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05 abril 2011

Parpadeos - 60 (Nueve de junio)




De cara a la galería, nací un caluroso nueve de junio, unos veintinueve años atrás. Un día caluroso y muy húmedo, porque en Málaga el sol no pica, se te pega en la piel como resina fresca y te acompaña día y noche, aunque te duches, aunque te arranques la piel. La humedad es para los que nacimos en costa como la nieve para los suizos de los Alpes o los atascos a primera hora de la mañana para los de Pozuelo de Alarcón. Se acaba convirtiendo en una segunda piel.

Soy de la generación de Naranjito, del año en que Andalucía logró su estatuto. Mil novecientos ochenta y dos: se reabre la cueva de Altamira, Manolo Fraga se alza con el poder en Alianza Popular, Luis Buñuel publica su autobiografía, Felipe Felipón gana las elecciones, nos hacemos amiguitos de la OTAN, Argentina pierde las Malvinas (viste), una canadiense gana el Miss Universo, Michael Jackson hace bailar a los zombis; nacen, entre otras personalidades, David Bustamante, la actriz porno Kristal Steal, Víctor Valdés (muy a mi pesar), Kaká, el pianista chino Lang Lang, Asafa Powell, Contador y el menda, claro está. Un año de estrellas emergentes, anaranjadas, autonómicas, con una rosa en la mano por cojones, húmedas. Italia gana el Mundial, se estrenan Blade Runner y E.T, Camilo Sesto se desmelena en inglis, Mecano lanza su primer disco, García Márquez consigue su Premio Nobel mientras Torrente Ballester y Delibes comparten su Príncipe de Asturias de las Letras. Paco Martínez Soria nos dice adiós, a gritos y con la maleta de cartón al aire. Eso sí, muy bien acompañado, como siempre: Ingrid Bergman y Grace Kelly, una a cada lado suyo. Libia consigue el subcampeonato de la Copa de África, sin rebeldes ni hostias en vinagre.

Un año de grandes acontecimientos, todos ellos ensombrecidos por mis trece horas de parto, un nueve de junio víspera del Corpus Cristi; húmedo y caluroso. Con los balcones a rebosar de flores. Porque claro, el Corpus Cristi sin flores es como la Costa del Sol sin calima. Al final, me tuvieron que sacar con una especie de desatrancador de cañerías. Según mi madrina, aquello me dejó un bulto en la cabeza bastante espectacular. No me extraña que tenga cortocircuitos mentales de vez en cuando: el síndrome del desatrancador, sin duda alguna. Porque un desatrancador es un objeto peligroso. La ventosa del cacharro, un juguete del diablo, es capaz de succionar hasta la roña del vecino. Que se lo digan a las señoras que compraron compulsivamente esas ventosas para el cuarto de baño o para el yate que anunciaban por la tele Chuck Norris y una muñeca hinchable con un módulo de voz incorporado. Ya lo dijo Chuck: “sin ventosas, su vida no merece la pena”. Pues eso. Me sacaron al mundo a la fuerza, por cojones, sin permiso. Mi padre y mi madrina lloraron a coro en la salita de espera del paritorio con mi primera llantina, que por lo visto silenció las bulerías de los gitanos frente a la catedral. El médico les dio la noticia y ofreció una ronda de cigarrillos: “Ha sido niño. No vean ustedes lo que ha costado sacar al cabrito del vientre de su madre. La madre, bien: sofocada y extenuada. Normal. Trece horas de parto, señores míos. Me he perdido el partido de España, pero tampoco me importa mucho porque creo que hemos perdido contra Irlanda del Norte. Manda huevos. En fin, disfruten lo parido y que no les dé mucha guerra el chaval. Miren que les ha salido rebelde el niño, carajo”.

Normal que naciera rebelde. Con ese calor se estaba mejor dentro, flotando como una guinda en jugo de almíbar. Algo de culpa comparten mis padres. ¡Menudo viajecito a la clínica me dieron! Mi madre, rompiendo aguas en un taxi; mi padre, a su bola, adelantando con su furgoneta al taxi porque pensó que era otro al que seguía y no quería perderse el parto; mi madrina, increpando al taxista, a mi padre e incluso a la Guardia Civil si hubiera sido preciso. Un Marbella Málaga lleno de curvas, vómitos con bilis, insultos mezclados con la brisa húmeda; un recorrido salvaje, que el mismísimo Steve McQueen hubiera deseado conducir aquel caluroso nueve de junio.

Sinceramente, hubiera sido divertido presenciar todo aquello. Ni el mismísimo Paco Martínez Soria lo hubiera hecho mejor. Nací, en mi humilde opinión, en un año francamente cojonudo. Me gusta identificarme con el Mundial de España, con la humedad, con el haber nacido junto a la catedral de Málaga, con el número nueve; con casi todo. Menos con Felipe Felipón, por supuesto, que, aparte de sevillano, era muy feo y se bebió todo el vino de la Moncloa.

2 comentarios:

Loriana dijo...

Que precioso, Amore!!!!, muy emotivo… Y no sabes lo feliz que me hace sentir que hoy a mi lado estas, y doy gracias a Dios por esta bendición.
Te quiero!

Unknown dijo...

me alegra mucho que te haya gustado :) Buyeno, ya conoces un poco más de mi vida jejeje

Muchos besos