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28 octubre 2008

Vidas en Sueño - 32 (Exilio)




Tras retirar con la mano el vaho de la ventanilla, y mientras con el roce sentía ésta gélida como el hielo, pude ver con más nitidez el paisaje de olivos, que en tupido manto cubría llanuras y cerros, hasta donde la vista alcanzaba. No se vislumbraba nada más que olivos, tierra, y unas nubes horrorosas en el cielo, amoratadas de tanto empujarse entre sí para lograr un hueco en el cielo. También mirando al frente se podía contemplar la carretera nacional, que como una serpiente reptaba en dirección norte hasta esconderse más allá de una loma. Se nos presentaba bacheada y antigua, parca en señales, mezquina en seguridad, desierta de vehículos a excepción del nuestro, y de algún tractor que de vez en cuando rebasábamos. Es por ello que prefería seguir mirando a través de la ventanilla, esperando ver un grupo de jornaleros vareando el olivar, o quizá alguna liebre parda brincando frenética entre los árboles. Cerré los ojos, con mucha fuerza, hasta dolerme, y me imaginé corriendo con mis amigos de la infancia por esos mismos campos, buscando piedras raras, bichos raros, explorando zonas raras, dejando pasar la tarde entre la naturaleza y nada más; respirando tierra humedecida por el rocío, escuchando el sonido del viento filtrado por las ramas, acariciando la áspera corteza de un olivo, recorriendo con mis manos su tronco, delgado, repleto de nudos.

La voz acartonada y grave del locutor de radio - acompañada de una estridente música - me sacó de mi ensimismamiento, con la misma potencia que se extrae el tapón de corcho de una botella de cava. Con un deje andaluz moderado invitaba al oyente a visitar una fábrica de muebles, de un pueblo que centenares de veces había ubicado en el mapa regional, y que jamás imaginé se dedicase a ello. "¡Gran inauguración!¡No se la pierda, muebles por la mitad de precio!¡Vengan a visitarnos!". Dentro de mí lamenté no poder siquiera considerar la oferta, y ese pensamiento amasó con un rodillo mi garganta. El locutor cesó en el anuncio, y al instante, a través de los altavoces del coche una rumba nos envolvía de arte flamenco. Ritmo desenfadado, acelerado, pegadizo, con un guitarreo exagerado, que a mi padre le impulsó a tamborilear el volante de forma coordinada, con el acompañamiento en los tarareos por parte de mi madre; una euforia extraña se respiraba en el coche, y yo seguía anudado al olivo, confundido en los remolinos de las olas. Terminó la rumba, y mi madre giró el cuello, buscando mi mirada. Se la devolví, intentando aparentar comodidad, procurando sonreír como si todo marchase bien; no pude separar mis labios, tan sólo estirarlos levemente, con denodado gesto.

El viaje se desarrollaba sin mayor incidencia, a pesar de que me sentía angustiado. Cada kilómetro recorrido era un paso atrás a lo que sentía mío, y uno adelante en el largo pasillo de lo desconocido. El paisaje seguía siendo gobernado por centenares de olivos, aunque de vez en cuando una gasolinera, un restaurante de paso o un pueblo rompían con la monotonía; estábamos atravesando una zona de varios municipios, y la cal de sus fachadas, blanco puro, se enredaba con la majestuosidad del campo, ocre y verde. El firme de la carretera había mejorado notablemente, y habíamos dejado atrás aquella víbora venenosa; ahora íbamos a lomos de una ballena, tranquila y de piel lisa. Mis padres conversaban sobre temas triviales, y fuera, en aquellos lugares habitados, la gente paseaba mirando al cielo, como única preocupación. El humo del tabaco que se deslizaba desde la parte delantera, como una niebla densa, embriagante, se filtraba poco a poco a través de mis fosas nasales, aturdiéndome, mareándome. Causaba en mí un efecto narcótico, y mis párpados poco a poco pesaban más y más. ¡Pero no quería dormirme! En el fondo me sentía ridículo pensándolo, pero quería fotografiar y revelar en mi memoria cada imagen que proyectaba a través de las pupilas.

Una copla en su punto álgido de guitarra, con la tonadillera desgañitándose en un canto lastimoso, me sacó del sopor, y tras observar el decorado a través de la ventanilla, comprobé que me había quedado dormido. Sobre el cristal se estrellaban y deslizaban gotas de lluvia, que con su repiqueteo constante me suministraban cierto placebo. Se contemplaban montañas vestidas con pinos y hayas, y una carretera más escarpada; el automóvil había reducido la velocidad, y en cada curva descubría una vista renovada de la situación. El sonido del mar había dejado de ser perceptible, ya no olía a orujo, y mi saliva, seca, había dejado de flirtear con el desayuno. Me sentía sin abrigo en mitad de una tormenta de nieve. Deseé gritar a mis padres que no quería irme, que aquello era un error; para qué irnos de un sitio donde anuncian muebles en pueblos insólitos, donde la playa es lo primero que ves al despertar, donde vives por y para las estrellas, donde los boquerones saben a brisa de mar, donde el geranio se confunde con el clavel en miles de macetas expuestas en terrazas, donde la gente saluda por la calle sin mirar carnet de identidad, donde mi sonrisa sí era fiel. Quería hacerles ver que Madrid no era la solución a un mejor futuro, laboral y personal; así lo intuía.

No les grité; ni tan siquiera balbuceé sonido alguno. Con resignación y valentía, con miedo, y sobre todo con melancolía, sin dejar el coche de perdonar metro alguno de asfalto, llegamos a la altura de un cartel que rezaba "Fin del límite Autonómico de Andalucía. ¡Vuelva pronto!".

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece magistral este relato.
Evocas sentimientos y emociones, nolstalgia del mar, volver a la niñez y la tristeza a la vuelta de vacaciones...un día lluvioso y melancólico como hoy...
Te ha quedado bordado.

RCP

Unknown dijo...

Gracias por tu comentario RCP, se agradecen los elogios jejeje. Es simplemente un recuerdo de esos que no se te olvidan.

Y sí, pegaba perfectamente con el día!! jajaja

Un beso

Munones dijo...

Recuerdo aún aquella llorera tonta que te dio cuando íbamos para Jaén. Esa vuelta a tú Andalucía trás varios años y esos sentimientos de nostalgia.

Buen relato

Ma. Jesús dijo...

Jo cariño!!! Cuánto sentiste separarte de tu Andalucía!!! No sabía que el vivir allí era tan importante para tí. Tan sólo deseaba que no fueses, como me dijo el director de tu Colegio; Ayúdale es "Un Caballo pura sangre en una carrera de burros". El me incitó a que te sacase de allí porque te veía brillante. Bueno...disculpa que dividiera tu corazón...