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19 julio 2012

Perlas (LXXIII)




"Un hombre de carácter podrá ser derrotado, pero jamás destruido."

(Ernest Hemingway)

Vidas en Sueño - 93 (Traspaso de información)





Estaba siendo un verano poco fructífero: con la subida del IVA muchas esposas desengañadas y maridos celosos se guardaban los euros para gastarlos en comida. Poco fructífero y aburrido, porque sin trabajo ni ingresos mis vacaciones quedaban aprisionadas entre las paredes de mi oficina. Una oficina hecha unos zorros, porque Ágata se había ido a su pueblo de Extremadura a pasar el verano rodeada de sus nietos; aunque pensándolo mejor, aunque hubiera estado ella la oficina seguiría con la misma mierda. Un verano aburrido, caluroso y muy sucio.

Un día de principios de julio se presentó en mi despacho Rebollo; se había afeitado el bigote y ahora su cabeza parecía un bolo pulido a conciencia. A pesar de los casi cuarenta que azotaban Madrid, el comisario vestía un traje oscuro de nailon. Nos dimos la mano en un saludo que Stalin y Hitler lo hubieran superado en entusiasmo. No hizo falta que le invitase a sentarse ni que se pusiera cómodo: de su americana sacó un puro y se lo encendió, aunque por el pulso se le notaba algo nervioso. Yo hice como que le daba mi consentimiento. Entre el humo y el fuego de la calle, me quedé con lo primero y dejé cerradas las ventanas, esperando no morir intoxicado con aquel trabuco humeante.

―Parece que no le va mal del todo, Beretti.
―No me quejo ―repliqué sin mucho interés―. ¿Y su compañero de armas, Cabanillas? ¿Le dejó en la comisaría pasando a limpio informes?
―Cabanillas está de vacaciones.
―¡Qué lástima que no haya podido venir! Entre los tres podríamos haber echado una buena tarde de recuerdos y risas.
―Veo que sigue igual de gracioso, detective ―hizo un amago de reírse―. Es bueno que se lo pase bien cuando no tiene otra cosa mejor que hacer.
―Y dígame: viene a invitarme a su fiesta de jubilación. Con haberme enviado una tarjeta hubiera bastado.

Lo malo de Rebollo era su edad: se cansaba rápido del juego de ironías. Se puso firme y me encaro como si fuera a interrogarme, con aquellos ojos que culpaban antes de que uno abriese el pico para defenderse.

―Al grano, Beretti, y haga el favor de no interrumpirme. ―Depositó el puro en el cenicero y se irguió, mostrándome todo el esplendor de su tripa cervecera. Me llamó la atención su tono de voz algo tembloroso.― Llevamos unos meses investigando una trama de espionaje a nivel nacional: muchos implicados de diversos organismos públicos, empresas e incluso peces gordos. Se dedicaban a recabar información de personas para luego venderlas al mejor postor.
―No me digan que están pinchando los teléfonos de todas las peluquerías y se tragan a diario “Sálvame”.

Ver resoplar a Rebollo no tenía precio; incluso recordé aquellos hipopótamos del zoo cuando asomaban el hocico del agua. Me encendí un cigarro y puse mi mejor cara de póquer.

―La próxima impertinencia que diga le costará cara: una llamada y le cierro su mierda de oficina.
―Solo quería ser simpático.
―Si quiero simpatía me voy al circo a ver a los payasos, joder.

Guardé silencio, aun con esfuerzo, y continué con mi cara de póquer.

―Como le iba contando, estamos poco a poco localizando a todos los involucrados. La lista es inmensa: banqueros, operadores de telefonía, administraciones públicas, policías, carteros y detectives privados.
―¿Detectives privados en asuntos de espionaje ilegal? ―sonreí.
―Las tarifas de la organización oscilaban entre los mil y los seis mil euros por cliente y, por lo que hemos averiguado, tenían muchos. Una organización bien montada y estructurada, cuya red de colaboradores es intensa. ―Dio otra calada y dejó el puro entre sus dedos; dedos que temblaban de la excitación, manos que parecían estar tocando castañuelas.― Entre los espiados, y de ahí que nos metan prisa desde el Ministerio de Interior, están personalidades como el Marqués de Sotomonte, gran parte del Congreso de los Diputados, presidentes de grandes multinacionales, y un elenco de estrellas mediáticas: toreros, cantantes, futbolistas; toda esa fauna.
―¿Está seguro que no es un lector de la prensa rosa, comisario?

Me fulminó con la mirada; incluso me hubiera apagado el puro en la frente. Intervine antes que él, no fuera a pensar que tomaba a pitorreo el asunto.

