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26 julio 2010

Parpadeos - 34 (Silencio en Barajas)




Las hormigas cazan en grupo. Toda la colonia sale de su agujero de arena, y muerde al mismo compás. Creo que son mis tripas a las que ahora atacan; entrañas de vainilla, de organdí, de mar. Mis tripas, abiertas sobre las teclas de mi ordenador, que conversa contigo. Bloqueo de dedos ante tu perfume de vainilla, que poco a poco ensancha el salón. Las paredes son de goma, y el pájaro, tranquilo en su jaula, duerme por los dos. Hormigas que barruntan a coro desde el monitor. Se amontonan y me clavan sus colmillos. Dulce escozor, que sabe a melaza. Silencios que pesan en pocos minutos lo mismo que toneladas de plomo. Plomo caliente, devorado por las hormigas, sobre el balasto de una carretera a medio construir. Silencio en Barajas porque tecleo. Porque te tecleo; te leo y te tecleo. Enmudece la ninfa.

Respiro tu tabaco a través de las risas verdes que escribes. Respiro hormigas, que me invaden, que me acosan con sus patas hundiéndose en mi carne; dejan un rastro de cosquillas y pimienta. Respiro entre la orilla del mar y el abandono de la tarde, bajo el techo de un porche blanco con ventana azul. Estrellas que gotean; tu vainilla, la piña fresca, el rojo intenso de la picota masticada. Huesos de almohadilla, pulso de soñador, un pájaro que descansa en su esquina, aguardando, quién sabe, a que lo acaricies con tus dedos. Y avanza cálida la noche porque mi ventilador es un inválido ahora mismo. El teclado cruje bajos mis dedos. Se adormecen con la canción que me susurras. Propón letra, y enseñemos a las hormigas a silbar. Intestinos que son de aire, caliente, empujado por un ventilador. Espejo que brilla en la noche de Barajas. Testigos que duermen en lunes de madrugada; tú y yo, arrastramos la cadena de las horas. Las mismas que teclean la espera. Vainilla que florece.

Sol que nace, que se pone, que nace y se cae. Luna que justifica las horas que permanezco sentado, distante sin quererlo. Hormigas que roban, que arañan y escarban la tierra húmeda de la madriguera. Hormigas valientes, impulsivas, que se comunican con sus antenas las unas a las otras; me chillan un dialecto invisible, formado por millones de patas en movimiento: el lenguaje de la prolongada cosquilla. Dedos de marfil, que pelan el caparazón de una piña para que la saborees, para que confundas su néctar con tus sueños. Esteparia noche en Barajas, acosado por las hormigas; hormigas que salieron de tu guarida. Las mismas que ahora conquistan mis tejidos con autoridad. Picotas maduras que caen sobre la tierra, y que la empalagan de azúcar y primavera. Te leo y escribo sobre un mapa la dirección del camino que se creó de una dualidad; encrucijada inesperada, que de puntillas me acercó a ti.

Pies silenciosos, que acompañan al ventilador y al respirar de una ninfa durmiente. Barajas ilumina la procesión de hormigas. Huele a ti la mañana; la tarde; la noche. Perfume de vainilla, de antenas al sol. Luna llena que habla desde el alféizar de mi ventana. Desliza comentarios de tus ojos y de tu boca, codeándose conmigo: la amistad de toda una vida. Guiña la cara oculta al sol y yo pronuncio tu nombre con la fuerza de un cuchillo que parte la coraza de una piña. Palabras que transporta el sueño, en plata, en la calidez de Barajas, cuando la madrugada trae hasta mis entrañas tu hilera de hormigas que cazan en grupo.

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