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21 enero 2007

La Comunidad del Choped: Octava Parte




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"El paladín, ¿quién necesita un paladín en su vida, aparte de los niños de ojos golosos que piden a sus madres entre sollozos bien una hamburguesa, bien su chocolate de paladín a la taza?". Entre bostezos, lágrimas, cánticos con bastante desafino, y otros estados que hacían dudar severamente de su estado mental Lord Ucados se sentía confundido. Desde que formó parte de la aventura no habían hecho otra cosa que beber, fumar, masturbarse sin disimulo mientras seguía bebiendo, y sobre todo, no acordarse de su dios demasiado, y sí en la madre bastarda de Tomás Turbado.

Lord Ucados caminaba ensimismado con el vuelo distraido de un abejorro trompetero de doble nuca con lomo de semitonos verdiblancos cuando en la lejanía vio a uno de los aldeanos.

- Hola amigo, ¡te estábamos buscando!
- Seguro que encontrarás a los alcóholicos de mis compañeros en la taberna - contestó el paladín, dando caza al abejorro
- Lo sé hermano, acabaron con la cerveza entre ellos y unos aficionados espontáneos del almería que estaban de paso. Pero nosotros te necesitamos a ti. - acarameló sus palabras el Hermano con olor a váter a estrenar mientras daba sepultura al trozo de abejorro que quedaba entero.
- Lo siento, no doy misas, ni bendigo por bendecir, a no ser que hablemos de una posible invasión de ateos incombustibles, o de una confederación de ardillas frenopáticas, para lo cual, lo siento, no tendríais salvación.
- Pero eres necesario, sino el sacrificio... digoooo el sacramento de la amistad no tendría sentido alguno. - respondió nervioso el hermano, mientras se pellizcaba el hábito - Además, nos están atacando de nuevo.
- Malditos vividores del mal, acólitos de la basura, y renegados de lo abstemio; acabaré con ellos cuales hojas de perejil son machacadas en un guiso de aroma inconmensurable, a la par que afrodisiaco. - dijo el paladín desenvainando su espada bastarda, que con los nervios y la emoción de la lucha venidera no era ni más ni menos que su descomunal miembro viril. - ¡Sígueme oh inútil hermano! Vamos a bendecirlos a mí manera, a hostias.

Y allí iban, dos sombras, envueltas en la densa niebla, que a medida que se aproximaban a la aldea se hacía más y más densa. Fueron atravesadas por el frío acero de Lord Ucados, el cual no cayó en el detalle que eran un par de viciosos fumadores de puros, motivo de tan densa niebla. El paladín se sentía más y más inquieto, como si su dios le estuviera previniendo de algo, quizá de algún peligro, de la declaración de la renta, o de alguna prostituta pastillera en reclamo de un hijo cuya existencia desconocía.

Una vez recibieron sepultura aquellos fumadores, la pareja siguió el camino. Estaban los dos cerca del poblado, y se veían algunas de las casas, y pajaritos, y nubes de colores, y la del anuncio de compresas que les saludó al pasar. De pronto, como si un relámpago hubiera calcinado su ano Lord Ucados se revolvió con agilidad y descargando con furia su espada bastarda atestó un terrible golpe al hermano, al cual lo partió en dos. éste sólo se limitó a gemir y a caer de la manera más estrepitosa posible.

- ¿Có... cómo descubriste que esto era una trampa? - dijo el hermano, agonizante, mientras de su boca salía un hilo intermitente de sangre.
- Cuando me encontraste ya me dejó intrigado el porqué dijeras "sacrificio", pero me quedaron resueltas las dudas cuando vi tu lengua bífida de medio metro asomar por el labio y cuando al enterrar al fumador me juraste que yo sería el siguiente. - Respondió orgulloso el paladín.
- Morirás, como el resto de tus amiguitos.
- ¿Dónde están? ¡Confiensa impío!
- Aunque me mates no te lo pienso decir, ¡te jodes putita divina! - contestó alterado el falso hermano, muy seguro de sí mismo.
- No te daré ese privilegio; ya que no quieres confesar te dejaré aquí, sin piernas, con los últimos éxitos de Georgie Dann y el Puma en el concierto homenaje de Paco Génil.
- ¡Noooooooo! ¡Confienso, confieso, lo juro!; tus compañeros están en los subterráneos del templo. pero no enciendas ese radiocassette por favor.
- Gracias,... y que lo disfrutes, ¡ve con mis bendiciones! - dijo el paladín con una risa torcida, al mismo tiempo que envainaba su espada y se engominaba el pelo de un modo un tanto furtivo.
- ¡Noooooooooooooo!

