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01 diciembre 2008

Vidas en Sueño - 37 (Chicles de cloaca)




Llevaba cinco minutos sentado en uno de los bancos del andén de la estación de metro, y según el cartel digital la cosa prometía para otros siete minutos más. Miré hacía la boca de entrada al túnel; oscuridad. De nuevo volví a mirar el cartel, y me cercioré que faltaban los mismos minutos que hacía unos instantes. Comencé a repiquetear el suelo con mi pie derecho. Sin nada mejor que hacer contemplé a una anciana en el andén de enfrente. Tenía de pelo recogido, frente acartonada, manos temblorosas. Iba embutida en una abrigo de pieles, falda larga, medias de color carne, botas de tacón hasta el tobillo forradas de cuero y gafas de sol de montura blanca. Movía la boca como si tuviese espasmos, intentando despegar sus labios; los contraía de tal modo que parecía estar regalando besos a las cámaras de seguridad. A la mente me vino una de las carpas del estanque del parque de El Retiro, con su boca redonda devorando migajas de pan.

Desvié la atención de mi vecina de estación, para contemplar de nuevo el cartel digital. Ya sólo faltaban seis minutos. Abrí la carpeta que tenía entre mis piernas y extraje un folio. Era el informe del neumólogo. Leí su contenido de forma aleatoria, saltándome las frases científicas, deteniéndome en las más profanas, especialmente las que derrochaban optimismo. No pude evitar releer una y otra vez una conclusión al fin de un párrafo, que rezaba lo siguiente: "Se aprecia pues una evolución favorable en pulmones, reduciéndose la densidad de sustancias nocivas en bronquios, bronquiolos y alvéolos. La espirometría practicada verifica dicha mejoría". Levanté la cabeza del informe, sonreí, y miré hacia el techo, en el que adherida como un mejillón gigante se extendía una gruesa capa de polvo y suciedad.

Suciedad; a la que contribuí años anteriores en cierto modo, en esas esperas eternas a que ingresase en la estación el metro, expulsando humo por mis narices como una cafetera, ocupando un vacío que ahora se me antojaba difícil de rellenar. Necesitaba hacer algo, distraerme con algo, y observé a mi izquierda la máquina expendedora de chicles. Masticar una goma con sabor a lo que fuera era una buena escapatoria para salir de la encerrona en la que me hallaba. No obstante el neumólogo me prohibió los chicles. Según él mascar chicles me dañaría a la larga el esmalte de los dientes y podía producirme caries; sin contar que éstos engordaban. Siempre me adoctrinaba con el mismo consejo: "¿Lo mejor ante la ansiedad? Pues agua, zumos, fruta o un paseo respirando aire fresco. No masque chicles; tómelo como una orden". Y sin nada de aquello a mi alcance, noté el pulso acelerarse, el bombeo de sangre intensificarse. Sólo podía pensar en dar una profunda calada, y en hacer aros de humo al aire.

Me incorporé del banco y me dirigí a la máquina de chicles con pasos descoordinados, como si tuviera las rodillas dormidas. Introduje una moneda y elegí unos chicles sabor eucalipto y rellenos de maracuyá. Lamenté que no expendieran botellitas de alcohol, del que hacía olvidar el presente. Recogí el producto del cajetín, abrí la caja, eché hacia atrás la cabeza y vacié el contenido en mi boca. Por mis dientes chocaban las pastillas de chicle, que acababan alojándose en el hueco de la lengua. Mastiqué aquellas pastillas, presionando con fuerza las mandíbulas. La anciana con boca de carpa seguía haciendo muecas.

Restaban tres minutos para la llegada de mi tren. El líquido viscoso sabor maracuyá flirteaba con mi lengua, y el efecto balsámico del eucalipto, la anestesiaba. Sentía ambos sabores fusionarse con mi saliva, y formar un néctar que se distribuía por toda la boca, colándose por la nariz a través del paladar; experimenté un intenso frescor. Dejar de fumar había aumentado el potencial de mis pupilas gustativas, y ellas me lo agradecían transformando mi boca en una sala de fiestas. Como si de un cambio de cromos se tratase, los recuerdos, en forma de aros de humo sentado en un banco, dejaron paso otros, donde se visualizaban noches de insomnio, vueltas sobre la almohada empapada en sudor, toses continuas, y la horrible sensación de que por más que intentaba respirar una bocanada de aire mis pulmones no respondían, como si fueran de piedra.

