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11 febrero 2007

Una noche de renombre




Un sabio chino - por decir una nacionalidad de esas místicas, en la que tipos de mostrada sabiduría demuestran a golpe de barba cana grandes verdades - dijo una vez que cuando dos proyectiles del averno se juntan, la explosión puede ser fatal. Así fue, la explosión fue fatal.

Este sábado salí de fiesta con mi "hermano", mi alter ego en versión cristiana y de ojos verdes, con Miguel (lo mismo dice él de mi, salvo que soy su alter ego en versión atea y con pelo pincho). El plan era sencillo; ir a tomar algo con unos compañeros suyos de trabajo a Lavapiés. No tardamos en tejer un plan bizarro, que nos permitiera reencontrarnos con grandes noches y fiestas de antaño. Por unos motivos u otros llevábamos prometiéndonos esta noche hacía ya mucho tiempo.

Para variar empezamos la noche con retraso. El lugar de partida, el bar Castellano, centro de festejos por parte del equipo de fútbol-7; festejar no había nada que festejar, entre otras cosas porque perdimos 6-2, pero la excusa de tomarse algo es más que sacra. Estuvimos un rato con la parroquia, hablando y comentando lo paquetes que podemos llegar a ser cuando nos lo proponemos. Llegando ya media hora tarde nos dirigimos a casa de una amiga, a tomarnos algo. Tras una andada cuasi mística, con calambres en los tobillos incluidos, alcanzamos la casa.

Nos sentamos en el sofá, y con Aida y dos amigas suyas nos tomamos un par de copas, disfrutando del gran Arnold Schagenawer (o como se escriba, no me pienso molestar en buscarlo en el Google) y la película "El fin de los días"; lógicamente ver una película con Miguel es ir resaltando y criticando las diversas escenas del filme, como por ejemplo, qué puñetas hacen un grupo de satánicos celebrando una misa, antorchas incluídas, en un recinto lleno de tubos inflamables y de cartuchos de dinamita. Terminó la película, y viendo que habíamos quedado hace una hora decidimos irnos a coger el metro.

Y allí nos plantamos, en el lugar de la cita, en Lavapiés, una hora y media tarde; no perdíamos nuestra facultad de llegar tarde a los sitios. Previo a llegar al lugar nos encontramos a nuestros alcoholizados amigos rumbo a Bilbao en el metro, los cuales daban el perfil de quemar la noche también. Nos bajamos en Sol, y de ahí hasta Lavapiés activamos nuestro modo "Guiri", preguntando a doquier cómo puñetas llegar al lugar sin acabar en la otra punta de la ciudad. Y llegamos el bar, llamado "La Aguja" - nombre dedicado en honor al objeto con el que se pinchó en vena el diseñador del local seguramente.

Ahí comenzó el despliegue de copas, chupitos de tequila, copas con/sin chupitos, y una hilera de pelotazos que nos hizo rápidamente alcanzar al resto de parroquianos, los cuales habían bebido lo suyo también. Era un grupo de personas, a las cuales en su mayoría conocía Miguel del trabajo, y con las que rápidamente congeniamos, sobre todo tras el recital de chistes solemnes que ambos Pablos dimos ante los presentes.

Tras ese bar, que nos cerraron para mí gusto muy pronto, llegó otro, el que iban a cerrar en media hora; pero nos daba igual, el caso era tomarse otra. En mi caso particular no fue una, fueron dos, pues Miguel rehusó tomar su copa, la cual llevaba una dulce fragancia, eau de Garrafón difícil de olvidar. Un amigo de Pablo, excompañero de trabajo de Miguel, nos estuvo contando que tenían un grupo de electro-punk-flamenco-rock o algo así, y que fueron teloneros de Rem en no sé cual verano de un año que prefiero no citar. Hicimos una evasión inteligente, pues la cosa pintaba cruda si nos seguía contando aquello, dado nuestro creciente estado etílico; esto no quiere decir que el chaval no fuera majete, que lo parecía, pero el arco de atención había disminuido a límites infravalorables.

Al cabo de media hora, fieles a su promesa, los señores del bar nos cerraron el local. Vanessa - otra compañera de trabajo de Miguel -, y Pablo - el antes citado - nos llevaron a su casa, advirtiéndonos de las sensacionales cualidades auditivas del vecino octogenario, por lo que deberíamos reducir nuestro tono de voz (trabajé a fondo para lograr el objetivo, júrolo). Es increible lo que un casco de moto y un almohadón pueden hacer juntos para tumbarte en el suelo como un bendito; allí estuve un rato tumbado, con mi vaso de whisky con agua (los hielos no se terminaron de hacer). El resto de gente que habíamos sobrevivido estuvimos charlando de todo un poco, riéndonos, cansados, de la noche.

Y llegó el momento de cerrar el chiringuito fiestero. Nos depedimos de los anfitriones de la casa, de los cuales dos estaban dormidos, y una, Vanessa, estaba apunto de lo mismo. Ya en el marco de la puerta, una pareja de vecinos entraba por el portal, y desde el eco serio de Miguel salió un "Buenos días", que añadido a mi estado de alcohol y lo que no era alcohol provocó una carcajada de esas de mandíbula desencajada; la compañera de Miguel, en el marco de la puerta, no pudo tampoco evitar partirse. Para colmo, nos encontramos un plato pequeño al pie de la puerta del ascensor, y de ahí surgieron varias chorradas temáticas al respecto: "¿Ese plato era para la comida del gato guardián del portal, el bote para comprar un ascensor nuevo,...?"

Salimos a la calle, y a las ocho de la mañana un sol esplendido nos recibió. Aparte del sol unos cuantos comerciantes montando sus puestos en el Rastro; no teníamos ni idea dónde estábamos, ni dónde coger el metro. En un momento de lucidez me acerqué a un individuo, que despreocupado, andaba con paso rápido:

- Perdone, ¿dónde estamos? - pregunté con suma sinceridad
- En el Rastro - respondió obvio el joven
- Eso parece, pero nos gustaría saber dónde hay un metro próximo - Miguel, saliendo al rescate de lo que parecía una conversación de besugos.
- Ah, por ahí tenéis una boca del metro. Tirad recto, luego girad por ahí y luego torcer otra vez.
- Es decir, que sigamos aquella señal que pone "Metro a 100 metros", ¿no?
- Esto, sí.

Quizá fue el broche de aquella estupenda noche. No sabemos cómo ni porqué, pero estábamos a escasos metros de la boca de metro de La Latina. Ya dentro, en los andenes, tuve el honor de recitar la frase lapidaria de clausura de festejo: "Qué Miguel, ¿nos tomamos unos petas o nos fumamos unas putas?"

Y así fue nuestra noche, bastante amena, divertida y tostada. Agradecer a los compañeros de trabajo de Miguel, y cómo no, al joven mañanero y a algún que otro friky con el que nos cruzamos, el contribuir a tan digna noche. Y por supuesto, gracias "hermano" por esa noche tan cojonuda; sólo miro el calendario para repetir con un plan similar.

2 comentarios:

Munones dijo...

¿¿A cuantos decibelios bajaste el tono?? ¿O es que te hiciste dos pajillas para bajar cuatro tonos? Tu callado!!! Imposible, no me lo creo.

Me alegro que los brothers tuvieran una noche de magia. A ver para cuando trillizos ;-)

Unknown dijo...

En realidad apenas logré bajar un par de décimas los decibelios jejeje.

Cuando ese momento trillizos se estampe en realidad, colgaré una foto con su texto correspondiente, de la cual ya ni os acordáis :-D