Comenzó a andar en pequeños y seguros pasos el paladín, cuando una explosión sonó en el mismo lugar que dejó al hermano; "sabía que sus oídos no podrían aguantar la tercera canción", se dijo para sí mismo, escupiendo con elegancia al suelo. A excasos metros del poblado, Lord Ucados se parapetó entre unos matorrales, y tras haber robado las lentes a un ciego elaboró un sofisticado catalejo. Algo más rápido que él se acercó por detrás y le emboscó:

- No me lo digas, eres ecologista y vienes a denunciar los sacrificios humanos que se hacen en el pueblo. - dijo el desconocido, presentando la mejor de sus sonrisas sarcásticas.
- No me lo digas, eres un imbécil disfrazado de primo del Payaso de Micolor y como ni las cucarachas te quieren asociar te arrastras hasta aquí - contestó Lord Ucados dirigiendo su espada hacia él, en señal de defensa.
- Lo siento, pero la medicina que le robaste a tu abuela no te hace bien alguno. Me llamo Arce Kristmas, y aparte de usar la paranoía como vía de comunicación normal soy el puto druida de estos bosques - dijo solemne el druida mientras señalaba con orgullo los cuatro matorrales a dos yardas de ellos.
- Bien, muy bien. Yo soy tu madre, la ninfa que se dejó aparear por un cochino jabalí, y soy dueño, aparte de mis propios calzoncillos, de todo aquello que puedas ver, a excepción de tu frondoso bosque. Y si me permites, estoy muy ocupado.
- Parece que no hemos comenzado con buen pie amigo, pero he visto tu combate con aquel hombre lagarto, y dado que piensas enfrentarte a ellos me uno a tu causa, siempre y cuando no me metas langostinos por la raja del culo, claro está.
- Está bien druida, pero ten esto presente; no pienso responsabilizarme de ti, y menos con ese par de gorriones posados en tus hombros.
- ¿Te refieres a mis aves rapaces?
- Más o menos.

Arce Kristmas era de aquellas personas dignas de tortura e insulto fácil, pero a su vez transmitía una onda de locura que se volvía simpática. A pesar de que iba vestido con llamativos colores y con un gorro hecho con ramas de bosques quemados y cuernos de caracol colérico, el druida podía pasar desapercibido con suma facilidad; de su rostro colgaba una larga y fina barba cana, a juego con su delgadez y tez morena. Su arma, sus dos gorriones y un par de panderetas que al sonar coordinadas con movimientos propios de una bailarina ebria evocaban al océano en día de tempestad, algo que según él confundía al rival.

La extraña pareja avanzó cautelosa, en silencio, pisando huevos (que no ramas secas). Tras media hora de acercamiento el paladín desenvainó con cuidado la espada bastarda, no sin escuchar antes un grotesco piropo del druida acerca de la puesta de sol. Ahora la oscuridad jugaba en su favor, y eso produjo una soberbia erección a ambos.

- ¿Quién anda ahí? - era uno de los hombres lagartos
- ¡Rápido insensato!, he encontrado las sobras de una rata que nos puede servir para el sacrificio
- Déjame que entre en los matorrales y... arghhhh!! - el hombre lagarto fue decapitado, expulsando con violencia un gran torrente de sangre viscosa.
- ¡Buen golpe paladín! Eres rápido como la gacela, y frío como el pingüino. - exclamó el druida, mientras jugueteaba con su barba.

El camino hasta el templo, en el centro de la villa, fue un recital de espadazos, decapitaciones, mutilaciones, desmembraciones, torturas a base de chistes verdes, panderetazos, ataques suicidas de hormigas - comandadas por el druida - , y algún que otro picotazo en la pupila por parte de los gorriones. Dichos pájaros se fueron ganando la confianza del paladín, sobre todo al ver como uno de ellos arrancaba de un picotazo el cuello de un rival.

