
No pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento, aunque se había prometido a sí misma, como última voluntad, que no lo haría. ¿Una anciana, con tanta clase como ella, inquieta por una cita? Ni que fuese una quinceañera. ¡Maldita Parca y su desorganización! Tendría que haberse ido en la cama del hospital, junto a sus hijos y nietos, pero la Muerte tenía otros compromisos más urgentes y lo tuvo que aplazar. ¡Maldita sea! La anciana se roció un poco de perfume de rosas por el cuello, atrajo hacia sí el bolso con sus arrugadas manos y refunfuñó por aquella impuntualidad.
1 comentario:
ya lo creo: la mayoría de los humanos somos más legales que la Parca. Me gustaron mucho esos últimos gestos delicados que anotas: el rocío del perfume, el refunfuño, el bolso hacia sí, esa defensa última antes de la entrega
saludos blogueros, hermano Zorro
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