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15 diciembre 2008

Vidas en Sueño - 38 (El vendedor de enciclopedias)




Cuando abrí la puerta de entrada de aquel tugurio, la estridente música electrónica salió desbocada al exterior, y rompió con brusquedad el silencio de la calle, desierta a esas horas. Llevaba nevando toda la noche, y sobre mis hombros se acumulaba una fina capa de hielo, que al derretirse se escurría por la cazadora de cuero negra. Un tipo, ebrio a más no poder, que me había confundido con un ciego de la ONCE - seguramente debido a las gafas de sol que llevaba puestas -, me pidió un número acabado en siete para el cuponazo del jueves siguiente, y como no quería llamar demasiado la atención con discusiones y aclaraciones torpes, le vendí un ticket descuento del Carrefour. Tres amigos suyos vinieron con el mismo ánimo, obteniendo éstos un par de entradas de cine de hace dos años y un vale por una friega de parabrisas en la cadena de talleres Mister Luminosín. Diecisiete ventas fraudulentas de cupones más tarde, pude escrutar con mayor perspicacia el local. Congregados allí, aparte de los borrachos estafados, estaban una banda de pastilleros dando brincos y jurando ver a la Virgen María entre ellos, un par de borrachos lamiendo del suelo los restos de una copa que se les cayó, una prostituta robando con maestría la cartera a un tipo engominado y con traje, un chino, que llevaba sobre su cabeza una diadema de princesa - con lucecitas parpadeantes, de las que provocan ataques epilépticos - y en su mano un buen puñado de rosas, y una horda de jovenzuelos hartos acné, abalanzándose sobre la barra del bar, bien para pedir copas, bien para depositar sus babas en el escote prominente y sugerente de la camarera, que mascando chicle se frotaba la melena rubia ceniza como un perro las pulgas de detrás de la oreja.

Decidí mezclarme entre la parroquia, y me acerqué a la barra, con el objeto de llamar la atención de la camarera. Eructé con más potencia de la deseada, alcé la mano e hice una valoración lo más acertada posible acerca de la terrible erección que me había provocado. Ésta me observó con una mueca divertida, escupió el chicle, el cual fue a parar a la pupila de un admirador suyo, e irguió espalda y hombros de tal modo que sus pechos parecían escaparse de su cuerpo. La afición lo celebró con gritos de júbilo.

- ¿Qué vas a tomar, guapetón? - dijo mientras se encendía un porro.
- Un whisky, mezclado con hielo, y no agitado con garrafón, por favor.
- Lo siento belleza, pero no tenemos whisky para marqueses. Sólo hay de marca nacional, que por cierto, es cojonudo para quitar el esmalte de las uñas.
- ¿Vodka quizá?
- Cariño, ¿me ves con cara de comunista? Aquí no tenemos esas mariconadas soviéticas.
- Pues dame un batidito de chocolate.
- Sólo me quedan caducados, primor.
- Sobreviviré. Sírveme uno. - y depositando un billete de diez euros sobre algo líquido de la barra, seguí con la conversación - Por cierto, ¿dónde puedo encontrar a tu jefe?

Me sirvió el batido, dio una profunda calada al porro, y expulsó el humo en una bocanada larga y gruesa hacia mi rostro. Señaló la puerta del lavabo, estrujando con su otra mano el billete de diez euros. Apuré mi batido caducado de chocolate, el cual me supo a cenicero bañado en vinagre, - igual que aquellos purés de rábanos que mi tía me hacía engullir, siendo yo un alevín - y me encaminé dirección al lavabo. Un tipo sudoroso, y con un hilo de baba colgando, se cruzó en mi camino, exigiéndome dinero a cambio de mi penosa existencia. El hilo de baba tomó contacto con el suelo. Le compré un par de rosas al chino, y se las regalé al muchacho de múltiples secreciones corporales, sin más ánimo, alejado de cualquier teoría romántica, que el de sacudírmelo de encima.
Quedó maravillado. Una vez alcancé la entrada a los servicios, desenfundé mi Colt Anaconda, la amartillé, y pateé la puerta de acceso. Al sentir que con el golpe lo único que crujió y se movió fue mi tobillo, decidí abrir con la otra mano la puerta. De uno de los cubículos emergió un anciano subiéndose los pantalones, precedido de otro que se abotonaba su camisa de franela. Ambos me miraron con los ojos muy abiertos, y tras desearme una buena noche y saludarme con sus sombreros, salieron apresurados de la habitación. Balbuceé algo. Revisé cubículo a cubículo en busca del dueño del local. El resultado del examen fue un cadáver apoyado sobre rayas de cocaína y una revista de decoración de interiores manchada con varias sustancias, cuyas indagaciones al respecto decidí no efectuar.