Habían caído muchos enemigos, y ambos compañeros de venganza estaban bañados en aquella sangre verde viscosa con dos pellizcos de sal. El fragor del combate dio paso, de nuevo a un silencio incómodo, mucho más incómodo debido a los eruptos con olor a chorizo barato del paladín. Llegaron a la puerta del templo, y las puertas estaban selladas; una frase estaba grabada en el pomo de la misma.

- ¡Paladín, aquí hay algo escrito!
- Vaya, no sabía que aquí se daba misa a diario - respondió apesadumbrado.
- Me refiero al pomo.
- Desconozco la lengua en la que está escrito.
- Creo que yo lo puedo intentar - dijo entusiasta el druida, acercándose más aún al pomo del portón -. Aquí pone: "Habla amigo hasta que te sangre la boca, canta en arameo arcaico, danza con sensualidad, juega al póker hasta la ruina, y si aún no te hemos abierto vuelve a llamar al timbre que ahí a la vuelta de la esquina". ¿Llamamos?

Demasiado tarde llegó la propuesta del druida Arze Kristmas, pues Lord Ucados, de una patada, no sólo abrió la puerta, sino que derribo el arco de entrada, y parte de la cúpula: se acabó el sigilo. De pronto fueron rodeados por 50 hombres lagartos fuertemente armados; en el centro, el Zumo Sacerdote Pichafiel se reía solemne:

- Ilusos, lo mejor hubiera sido desaparecer de aquí. Somos más que vosotros, somos más fuertes, y lo más importante, no olemos mal. - dijo el zumo Sacerdote.
- Por fin se rompió la mascarada serpiente; tanta bendición era muy extraña, y más si no había dinero de por medio.
- Hay que reconocer que eres duro paladín, pero caerás junto a tus amiguitos a los brazos d emi diosa - replicó el hombre lagarto, acompañando su discurso con una risa honda y prolongada, siseante.
- Pero él no está sólo, la arboleda está de su favor - habló el druida, dando un paso adelante desafiante.
- ¿Y quiénes son esos que van ayudar? Porque yo sólo veo a un fantoche disfrazado de buscona y a dos pajarracos con los que me suelo limpiar los colmillos después de comer - Interrumpió Pichafiel al druida -. En resumen, somos 51 contra uno y un cuarto; y dad gracias por el "un cuarto". ¡Prendedlos!
- Señor, si los quiere vivos, ¿por qué tenemos que prenderles fuego? No parecen que sean elementales de fuego. De todos modos, si los quiere chamuscados me subo al prisionero mago, señor - Un soldado, puntualizando la orden de su jefe.

Una vez fue descuartizado el soldado osado, el Zumo Sacerdote desapareció tras el altar, y los 49 hombres lagartos fueron cercando el círculo. El paladín y el druida se miraron, y éste último empezó a canturrear una melodía penosa. Cuando Lord Ucados veía próxima su sordera un relámpago se coló por la bóveda y golpeó con dureza a más de la mitad de los enemigos. El resto combatió con agresividad, pero las panderetas de Arze Kristmas, los picos y garras mortales de los gorriones, y el acero de Lord Ucados acabaron con todos.

Lord Ucados se dirigió presto a la planta baja del templo, por la que se accedía por unas escaleras de caracol, de casi nula fiabilidad. Su objetivo prioritario era rescatar a sus compañeros, así sería más fácil la victoria. Había desestimado toda opción de sigilo, pues ese privilegio desapareció hacía mucho tiempo; de pronto, Lord Ucados notó el frío roce de una garra traspasando sus entrañas, cayendo inerte en el piso. Mientras intentaba escudriñar el porqué su vida tenía contada los segundos, observó por el rabillo del ojo, detrás, al Zumo Sacerdote Pichafiel, con su garra derecha impregnada de sangre, riendo placenteramente. Y sus ojos se cerraron, viendo aquella sonrisa macabra de satisfacción.

- ¿Dónde estoy? ¿Qué es esto? - Lord Ucados, entre una espesa niebla blanca, con olor a chóped.
- ¡Vuelve!
...

- ¡Vuelve paladín, despiértate! - era el druida, abofeteando a Lord Ucados, mientras uno de los gorriones pasaba a pocos centrímetros de su nariz una rodaja de chóped pork.

