
Algunos lloran al verme pasar por la calle. Se quedan quietos y giran sus cuellos con la mirada prendida en mí. Me siento defraudado conmigo mismo: a pesar del disfraz de ejecutivo del siglo veintiuno la gente me sigue reconociendo. Paso frente a un escaparate y observo mi rostro milenario. No puede ser lo que veo. Me llevo las manos a la cabeza. Mis dedos acarician las puntas de mi corona de espinas: otra de las bromitas de papá.
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Algunos lloran al tiempo que se suben en uno de los cientos de autobuses que invadieron anoche el bulevar de la ciudad. No se escucha un ruido distinto al refunfuñar de motor. Todos los habitantes de la ciudad se largan: riesgo radiactivo por culpa de nuestra central nuclear. Algo explotó, por lo visto. Sigo cavilando qué motivo me ha llevado a apearme de un autobús en el último instante. Supongo que será otro de mis arranques de originalidad.
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Algunos lloran. Es normal que los niños lloren, se queden quietos o incluso tiemblen como flanes calientes cuando observan mis herramientas de dentista sobre la silla de operaciones. Cuando aquella niña que traje a casa, unas semanas atrás, vio aquellas herramientas no lloró. Aquello me extrañó mucho. Y a medida que la iba mutilando trozos de su cuerpo, me extrañó aún más que no aullara en su agonía. Estaba furioso por ello. Cuando abrí la boca para arrancarle la lengua comprendí que el dolor lo llevase en silencio absoluto.
3 comentarios:
Me gustaron, sobretodo el último. Suerte.
Un saludo indio
hace tantísimo tiempo que no me paso por aquí.... ¡¡¡como ha cambiado!!!
Espero ponerme pronto al día.
¡¡¡un beso muy grande!!!
Sr Zorro: tres excelentes micro. Excelente juego con el suspense, buena dosificación de los datos. El de la niña es brutal. Saludos
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