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02 enero 2009

Una reunión de personajes




Con este relato os quiero felicitar el Año Nuevo, y que este 2009 os vaya genial. me hubiera gustado algo más acorde con la época navideña, pero no ha podido ser; sólo me salió "ésto". No obstante, desde la Madriguera, zorros y personajes seguiremos trabajando en la factoría de mi imaginación, unas veces más turbada que otras. ¡Nos seguimos leyendo!

Os dejo ahora con el relato.


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Llegué al bar "La Esquina de Auckland" a lomos de un águila gigante, con el que aterricé - debido a mi inexperiencia en el vuele y disfrute de animales mitológicos - de forma estrepitosa contra el suelo. El animal quedó fusionado con un olivo, de tal modo que el olivo en lugar de hojas tenía plumas, y el águila en lugar de alas tenía unas cuantas ramas incrustadas por todo su cuerpo. Una vez recuperado de las diversas contusiones y hematomas hice la entrada en el local, abriendo de una patada la puerta. No medí fuerzas, y del golpe ejercido la puerta se salió de sus bisagras, estrellándose con un gran ruido contra la pared. Cesó el ambiente de coros de voces en tertulia para dar paso al del cristal rompiéndose en mil pedazos y al lamento de un tipo gordo, que recibió con sus mofletes de roedor el impacto de la puerta. La gente me observaba con ojos y boca abierta, y yo, aún con la pierna en alto, alegué problemas con la medicación que los del manicomio me habían suministrado. Me dirigí al mostrador, me acodé sobre la barra, extendí un cheque para reparar puerta y daños morales, y escruté el resto del local. Los hallé en el otro extremo, y me dirigí hacia su mesa.

Habían juntado tres mesas, y sobre las mismas observé decenas de botellines de cerveza vacíos, tres o cuatro paquetes de chicles arrugados, un puñado de balas, un muñeco de ventrílocuo, una bolsa con varios peces, y un gato negro que lamía de una ensaladera un líquido que rezumaba un intenso olor a alcohol, pero viendo su color no supe apreciar qué contenía. Les saludé, y unos gruñeron, otros me devolvieron el saludo, y un enano disfrazado de mil colores, que no paraba de dar saltos, me abrazó. Trompetín Nabo Azul, que así hizo presentarse aquel enano tras devolverme la cartera, que según él encontró perdida por el bar, me invitó a un botellín de cerveza, que por despiste el camarero debió olvidar.

Tomé asiento, di dos tragos de cerveza, y viendo que mis carraspeos solicitando silencio y atención no hicieron efecto, bebí otros dos tragos. Volví a carraspear. Acabé el botellín, y pedí otro. Repetí el carraspeo. Pedí otro botellín. Y otro más, notando inflamada la garganta de tanto carraspear. Parecía como si no existiera; cada uno de ellos hacia lo que le daba la gana, sentado o de pie. Bebía y observaba cómo el gato negro se iba posando sobre el regazo del resto de la clientela del bar. Se acomodaba, ronroneaba un poco, y como si le pinchasen en sus cuartos traseros pegaba un respingo y se dirigía hacia otra persona. Una vez el gato se iba de entre sus piernas, el parroquiano comenzaba a emanar fluidos espumosos por la boca, se movía con espasmos, y caía fulminado sobre el piso del local. Al lado de la máquina del bar un chico sudamericano hacia malabares con cuatro botellines, guiñando de vez en cuando su ojo a una anciana con gafas de sol de montura de plástico blanco. Giré el cuello en el justo momento en que algo similar a un obús rozaba mi oreja; dicho proyectil, un chicle, impactó con violencia en la cabeza de un muñeco de ventrílocuo, el cual quedó decapitado y en manos de otro tipo ataviado con armadura negra y amuleto rosa chicle. Éste, lo lanzó al aire, y desenvainando su espada bastarda atravesó al muñeco. Uno, con gafas de sol y gabardina negra recriminó su actitud, y acto seguido abrió fuego sobre el de la espada. Al llevar armadura, las balas se aplastaban como acordeones al contacto del metal negro; las menos salían rebotadas, impactando aquí y allá sin orden alguno. De hecho una bala dio de lleno en el pecho de un joven con traje y maletín, que justo había entrado para ver de quién era el metro ensangrentado y lleno de cadáveres, y que si lo podía mover, dado que lo tenía en doble fila, obstaculizando su coche.

