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08 enero 2007

La Comunidad del Choped: Séptima Parte




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- Trukhin, amigo mío, ¿dónde viajarías si una estrella te invitase a soñar? - dijo balbuceando el Cura Chapapiedra mientras sujetaba tembloroso la petaca.
- Ni idea, pero seguramente acabaría en una taberna, emborrachándome, flirteando con descaro, y esperando ansioso a que entraran por la puerta una expedición de pútridos orcos - contestó baboso el enano mientras se deleitaba con uno de los pezones del clérigo.

Quizá estos dos personajes eran los más serenos del grupo. Llevaban varios días perdidos en el desierto, y por sus caras algo decía que acabarían sodomizándose entre ellos de forma lujuriosa. Ya habían perdido el norte, el juicio, y a la gran mayoría de escorpiones de la zona, los cuales estaban en el umbral de la extinción. Josemmha se había dejado barba, Aitor Menta se hizo incondicional del atleti, Tomás Turbado la manicura, y Lord Ucados se dedicó a contar batallitas de antaño. Trompetín intentaba encontrar cosas, pero generalmente acababa frotándose con cualquier piedra que se le cruzase en el camino. La situación era penosa, tanto más que un baño de sal junto a Bud Spencer.

Algo se aproximaba lento, silencioso, oscuro, distinto; tras rechazar varias opciones, como una posible invasión de panteras negras, los reyes magos, un buhonero perdido, el Rey Escorpión, o incluso, tras desconsoladas lágrimas por parte del Paladín, la Santa Compaña, decidieron esconderse, o como bien hizo Trukhin, caer borracho perdido al frío suelo.

- Hermano, parece que aquí hay gente - Uno de los desconocidos rompió el silencio.
- Seguro que son bandoleros, o peor aún, una banda de alegres mujeriegos que ante la escasez de féminas en el desierto decidieron dar rienda suelta a sus actos lujuriosos con esta pobre pila de escorpiones muertos - dijo el otro desconocido, el cual rezumaba un olor a narciso recién cortado.
- Sean lo que sean se han dejado tirado aquí al perro - Dijo otro más mientras pateaba insistentemente el bazo de Trukhin - A lo mejor es una rata muerta.
- No, es un enano demasiado bebido - Josemmha, saliendo entre dos rocas.
- Hombre, visto así yo estoy con el forastero, es una rata - Tomás Turbado, que se había camuflado imitando el movimiento de un sauce llorón en días de vendaval.
- ¿Quiénes sóis? - dijo tímidamente uno de los misteriosos personajes - No tenemos dinero para darles, pero si no nos matan podemos darles pan y vino fresco.
- ¡Hip! Sólo podréis dar pan fresco, porque de vino creo que no queda ya nada en el carromato, ¡hip! - contestó el cura Chapapiedra mientras zigzagueaba ebrio.
- ¿Carromato? Hermano, nosotros no tenemos carromato
- Encontré uno casualmente - se apresuró a decir Trompetín Nabo Azul.
- ¿Sois aventureros? - preguntó el que parecía el líder, el del tufo a narciso recién cortado.
- Eso somos amigos, a pesar de nuestra apariencia - contestó solemne Lord Ucados.
- Oh, nuestro Zumo Sacerdote Pichafiel vaticinó este encuentro con vosotros. Llevamos tres días vagando por el desierto, más allá de nuestro hogar, buscándoos. Os necesitamos.

Aquellos desconocidos se presentaron rápidamente; formaban parte de La Petakita, una aldea más allá de los límites de la Explanada de las Momias. Hablaban de forma tranquila, tanto que Tomás Turbado necesitó tres reanimaciones cardiacas. Parecían personas afables y simpáticas, tímidas, y tras ver cómo Aitor Menta quemaba accidentalmente el carromato, fácilmente impresionables.

- Nuestra amada tierra está siendo asaltada y atacada por extrañas criaturas, y nosotros no somos un pueblo bélico, por lo que necesitábamos la ayuda de unos aventureros.
- ¿Y cómo sabíais que estábamos aquí? Ni siquiera nosotros sabíamos dónde estábamos - dijo Lord Ucados.
- Nuestro Zumo Sacerdote es un gran adivinador; consultó sus chapitas de Sin-chan y éstas le dijeron que ya era hora de dejar los juegos infantiles, y que siete iluminados nos devolverían la paz en nuestro pueblo.
- Está bien amigo, os ayudaremos - dijo Josemmha - Tenemos otra misión pendiente, pero vuestra causa parece justa.
- Siempre y cuando haya vino de sobra - Concluyó la frase del explorador Chapapiedra.
- ¿Se aceptan animales? - Aitor Menta señalando a un alcoholizado Trukhin, que roncaba estruendosamente.
- ¿Y pirómanos? - dijo sarcástico Tomás Turbado.
- Sí, si no nos queman nuestras barbas. Sóis todos bienvenidos, ya seais alcohólicos, pirómanos, zoofílicos o simplemente unos fantoches.

