
─Esta vez no erraré el tiro. ¡Págame lo que debes! ─ le grité.
Enarbolé mi escopeta y le apunté al entrecejo. Él de rodillas. Lloriqueaba. Luces de neón en las paredes. Cerré un ojo y tensé el dedo sobre el gatillo. Se echó sobre mis pies. Le di una patada en el mentón. Aulló. Olía a amoniaco: alrededor de aquel infeliz un charco amarillento, y su pantalón empapado.
─¡N-no t-tengo dinero! N-no me m-mates, p-por f-favor─ tartamudeó.
Apreté el gatillo. Explosión de sangre y carne. Un cuerpo sin cabeza se desploma en el suelo. Sangre en mi ropa. Nunca supo apostar a los caballos.
1 comentario:
por fin puedo respirar agusto... gracias por esa reventada de cabeza, ves como si que sabes hacerlo? jajajaja
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