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18 noviembre 2009

Vidas en sueño - 54 (Un pedazo de mí)





El sol se reflejaba sobre la cal de las fachadas de los edificios. Brillaban como llamas de velas, y el resplandor se filtraba a través las callejuelas estrechas, que se escondían entre las sombras, que serpenteaban. Por ellas, como una hilera de hormigas, una multitud de personas en chanclas, y con la sombrilla sobre sus hombros llevaban rumbo hacia la playa. Claudia y yo nos mezclamos en aquel arroyo de crema solar y bermudas de flores estampadas. Nosotros no llevábamos bañador; ella, un vestido blanco y sandalias, y yo unos pantalones piratas, chanclas y una camiseta sin mangas. El empedrado de las calles de Conil se clavaba en mis pies. Escuché con atención las pisadas de la gente: arrastre de chancla, arrastre de chancla, arrastre de chancla. La misma melodía, tan distinta a la de Madrid: tacón, zapatilla veloz, goma contra chapa de metal, y vuelta a empezar. Aquella monotonía en el andar de los playeros me relajó de forma temporal, y me vino a la mente el sonido meloso de un saxofón. Seguimos cuesta abajo, y los edificios se separaban cada vez más entre sí. Una brisa cálida y el olor a salitre me envolvieron. El mar estaba justo enfrente. Claudia resopló como un caballo.

─Sigo pensando que esto es una gilipollez, Alfredo.
─No digas eso mujer ─repliqué─, ya te dije que podría estar por aquí, escondido en algún lado. Tiene que estar aquí, tiene que estar.
─ Venga anda, volvamos al hotel y disfrutemos de todo esto ─me miró a los ojos y me acarició el muñón de mi brazo derecho, atrayéndome hacia ella.
─¡No coño! ¡No!
─¿Es que te vas a poner a poner a buscar el trozo de brazo que te falta por la arena de la playa? ─dijo abriendo en abanico el brazo.
─¡Pues eso haré Claudia, eso haré!
─Me parece ridículo. Te tiras un año evitándome y poniendo excusas para no quedar; me ignoras por completo. Y un año después, ¡UN AÑO!, te presentas en casa con cuatro rosas y con ese muñón, diciéndome que un trozo de ti se quedó en Conil, y que por eso me esquivaste ─resopló de nuevo─ ¿En serio me crees tan estúpida como para creérmelo?
─No.
─¿Entonces?
─Ya te dije que era verdad, que un pedazo de mí se quedó en Conil.
─Alfredo, ¡DEJA DE DECIR GILIPOLLECES!
─¡Cálmate!
─¡No me da la gana! ─movió con brusquedad la cabeza y chasqueó la lengua─ Encima me cargas a mi el muerto, en lugar de a tus colegas. ¿No te lo pasaste tan bien con ellos? ¡Que te ayuden ellos!
─Cálmate nena –moderé mis propios nervios. Tomé aire─. Empecemos a buscar cerca del chiringuito, que es donde estuvimos la mayor parte del tiempo.
─¿Cerca de un chiringuito? ¿Tú? ─suspiró─ No sé por qué, pero no me extraña. Lo raro es que no te hubieras puesto a servir copas ya de paso.
─Vamos.

