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13 octubre 2008

Vidas en Sueño - 29 (Ensayo sobre un recuerdo)




Una vez hubo alcanzado la posición del atril, se desaflojó el nudo de la corbata, y carraspeó con fuerza, haciendo notar a los demás que iba a iniciar su discurso. Dedicó unos instantes a contemplar los rostros de sus oyentes, unos apenados, otros compungidos, y el resto totalmente inexpresivos, como si estuvieran hechos de cartón piedra. Devolvió su mirada al papel desde el que dirigiría su discurso, y con voz grave comenzó a leer:

"Nunca hubo nadie que pudiera hacerle callar, en cuanto a chistes se trataba. Siempre tenía uno mejor que contar, y aunque realmente, a los que los sufrimos más a menudo, no nos hacía mucha gracia, sólo su entusiasmo nos contagiaba, y acabábamos riendo junto a él. Gesticulaba y enfatizaba los momentos claves del chiste, manejando el tempo, viviendo el momento. Su especialidad siempre ha sido hablar; hablar y reír. Quizá no exista en el planeta una lengua tan musculada y locuaz como la suya, y lo demostraba a menudo, cuando nos contaba alguna de sus batallitas; por ejemplo, quién no le ha oído su maravillosa historia acerca del chándal con el que apareció en la oficina en su primer empleo, o aquélla en la que tuvo que improvisar ser policía para que le quitaran una multa de aparcamiento. Eso sí, nunca hablaba de política ni de religión, y sin embargo disfrutaba con los debates televisivos, especialmente los de la Cámara de Diputados.

Siempre recordaré la forma en que echaba sirope de fresa a sus tortitas. Primero las trozeaba con mucho esmero, sin prisas, y de tal modo que en un par de minutos, en lugar de tres o cuatro tortitas, se veían decenas de formas geométricas, casi perfectas. Luego volcaba cantidades inhumanas de aquella golosina sobre los trozos, obteniendo una masa viscosa, que coronaba derramando un sobre de azúcar, chocolate, o nata. En la mesa siempre ha comido de todo, menos las famosas patatas cocidas con vinagre; alguna vez, sólo para chinchar, mi madre las colocaba camufladas entre el pescado hervido. Él se abalanzaba con gula al plato, como un tigre que agazapado espera hasta aparecer su presa, sin emitir ruido alguno
(de hecho era el único momento del día en que podía permanecer callado más de cinco minutos), salvo el de sus mandíbulas masticando con velocidad y potencia, y al descubrirlas y posteriormente olfatearlas, asiendo una de ellas con su tenedor y dejándola muy cerca de su nariz, contraía el rostro de tal manera que nos era imposible aguantar la carcajada. No sólo era buen comensal, también era un gran cocinero; de su madre aprendió a hacer varios guisos, y el que mejor le salía, sin duda alguna, era el salmorejo.

Muchos de los aquí presentes habrán jugado con él varias partidas de cartas, especialmente al mus; era una de sus mayores aficiones. De hecho, en mis recuerdos aparece muchas veces por el pasillo, barajando una y otra vez, de mil maneras distintas, y buscando contrincante. Un tipo azaroso, y un duro rival, envidaba a la grande con tal pasión que nadie se atrevía a superar la apuesta, aún llevando una buena jugada. Fumaba siempre un puro tras acabar la partida, llevándose el cigarro a la boca con extrema lentitud, la misma con la que aproximaba y acurrucaba en su mano la llama de la cerilla encendida; luego daba una profunda calada, y reclinándose en la silla hacia atrás, comentaba normalmente algún chascarrillo divertido.

Tampoco nos olvidamos de sus magníficas coartadas con las que se fugaba al pantano a pescar; un amigo en apuros sentimentales, un negocio que pulir, una conversación padre-hijo que mantener... todo servía para arrojar con brío el anzuelo a las aguas sin oír previamente el sermón de su esposa. Se podía tirar horas sentado sobre una roca, silbando o tarareando alguna canción inventada por él mismo. Y cuando picaba algún pez siempre era cómico ver su asombro, como si fuera la primera vez que le ocurriera en su vida; se levantaba nervioso de su asiento, agitado, y dando pequeños saltitos. Producto de estos movimientos no era raro el día que su sombrero de pescador acababa en el pantano.

Sea como fuere, siempre le recordaremos por estos momentos, pues aunque volviera a casa muchos días bramando acerca de su jefe, aunque aprovechara un descuido tuyo para pellizcarte el cogote, incluso aunque eructara con cierta potencia por el simple placer de poner histérica a su mujer, Matías, mi padre, siempre será recordado por aquellos momentos en los que de un modo a otro nos hacía sentir felices."


Una vez llegado al fin del manuscrito levantó nuevamente la mirada, mientras plegaba con pulso nervioso el papel leído. Se bajó del atril, y acariciando con suavidad y parsimonia el ataúd, volvió a su asiento envuelto en el mayor de los silencios.

4 comentarios:

Munones dijo...

Descansa en Paz, Zorro

Unknown dijo...

Más te gustaría a ti que descansara en paz xDDD

Munones dijo...

Sabes que no, pero seguro que ese sería el relato que quisieras que te leyeran cuando la palmes :P

Anónimo dijo...

cada relato muestra un trozo de ti y mas alguna vivencia pasada. quienes formamos parte de tu pasado nos alegramos, he recordado cuando nos contabas con entuciasmo muchos de tu chistes y estabamos desesperaditos porque pararas, has plasmado con exactitud el momento que vivimos contigo que tortura y q carcajadas nos dimos jaja...