
De la rutina insípida de su oficina, pocas expectativas de futuro se dibujaban. Sin embargo, aquella mañana de miércoles algo olía a chamusquina; más concretamente, a papel quemado. Marcos observó el enjambre de cabecitas que asomaban por encima de los departamentos y que empezaban a mirarle fijamente, incluso con alguna que otra boca abierta; sabía que aquel futuro monótono iba a cambiar en cuanto su jefe viese de dónde procedía el humo. ¿Los informes urgentes para antes de las dos y que estaban ardiendo en la papelera? Bueno, aquello no formaba parte de sus expectativas.
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