y mucho instrumento de viento coordinándose entre sí.
―¿La música no se supone que es armonía?
―En efecto, pero usted en todas sus composiciones solo usa violines, pianos, flautas y demás cacharros melódicos.
―Ya.
―Eso por no hablar del coro. ¿Usted piensa que el que canten todos usando escalas de voz distintas ayuda en algo?
―Ya.
―¿Y dónde están las sartenes aporreando paredes? ¿Los rasgueos de guitarra sin motivo alguno? ¿Y los aullidos?
―No sé, yo quería aportar algo distinto a lo actual.
―Entiendo, señor Mozart, entiendo. ―El productor musical se retuerce en su sillón de cuero―. Sin embargo, como le he dicho antes, esto no nos vale.
―Sigo sin comprenderlo.
―Verá. La gente de hoy en día considera esas sartenes, esos chillidos, los truenos, las botellas al chocar, las flautas desafinadas arte. Para los melómanos, todo eso es arte.
―¿Pintar dos rayas en un cuadro es arte?
―Si tiene sentido, sí. Pero esa no es la discusión: no voy a hablar de pintura.
―Estoy frustrado.
―No lo haga, señor Mozart. Se ve que usted escogió un estilo equivocado, pero no se desconsuele. Deje de lado el solfeo y toda esa porquería melódica y aventúrese en el maravilloso mundo de los sonidos inauditos.
―Querrá decir ruidos.
―No. Sonidos inauditos.
―Ruidos.
―En fin, señor Mozart. Ánimo con su siguiente proyecto musical. Estaremos dispuestos a escucharlo.

22 octubre 2010

Vidas en Sueño - 75 (Intercambio de héroes)





Dos tipos con sus zapatos lustrados y montura de gafas de oro blanco están sentados, uno frente al otro, tras la mesa de juntas del ayuntamiento. Tienen las mejillas sonrosadas a causa del burdeos que se han pimplado en la comida, hace aproximadamente una hora. En la habitación flota una nube de montecristo mezclado con el morado de los billetes que sobresalen por uno de los maletines. El más calvo de los dos (porque ambos sufren de alopecia), Valentín, carraspea, agradece al otro tipo la comida y abriendo en abanico las manos comienza a hablar muy lento, como si el chuletón de buey del almuerzo se le hubiera encajado en la mandíbula:

-¿Entonces hacemos el intercambio?
-No. Ya te he repetido varias veces que Spiderman es indispensable. No puedo deshacerme de él.
-Joder, Matías, eres duro en las negociaciones -le reprocha Valentín a su amigo, y mece entre sus manos un vaso ancho con whisky del caro.
-Ya te he dicho que no voy a entregarte a Spiderman. -Da una calada al Montecristo y deja escapar el humo en aros perfectos-. Es inútil que lo sigas intentando.
-Aparte de los cien mil euros, te ofrezco a Batman.
-No.
-¿Al Capitán América?
-No.
-¿Al hombre de hielo?
-No.
-¿Al de fuego?
-No.
-¿Quizá a La Mujer Fantástica?
-No sigas. -Matías juguetea con el puro entre sus dedos rechonchos. En su tono de voz se nota, en cada intervención, menos rotundidad.
-¿Y a Superman? Es un buen trato: el maletín lleno de billetes más Superman, a cambio de Spiderman.
-¿A qué viene tanto empeño con que te venda a Spiderman? Pensaba que tenías la ciudad controlada de sobra con toda esa pandilla de héroes.
-La tengo. Es un capricho: siempre he admirado a Spiderman. ¿Qué me dices a la última oferta?
-Te digo que eres un jodido cabezón.
-Me gusta conseguir mis deseos. -Con el dedo dentro del whisky, Valentín escruta el gesto de su colega-. Bueno, si no quieres a Superman te puedo ofrecer a Superlópez, que para el caso es lo mismo.
-¿Superlópez? ¿Me tomas por gilipollas?
-Fuma, Matías -le dice casi a susurros Valentín-. Fuma y medita la oferta siguiente: el maletín, Superman y, porque entre amigos nos tenemos que favorecer en los acuerdos, Lobezno.
-La verdad, suena cojonudo.
-¿Tenemos trato, Matías? ¿Tenemos trato?

Matías comienza a recortar la ceniza de su puro con el borde plateado del cenicero. Concentra la mirada en ver cómo cae la ceniza, cómo se va redondeando la brasa del puro. La ciudad se rebulle tres los ventanales de la sala donde están los tipos. El maletín brilla con el sol de la tarde. Valentín tamborilea el cristal de su vaso de whisky; se muerde el labio inferior. Pasa un buen puñado de minutos y ambos siguen en las mismas posiciones. Matías exhala una honda calada, sin aros, que se estampa contra el ventanal. Se incorpora de su sillón y coge el auricular del teléfono.

