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17 octubre 2010

Vidas en Sueño - 74 (¿Quién es Alfredo?)





Soy Jane. Conozco a Alfredo desde hace unos cuantos años, exactamente diecisiete, cuando coincidimos en la facultad, estudiando Ingeniería Técnica de Informática. Yo empezaba mi primer año de universidad, nada más terminar el bachillerato; él repetía por tercera vez el primer curso. Siempre se sentaba al fondo en las clases y no hablaba con nadie. Permanecía en silencio y luego se iba a la cafetería. Fumaba sin parar; bebía cerveza como un cosaco. Siempre solo. No sé por qué, pero aquella forma de ser despertó interés en mí. Él, por supuesto, no estaba interesado en mí, aunque muchas veces le sorprendía repasándome con la mirada; todos lo hacían. Con dieciocho años ya tenía una buena delantera. Un día decidí ponerme a su lado en la cafetería. Él no dijo nada; se limitó a observarme de arriba a abajo mientras daba sorbos a su cerveza. Yo tampoco dije nada. Tres horas después, la mesa estaba repleta de botellines de cerveza y un cenicero hasta arriba de colillas. Tres horas sin hablar, solo bebiendo y fumando; no sé por qué lo hice, pero no me sentí incómoda en ningún momento. Al cabo de ese tiempo Alfredo me dijo cómo se llamaba y que quería enseñarme su piso. Me dejó muda y solo acerté en acompañarle a su piso. Allí perdí la virginidad. Antes de irme le dije el mío: Jane.

Después de aquello nuestras vidas siguieron como si nada. Ninguno de los dos hizo amago de volver a verse. De vez en cuando nos juntábamos en la cafetería y nos poníamos a beber cerveza y a fumar. Una tarde me contó que estuvo durante muchos años en un hogar para huérfanos, “San Camilo”, en Madrid. A raíz de aquello empezamos a quedar más, y alguna que otra tarde iba a visitarle a su piso. Pasaron tres años y yo terminé la carrera; Alfredo iba por el segundo año de carrera. De mí le conté todo o casi todo. Él, aparte de su estancia en el hogar, nada; no tenía proyectos, ni sueños ni deseos que cumplir. Alegaba que le importaba todo tres mierdas. Siempre tuvo una visión pesimista de la gente y la sociedad; nada le gustaba. Eso sí, le encantaba escucharme; así me lo confesó varias veces. También le ha gustado desde pequeño leer y escuchar música clásica. Así que nuestras conversaciones casi siempre iban enfocadas acerca de esos temas; aprendí mucho de literatura y música. Alguna vez me llevó al Auditorio Nacional de Madrid.

Un año después de terminar yo la carrera, Alfredo también la acabó. Dijo que sin mí se aburría mucho en la facultad, rodeado de todos aquellos pijos subnormales. Así que se puso a estudiar duro, y terminó el año que le quedaba. Es un tipo inteligente; perezoso, pero muy inteligente. El tiempo que estuvo en la facultad (siete años calculo), trabajó en varios sitios para sacarse un dinero; nada serio. Con el título en la mano se puso a buscar empleo. Trabajó un par de años en una consultora informática. Tuvo muchos problemas con compañeros, clientes y jefes. Nunca le gustó trabajar de informático; acumuló muchos empleos de lo mismo, hasta hace un par de años, que dedicidió estudiar para ser detective privado. Todo vino, según me contó, a raíz de leer los libros de Raymond Chandler y simpatizar con Marlowe, el protagonista (un detective privado) de sus novelas. Hace poco más de un mes comenzó en la profesión. Deseo que le vaya fenomenal; él dice que al menos no tiene que soportar a secretarías histéricas y jefes incompetentes.

Desde que dejé la universidad nuestros encuentros fueron esporádicos. Nunca hubo nada serio entre los dos; nos limitábamos a fumar, a beber, a follar en su piso. Hablábamos poco. Cada uno tenía sus aventuras; él acumulaba un largo historial de chicas. A pesar de ser un tipo silencioso, Alfredo sabía manejarse con las mujeres. No contaba cuentos a nadie; decía de forma natural y directa lo que pensaba. Eso a mí siempre me gustó de él; supongo que a las demás también les gustaría. Mujeres, que en algún caso le llegaron a causar problemas con sus familias o novios. El novio de una de las chicas que conquistó le pegó un botellazo en la cabeza; le dejó una cicatriz larga en el lado derecho de la frente.

Alfredo es un tipo que no pasa desapercibido. Mide alrededor de uno ochenta metros y pesa más de noventa kilos. Nariz larga, cejas finas y bien definidas, boca pequeña de labios apretados, patillas muy finas hasta la quijada. Tiene unos hombros y una espalda anchos y firmes. Pelo corto que no se deja crecer más de un mes, y que se afeita él mismo con una maquinilla. No le gusta afeitarse la cara, así que cada semana va al peluquero a que le afeite con navaja; el pelo de la cabeza se lo corta él, la barba otro. Sus ojos son grises y su mirada siempre se posa en ti cuando hablas. Es muy observador; cualquier cosa, suceso, voz o persona que se cruce en su camino es escrutado un buen rato. Observa y calla. Cuando habla, siempre evita temas como la religión y la política. Aborrece el fútbol y la televisión; sin embargo, adora la literatura (buena) y la música clásica, en concreto los valses de Strauss.

Gracias al microondas se alimenta todos los días. No cocina; ni le gusta ni sabe hacerlo con soltura. Así que su dieta se basa en congelados que mete al microondas; especialmente adicto a las tortillas de patatas precocinadas. Son asquerosas, pero Alfredo se relame con ellas. Bebe cerveza y punto. Y si no puede beber cerveza bebe agua. Aborrece cualquier otra bebida que no sea la cerveza o el agua.

Viste con vaqueros, camisa, zapatos, y combina la cazadora con una americana. A veces, de forma imprevisible, aparece vestido con traje, corbata y zapatos de charol. Odia el chándal.

Que yo sepa no tiene familia. Aparte de ser huérfano nunca me ha hablado de nadie de su familia. O bien no tiene comunicación con ellos (cosa muy probable en él), o directamente no tiene a nadie. Nunca ha parecido necesitarla; siempre se ha apañado él solo con los problemas. Es muy independiente. Eso hace que nunca sea generoso; según él, “cada cual con sus putos problemas”. Y si te ayuda es para conseguir algo a cambio.

Poco más puedo contar de él. El que sea tan reservado, sobre todo con su pasado, me ha hecho imaginarme varios tipos de Alfredo distintos. Solo espero algún día comprenderlo. ¿O no? Quizá su encanto, y el que le quiera seguir viendo, resida en sus silencios.

1 comentario:

José Antonio del Pozo dijo...

Hola, sr Zorro: el misterio de Alfredo, Alfred, quizás, como Hitchcock, fumar y beber, y un poco follar con Jane, Jane Fonda, quizás, que tiene también su misterio. Le va bien ese fraseo corto y cortante, adecuado al perfil del misterio. Salud, camarrada.