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07 diciembre 2011

Vidas en sueño 90 - (La guasa divina)




Sus pies colgaban a veinte o treinta metros del suelo; el hombre con sombrero estaba sentado sobre uno de los salientes del viaducto, con los brazos firmes y tensos, sintiendo el frío del granito. El hombre con sombrero solo tenía eso, un sombrero; el resto, bien murió bien lo perdió en los salones recreativos. Unos pensamientos llevaron a otros y acabó allí a veinte o treinta metros del suelo.

Justo cuando los brazos del hombre con sombrero empezaron a ceder a sus deseos de lanzarse y tomaba impulso, un anciano de barba mal afeitada apareció a su lado. Sus ojos eran dos libros desgastados por el tiempo y mantuvo una sonrisa que al hombre con sombrero llegó a relajarle unos instantes. El anciano de barba mal afeitada dejó una distancia prudencial entre ambos y abrió las manos, para indicar al hombre con sombrero que solo quería charlar. Deseaba con todas sus ganas salvarlo de aquella locura y, así de paso, ganarse la salvación divina con una buena acción. Era la oportunidad que llevaba esperando años y años.

-No sé qué le ha llevado hasta aquí, pero creo que usted se merece algo más que eso.

El anciano de barba mal afeitada señaló el suelo, veinte o treinta metros más abajo.

-¡Usted qué sabrá! Déjeme tranquilo.
-Está bien, hijo. Si quieres lanzarte, hazlo, que no te lo voy a impedir.

El hombre con sombrero le observó unos instantes, sonrió sin ganas y se lanzó al vacío. El golpe retumbó en los oídos del anciano de barba mal afeitada como si se hubiera caído él mismo. Se asomó y contempló la escena con el labio superior tembloroso. El sombrero del hombre rodaba hacia uno de los coches aparcados. La gente se agolpó, los coches frenaron, las mujeres gritaron y los hombres recordaron los otoños vividos.

¿Qué había hecho mal? Él solo quería ayudar a aquel pobre desgraciado. El anciano de barba mal afeitada abandonó el lugar y, en un momento, alzó su cabeza al cielo buscando respuestas: pensó que eran unos cirros mal colocados, pero aquello se asemejaba más a una sonrisa sardónica.

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