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15 diciembre 2009

Parpadeos - 10 (Final)




Alfonso se estrelló contra el tronco de un roble. Todo fue demasiado acelerado. Empotró su reluciente coche deportivo contra un roble escondido tras la curva de una carretera comarcal mal iluminada y bacheada. Escuchó un chasquido de ramas proveniente de sus entrañas, como si fuese una galleta partida en dos. El roble aún se sacudía por el choque. Sucedió la misma noche en que España ganó la Eurocopa de fútbol. Fue un golpe seco y cruzado. Millones de gargantas coreaban desde sus casas y bares los nombres de los futbolistas. Alfonso dejó sobre el asfalto una chirriada de ruedas, una explosión de cristales y el amargo doblarse de la chapa metálica de la carrocería. La sangre le impedía toser. Fernando Torres fusiló al guardameta alemán y perforó las redes de la portería. Alfonso reaccionó tarde; dio un zapatazo al pedal del freno pasado el vértice de la curva, arrancó de cuajo una señal de tráfico y escuchó el quejido de su vehículo plegándose como un acordeón. La Selección española jugaba al toque, tranquila, sin precipitarse, disfrutando de la ventaja en el marcador. Él, cegado y con las manos temblorosas tanteó nervioso en el vacío, intentando aferrarse a algo. Jadeaba y tenía miedo a dejar de moverse. Al mismo tiempo que Iker Casillas levantaba la copa de los campeones de Europa, entre confetis y palmas, un par de agentes de policía echaban sobre su cuerpo tendido en el suelo una manta que le cubría de pies a cabeza, entre luces parpadeantes y voces distorsionadas a través de los walki-talkies. Más allá de unos cerros se escuchaban petardos y cohetes detonar sin coordinación.

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