AUMENTA LA LETRA DEL BLOG PULSANDO LAS TECLAS "Ctrl" y "+" (O Ctrl y rueda del raton)

17 mayo 2011

Vidas en sueño - 80 (Los ronquidos de papá)




Todo empezó con unos pequeños ronquidos. No le di mayor importancia. Total, en este planeta ronca todo el mundo: roncan los hombres, roncan las mujeres, roncan los perros, ronca el Papa, roncan las motos, roncan los caballos (¿o cómo era eso que hacían con el hocico abierto enseñando los dientes?), ronca mi abuela, ronca el portero cuando vengo del colegio todas las tardes. Y si ronca todo el mundo, ¿por qué no iba a hacerlo mi padre?

Sus siestas en el sofá se caracterizaban por las extremidades muertas, las babas sobre el cojín y la película de las cuatro en la tele puesta a bajo volumen. Cómo no, a ello había que añadirle los ronquidos. Mamá y yo nos reíamos mucho al principio. Al paso de las semanas ya no nos reíamos tanto. Lo que empezó siendo pequeños gorgoritos derivó en rugidos de gato, luego de tigre y finalmente de león en celo. De ahí, inevitablemente, se pasó a unos horrendos y apocalípticos ronquidos. Si sintonizabas el canal de los documentales en aquellos momentos experimentabas algo parecido a una tormenta monzónica en mitad del piso. Los tapones de algodón no servían; las canciones de los pitufos a toda pastilla no servían; tocar la guitarra de colorines que me había regalado por mi cumple la abuela no servía. Nada servía ante aquellas reverberaciones mastodónticas, que hacían vibrar con violencia los cristales.

Tuve que enfadarme con mi padre. Un día, al desayunar, le dije que se sentara un momento antes de irse al trabajo. Volqué la caja de cereales sobre mi bol de desayuno y, apunto de bañarlos con leche chocolateada, le reprendí por sus ronquidos. Mamá nos observaba, sujetando una taza de café recién hecho y apoyada sobre la encimera. Su rostro era serio.

―¿Es que no te das cuenta que nos molestas? Tienes que respetar a la gente de esta casa.
―Es que tengo mucho sueño ―replicó, con las manos aferradas a su maletín de cuero.
―Si quieres echarte una siesta, vete a tu cuarto y ahí duermes todo lo que quieras.
―Ya, pero no es lo mismo.
―¡Me importa un rábano lo que sea! ―alcé la voz― Lo haces y punto. Cuando yo juego a las guerras o a las carreras de coches, ¿te molesto?

Negó con la mirada fija en su maletín de cuero, tumbado sobre sus piernas. Se mordía el labio inferior.

―Pero, hijo, si yo lo hago sin querer.
―Si no se trata de que lo hagas sin querer, papá. Se trata de respetar a la gente de esta casa. Anda, pregúntale a tu esposa a ver si tengo o no razón.

Mamá dio un sorbo a la taza de café y asintió en silencio. Aproveché para llevarme a la boca una cucharada de cereales con chocolate.

―¿Y si ronco bajito?
―No
―¿Y si duermo boca abajo y la cara aplastada en el cojín?
―¡Ni se te ocurra, Jaime! ―intervino mamá―. Que luego a la que le toca limpiar las babas es a mí.
―Jo, no es justo.
―Tampoco es justo que yo tenga que ir al colegio y, sin embargo, aquí me ves ―respondí―. Papá, ¿no te das cuenta que lo hacemos por el bien de todos? Así, cuando vayas a casa de un amigo, no te entrará la modorra y podrás disfrutar más de la sobremesa.
―Eso de la sobremesa es un rollo.
―¿Te crees que yo disfruto mucho haciendo castillos de arena en la playa?
―Pero a mis amigos sí les dejan sus hijos echarse la siesta. ¿Por qué a mí no?
―¡Porque no y no se hable más!

Golpeé la mesa con la palma de mi manita abierta. Se tumbó la caja de los cereales. Papá debía estar muy asustado. Se levantó, dio un beso tímido a mamá, me observó un par de segundos con gesto alicaído y se marchó. Una vez escuchamos el suave cerrar de la puerta de entrada, mamá se acercó hasta la mesa y cubrió mi mano con la suya. Sonrió; yo, no.

―¿Y tú a qué esperas para irte? ¡Corre, corre, mamá, o llegarás tarde al trabajo! ¡Que no quiero recibir más avisos de tu jefe de departamento!

1 comentario:

Loriana dijo...

Muy bueno!!!, cuanto me hizo recordar a esos ronquidos de león de mi papá, jajá, si abré pasado noches sin dormir...
Felicitaciones, cariño!
Un beso enorme.