Tiré de Claudia y entramos en la playa. El calor de la arena trepaba por mis pantorrillas, se colaba entre la ropa. Estaba sudando. Caminamos por la pasarela de madera. A cada paso se escuchaba con más nitidez la marea deslizándose como una culebra en la orilla (no sé cómo podía fijarme en esos detalles en mi situación; ¡parecía gilipollas!). El mismo sonido que escuché la última vez que estuve allí, con Manolo y Gaspar. Fue una semana sólo de chicos. Hicimos de todo lo que se podía hacer en Conil: tomar el sol en la playa, comer pescaito, beber cerveza, jugar a las palas, bebernos muchas copas, follar con desconocidas, y ver el amanecer, medio borrachos, sentados en la arena de la playa. Un bucle que se repitió los siete días que permanecimos en este pueblo. El día que regresábamos a Madrid, después de hacer las maletas, nos paramos en el chiringuito de la playa, y brindamos por Conil, por la playa, por nosotros. Les confesé a mis amigos que algo de mí se quedaba allí. En cuanto monté en el coche empecé a echar de menos todo aquello. Los kilómetros iban aumentando, y tras cruzar el Paso de Despeñaperros, en pleno yermo de la provincia de Ciudad Real, noté un hormigueo en mi brazo derecho. Llegamos a Madrid, me despedí de mis amigos y me dirigí a mi piso. El hormigueo era mucho más intenso; notaba pequeños pinchazos desde los dedos hasta el codo. En cuanto abrí la puerta de mi casa la maleta que asía mi mano derecha cayó al suelo. No sentía ningún hormigueo, ni tampoco los dedos de la mano; era como si la tuviese anestesiada. Observé mi brazo derecho ¡No tenía mano! ¡No tenía antebrazo! En su lugar, un muñón. Grité, empecé a correr sin dirección ni sentido concreto, golpeándome con las paredes y los muebles. Estaba histérico, sentía la sangre moverse dentro de mi en forma de tsunami. Tardé muchos días en calmarme y en asimilar que no tenía brazo derecho.
Pasado ese tiempo volví a salir a la calle. Cuando fui al médico, éste me recetó calmantes y me dio cita con un colega suyo psicólogo; no se creyó mi historia. Él decía que la pérdida de un miembro podía provocar brotes sicóticos. No estaba loco, sé que antes de llegar a mi casa tenía dos brazos, dos manos. Durante meses busqué mi mano por mi casa, por el portal del bloque, incluso por la calle, ampliando poco a poco el perímetro de búsqueda. También pregunté a mi amigo Manolo si no se había encontrado nada extraño en los asientos de su coche; no me atreví a contarles, ni a él ni a Gaspar, lo que me sucedió. Bastante tenía conque el médico me llamase tarado.
Sólo me quedaba por buscar aquí, en Conil. ¡Pero era ridículo! ¿Cómo coño podría haber llegado mi pedazo de mí hasta Conil? ¿Haciendo autostop con el dedo pulgar hacia arriba? Era absurdo tan sólo planteárselo, pero decidí regresar para buscar mi trozo de carne en el último lugar donde lo sentí vivo, sin hormigueos. Cuando no quedan balas en la recámara lo mejor es tirar piedras, supongo.

Anocheció cuando Claudia y yo regresamos al hotel. Estuvimos todo el día peinando una gran parte de la playa, además del chiringuito y un par de bares donde estuve con mis amigos. ¡Nada, ni rastro del puto trozo de brazo! Pensé que quizá alguien lo encontró, y lo escondió en su casa como el que atesora una reliquia religiosa. También me imaginé a un perro olfateando los dedos, la muñeca, dejando sus babas pegadas en los pelos, clavando sus colmillos y desgarrando la carne ¡MI CARNE! Dejé de pensar en mi brazo, en mi trocito.

Miré de reojo a Claudia. ¡Pobre Claudia! Un año sufriendo por mí, y cuando regreso a su vida lo hago con un cacho de brazo menos, le cuento todo, discutimos como subnormales, y la convenzo para venir a Conil un par de días, sólo para buscarlo ¡Eso es romanticismo! Aún no sé cómo aceptó venir conmigo, ni cómo me perdonó ese año de ausencia; el amor provoca comportamientos anormales en las personas. Yo siempre la he querido, pero necesité un año para asumir que no tenía brazo derecho, y no quería que me viese tullido. No sé, soy un tipo extraño. La abracé con mi brazo izquierdo, y ella recostó su cabeza en mi hombro.

Conil de noche escondía su calor en el mar, barría el polvo que empujaba el viento, y se perfumaba con flor de Lis, Jazmín y Dama de Noche. Los tipos de chanclas y sombrillas se habían transformado en pijos de camisas ajustadas y zapatos de punta fina, y en pijas de vestidos apretados y sandalias de tacón de quince centímetros. Había mucho ambiente por las calles; ruido de copas, risas y música pachanguera. Estaba jodido por no haber encontrado mi mano y mi antebrazo, pero aquel ambiente, el tener a Claudia a mi lado hizo que me contagiase.

─Venga nena, te invito a un mojito antes de entrar al hotel. Te lo has ganado.
─Estoy un poco cansada Alfredo. Me apetece una ducha y luego dormirme.
─Sólo uno –insistí con voz melosa.
─¿Es que no ves que estoy muerta? De verdad, déjalo para otra ocasión. No me encuentro bien.
─¿Y TÚ CREES QUE YO SÍ? ─le apunté con el muñón─ Es lo último que te pido relacionado con esto. ¡Por favor!
─Al final si no me tomo el maldito mojito tú explotas, ¿no? ─suspiró─ Está bien, está bien, pero uno rápido, que nos conocemos.
─¡Esa es mi chica!
─¡Ah!, y deja de hacerme chantajes emocionales con eso –apartó de un manotazo el muñón.
─Descuida. ¡Vamos!, conozco un sitio muy bueno por aquí.
─Pachasco que no conozcas tú un sitio bueno allá donde vayas.

