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20 febrero 2008

Blanco y Negro




Y sin quererlo, de repente, amanece un nuevo día. El frío de la nieve - blanca y brillante - se transmite a través de los cuartos delanteros y traseros, y notas cómo la cola se eriza levemente; un escalofrío protocolario, un impulso de la supervivencia a la que estás alienado. Por tu hocico notas el aroma de la vida al pasar, y agudizas al máximo tus sentidos ante la más mínima novedad.

Ayer te refugiaste en tu madriguera - negra y oscura -, asustado y tiritando de frío. Y hoy, majestuoso, asomas tu cabecita rojiza por tu escondite; y un soplo de frío y austerismo mesa tu pelaje, suave y vistoso, cuando el blanco es lo que predomina en el horizonte. Pero eres el rey del despiste, de lo improvisto, de lo discreto; el señor de la observación. Tiesas y alertas, tus orejas reciben hasta el mínimo susurro del silencio, y las pupilas de tus ojos se concentran en cada partícula que monta aquel puzzle. No temes a nada, y eres consciente que en el fondo eres vulnerable a mil peligros, como a una jauría de perros. Piensas que hay que morir mordiendo, sintiendo el desgarro en la piel de tu enemigo. Hoy te atreves a enseñarle al mundo tus colmillos, y a pasear con orgullo tu presencia, y tu esencia.

Y por momentos disfrutas de ello; paseas con tranquilidad, alerta, pero con tranquilidad. Pasa el tiempo, y la distancia del refugio empieza a desgarrar tu interior. "¿No me estaré alejando demasiado?", piensas, pero no te importa, hay motivos en la mañana para hacerlo. Valiente decisión, oyes a través del viento fluir. Y el mismo viento que aplaude tu decisión, que te arropa con una falsa brisa templada, te acorrala en un círculo borrascoso de repente.

Sólo necesitas alzar tu cabeza al cielo para observar cómo un circulo de nubes ennegrecidas amenaza directamente tu presencia. Sabías que podía ocurrir, y aunque no te arrepientes, intuyes que es inútil existir en mitad de una tormenta. No puedes evitar que ella - la tormenta - te embosque con la misma facilidad que tu emboscas, y la única opción es correr a tu refugio, a tu madriguera. Y te quedas parado, mirando hacia atrás, cada vez con más convencimiento, esperando quizá un desenlace; al fin y al cabo no dejas de ser un mero espectador.

Día y noche, luna y tormenta, brisa y furia, blanco y negro. Aúllas en silencio una vez llegas de nuevo a tu hogar, del que reniegas muchas veces, y te proteges otras tantas. Pasarán los nubarrones, soplarán las brisas, brillará la luna, y ahí siempre la tendrás, tras de ti, esperándote con los brazos abiertos cuando tu valentía te hace dudar, tu pequeña y conocida madriguera; no eres un zorro solitario, eres un zorro, simplemente.

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