AUMENTA LA LETRA DEL BLOG PULSANDO LAS TECLAS "Ctrl" y "+" (O Ctrl y rueda del raton)

03 julio 2011

Vidas en sueño - 81 (El que se queda sufre)




Al principio no le di mayor importancia. Desde la ventana de mi piso, un octavo en el 50 de Alberto Alcocer, les vi cruzar la calle en dirección a la boca de metro con las manos apoyadas en el alfeizar de mi ventana. Eran las doce y cuarto pasadas de la noche. Iban agarrados de la mano, los dos, mis amigos. Ella llevaba un vestido que siempre me gustó mucho: de tirantes, holgado y estampado en flores. Con ese vestido, demás de su pelo suelto y las sandalias blancas parecía una ninfa recién huída del Olimpo. El otro llevaba unos vaqueros y el pelo hecho un desastre: como siempre. El calor en mi habitación era insoportable a pesar de tener las ventanas abiertas de par en par. Dijeron que se iban a una fiesta que habían montado los borrachos del Inef por la calle Princesa, en la casa de la novia de uno de ellos, que por lo visto era pija y sus padres se pasaban la mayoría del año de cruceros. Me lo dijeron mientras me calentaba unas salchichas en el microondas y sacaba la carpeta con los apuntes.

Rosa, Gastón y yo éramos por aquel entonces compañeros de piso y amigos desde el instituto, allá en Granada. Nunca fui una persona sociable, pero desde el primer día de clase congeniamos. En realidad, Rosa y yo fuimos los que congeniamos primero; con el paso del tiempo, se nos agregó Gastón al grupo y Rosa parecía disfrutar mucho de su compañía, al igual, supongo, que de la mía. Pero esa es otra historia que tampoco me apetece demasiado recordar.

Si estábamos en Madrid era gracias a una beca que nos había concedido la Complutense de Madrid de Económicas: para jóvenes valores de la Economía nacional. La ganamos gracias a un trabajo acerca de los movimientos bursátiles en la década de los noventa. El título lo eligió Rosa y yo había fingido que me encantaba: “El arranque de la peseta con la nueva democracia”. Un trabajo de más de quinientas páginas, unas cuatrocientas horas invertidas en él y cerca de nueve mil euros de premio. Un trabajo que nos dio la oportunidad de venir a Madrid para estudiar la carrera y un máster de agente de bolsa. Un trabajo que, para ser sinceros, lo hice yo casi entero. Porque Rosa y Gastón estaban más pendientes de cerrar todos los bares de Granada, noche tras noche, que de ayudar en el trabajo. Y si dejé que firmasen en el trabajo, para qué engañarnos, fue por Rosa. No olvidaré su sonrisa y sus palabras cargadas de “cariño mío” y “corazón” que me dedicó cuando les dije que ya había terminado el proyecto. Tampoco olvidaré la palmada en la espalda que me dio Gastón, la cual estuvo a punto de tirarme al suelo.

Como otra noche más, me disponía a empollarme un par de temas: me había duchado con agua fría, estaba en pantalón corto y chanclas y había organizado las fotocopias, llenas de gráficos imposibles, que me disponía a estudiar. Porque yo sí era responsable; ellos, todo lo contrario. Según Gastón, “ya habrá tiempo de estudiar, carajo, que somos jóvenes y tenemos dinero”. No le quise dar mayor importancia al hecho de que ellos salieran de juerga porque era su costumbre de casi todas las noches. No se la quise dar hasta que los vi pararse y besarse. Me froté los ojos, por si tanto estudiar empezaba a quitarme la vista. Pero no. Cuando recobré la nitidez de las imágenes, y constaté que aquella del vestido estampado de flores era Rosa y el despeinado que la agarraba por la cintura era Gastón. Mentiría si no confesara que se me secó la garganta y las manos comenzaron a sudar, apoyadas sobre el alfeizar de mi ventana. Se separaron y Rosa dirigió la mirada hacia nuestro piso, pero Gastón no la dio tregua y volvió a atraerla hacia sí. Fui incapaz de moverme.

Pasé el resto de la noche tumbado en el sofá, bebiendo una lata de cerveza tras otra, hasta confundir la máquina de abdominales de Chuck Norris con las cartas del tarot de una vidente con pelo de estropajo y voz de gato en celo. Bebí hasta quedarme dormido. No obstante, en mis sueños, continué bebiendo mientras Rosa y Gastón se besaban por el televisor: “Bésame, Gastón. Desgárrame el vestido, Gastón. Fóllame, Gastón”, gemía Rosa, con el carmín corrido. También soñé que Rosa me negaba un simple beso en la mejilla y Gastón se reía por ello. Soñé con las calles de Granada y el ruido que sus sandalias blanca hacían al andar sobre el empedrado.

Aquella noche de mayo, calurosa, se me había ido de las manos. Estuvieron a punto de pillarme, pero una noche más logré que no sospecharan nada. Recogí las latas en una bolsa, las escondí en mi armario y me metí en la cama lo más rápido que puse. Una hora más tarde, Rosa y Gastón entraban en el piso, intercambiando besos con risas apagadas; se mandaban callar y entre susurros escuché un par de veces mi nombre. Pero a mí me daba lo mismo, porque me había refugiado en la cama.

No le di mayor importancia a todo aquello, como tampoco se lo había dado a las noches anteriores ni se lo daría a las que faltaban.

No hay comentarios: