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25 noviembre 2008

Hoy no estoy pa nadie (Rocío García)





La noche se presentaba interesante. Después de una intensa semana el calendario nos daba algo de tregua, y por fin, era viernes. ¿La cita? Nueve y media en Gran Vía. ¿El plan? Charlar con una buena amiga y tomar un par de cervezas entre cotilleos y secretos.

Ducha calentita, pantalones, botas, camiseta y andando, que parece que hoy la noche se viste de gala. De camino hacia el metro me entretengo pensando en bares en los que poder tomar algo sin tener que gritar para poder entendernos. Me acuerdo de dos o tres, y pienso, "habrá que jugárselo a los chinos".

La pantalla del andén anuncia un minuto para el próximo metro. Impaciente, espero su llegada, y nada mas abrirse las puertas me apresuro a entrar en el vagón para acomodarme en el primer asiento vacío. Abstraída en mis pensamientos y casi sin percatarme de ello llegamos a la siguiente estación. Tras el pitido que advierte del cierre de puertas un ruido desconocido me saca de mis sueños, y al levantar la cabeza observo que frente a mi se sientan dos chicos africanos que conversan amigablemente en un dialecto desconocido. Sorprendida por lo exótico del momento abandono mis pensamientos y los observo con delicadeza. Hay algo en ellos que me llama la atención, pero no consigo percatarme de qué es; poco tiempo después doy con ello.

Sus miradas están apagadas, encarceladas de tristeza, sus cuerpos derrotados por la vida, sus corazones abatidos de dolor y su adolescencia vendida al mejor postor. En un intento desafortunado por identificarme con ellos trato de recordar mi adolescencia, y todas las imágenes que vienen a mi mente están plagadas de alegría, de buenos momentos, de vacaciones inolvidables, de los primeros amores y las primeras decepciones. Y me pregunto cómo habrán sido las suyas, si habrán tenido ya ese primer amor que dicen que marca toda tu vida, si habrán ido a conocer alguna ciudad lejana, o si habrán reído descontroladamente hasta que la barriga te tiembla como la gelatina. Por desgracia el viaje no va a ser tan largo como para intimar de ese modo, como probablemente mi adolescencia tampoco haya sido ni parecida a la suya.

En mi cabeza dibujo una fantasía, puede que errónea, que explique el porqué de que estén aquí, e inevitablemente recuerdo las pateras al borde del naufragio llegando a Gibraltar. Tal vez ellos tuvieron la suerte de venir en avión pero las imágenes repetidas una y otra vez también crean hábito. Imagino que llegaron con las fuerzas agotadas después de varios días sin comer y beber sobre una barcaza plagada de compatriotas, que como ellos, tratando de hacerse su camino se tiraron a una piscina sin agua. Igual meses después viajaron en los bajos de un camión hasta llegar a Mercamadrid, y presos de la decisión que les empujo hasta aquí llevan mendigando por Madrid los últimos tres meses, escondiéndose de la policía y rezando por que su secreto este a buen recaudo en un "piso patera".

Sin querer cometo el error de pensar "pobrecillos, ¡qué lastima!", pero al instante me prohíbo pensar de ese modo; eso seria condenarles aún más a un túnel sin salida. Entonces pienso que igual la vida les está dando otra oportunidad, o a lo mejor, es que el destino no está donde uno nace, sino hacia dónde le llevan sus pies y, tal vez, el dolor de estos años algún día se recompense con alegría.

El sonido de los altavoces me recuerda que he llegado a mi parada. Me pongo en pie y me dirijo hacia la puerta, no sin antes dedicarles una ultima mirada de "¡Buena suerte chicos!". Llena de optimismo subo las escaleras, convencida que Madrid les dará una segunda oportunidad; pero al llegar a la superficie, ¡todo es tan distinto!

Subiendo por la calle Montera, prostitutas de distintas nacionalidades se refugian en las esquinas, mientras proxenetas enfurecidos las vigilan y recuerdan que hoy es viernes, y son diez mil. Junto a ellas, transeúntes anónimos reclaman sus servicios, y como en los mercadillos de los pueblos, regatean sus polvos. Entre tanto sexo, vendedores ambulantes se afanan en eso que llaman el top manta, vendiendo películas de estreno en oferta de 3x2, a la que acuden desesperados compradores empedernidos por ver la última película de Tom Hanks. En la puerta del Mac Donalds, un vagabundo sostiene un manuscrito de cartón tratando de arañar los últimos céntimos que se esconden en los bolsillos, y tres portales mas arriba un cómico disfrazado de payaso saca una sonrisa a la Gran Vía.

Inevitablemente rebobino quince minutos atrás y pienso en eso que me decían, que la vida da una segunda oportunidad. Y seguramente sea así, pero entonces no entiendo quién es aquí la victima y quién es el verdugo, quién es el ratón y quién es el gato. Si el objetivo es salir a flote, ¿dónde está esa mano tendida a la que agarrarse? ¿Dónde está ese camino al que volver? Empiezo a dudar si la segunda oportunidad ha de ser para el que viene o para el que está, o tal vez, es que ha de ser para los dos.

Presa de la impotencia me enfado con el mundo y con todos aquellos que con sus actos imprimen destinos ajenos. Entre tanto recuerdo aquello que una vez me dijeron en el cole, que la conducta de A influye en la de B, en tanto en cuanto la de B es influida por A, y cómo ambas dos se retroalimentan en una relación perfecta. Así, le encuentro un sentido a tanto desorden. Aun así, tanta indiferencia me angustia, y me gustaría en un acto de rebeldía plantarme en medio de la calle Montera con una pancarta enorme en la que se leyera "NO A LA RETROALIMENTACION"; pero dos segundos más tarde descubro que esta idea sólo ha sido un lapsus de memoria, y que aunque realmente lo crea así, no se puede luchar sola contra el mundo, porque por desgracia el destino también esta plagado de principios moralmente cuestionables y políticamente aplicables.

Desconcertada por la situación me apoyo sobre la cabina de teléfonos mientras espero a mi cita, y de repente me doy cuenta de que mis pantalones son "Made in Taiwan", mi camiseta "Made in Korea", y mis botas seguramente sean "Made in South Africa". Enfrentada cara a cara con mi soberbia, y huérfana de mis ideales, decido posponer la cerveza. De vuelta a casa pienso que esta vez la vida me ha ganado la partida y me ha puesto en mi lugar, pero en la misma moneda siempre hay una cara y una cruz, y quizás en la próxima tirada salga cruz y sea yo quien le cante las cuarenta.




Escrito por Rocío García Ferrero

5 comentarios:

Munones dijo...

De que me suena...

Anónimo dijo...

Es la pura realidad .. además lo que da de si un viaje de metro... que precísamente NO vuela.

RCP

Munones dijo...

Somos muy afortunados de nacer al otro lado de la raya. Por desgracia poca gente así conozco con una mirada alegre y risueña, es una realidad.

No solo en el metro, en los bares, mientras tu degustas una cerveza fresquita, alguien está intentado llenar su bolsillo para tener algo que comer, ofreciendote un DVD pirata o un CD de El Canto del Loco que nunca comprarás.

Aunque es dificil lucharemos por cantar las cuarenta todos juntos.

Anónimo dijo...

Esto no lo había visto yo!!!! Me encanta... asique me lo copio y lo expando para otras mentes críticas y que lo sepan valorar...

Un beso enorme a mi niña, que aunque este no es su espacio le han hecho un ENORME GUIÑO. TKM Rocigüito ;)

Anónimo dijo...

Esto no lo había visto yo!!!! Me encanta... asique me lo copio y lo expando para otras mentes críticas y que lo sepan valorar...

Un beso enorme a mi niña, que aunque este no es su espacio le han hecho un ENORME GUIÑO. TKM Rocigüito ;)