Tal y como nadie de la Comunidad se imaginó La Petakita no era una taberna, ni un prostíbulo, ni tan siquiera unos suburbios barriales donde la gente se pegaba por el mero placer de besar el suelo. Una pradera verde estúpida se extendía desde los límites del desierto hasta la aldea; los pájaros cantaban, las nubes se levantaban. No caían chaparrones, pero algún que otro jilguero graciosín excretó sobre la pupila de Josemmha, cosa digna de bendición según los hermanos viajeros. El pueblo estaba conformado por casas de tejas verdes y paredes azules, y sus habitantes iban vestidos con sugerentes y provocativas vestimentas; cada uno de ellos emanaba una fragancia distinta, que en consonancia con el hedor a infierno de los recién llegados formaba una curiosa combinación.

No tardaron mucho en aclimatarse al pueblo y a su gente, sobre todo al grupo de jóvenes lozanas promiscuas que buscaban sexo de forma desaforada; esto a ojos del populacho era digno de bendición. Realmente en aquel pueblo todo era digno de bendición, incluyendo frotamientos casuales contra las encinas, pues su diosa se lo permitía, siempre y cuando la bendijeran. Sin embargo Lord Ucados desconfiaba de aquel pueblo y de su diosa; tanta permisividad era extraña. Decidió hablar con el hermano del olor a narciso, pues el de olor a lavanda frutal estaba junto con el de olor a kiwi rústico sacando del pozo a trompetín Nabo Azul, que ávido de encontrar cosas decidió buscar petróleo:

- Hermano, ¿se puede orinar en los toneles?
- Sí hermano.
- ¿Eyacular sobre animales de granja?
- Cómo no.
- ¿Escupir sobre los jardines?
- Por supuesto.
- ¿Cantar en arameo mientras se frota uno el escroto?
- Por favor.
- ¿Pero cómo se llama vuestra diosa que tantas cosas os permite hacer?
- Es la Diosa Libélula Empotrada, protectora de la libre acción - respondió tranquilo el hermano.

Tras un rato debatiendo sobre la diosa, tocamientos impúdicos en los urinarios, cantos regionales, y la siembra y poda de la patata funicular Lord Ucados prefirió irse a meditar fuera de todo aquel ambiente; ahora más que nunca necesitaba la fuerza de su Dios el Gran Choped para vencer tanta tentación. El resto de la Comunidad decidió seguir emborrachándose en la taberna. Al cabo de una hora, un grupo de aldeanos, junto con el Zumo Sacerdote, todos ellos envueltos por un ruido de harmónicas y zambombas desacompadas, irrumpió en el local:

- ¡Vaya! No sabía que los payasos actuaran aquí- dijo Tomás Turbado mientras eruptaba con potencia, llegando a jugar con la melodía ya reinante en el local.
- Saludos y bien hallados aventureros, soy Pichafiel el Zumo Sacerdote de La Petakita. En mi nombre, y en el del resto del pueblo, gracias por haber venido.
- A usted por el alcohol ofrecido compadre - contestó radiante el clérigo Chapapiedra.
- Me alegro que os hayáis acomodado con tanta rapidez a nuestras costumbres, pero aún queda la más importante...
- No me lo diga, ¡una conga con todos los parroquianos! - se anticipó Aitor Menta con los ojos en blanco.
- O una matanza de orcos a la luz de la luna - dijo Trukhin, también con los ojos en blanco.
- Mejor aún, ¡vuestro sacrificio! - contestó con una risa infernal el Zumo Sacerdote.
- Por cierto, acabo de encontrar un gorro de dragqueen, ¿es de alguien? - dijo ausente el gnomo.

Una vez recuperado su casco ornamental, Pichafiel el sacerdote, al igual que el resto de la taberna, comenzó a transformarse en un hombre lagarto de grandes dimensiones. Todo había sido una trampa.

- ¡Qué fácil ha sido engañaros, débiles humanoides! Ahora seréis el primer plato para nuestra diosa Libélula Empotrada - siseó el Zumo Sacerdote - ¡Apresadlos!

En muy pocos segundos la Comunidad del Choped fue rodeada, a pesar de los certeros hachazos de Trukhin, uno de los cuales acabó decapitando al hermano Narciso. Trompetín Nabo Azul encontró una baraja de cartas y consiguió desplumar a varios de sus adversarios, antes de que fueran incinerados por la temblorosa mano de Aitor Menta, el cual sólo quería participar en la partida. El cura Chapapiedra, Tomás Turbado y Josemmha fueron golpeados por ellos mismos debido a las cantidades imposibles de alcohol que habían ingerido.

Débiles, acorralados y borrachos, fueron reducidos y conducidos a una frías mazmorras. Todos habían sido derrotados,... ¿todos? Aún quedaba uno de ellos, que estaba buscando la ayuda de su dios, Lord Ucados.

- ¡Buscad al que queda de ellos y traedlo! - Se oía más allá de la oscura mazmorra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

jejeje,ahi manteniendo la tensión. Era de esperar q este atajo de alcoholico-obseso-pervertidos no se diera cuenta del engaño. Obviamente el paladin tenia q quedar fuera, todos sabemos q los paladines son demasiado astutos para dejarse engañar x tan pueriles triquiñuelas,jejeje.
Sigue asi, la proxima antes, q no se si podré aguantar,de todas formas te lo recordaré todos los dias, asiq...
besos