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11 febrero 2008

La jungla de la sonrisa velada y los guisantes




Generalmente viajamos en el Metro, de Madrid, de Barcelona, incluso en el Honolulú (discúlpenme si dicha ciudad no posee tan preciado transporte), de manera mecánica. Sabemos dónde empezar, qué transbordos tomar, y a qué destino llegar. Hay casos aislados - generalmente inducidos por efectos narcóticos o depresivos -, en los que el viajero simplemente se queda dormido o meditabundo, esperando a nada, y sin pensar en otra cosa que no sea en su penoso estado mental y físico. Los demás, a veces envidiamos a estos seres humanos perdidos en otros asuntos de gran importancia.

Es curioso observar a la gente. No todo el mundo piensa igual, pero sí actúa igual; con frialdad, dispar educación, silencio, y miradas perdidas. En algún caso extraordinario, un niño te sonríe desde su asiento de enfrente; le resulta divertido verte, con tu cara de guisante, inmerso en una lectura. Y le provocas gracia; miras por encima del libro, y lees la jugada en sus ojos; y no puedes evitar sonreír, mientras piensas "a todo cerdo le llega su San Martín". Lo mejor es cuando compartes el viaje en metro con algún conocido o amigo; haces lo posible por hablar con él, por evitar la monotonía disfrazada de túnel. Incluso descubres cosas nuevas, rumores jamás antes escuchados, chascarrillos de un humor más o menos generoso, temores y virtudes, etcétera. Pero lo normal es contemplar a decenas de viajeros - como tú - con caras de hortalizas - como tú -, aburridos - como tú -, y con ganas de dejar de compartir su intimidad y sus pensamientos - como tú.

Esta mañana ha sido curioso. El metro abarrotado obligaba a la lectura sí o sí. O eso o quedarte prendado del basto cogote de un tipo trajeado y con exceso de perfume. La lectura se hacía cansada; un párrafo largo, demasiado metafísico y profundo para leer de ese modo. Levanto mi cabeza, esquivo el dichoso cogote, y observo a unos tres metros de distancia a una chica que está ¡¡riéndose!! No llevaba libro, walkman, ipod, ni ningún instrumento incitador de tan maravillosa reacción; simplemente iba con la mirada perdida, y de vez en cuando echaba su cabeza hacia atrás. Reía, y a veces daba la impresión que se contenía una carcajada. La gente de su alrededor había comenzado a formar un círculo de distancia respecto a ella; escépticos y temerosos, preferían apartarse; a ver si les daba a ellos también por reír...

Me ha parecido algo tan sano y espontáneo, que no he podido evitar sonreír, y levantar un poco mi cara de guisante. Me ha resultado graciosa la escena, más por los tomates y zanahorias de su alrededor que por la chica en cuestión. Y cuando he mirado a mis colegas más cercanos de apretujones, el tipo del cogote se estaba apartando, y los demás vecinos empezaban a hacerme corrillo. Y me surge de pronto una reflexión, "¿si nos ponemos todos a reír de esa manera, habrá sitio en el metro para los corrillos que se formarían?"

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sip.. la gente que leemos en el metro parecemos idos, volando por ahí, somos ajenos a todo lo que pasa alrededor. Mejor porque a parte de la chica que se ríe.. (y que la risa es contagiosa lo sabemos todos)... no se ve a la gente feliz por la mañana... prefiero leer y seguir en mi mundo.