Salí del baño y me dirigí hacia la camarera, para hacerle notar su craso error a la hora de ubicar la localización de su jefe, cuando por mi espalda escuché el tableteo de una ametralladora. Me arrojé al suelo instintivamente, parapetándome tras el tipo de las rosas, que yacía ensangrentado en el suelo. Una vez cesó el baile de balas levanté mi vista hacía delante. Atufaba a pólvora quemada. Del grupo de babosos de la barra sólo quedaba uno en pie, suplicando extrema unción. La camarera estaba apoyada contra la pared, con varias heridas de bala y la boca desencajada; no obstante el porro que se estaba fumando permaneció pegado en su labio inferior. Parecía un incensario. El resto de gente se había esfumado. Muchas de las botellas estaban rotas, y las paredes aparecían agujereadas, con algún que otro reguero de sangre, que se deslizaba hasta el suelo.

- ¡Levántate rata! ¡Sé que has venido a liquidarme! - exclamó una voz ronca más allá de una columna - ¡A qué esperas coño! ¡Levántate y anda Lázaro!
- No, que me mata - dije intentando dar lógica a mi penosa situación.

Vació otro cargador de su arma sobre mi posición, y por encima de mi cabeza escuché un silbido constante de balas. De pronto la ráfaga cesó con un "click" y seguido de un "¡mierda!". Parecía que se le había encasquetado alguna bala en la metralleta; o que se había pillado alguna zona sensible al abrocharse la bragueta del pantalón. Dejando aparte la resolución de aquel misterio, aproveché la situación para, de un salto, colarme tras la barra del bar. La pirueta fue espléndida, tanto o más como la forma original de frenar la caída con mi boca. Mi cazadora se pringó de fluidos aromáticos, tales como cerveza y algo parecido al vinagre. La cristalera que había al fondo de la barra había estallado, partiéndose en varios pedazos, uno de los cuales había atravesado al encargado de la música. Me incorporé, asomándome lo mínimo por el borde del mostrador. Una metralleta asomaba por la columna, y el tipo volvió a apretar el gatillo. Más cristales estallaron, astillas de madera y líquidos variopintos volaron por los aires, y la tabla de mezclas explotó, sumiéndonos en un silencio sólo roto por alguna ventosidad que no logré ubicar. Cesaron los disparos, y levantándome del piso disparé sin fijar un punto concreto, incrustando mi bala, accidentalmente, en el entrecejo de una anciana, que instantes antes había aparecido por la entrada al garito, preguntando si todo estaba bien, y que por favor cesara el ruido de balas, que su Matías no podía dormir. Volví a parapetarme bajo el mostrador, y tuve una idea feliz.