-Lucrecia.
-¿Sí, señor alcalde? -responde al otro lado de la línea una voz chillona.
-Llama a Spiderman: que venga a mi despacho inmediatamente con el equipaje preparado.
-Sí, señor alcalde. ¿Algo más?
-No. Bueno, sí. Una cosa más, Lucrecia: busque un par de apartamentos, amplios y bien ubicados en el centro de la ciudad.

21 octubre 2010

Perlas (I)

"Los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y después te cambian el programa."

(Enrique Jardiel Poncela)

17 octubre 2010

Vidas en Sueño - 74 (¿Quién es Alfredo?)





Soy Jane. Conozco a Alfredo desde hace unos cuantos años, exactamente diecisiete, cuando coincidimos en la facultad, estudiando Ingeniería Técnica de Informática. Yo empezaba mi primer año de universidad, nada más terminar el bachillerato; él repetía por tercera vez el primer curso. Siempre se sentaba al fondo en las clases y no hablaba con nadie. Permanecía en silencio y luego se iba a la cafetería. Fumaba sin parar; bebía cerveza como un cosaco. Siempre solo. No sé por qué, pero aquella forma de ser despertó interés en mí. Él, por supuesto, no estaba interesado en mí, aunque muchas veces le sorprendía repasándome con la mirada; todos lo hacían. Con dieciocho años ya tenía una buena delantera. Un día decidí ponerme a su lado en la cafetería. Él no dijo nada; se limitó a observarme de arriba a abajo mientras daba sorbos a su cerveza. Yo tampoco dije nada. Tres horas después, la mesa estaba repleta de botellines de cerveza y un cenicero hasta arriba de colillas. Tres horas sin hablar, solo bebiendo y fumando; no sé por qué lo hice, pero no me sentí incómoda en ningún momento. Al cabo de ese tiempo Alfredo me dijo cómo se llamaba y que quería enseñarme su piso. Me dejó muda y solo acerté en acompañarle a su piso. Allí perdí la virginidad. Antes de irme le dije el mío: Jane.

Después de aquello nuestras vidas siguieron como si nada. Ninguno de los dos hizo amago de volver a verse. De vez en cuando nos juntábamos en la cafetería y nos poníamos a beber cerveza y a fumar. Una tarde me contó que estuvo durante muchos años en un hogar para huérfanos, “San Camilo”, en Madrid. A raíz de aquello empezamos a quedar más, y alguna que otra tarde iba a visitarle a su piso. Pasaron tres años y yo terminé la carrera; Alfredo iba por el segundo año de carrera. De mí le conté todo o casi todo. Él, aparte de su estancia en el hogar, nada; no tenía proyectos, ni sueños ni deseos que cumplir. Alegaba que le importaba todo tres mierdas. Siempre tuvo una visión pesimista de la gente y la sociedad; nada le gustaba. Eso sí, le encantaba escucharme; así me lo confesó varias veces. También le ha gustado desde pequeño leer y escuchar música clásica. Así que nuestras conversaciones casi siempre iban enfocadas acerca de esos temas; aprendí mucho de literatura y música. Alguna vez me llevó al Auditorio Nacional de Madrid.

Un año después de terminar yo la carrera, Alfredo también la acabó. Dijo que sin mí se aburría mucho en la facultad, rodeado de todos aquellos pijos subnormales. Así que se puso a estudiar duro, y terminó el año que le quedaba. Es un tipo inteligente; perezoso, pero muy inteligente. El tiempo que estuvo en la facultad (siete años calculo), trabajó en varios sitios para sacarse un dinero; nada serio. Con el título en la mano se puso a buscar empleo. Trabajó un par de años en una consultora informática. Tuvo muchos problemas con compañeros, clientes y jefes. Nunca le gustó trabajar de informático; acumuló muchos empleos de lo mismo, hasta hace un par de años, que dedicidió estudiar para ser detective privado. Todo vino, según me contó, a raíz de leer los libros de Raymond Chandler y simpatizar con Marlowe, el protagonista (un detective privado) de sus novelas. Hace poco más de un mes comenzó en la profesión. Deseo que le vaya fenomenal; él dice que al menos no tiene que soportar a secretarías histéricas y jefes incompetentes.

Desde que dejé la universidad nuestros encuentros fueron esporádicos. Nunca hubo nada serio entre los dos; nos limitábamos a fumar, a beber, a follar en su piso. Hablábamos poco. Cada uno tenía sus aventuras; él acumulaba un largo historial de chicas. A pesar de ser un tipo silencioso, Alfredo sabía manejarse con las mujeres. No contaba cuentos a nadie; decía de forma natural y directa lo que pensaba. Eso a mí siempre me gustó de él; supongo que a las demás también les gustaría. Mujeres, que en algún caso le llegaron a causar problemas con sus familias o novios. El novio de una de las chicas que conquistó le pegó un botellazo en la cabeza; le dejó una cicatriz larga en el lado derecho de la frente.

