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10 enero 2012

Parpadeos - 77 (Embargo)




Al Diablo no le quedó otra que recoger los trastos y observar cómo los del banco le embargaban su hogar: un palacio hecho de fuego, sangre, gritos sin retorno. El Diablo se resistía a volver la vista su padrera y fue el agente de embargos el que le sacó de la ensoñación ofreciéndole su estilográfica.

-Eche una firma y todo este jaleo habrá terminado, caballero.
-Está bien. ¿Firmo esta otra hoja?
-Sí, por favor -contestó el funcionario-. He de agradecerle su colaboración en todo momento: ya no queda gente igual.

El Diablo iba a contestarle con un chiste fácil, pero no estaba el horno para bollos y, de tanto que sudaba por debajo del traje de franela, temió que el agente acabara deshidratándose. Devolvió la estilográfica, se atusó la perilla y, esta vez sí, le respondió con aquella voz de macho cabrío, de Señor de las Tinieblas, de encantador de serpientes:

-Realmente ya no queda gente para nada. Aquí -señaló el Infierno con indiferencia-, solo llegan pecadores.
-¿Quiere decir que la Humanidad se ha vuelto pacífica?

El Diablo mostró sus afilados colmillos mientras se reía.

-Para pecar hace falta una tentación; para que haya una tentación, acceso fácil a lo poderoso, a lo lujurioso y, sobre todo, al dinero. Diga, sin opción al dinero, ¿quién vive de deseos?

El agente se secó con un pañuelo el sudor de su frente, sin perder atención a lo que el Diablo contaba. Su silencio era la única respuesta inteligente. El Diablo volvió a reír, cogió su maleta de piel de cabra y, antes de emprender el camino a otro olvido sin amenaza de deshaucio, se despidió del agente como a él solo le gustaba hacerlo:

"Solo llegan pecadores al Infierno,
y ustedes manejan el poder, la lujuría y el dinero.
Que me aspen si sus almas, al morir, no firman conmigo el ingreso."

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