Rápidamente se llevó sus manos a su torso, y de la herida no quedaba nada. Palmeó confiado al druida, le sonrió, y se irguió de nuevo, alzando su espada, encarando al Zumo Sacerdote.

- Pero, pero, ¡si te he traspasado con mi garra, humaniode! Es imposible que... - tartamudeó el hombre lagarto.
- Alguna ventaja tenía que tenier el seguir a una divinidad tan poco permisiva. Ahora, ¡muere escoria!

Lord Ucados se lanzó agresivo hacia su adversario. Intercambiaron golpes, pero la fuerza del hombre lagarto, a pesar de ganar en altura y peso al paladín, mermaba en cada golpe, quizá debido a que tenía que parar los espadazos con su brazo desnudo. Lord Ucados siguió atacando de frente, con claros indicios de fé; Pichafiel paró otro espadazo, giró torpe su brazo para responder, pero el paladín se desplazó a un lateral, y de un golpe preciso y fuerte le clavó el arma en la espalda; toda su hoja. Pichafiel se desplomó en el suelo, y tras pocos segundos de agonía, acabó muriendo.

- Está muerto druida, sigamos
- Yo me quedo aquí Lod Ucados, ya he cumplido mi misión - dijo con una sonrisa tierna, tanto que hizo sospechar de su condición sexual al paladín.
- Bobadas, hay que salvar tus matorrales.
- No, había que salvarte a ti; estaba tu muerte escrita, pero tus plegarias, tu fé, tus borracheras controladas, y tu causa convenció al Gran Chóped, y decidió enviarme para devolverte a la vida. Considérame tu ángel.
- ¿Mi ángel? No será una proposición indecente, porque si no...
- No es una proposición indecente.
- Veo que vas en serio. Está bien, sólo puedo decir "gracias" por tu ayuda - respondió emocionado el paladín, mientras veía partir a Arze Kristmas con sus dos gorriones de combate.

Siguió su camino, agradeciendo a su dios aquella segunda vida. De paso aniquiló al resto de hombres lagarto allí presentes, hasta que encaró una celda grande, con varios personajes encerrados ahí:

- Amigos, ya acabó todo - dijo Lord Ucados mientras abría la reja de la prisión.
- Lord Ucados, nunca creí que lo diría, pero bendito seas maldito bastardo - Tomás Turbado con lágrimas en los ojos.
- Paladín, la Comunidad está en deuda contigo - respondió Josemmha mientras le abrazaba con segundas intenciones.
- ¡Mira qué casualidad! Acababa de encontrar el juego de llaves maestras del templo - Trompetín Nabo Azul dando brincos, como si de una liebre con sobredosis de cafeina y skip se tratase.
- Que la llama de tu corazón nunca se apague - proclamó solemne el mago.
- ¿Ya le has puesto las manos encima desagradecido? - vociferó el enano Trukhin con los ojos muy abiertos, mientras abofeteaba impune a Aitor Menta.
- ¡Eh, fui yo sin querer! -Chapapiedra, el último en salir, jugueteando con su mangual.
- Chicos debemos emprender el viaje, pueden haber más hombres lagartos aquí; ¡seguidme!
- Espera paladín, no sin antes,...

Trukhin volvió sus pasos, y abrió la celda contigua a la que ellos estaban. Enarboló con firmeza el hacha, y tras diez minutos de golpes, hachazos y gritos desgarrados salió feliz, ensangrentado, y con un brazo en la boca.

- A falta de hombres lagarto buenos son los aficionados del Almería - concluyó el bárbaro, mientras palmeaba amistosamente al paladín.
- ¿Y cómo llegaste hasta nosotros amigo? - peguntó Josemmha.
- Gracias a un ángel
- Sé sincero paladín, probaste las setas alucinógenas del campo, ¿cierto?
- Sí, pero no sabían a pandereta.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Que admirable capacidad deductiva la del paladin!!!
Y que herramientas de tortura!!!, me encanta, eres el rey de los detalles y referencias...¿donde he visto a alguien dando hostias armado cn panderetas???jejeje. Muy buena la inscripición del pomo, y el final...
Pero, sin duda, me quedo cn esta frase: "y aparte de usar la paranoía como vía de comunicación normal..."Besos miles