La sirena de un tren que circulaba por las vías contrarias a las de mi andén me devolvió a la realidad. Enfrente, la anciana se incorporaba de su asiento, preparándose para ingresar en uno de los vagones. Éste redujo la velocidad hasta pararse, y se abrieron las compuertas; a través de una de las ventanas observé a la anciana acceder y sentarse, dándome la espalda. El convoy permaneció unos segundos parado, y sólo se escuchaba el zumbido grave de los motores. Tras un sonoro pitido las compuertas se cerraron, y reemprendió la marcha.

¡Me sentía fenomenal! Había conseguido disipar de nuevo las ganas de fumar. Quería pegar botes y besar en la frente a aquella anciana, salir a la calle, y reír con todas mis ganas. ¡Qué bien me encontraba! Y fue quizá por ello, que eufórico y orgulloso de mi fortaleza mental dejé salir de mi boca la masa de goma que masqué con potencia; ésta se deslizó de forma recta hacia el suelo. Desplacé mi tronco hacia delante y arqueé en sentido contrario mi pierna izquierda. Noté cómo se tensaban cuadriceps y gemelos. Cuando la masa alcanzó la altura de mi rodilla derecha empujé hacia delante, con todas mis ganas, la pierna izquierda, y con el empeine golpeé el chicle mascado, conectando una perfecta volea del diablo. La masa de chicle salió despedida como un misil, y atravesó en vuelo rasante las vías, para acabar impactando sobre la chapa de uno de los últimos vagones del tren, que estaba en plena aceleración.

Observé atónito cómo el vagón brincó y se desplazó de forma antinatural hacia el anden, como un avión de papel en medio de un vendaval. El resto del convoy reaccionó como una culebra, y de dos fuertes zigzagueos descarriló por completo, invadió el andén contrario al mío, y golpeó el lateral del tunel, que se desplomó como un castillo de arena, provocando un estruendo que retumbó como un colosal trueno en mis oídos. Al cabo de unos segundos, comenzaron a arder varios vagones, y una fuerte explosión provocó el estremecimiento de toda la estación, como si fuera epicentro de un terremoto. Del techo se desprendió el cartel digital, y se estampó contra las vías. Cayeron cascotes, se derribó la máquina expendedora de chicles, y alguna que otra mampara de cristal estalló en muchos trozos pequeños. Se fue la luz en la estación, pero el amarillo y rojo de las llamas que salían de los vagones, junto con el brillo eléctrico de algunos cables segados ofrecían una visión parcial y terrorífica del panorama. Olía a plástico quemado, a pollo demasiado frito, y al polvo, que se había levantado en una nube densa y tenebrosa.

Balbuceé algo inteligible, sentí mi cuerpo agitarse como si fuese de gelatina, reculé varios pasos, hasta golpearme con una papelera, y decidí desde aquel mismo instante, si lograba sobrevivir, aparte de desapuntarme del gimnasio, llevar siempre conmigo una botella de medio litro de agua. Mejor de dos litros. Los chicles los tenía prohibidos.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

menuda bafofia...

Unknown dijo...

Tus troleos también son bienvenidos en la Madriguera, cuenta como visita :-)

Un saludete y gracias.

PD: por cierto, puedes firmar con tu nombre o nick, no hace falta que te escondas con el "anónimo". Sé quién eres.

Anónimo dijo...

Lo que te decía el otro día.. el metro da para mucho... son muchas horas de espera y si no llevas un libro encima, la imaginación se desborda, de ahí el final de tu relato... ¿por cierto estás dejando de fumar?

Besos
RCP

Anónimo dijo...

RCP? Que significa? Roberto Castro Penal? o Reanimacion Cardio-Pulmonar?
Si, yo tb opino que es una 'bafofia' el relato. Ya buscaré que significa en la RAE.

Definitivamente el gimnasio te ha hecho mucho daño, bueno, mas bien a los que iban en el metro...jeje

Bueno majo, no esperaba menos de las posibilidades que ofrece un chicle.

Yo tb usaré algunas letras al hazar como apodo:
SOPD

Abrazos!

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho, Pablo, a partir de hoy me leeré todos los relatos ke pueda en el trabajo xD.

Bafofia? No será BaZZZZofia?

Ya ni escribir sabemos a la hora d intentar faltar al respeto ;)

Anónimo dijo...

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