―¿Y qué es lo que quiere de mí, comisario?
―Que ayude al Cuerpo: localice el máximo de compañeros de profesión que pudieran tener algo que ver con este tema del espionaje. Cuantos más nombres de detectives privados sea capaz de darme, mejor para usted.
―¿En cuánto valoramos lo mejor para mí?
―En tratos de favor y no quitarle la licencia por haberse extralimitado en sus funciones alguna que otra vez.
―Tratos de favor… ―Mastiqué las palabras mientras apuraba el cigarrillo―. Espero que no se trate de tenerle todas las noches en mi dormitorio arropándome y leyéndome un cuento para que sueñe con los angelitos.
―Según qué cuento, ¿no cree?
―¿Intenta seducirme, comisario? Mire que yo duermo desnudo.
―Déjese de coñas, Beretti. Solo le propongo que si usted nos echa un cable yo puedo echárselo en el futuro.

No sé por qué, me vino la imagen de Rebollo con el pasamontañas puesto y una cuerda de piano bien tensa tras de mí. Decidí tomarme aquella conversación en serio.

―¿Pretende que busque a unos tipos que pasan información obtenida ilegalmente para que luego se me pague con información confidencial que afecta al Estado?
―Ya le he dicho que estamos saturados y que necesitamos a profesionales que nos puedan ayudar.
―Ha dicho dos mentiras en una sola frase: la primera, que no me ha dicho en ningún momento que los polis estén saturados; la segunda, que usted me considere un profesional.
―He dicho lo que hay, Beretti. No me busque las vueltas y haga el favor de ser un poco más serio.
―¿Pretende que sea serio cuando usted me habla de traspasos de información para pagar mis servicios? No sé qué comerá usted, pero yo con chivatazos no lleno la panza. ―Abrí la ventana en un intento desesperado de no morir asfixiado con el puro; se escuchaban cigarras por todos lados. Una duda me asaltó de pronto.― Dígame, ¿tan jodida está la cosa que tienen que recurrir a los investigadores privados?

El comisario asintió con una mueca que más bien expresaba resignación. Al menos me sentí cómodo sabiendo que ninguno de los dos deseaba trabajar en equipo con el otro. Recorrí unos instantes con la mirada la mesa llena de arañazos, el juego de sombras que hacía el árbol frente a mi ventana y, por último, mis zapatos negros. Estaba entre la espada y la pared: por un lado, no me favorecía llevarme mal con la pasma; por el otro, ganaría enemistades en el gremio. El gran gremio de los detectives privados: o también se le podría llamar el de los poceros, sacando mierdas a la luz. Mi consuelo fue intuir que Rebollo, un policía inquebrantable, también tuvo su dilema particular: declararse incapaz para afrontar la investigación o recurrir a los que siempre había menospreciado. Reflexionándolo con positividad, no era en absoluto una mala oferta, pero quería apretar un poco más la tuerca. Mi estómago apretaba, el estómago de mi cotorra apretaba; las facturas apretaban como nunca. Rebollo había comenzado a sudar.

―Es insuficiente la oferta. Además, yo trabajo por dinero: la información, cuando la necesito, la pago.
―Acéptelo, amigo Beretti: no tiene casos desde hace tiempo ―dijo con una sonrisa glacial―. De hecho, su última factura debió ser en pesetas.
―Por eso mismo, necesito dinero, comisario. No me diga usted que no puede hacer perder un par de fajos de cincuenta de alguna incautación por drogas.
―Creo que he hablado con suficiente claridad.
―¿Por qué yo, comisario? Y no me diga de nuevo por mi profesionalidad que no cuela.
―Porque a usted no se le junta nada: ni lo bueno ni lo malo; solo lo muerto.

Dejé de apretar tuercas y me di por vencido antes de que mi autoestima descendiera al cuarto de calderas. Acepté. Tras unos segundos en los que solo se oían a cigarras y el zumbido constante de la M-30, el comisario dejó sobre mi mesa su tarjeta (no era la primera que me daba) y se levantó sin más. Antes de abandonar el despacho, se despidió con su singular ternura:

―Cambie la decoración de su oficina y contrate a una limpiadora, que esto da pena.

Quise mandarle recuerdos a sus muertos, pero con el calor se debió evaporar el pensamiento.

04 julio 2012

Perlas (LXXII)




"Los hombres son pervertidos no tanto por la riqueza como por el afán de riqueza."

(Louis de Bonald)

02 julio 2012

Perlas (LXXI)




"Utiliza en la vida los talentos que poseas: el bosque estaría muy silencioso si sólo cantasen los pájaros que mejor cantan."

(Henry Van Dyke)