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05 febrero 2008

Vidas en Sueño - 5 (Juegos en la rutina)





La lluvia golpeaba con violencia los cristales, que en varias piezas conformaban un enorme ventanal desde donde se podía ver una buena perspectiva de la ciudad, que de noche siempre cobraba una magia implícita. Allí estaba yo, mezclada entre miles de gotas de agua y frío, flotando de azotea a azotea, encendiendo y apagando farolas aleatoriamente. Me sentía desenvuelta y liberada, pero mi conciencia - paupérrima compañera de fantasías inmapropiadas - , me trajó de vuelta a la reunión de trabajo. Un gorrión atrapado en aquella jaula de cristal y mesa enorme de una madera parecida a la caoba.

Dos de mis jefes estaban junto al proyector explicando a otros tres tipos y una mujer las ventajas que suponían para ellos la implementación del nuevo software "Conclusor 1.0". El nombre de la aplicación fue lo único en lo que no intervine. El resto, análisis de la aplicación, coordinación del equipo de programación, bofetadas con compañeros trepas y viciosos lameculos de jefes, horas y horas extraordinarias, y una bajada de mi nivel de autorealización personal, lo puse yo. Era la encargada de que todo ello funcionara, y de momento las quejas brillaban por su ausencia. Ahora tocaba vender el producto, y que los jefes se llevaran todos los méritos. Ambos - mis jefes - se caracterizaban por tener una calva de pura vejez y ojos pequeños y cerrados, inexpresivos. Hacían en combinación gestos, juegos de palabras, amagos de chistes afectuosos, y un sinfín de tretas comerciales para encandilar a los clientes. No pude evitar aguantarme la risa, comparando a mis queridos jefes, moviéndose así, con tan falso entusiasmo, con un par de monos de circo, ataviados con rocambolescos chalecos rojos y gorrito a juego.

Los clientes asistían al esperpéntico espectáculo con una sonrisa torcida, mitad afabilidad, mitad burla. La mujer de vez en cuando se llevaba la mano al reloj y suspiraba derrotada mirando al cristal, como si aquella función de payasos no fuera con ella. Los otros tres individuos lucían trajes "negro corporativo", rostro hierático y apuntaban cronometradamente algunas notas en sus portafolios, en un amago de interés. Pude notar que desde hacía media hora dejaron de prestar atención a la charla comercial, y que si seguían en sus sitios, callados y serios, era por respeto a mis jefes; de mi existencia nadie quiso enterarse, y hasta lo agradecí. Me sentía ajena a todo aquello, como si me hubieran escogido al azar entre una multitud, a pesar de que nadie de la reunión conocía mejor que yo la aplicación. Bostecé en mi interior, y decidí no intervenir; mis jefes ya hacían de sobra el ridículo. Y se sentían tan cómodos con su espectáculo que no querían más protagonistas en la obra teatral.

De nuevo miré a través del ventanal y pensé qué estaría haciendo una soñadora en mi lugar; "seguramente disfrutando de la vida, no desperdiciando aquellos preciados minutos sentada en mitad de un grupo de asociales, aburridos y estúpidos". Y esta vez vino a mi recuerdo tu curioso "juego", aquella pequeña distracción que propusiste, y que acepté sin reparos, sabiendo que me iba a divertir y agradar. No sé cuánto tiempo pasó mientras recordaba las reglas del juego, los tiempos que tenía que emplear al mismo, las posibles tácticas para salir vencedora,... , pero cuando giré mi cabeza a un nuevo ejercicio de concentración uno de mis jefes miraba con fanatismo mi cuaderno de notas, en blanco, mientras el otro, apoyado con descaro en la mesa, conversaba con los clientes, desviando furtivamente su mirada de cuervo al discreto escote de la mujer, que no parecía sentirse insultada. Otro ejercicio de repugnancia y asco como para odiar otro poquito más a los jefes incompetentes disfrazados de fantoches charlatanes.

Al cabo de unos instantes, dejando de lado filtreos y miradas fanáticas, ambos jefes retomaron la agresividad mercantil, y se lanzaron a otro desesperado ataque, ante unos clientes que ya bostezaban y mostraban su aburrimiento de forma muy visible. Y yo, atrapada en la jaula de cristal y palabras, decidí fugarme; decidí salir a la calle y pasear mientras me calaba de aquella llovizna; decidí volar como la luz en el crepúsculo al colarse en mi habitación; decidí pensar en tu juego. Con discrección recogi el cuaderno, el bolígrafo y me levanté de la silla, sin hacer demasiado ruido.

- Señorita Jiménez, ¿dónde va? - preguntó uno de los jefes, seguramente el más feo, o el más tonto, o ambas cosas, mientras acompañaba con sus ojos pequeños y huraños mi leve retirada.
- Aquí no pinto nada señores, debo atender otros asuntos más importantes - repliqué sin mayor interés.

Escuché cómo me replicaban en un tono más agresivo desde la sala de reuniones, pero yo ya estaba fuera de la misma, y me encaminaba al ascensor. Me quedé con la imagen de los asistentes; los jefes, revoloteando desconcertados, los clientes, envidiosos de mi forma resolutiva de afrontar la basura dialéctica. Llegué al ascensor, lo llamé, y me monté en él. Una vez dentro, y apoyada contra la pared del artilugio, resoplé, me atusé el pelo, y esperé con ansias a que se abrieran las puertas en el piso de abajo, para desplegar las alas, y volar.

1 comentario:

Unknown dijo...

Como no: increible!!
No tengo más palabras para seguir con el comentario.
Un beso