Rutinariamente, intercambio sus pulseras identificativas con la mía. Así voy probando las pastillas de colores de mis otros compañeros de pabellón: según la pulsera que poseas te dan un cubilete de pastillas distinto. Unos días me dan ganas de llorar, otros de estar en silencio, pero los mejores días son cuando me trago las pastillas de colores y viajo lejos del pabellón a luchar contra dragones, mendigos, niños o lo primero que se me cruce.
Ya no me dejan intercambiar pulseras. No sé por qué quieren acusarme de la muerte de Matías, el que siempre está pegado a la ventana del pabellón.
1 comentario:
Está bien, pero, muy cortito, lo podías continuar........
Muaks.
Martuki.
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