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24 noviembre 2010

Choped Madrid (3)




El conferenciante era rubio, pero sus cejas eran negras como el carbón; las pestañas, pelirrojas, y por el labio inferior colgaban un par de pelos largos y arrugados. Se justificó diciendo que las vanguardias llegaron al vientre de su madre cuando él nació. Como era el conferenciante, los demás tomamos apuntes en nuestras lustrosas, purificadas y blanquecinas libretitas de estudiantes aplicados que no tienen otra cosa mejor que hacer que rellenar líneas y líneas y líneas de frases que un tipo dice y que suenan interesantes, porque las dice un tipo que debe ser interesante, pero que a medida que habla y y habla la duda crece, el tallo mengua y los pelos de la cabeza luchan por salir antes del cuerpo que los demás. Apuntamos con disciplina de esgrimista. Hubo quien, movido por un trance de siniestro academicismo, repiqueteó su pluma estilográfica contra las hojas de la libreta. El conferenciante rozó las nalgas de la que limpiaba en ese momento la sala, y sin disimular, escupió en el cubo con el que la pobre señora fregaba. Nos insultó, balbuceó algo parecido al arameo, no quiso invitarnos a vino y jamón serrano, y al tiempo que se hurgaba la oreja, nos habló desde un púlpito:

“Hola, soy el conferenciante. Vosotros, unos mediocres. Todos. Unos mediocres subnormales agarra farolas chupacabras yunqueros, y por lo que veo en la mayoría de vosotros, sin afeitar. Odio la gente que no se afeita, porque me dan envidia. Soy imberbe, payasos. Bien, ¿por qué cojones estamos todos aquí? No respondáis, no tendría sentido. Sentido. ¡Qué divina palabra! Sentido para un mundo de mediocres. Sentido de fatalidad, de tráfico, del arte. El sentido al servicio del artista, del mecenas y de los gilipollas que van a un museo y se creen que los cuadros están vivos, cuando en realidad están muertos. Mi conferencia, mi charla, mi plática del día versará sobre el sentido. Voy a confesar una realidad: hemos perdido el sentido literario. También perdimos a la madre de Marco. Bueno, eso es lo que se cree Marco. Todos sabemos que la madre de Marco juega al mus todos los domingos con Jesús Gil, en Venezuela. Marco no encontró cerveza. Por eso se compró un mono. El caso era llevar algo a rastras que le mantuviese lo suficientemente confuso para no detectar en él atisbo alguno de inteligencia. ¿Veis? De nuevo el sentido saluda y no paga la cuenta. El sentido de una Italia de tallarines pasados de fecha, de mujeres con rulos de los caros, de fuelles, de sirenas sin pescadero, de orcas que se ahorcan, de rutinarios relámpagos que atronan en las cabezas de tipos que sin su corbata no serían más que tahúres en un mundo de faroles los cuales se iluminan con el carbón que un puñado de tipos encierran en una mina chilena. Todo esto os sonará a Góngora: yo soy su padre; Darth Vader, el mío. Todos nos limpiamos el culo con los artículos de prensa. No me engañéis. Leemos y restregamos por las nalgas lo leído. ¿Para qué pensarlo? Quien responda a esto le parto la boca. Nadie piensa; menos vosotros, cabrones. Imbéciles. No sabéis que nadie lee. No vais a leer todo lo que estáis apuntando. Pero me excita veros así: disciplinados y unidos en una más que probable contractura cervical. Lo siento por ellas, porque no es justo. A ellos, que les partan la médula espinal. Hablo porque me desdigo, por deshago lo que se ha hecho, porque la lengua actúa huérfana de unas neuronas que se han ido a cagar con los articulistas de vuestros sucios periódicos. Mojad vuestra sucia prensa en el café; vuestros libros innovadores, vuestros libros electrónicos, vuestra cultura de barrio marginal. Marginales. El sentido es pura marginalidad en un mundo que si no comprende que lo que no se comprende, se fusila al alba.”

