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14 marzo 2007

Siéntete




Nuevamente la botella estaba vacía. Las cuatro paredes de su salón-comedor-dormitorio-hall-cocina eran testigos de una borrachera de órdago, y él, despreocupado, lanzó el recipiente contra una de las paredes, estrellando el mismo en varios trozos.

"La vida es dura", piensa para sus adentros, observando cómo se insultan entre sí dos peleles en un programa de televisión:

- ¡Porque tú marido es un canalla que me dejo embarazada!
- ¡Eso te pasa por guarra y por zorra!
- Señoras, recuerden que tienen que agredirse mutuamente para pulir sus diferencias - modera la presentadora

Lllevaba varios días incrustado en aquel sofá antiguo - que desprendía un aroma de época pasada bastante insoportable - incapaz de tan siquiera sentir el impulso de suicidarse. Nada le motivaba, nada le atraía, nada le inquietaba, ni tan siquiera nada le hacía llorar,... estaba anestesiado, podado de fantasía, y lleno de apatía.

"¿Cómo he llegado a esta situación?", volvió a pensar - algo que le llamó la atención, el haber tenido dos reflexiones en un mismo día - mientras se rascaba con ímpetu la barba descuidada. Y a su mente vino la cara furiosa de su mujer, mientras le echaba de casa; también la cara enojada de su jefe, echándole de casa; la del guardia civil, echándole de su coche que acababan de inmovilizar por consumo excesivo de alcohol; la del club de alcohólicos anónimos, por pervertir al resto de la clase; y así un sin fin de desprecios. Ahora tan sólo tenía una aburrida programación televisiva, el alcohol, sus cigarrillos y un olor corporal que insultaba a la mismísima mierda.

Y por primera vez en mucho tiempo sintió lástima de sí mismo, lo que prosiguió en un sentimiento de rabia interna, para culminar en una risotada malévola. Se levantó del sillón y se encerró durante dos horas en el baño. Al cabo del tiempo estaba impecable: duchado y reduchado, afeitado, perfumado, peinado, con aliento fresco, con su traje favorito y sus gafas de sol que tanto había echado de menos.

Recogió la porquería almacenada en el piso, arrojó por la ventana la televisión y las botellas de alcohol - provocando con ello una explosión de mil demonios -, pintó con flores verdes las paredes, y besó con frenesí su imagen reflejada en el espejo. Se sentía feliz, y no sabía porqué, pero tras tanto tiempo sin sentir algo parecido decidió no abandonar la iniciativa.

Salió a la calle, y fue derecho a la oficina de empleo; aprovechando el recorrido cantaba y bailaba de un modo peculiar, sonrrojando hasta al más hosco de los parroquianos con los que se cruzaba. Logró empleo en un taller de sillas rotas, y para celebrarlo fue derecho hacia la primera mujer interesante, que allá en lontananza asomaba tímidamente por la esquina.

- Buenas tardes señorita. No se alarme; no soy un atracador, mucho menos un vendedor de enciclopedias. Sólo quería recalcar que es ésa, su sonrisa, lo más bonito que podía saborear en esta mañana maravillosa.
- Halagada estoy, pedazo de zalamero - dijo entre risas nerviosas aquella mujer, impresionada.
- El halago es mutuo, pues sin la inspiración que tu fragancia desborda estaría atado de pies y manos en un mundo de tinieblas. Gracias amiga.

Aquella charla duró cinco minutos; acto seguido ambos se encaminaban a un buen restaurante de la zona, barato y con buena carta; él la había invitado a comer, y ella accedió de buen agrado. Comieron frugalmente, se saltaron los postres y acabaron en una tórrida explosión de pasión y llamas en el servicio de damas del local. Se intercambiaron sus teléfonos y prometieron llamar, sellando el acuerdo con sus lenguas aún calientes.

Por fin, tras haber pasado todo el día fuera, regresó a casa, y se prometió que a partir de ahora aprendería a luchar con sus sentimientos contra sus sentimientos, y a repintar las paredes cada dos semanas.

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