- ¡Cese usted su empeño de descargar ráfagas sobre mi ser! – dije intentando imprimir en mis palabras rabia, lástima, y unas gotitas de dramatismo - Que estamos en crisis y tanto cartucho le va a salir por un ojo de la cara. Yo sólo vine a parlamentar.
- ¡No cuela, gilipollas!
- Al menos vuestra señoría podría decirme si se llama Alfred Mac Lolo.
- ¿Y quién coño es ése tal Alfredo?
- El dueño del bar, sin lugar a dudas caballero.
- Yo soy el dueño del bar, y me llamo Pepe Piscinas.
- Sin ánimo de caer en una vulgaridad, pero he de decirle que no cuela.
- ¿Cómo que no cuela, ostia puta?
- No se excite, que eso daña el cuerpo. Le explico. La Editorial La Polilla Ardiente, de la que soy orgulloso vendedor de enciclopedias, diccionarios, almanaques, fascículos, y suscripciones para revistas no muy aptas para menores, me conminó a que hiciera una agradable visita a este local, comentándome que el dueño de este bar, además de ser valorado como una bella persona y no mejor ser humano, se hacía llamar Alfred Mac Lolo por la gracia del registro civil; en ningún momento oí pronunciar el no menos armonioso nombre de Pepe Piscinas. - tomé aire - Entienda amable caballero que me encuentro confuso, y que las leyes estrictas de mi amada empresa me prohíben dirigirme a otra persona que no sea el propietario de esta fabulosa licorería musical.
- ¿Un vendedor de enciclopedias armado con pistola, y que asesina a viejas, aunque se lo merezcan por brujas? ¿Me toma por tonto?
- Veo que usted es sagaz, pero entiéndalo, no están las calles como para salir con un par de libros de mil páginas como única arma. Lo de la anciana fue una tremenda confusión, al creer que era un inspector de hacienda con innobles intereses sobre su negocio. Y no, a un tipo que no deja de dispararme jamás le podría tomar por tonto; al contrario, creo que comienzo a admirar su sentido común. Y sin ánimo de recaer en un monótono debate acerca de mí, ¿podría enseñarme algún documento que lo acredite como Pepe Piscinas, y no como Alfred Mac Lolo?
- Si te parece te enseño mi certificado de bautismo, no te jode. ¿Qué te parece si te mato, tomo avión a un país de esos bananeros, y pelillos a la mar? Tu jefe feliz, yo feliz, y seguramente tú no, pero no me importa.
- Lo veo congruente, sensato y hasta oportuno. Pero entienda que no puedo presentarme a mi jefe sin haber verificado su identidad. Le agradecería hiciese el increíble favor de depositar su DNI sobre la destrozada barra del bar, sin ametrallarme de nuevo, si no es molestia.
- Sí, sí, espera ahí quietecito, que te voy a dar algo – respondió con amplia carcajada, que se interrumpió con un ataque de tos y escupitajo final.

Mientras le había estado hablando, y gracias a uno de los cristales rotos que hacían de espejo, conseguí tener visión en la zona de la columna. Observé cómo tras ella surgía el individuo, que avanzaba con paso lento, aplastando cristales y algo parecido a cucarachas. Se acercaba a la barra, sosteniendo con firmeza su metralleta a la altura de la cintura. Tenía que actuar, ¡y rápido! Conté hasta tres, y asiendo con ambas manos el revólver, de una estirada encaré al tipo de la metralleta. En ese justo momento mis tripas se revolvieron, mi esfínter anal se contrajo con gran presión, sentí un escalofrío por todo el cuerpo y tuve tal temblor de manos que parecía estar agitando una coctelera. Todo apuntaba a que el batido de chocolate me había sentado mal. Abrí fuego a quemarropa. A pesar de los escasos centímetros que nos separaban, de cientos de horas de entrenamiento en campos de tiro, y de la gran capacidad de puntería que mi magnífica Colt Anaconda otorgaba, no hice blanco con ninguna de las siete balas. Nos quedamos mirando el uno al otro. Por suerte para mí, desgracia para él, uno de los proyectiles había rebotado contra la pared, y en su impredecible vuelo sesgó el cable metálico que sujetaba el televisor que había sobre nuestras cabezas. Éste se desprendió de su soporte, aterrizando sobre mi oponente. Cayó fulminado al suelo, con la cabeza incrustada en el aparato, en un baile perverso de espasmos y cortocircuitos eléctricos.

Había cumplido mi trabajo con una más que dudosa profesionalidad, cuando se me presentó un nuevo reto. El esfínter no pudo aguantar más la presión de las entrañas, y mi ano expelió una enorme y descomunal flatulencia en forma de llamarada, que en contacto con el alcohol desparramado por el suelo, originó un incendio que se extendió por todo el local en cuestión de segundos.

4 comentarios:

Munones dijo...

Voy a plasmar mi primera huella en esta nueva versión de la Madriguera.

Un relato de novela negra muy currado, aunque el final era de esperar.

Espero impaciente el comentario de anónimo...

David dijo...

¿Batidito de chocolate? ¿Colt Anaconda?.
Este relato me ha dejado enganchado, pendiente de si el tipo tiene media melena.

Anónimo dijo...

hola, vengo caminando desde ForodeLiteratura.com, soy el autor de Aroma Interior! jeje.
estoy leyendo tus obras y la verdad que sos un genio!
sigo leyendo y despues opino
nos vemos

Unknown dijo...

Hayss!!! que toque de misterio...
últimamente estás tu muy de acción jejejejeje.
Me ha gustado mucho, en serio.
Un besote Pablo!!