El conferenciante pidió oxígeno y una unidad de reanimación cardiorrespiratoria. Una vez reanimó a la friega suelos, se aplicó los electrodos a sus pantorrillas. Todos apuntamos aquella última frase en la libreta. Hubo quien se masturbó mientras lo escribía en su libreta. Sonó mi móvil: de nuevo el pájaro. “Te echo de menos, pimpollo”, me dijo el animal. Tuve que colgar, pues el conferenciante puso los ojos en blanco y me hizo pucheritos. El pájaro en su jaula no entendía que Barajas es un sitio agradable. El conferenciante se interesó por mi abuela y por la abuela del pájaro. Ambas estaban muertas, así que me inventé dos historias: la abuela del pájaro, virgen hasta la muerte; mi abuela, tripulante de un carguero con bandera de Burkina Fasso. Todos aplaudieron en la clase. Todos menos una, que se murió de repente. Se hizo un corro alrededor del cadáver.

-Está muerta -dijo uno.
-Eso parece -dijo otro.
-¿Y qué hacemos? -preguntó el conferenciante con los pelos del labio caídos.
-¿Rezar? -pensó en voz alta la limpiadora.
-Sería utópico en una charla sobre el sentido -dijo el conferenciante.
-¿Por qué no arrojamos el cadáver por la ventana? -dijo uno.
-Podríamos tocarle un pecho -dijo otro.
-O la nalga -apunté yo.
-O las fosas nasales -dijeron uno y otro agarrados de la mano.
-El caso es que está chica está muerta. Alguien la ha disparado -dijo el conferenciante.
-¿Desde dónde? -preguntó Julieta, la mujer sentada a mi lado con pinta de llamarse Julieta.
-Desde la calle -nadie dijo.
-Es posible -titubeó el más anciano de la sala.
-Es probable -gritó mi páncreas.
-Es obvio -farfulló Ana Rosa Quintana a través del televisor portátil que llevaba prendido del cuello un sacerdote con un solo ojo.
-Lujurioso, añadiría yo -susurró el susurro al aire que se mezclaba de forma lineal con nuestras vidas, nuestros corazones, nuestros ocasos de monaguillo destetado sin más necesidad de felicidad que el tener un par de duros para gastárselos en las máquinas recreativas.

El conferenciante aplaudió. Todos aplaudimos. Desde la calle, atronadora ovación de gala. Los policías bailaban en círculos, muy apretados unos con los otros. Los coches se marcaban un vals sin pasarse demasiado. El tipo defragmentado se fragmentó de nuevo, se desvistió, compró regaliz y, cuando parecía que no iba a ser uno más de la historia, esquivó la embestida de un trailer de dieciseis ejes. Pero no es la historia; su triste vida no nos interesa. -*-*-*-*NO*-*-*-*- nOs InTeReSaaaaAAAaaAA. A nadie le interesa un puzzle que fuma. El conferenciante dejó de aplaudir y con los ojos puestos en sus cabellos labiales, nos invitó a buscar el sentido a aquel crimen: “salgan a la calle, investiguen, busquen, excarven, perforen, sodomicen, mutilen, exhumen y recopilen información para dar con el asesino de esta mujer. A todo esto, ¿alguien sabe a quién pollas le importa su muerte?”. Todos apuntamos esa pregunta retórica en las libretas. Luego, incendiamos nuestros bolígrafos, danzamos alrededor de la muerta y el conferenciante, y con los ojos vidriosos por la despedida, nos lanzamos a la búsqueda de una no búsqueda, de un sentido que se lo había fumado un tipo con gafas en una bolsa de avión confeccionada para vomitar, no para publicar en un blog y buscar tuercas donde Henry Miller hizo unas trescientas páginas de suspense británico; ¿o era de Burkina Fasso?

Me despedí del narrador en primer persona del plural: se lo vendí a Eduardo Mendoza y al resto de esquizofrénicos. Una vez volví a ser yo y solo yo, mandé un sms al pájaro: “Coje el coxe y vent xa plza spañ k m tiens k ayudr.Bss tqm npi mcd teruel pimpum.”

3 comentarios:

José Antonio del Pozo dijo...

Hola, sr Zorro: impresionante tour de force, sensacional pandemónium surrealista de un happening desquiciado al que el autor desquicia más aún. Irreverente, caústico, sangriento, veloz, desasosegante, iconoclasta, acerado. Divertidísimo, sr Zorro. Qué semblante el del jodido Conferenciante.

Anónimo dijo...

Este fue siempre bastante que hay un montón de ahí a la espera de la derecha.

Anónimo dijo...

Hey baie mooi blog! Man .. Beautiful .. Amazing .. Ek sal jou blog bookmark en neem die feeds ook ...