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11 noviembre 2009

Vidas en sueño - 53 (Tu cumpleaños)




Lo primero que me recuerdas cuando tomo asiento a tu lado es que he tardado mucho en llegar. ¡Coño mamá, he llegado en coche, no en un reactor espacial! Algún que otro vecino de mesa en el restaurante se gira para observarte; seguramente esperen verte soltar una bofetada, o quizá que te rompas a llorar en cualquier momento. Sin embargo tú sonríes. Ése es nuestro juego particular, que sólo tú y yo entendemos; poli bueno -tú-, poli malo -yo-. Me preguntas cómo se encuentra el pájaro, y yo te respondo que no muy bien, que lo he metido en el horno. Me dices que tengo mucho cuento. Ambos reímos; poli bueno, poli malo. Saludo con un beso sonoro en la mejilla o un apretón de manos riguroso -según procede-, a todos los de la mesa: a papá, a tu hija, y a tu yerno. A ti te doy un beso apretando fuerte los labios contra tu mejilla, mientras te zarandeo con suavidad el cuerpo, agarrado a tus hombros. Me dices que me deje de cuentos y que pida algo de comer a la camarera. Me tocas con tus dedos la cara y dices alegrarte de verme afeitado. Hago una mueca, y me recuerdas de nuevo lo guapo que era de niño, cuando no tenía pelo en la cara y no me echaba gomina. Todos en la mesa reímos. A veces con tus comentarios me da la impresión que te has vuelto toda una abuela entrañable, con su rebeca de lana y sus mejillas coloreadas.

Una camarera se acerca y toma nota de mi pedido; los demás en la mesa ya estáis comiendo desde hace un rato. Tomo prestada la copa de vino de mi padre y brindo contigo, por tu cumpleaños. Son cincuenta y seis los años que cumples. ¡Cincuenta y seis años madrecita! Pero no te preocupes, que los sabes llevar estupendamente; en tu cara el tiempo nunca fue sincero. La misma mirada de párpados relajados, la misma sonrisa que deja al descubierto tus dientes, la misma nariz redondeada y chata, los mismos lóbulos de las orejas, firmes y esponjosos, pero sobre todo, las mismas cejas. Si me dejasen elegir algo de tu rostro, sin duda alguna me quedaría con tus cejas; cimitarras de hoja fina y muy curva, negras, con todos los pelos perfectamente alineados; portavoces de tu personalidad. De nuevo me saltas con que tengo mucho cuento. Es tu forma de dar las gracias. Tú no eres de esas personas que se enrojecen como tomates al recibir un halago. Eres una ajedrecista experimentada: lanzas un contragolpe maestro en cada uno de mis ataques.

Como sé que con las zalamerías tengo la batalla perdida contigo, cambio de tema y te pregunto qué tal han ido tus clases de metafísica. Un tipo de la mesa de enfrente se gira prestando atención a lo que conversamos ¡Si quiere usted le invitamos a tomar asiento aquí, cotilla de los cojones! Me tomas la mano y me dices que no debería estar en el campo de la lucha, que tengo que sosegarme. El campo de la lucha, los poderes que quitas a las palabras cuando alguien dice algo negativo, los siete rayos divinos, el arcángel San Miguel, y cómo no, la reencarnación. Cada día me sorprendes con algo nuevo de la metafísica. Te encanta hablarme de todo ello, aplicarlo a la rutina diaria, aun a sabiendas de que no lo comparta. Pero tú eres el poli bueno -que enseña- y yo el poli malo –que se revuelve en el pupitre-. Empiezas a enlazar temas de metafísica como un locutor de radio dando resultados de la jornada de fútbol. Observo a los demás; te escuchan hablar sin pestañear, con el cuello rígido y sosteniendo en el aire sus tenedores cargados de arroz tres delicias; ¡los tienes entregados! Con tu voz de fondo abro la ventana de la habitación de casa, donde te entregas a la metafísica por completo. Estoy viendo en ese momento todos tus libros de santos y yogas apilados en la estantería, tus inciensos de dioses tropicales, tus cintas de colores, tus estatuas, tu ordenador portátil reproduciendo algún vídeo chill-religioso-out, tu atril de madera que sostiene esas imágenes de ángeles, arcángeles, mártires, y otras entidades de peso espiritual. Te imagino acariciando el lomo de uno de esos libros, con un hilo de humo denso -que huele a vainilla- saliendo del incensario, que te envuelve; te veo sentada frente al ordenador, con tus ojos clavados en la pantalla. Me gusta soñarte e imaginarte a través de las ventanas. Regreso a la mesa. Sigues hablando, ahora acerca de que el mal no existe; cuando te pones nihilista me encantas. Jugueteo con los palillos chinos aplastando granos de arroz en el plato, hasta que noto cómo bajas el ritmo de tu narración. Entonces intervengo; poli bueno, poli malo. Abrimos un debate tras otro, donde tú eres la creyente y yo el escéptico. Te rechisto con énfasis, usando sarcasmos; hay confianza, ¿verdad mamá? En el fondo te gusta que rebata todos tus argumentos, los cuales denomino como fábulas fantásticas. Ambos sabemos que tengo razón, pero nunca me la darás; yo tampoco te la daré, pero en este caso porque tú no la tienes. No obstante sabes de sobra que me encanta escucharte, y me encanta ver tu entusiasmo, aunque tenga que ver con espíritus. Vuelves a decirme con ese tono de voz cantarín que tengo mucho cuento. Reímos.

Te acaban de traer una pequeña tarta, para que soples la vela; no te esperabas esa sorpresa. Sonríes como un niño desenvolviendo un regalo. ¡Es tan fácil ilusionarte con pequeños detalles! Nos dedicas a todos los de la mesa una sonrisa; todos te la devolvemos. Al final parecemos una pandilla de niños desenvolviendo regalos. Me coges la mano y soplas la vela, y no la apagas a la primera. Ni a la segunda. ¡Joder mamá! Todos los años te pasa lo mismo, y aunque hemos ido reduciendo el número de velas en las tartas sigues soplando como un pajarillo. ¡Por Dios Bendito mamá, más intensidad de inspiración en esos pulmones! Te doy un beso y te abrazo, y te susurro al oído que es un orgullo y un privilegio ser tu hijo, que disfruto escuchándote, jugando a polis buenos y polis malos, observando tus cejas como cimitarras afiladas. Me das un beso en la mejilla. Luego te intentas zafar de mí con suavidad mientras repites aquello de que tengo mucho cuento.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mola eso de la metafísica.. te ha quedado un relato muy divertido...

RCP

Achi dijo...

¿Lo ha leido ella?

Tiene razón, es verdad, tienes mucho cuento.

¡Larga vida los cuentos!