En uno de los vagones, de forma espontánea, empezaron a hablar todos con todos; desconocidos entre sí. Se escuchaban risas, frases tiernas, despedidas con miradas lacónicas al abandonar el vagón.
Luego, al llegar a sus casas, abrían un libro y se fundían en su lectura, sin saludar. Hubo quien se puso los auriculares para aislarse; el resto, se sentaba frente a la ventana del salón contemplando el anochecer. Mientras tanto, sus parejas y familiares mendigaban conversación desde el pasillo.