Alfredo es un tipo que no pasa desapercibido. Mide alrededor de uno ochenta metros y pesa más de noventa kilos. Nariz larga, cejas finas y bien definidas, boca pequeña de labios apretados, patillas muy finas hasta la quijada. Tiene unos hombros y una espalda anchos y firmes. Pelo corto que no se deja crecer más de un mes, y que se afeita él mismo con una maquinilla. No le gusta afeitarse la cara, así que cada semana va al peluquero a que le afeite con navaja; el pelo de la cabeza se lo corta él, la barba otro. Sus ojos son grises y su mirada siempre se posa en ti cuando hablas. Es muy observador; cualquier cosa, suceso, voz o persona que se cruce en su camino es escrutado un buen rato. Observa y calla. Cuando habla, siempre evita temas como la religión y la política. Aborrece el fútbol y la televisión; sin embargo, adora la literatura (buena) y la música clásica, en concreto los valses de Strauss.

Gracias al microondas se alimenta todos los días. No cocina; ni le gusta ni sabe hacerlo con soltura. Así que su dieta se basa en congelados que mete al microondas; especialmente adicto a las tortillas de patatas precocinadas. Son asquerosas, pero Alfredo se relame con ellas. Bebe cerveza y punto. Y si no puede beber cerveza bebe agua. Aborrece cualquier otra bebida que no sea la cerveza o el agua.

Viste con vaqueros, camisa, zapatos, y combina la cazadora con una americana. A veces, de forma imprevisible, aparece vestido con traje, corbata y zapatos de charol. Odia el chándal.

Que yo sepa no tiene familia. Aparte de ser huérfano nunca me ha hablado de nadie de su familia. O bien no tiene comunicación con ellos (cosa muy probable en él), o directamente no tiene a nadie. Nunca ha parecido necesitarla; siempre se ha apañado él solo con los problemas. Es muy independiente. Eso hace que nunca sea generoso; según él, “cada cual con sus putos problemas”. Y si te ayuda es para conseguir algo a cambio.

Poco más puedo contar de él. El que sea tan reservado, sobre todo con su pasado, me ha hecho imaginarme varios tipos de Alfredo distintos. Solo espero algún día comprenderlo. ¿O no? Quizá su encanto, y el que le quiera seguir viendo, resida en sus silencios.

09 octubre 2010

Parpadeos - 45 (Lágrimas)




Algunos lloran al verme pasar por la calle. Se quedan quietos y giran sus cuellos con la mirada prendida en mí. Me siento defraudado conmigo mismo: a pesar del disfraz de ejecutivo del siglo veintiuno la gente me sigue reconociendo. Paso frente a un escaparate y observo mi rostro milenario. No puede ser lo que veo. Me llevo las manos a la cabeza. Mis dedos acarician las puntas de mi corona de espinas: otra de las bromitas de papá.

***

Algunos lloran al tiempo que se suben en uno de los cientos de autobuses que invadieron anoche el bulevar de la ciudad. No se escucha un ruido distinto al refunfuñar de motor. Todos los habitantes de la ciudad se largan: riesgo radiactivo por culpa de nuestra central nuclear. Algo explotó, por lo visto. Sigo cavilando qué motivo me ha llevado a apearme de un autobús en el último instante. Supongo que será otro de mis arranques de originalidad.

***

Algunos lloran. Es normal que los niños lloren, se queden quietos o incluso tiemblen como flanes calientes cuando observan mis herramientas de dentista sobre la silla de operaciones. Cuando aquella niña que traje a casa, unas semanas atrás, vio aquellas herramientas no lloró. Aquello me extrañó mucho. Y a medida que la iba mutilando trozos de su cuerpo, me extrañó aún más que no aullara en su agonía. Estaba furioso por ello. Cuando abrí la boca para arrancarle la lengua comprendí que el dolor lo llevase en silencio absoluto.

02 octubre 2010

Parpadeos - 44 (Rebeldía angelical)




Como los ángeles al caer el sol se aburren de la lira y el blanco nuclear del paraíso, se visten con chupa de cuero y rasguean con frenesí sus guitarras eléctricas. Luego, se emborrachan con bourbon sisado de las tabernas y mean sobre las rejas de la puerta de entrada al Paraíso. Ya me he quejado varias veces al Padre: bastante tengo con mandar al infierno a los borrachos de la tierra.

Y el Padre, que a veces les acompaña en sus fiestas, me dice que soy un ujier cojonudo, pero que no sea tan duro con los muchachos: lo hacen sin maldad.