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11 julio 2011

Parpadeos - 66 (Rebanadas de pan)




Nadie me cree. Ni mi familia, ni los amigos ni el psiquiatra que me medica. Todos piensan que es producto de mi imaginación o de algún trauma de la infancia que, a mis cuarenta años, ha florecido en forma de pesadillas. Sin embargo, todas las noches sin falta, un individuo corta pan sobre mi cama. Es alto, cara chupada y manco; me sonríe con una boca podrida mientras con el muñón sujeta la hogaza de pan. Apareció una noche, hace cuatro meses o cinco meses, si mal no recuerdo. Desde entonces, sin falta, acude hasta mi cama a cortar pan. Cuando termina, me sonríe con el cuchillo en alto y luego limpia la hoja de migas con el edredón. Migas que, a la mañana siguiente, han desaparecido. Obviamente, el no hallar rastro alguno de migas resta credibilidad a mi testimonio.

Aunque no me importa que nadie me crea. El sonido hondo que provoca la sierra del cuchillo al cortar el pan me relaja, me ayuda a dormir y a no recordar un par de funerales que me engancharon a las pastillas. El sonido de la sierra, el muñón, la sonrisa porfiada de aquel individuo. Creo que va siendo hora de ofrecerle mi brazo derecho, porque solo así lograré olvidar la sangre de mis hijos deslizándose por la mano de mi mujer, por el cuchillo que empuñó una noche de madrugada.

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