Entramos en el “Duende Verde”, una especie de cortijo reconvertido en bar de copas. En sus paredes colgados habían rastrillos, redes, cañas de pescar y demás aparejos relacionados con la mar. Cruzamos un par de salas repletas de chicos y chicas compartiendo cubatas, sudor y saliva y accedimos a un patio descubierto; la quintaesencia andaluza. Por las cuatro paredes que lo limitaban, colgadas de aros de hierro, macetas con flores de todo tipo. El suelo era un mosaico de baldosines azules y blancos. En el centro, una fuente pequeña, con su chorrito de agua que salía a través del pico de un pez de piedra. Sonaba flamenco por los altavoces; sólo guitarreo y palmas.
Nos acercamos a la barra, y pedí al camarero un par de mojitos. Claudia tenía la mirada perdida entre las macetas. Parecía estar relajada. Ella se merecía unas vacaciones, no hacer de detective, ni de arqueóloga escarbando entre la arena; ¡pondría remedio a ello a partir de ese momento! Vacaciones improvisadas y a tomar por culo. Giré la cabeza sintiendo que alguien me observaba. ¡LA MIERDA DEL BRAZO! Di un brinco y tropecé con Claudia.

─¿Se puede saber qué mosca te ha picado?
─M─mira ─tartamudeé, señalando con mi mano izquierda mi mano y mi antebrazo derechos.

Ahí estaba sobre una silla, en el otro extremo del patio, el trozo de mí que se había quedado en Conil. Sabía con certeza que era mi mano; en la muñeca reposaba una pulsera de tela de color verde y morado. La mano sostenía un mojito. Claudia y yo nos quedamos callados, muy quietos. La mano soltó la copa y se cerró en un puño. Claudia se colocó tras de mí y me clavó sus uñas en mis hombros. Mi mano derecha se quedó en esa posición varios segundos, y poco a poco fue alzando el dedo corazón, hasta tenerlo firme y recto como una barra de acero. Un corte de mangas, pero sin mangas, claro. Luego se ayudó del antebrazo y se deslizó de la silla. Corrimos hasta allí, pero no había ni rastro de la mano. La busqué, juro que la busqué; me lancé al suelo y repté entre los pies de la gente, palpé las paredes y escudriñé entre las macetas. Incluso metí la cabeza dentro de la fuente. ¡No estaba! Salimos del bar, echamos un vistazo por la zona; ¡nada! Me abrí paso entre toda esa multitud de borrachos perfumados, los zarandeé, los insulté, arrojé sus copas al suelo. ¡Necesitaba ese brazo! ¡ERA MI BRAZO! ¡Mi jodido brazo! Se contrajo mi garganta, me apoyé sobre una papelera. Rompí a llorar. Sentí la mano de Claudia acariciando mi cabeza, escuché sus palabras de consuelo. ¡Qué sé yo el tiempo que estuvimos en esa posición! Me besó en la mejilla, y me dijo que sólo era un brazo, un jodido brazo, que la vida continuaba, y que allá él si no quería estar conmigo. Se me acabaron las lágrimas, y decidí ser fuerte. Me costó mucho tiempo salir de mi casa, aceptar que no había dedos a mi diestra. No tenía que caer de nuevo en lo mismo ¡A tomar por culo ese brazo de mierda! Inspiré, expiré, inspiré, expiré, inspiré, expiré. Claudia seguía acariciándome. Al cabo de un rato estaba calmado. Volvimos al bar, tomamos asiento y agarramos nuestros mojitos. Algunas personas se apartaron de mi camino al verme entrar de nuevo al patio.

─¿Sabes Alfredo? Me empieza a gustar tu muñón.
─¿En serio?
─Pues claro, bobo ─me acarició el pelo─. Te quiero como eres.
─Pero si estoy tullido Claudia. ¿Cómo te voy a gustar?
─Porque si no no hubiese venido a Conil contigo, ni te hubiese esperado un año a que dieses señales de vida.
─Gracias –le abracé con mi brazo izquierdo─. Está claro que un trozo de mí se quiere quedar en Conil por cojones. ¡Que se quede, coño! ¡Pero a mí no me va amargar más!

Cogimos las copas, brindamos por el futuro, y luego nos besamos.

2 comentarios:

Achi dijo...

No me gusta, en la vida real es completamente diferente, en este cuento la ficción supera a la realidad.

¿Y si hubiese sido al revés?

Quiero decir, si hubiese sido ella la que vuelve después de un año de continuos esquinazos y sin un brazo para implicarte en una desquiciada búsqueda del miembro amputado ¿Cómo hubieses reaccionado, cómo hubiese sucedido entonces la historia?

Y tampoco me gusta el nombre de Claudia.

La redacción es impecable, el estilo es impecable.

Tú eres impecable.

Pero la historia es una mierda.

Anónimo dijo...

Perdón si me repito, pensé que ya había comentado. Me encantó el relato, poruqe me he sentido en la playa aunque lo leí en la oficina... uff de los mejores últimamente..
y el comentario de Achi es muy acertado..

RCP