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10 septiembre 2007

Besos en la penumbra



Suena un vals de música de fondo, y todos los asistentes a la boda se dirigen a la pista de baile, encabezada la marcha por parte de los novios. Estos, una vez llegados al centro de la pista, se cogen las manos. Él la mira con ternura, ella con amor, y con el sabor dulce de un beso comienzan a bailar al son de la melodía. Se para el tiempo alrededor. Los invitados se limitan a observar aquel momento, con una sonrisa compartida. El silencio se impone por dogma de fe, y la luz se acomoda en un tono tenue y envolvente.

Entre los observadores se encuentra ella. Lleva puesto un vestido rojo, coqueto pero no atrevido, que dibuja perfectamente su cuerpo pero que no se pega a la piel, precioso y deslumbrante. A juego con el color de su vestido una rosa en su cabello, el cual luce largo, alisado, negro como el tizón, increíble, infinito. Como luceros, dos ojos oscuros, abiertos, expresivos y brillantes; despiden una luz especial, a juego con su sonrisa despejada y sincera. Su rostro refleja fielmente su juventud, apenas pasada la veintena; rostro firme y suave, mejillas duras y ligeramente maquilladas, frente tapada por un flequillo descuidado. Con su mano izquierda recorre su pelo, relajada, acompañando el momento. Pura fantasía.

No se ha fijado, pero alguien lleva observándola desde que llegó a aquella posición. Ese alguien está enfrente suya, tapado a conciencia por un par de ancianos risueños, y sus ojos escudriñan, curiosos y juguetones, cada uno de sus movimientos. Hay algo en aquella chica que le ha fascinado, y sin embargo le resulta tan familiar el rostro que la curiosidad se apodera de su alma.

Termina el vals, ovación de gala para los bailarines, y la orquesta invita a todos a seguir la fiesta. Para ello invierten su talento en una pieza de merengue. Pocos quedan sin mover las caderas, incluidos los ancianos que tenía tapándole. El rey se queda sin sus peones de enroque, y la dama decide pasar el turno y no aplicar movimiento alguno. Ambos sonríen a la vez; parece que se han firmado tablas, pero aún queda lo más importante, el apretón de manos.

Como buen caballero decide dar el primer paso y acercarse hasta su posición. Su andar es firme, y evita distraerse con otros objetivos en el camino. Sigue mirándola con curiosidad, intentando darle recuerdo a aquel cuerpo y sonrisa. Ella sin embargo mantiene una sonrisa tranquila y relajada; demasiado para su gusto. “¡Sabe quién soy!”, piensa, pero no vacila en sus pasos. Al final llega a la meta, y tras un breve momento de silencio, muy breve, comienza él a hablar.

- Hola, perdona que te moleste, pero estaba dándole vueltas a tu rostro. Me suena muy familiar.
- Claro que te suena familiar, soy tu prima lejana, Sofía. Y tú eres Alfredo, un peligro de muchacho. – dice acompañándolo con una risa clara y relajada.
- ¿Sofía? No serás la hija de Agapito, ¿no?
- Ése mismo es mi padre.
- ¡Cómo has cambiado! La última vez que te vi tenías el pelo recogido en una gorra, llevabas ropa ancha, y en resumen, no parecías lo que pareces ahora, una princesa.
- Oh, vaya, gracias por el halago – responde tartamudeando, con cierto rubor en sus mejillas.
- Es cierto Sofía, realmente estás preciosa, y sería un maleducado si no te sacara a bailar. Además, - guiña un ojo cómplice - no todos los días puedo presumir de bailar con una prima lejana tan atractiva.
- Zalamero.


Alfredo le ofrece su mano izquierda, y ella la toma con seguridad. La lleva a la pista de baile, y desliza la mano derecha hasta su cintura; ella posa su mano libre en la espalda del primo, y comienzan a bailar. La gente entraba a bailar y se volvía a ir, pero ellos dos siguen bailando, mientras unas veces hablan de sus vidas, otras tantas guardan silencio, mirándose con sinceridad, hablando por los ojos. Su olfato distingue perfectamente el aroma de su piel cuando apoya pícaro la barbilla en su hombro derecho; aquello huele como si de un ángel se tratase, y no puede remediar lanzar un beso a su cuello. Ella queda paralizada, pero no se aparta, en parte lo deseaba; sin embargo, con disimulo, se separa de él, acompañándolo con la melodía. Batalla de sonrojos, y guiños demasiados fantasiosos.

- ¿Y por qué me has dicho antes que era un peligro de muchacho? – pregunta con sonrisa torcida.
- ¿Hace falta que te responda primo? – devuelve la ironía sutil.
- No me llames primo, suena demasiado formal.
- Suena como suena, porque tú eres mi primo.

Como una banderilla clavada en el lomo del toro, Alfredo se revuelve ante esa frase, y con su mano aprieta la cintura de la chica, atrayéndola hasta él, dejando muy cerca labio contra labio, dando pie a un beso encendido, pasional, abierto, incombustible. Las lenguas se rozan y juegan entre si. La respiración se intensifica, se hace sentir con la fuerza del beso. Cierran sus ojos, y los abren de nuevo tras separarse. Con el sabor mutuo en sus labios, siguen bailando; le da media vuelta, y con ella de espaldas, le besa en el cuello con tanta suavidad que Sofía siente el terciopelo. Su piel se eriza con fuerza.

Una fuerte tormenta, que llevaba desencadenándose desde el inicio del baile, golpea en forma de rayo traicionero un cuadro eléctrico en el exterior del gran salón. Tras el estruendo, inmediatamente, se va la luz, y todos se quedan sumidos en la oscuridad, entre murmullos y todavía con el sofoco del susto. Sofía siente una mano acariciando su nuca, y de repente unos labios carnosos mezclándose entre los suyos; vuelve a atacarla, en la penumbra, y ella responde dándole un beso juguetón en su oreja. Él mantiene la mano en la nuca, y con sus uñas recorre de arriba abajo la zona, erizándole más si cabe el vello. De nuevo se funden en un nuevo beso, pasional y profundo; se separan al minuto, y sin verse físicamente uno sabe que el otro le mira con ojos de diablo, y viceversa.

- Acompáñame – dice Alfredo, tirando de ella
- ¿A dónde me llevas?
- Fuera de aquí, para estar más tranquilos.
- Vayámonos – responde, excitada y muy nerviosa.

Salen fuera del salón, y entre el gentío cegado logran salir a la calle. Huele a tierra mojada, y en el cielo se vislumbra un continuo dibujo de relámpagos. No logran separar sus labios, demasiada pasión. Miran al cielo, y en la penumbra de una tormenta nocturna, se besan nuevamente.

5 comentarios:

Munones dijo...

La foto de los rayos la has usado en otro post. A ver si somos más originales que el google da pa mucho :-P.

Unknown dijo...

Creo que te confundes eh :-D

Dime el post donde se repite

Munones dijo...

Es cierto, era por crear un poco de polémica que está esto muerto sino :-D

Anónimo dijo...

Pura bazofia, como siempre.

Fauno dijo...

Zorro prometo que eso de pura bazofia no lo he escrito yo, mi nombre esta regsitrado, este es un farsante para seguir metiendo caña. Sin ánimo de crear mas polémica me despido.
Un saludo.