Un tipo, que llevaba callado al lado mío todo el rato me dijo que todos teníamos suerte de que no hubiera luna llena, y el de enfrente mío me dijo que su amigo le llamaba imbécil por no ponerse en medio de la ráfaga de disparos. No vi a nadie al lado suyo, así que aproveché el momento para ir a pedir otro botellín. Una pareja que bailaba algo parecido a salsa se interpuso en mi camino; bailé con ella un poco y me deshice con excusas de hacer lo mismo con él. Conseguí mi propósito, y pedí otro botellín. Al lado, un muchacho con auriculares puestos comía de un bol algo parecido a sopa. Lo hacía con palillos chinos. Los disparos cesaron, y ahora ambos personajes, uno con katana, el otro con su espada, estaban luchando cuerpo a cuerpo, escupiéndose, insultándose, y trinchando sin querer la bolsa de peces que había sobre la mesa. El niño, poseedor de dicha bolsa, prorrumpió en lloros, y fue consolado por una persona, que tras decirle no se preocupase, previo parapeto tras una mesa del mar, hizo tabletear su metralleta. Un grupo de ancianos puro en boca, que jugaban una partida de mus en una mesa aledaña a la nuestra, fueron acribillados, dejando bajo ellos un gran charco de sangre. De los lavabos salieron dos chicas y un chico, que no paraban de darse besos de pasión, tocándose entre ellos como gorilas acicalándose.

Comencé a hartarme del poco liderazgo que sobre aquellos individuos ejercía. Apuré mi botellín de cerveza número treinta y cuatro, y agarrando la botella por el cuello la reventé sobre la barra del bar. Todos se me quedaron mirando y cesaron golpes, balas, besos, ronroneos, conversaciones, ingestiones de sopas, lloriqueos, y "hallazgos" de objetos por el bar. Al fin conseguí un momento de silencio y de atención deseado. El resto de la parroquia, camarero inclusive, ora habían huido, ora estaban muertos. Pedí que tomaran asiento, que reprimiesen todo indicio de acción, y que me dejasen hablar. Carraspeé, junté las manos por las yemas de los dedos, y me levanté de la silla.

- Bueno señores, os preguntaréis el porqué de esta reunión. Sin vosotros gran parte de lo que he hecho no tendría sentido - tragué saliva -. Y es por ello que ahora os pido que me ayudéis, que me inspiréis.
- Una cosa, si no es molestia preguntar, y si por ello no rompes otra botella - interrumpió un tipo que mascaba compulsivamente un chicle -, ¿tú fumas o bebes algo que te produce alucinaciones? ¿Y es contagioso? Porque me encantaría me explicases qué coño hacía yo en el andén de una estación de metro, haciendo descarrilar metros con un chicle.
- A tu primera pregunta, sí, pero no es alucinógeno lo que fumo y bebo; más bien insano. Y sobre lo segundo, - suspiré - cómo explicártelo. Sois productos de mi fantasía.
- ¿Entonces yo no existo en realidad? Con lo que molo - dijo con lágrimas en los ojos el enano.
- Ni tú ni nadie existís en la realidad; o quizá sí, pero no del modo que os he escrito.
- ¡No cuela gilipollas! - prorrumpió el hombretón de armadura negra y talismán rosa chicle - Ahora me dirás que no me llamo Tomás Turbado, y que todo esto es una fantasía.
- Te llamas Tomás Turbado, pero en mi fantasía. - dije con serenidad, mostrando la palma de mis manos abiertas.
- ¿Entonces vosotros podéis escuchar también esa voz que me invita al suicidio? - saltó el individuo del amigo invisible.
- No, pero seguro que tú no sueñas con caracoles gigantes de un ojo sodomizantes


- ¿Tú eres muy raro no? - respondió un tipo con la camisa hecha jirones, lleno de sangre seca y con colmillos, pelaje y orejas de lobo que poco a poco iban aflorando de su cuerpo.
- Precisamente que lo diga uno que viene montado en un vagón lleno de sangre y cadáveres produce risa - replicó el malabarista.
- ¡Vete a hacer el gilipollas a un semáforo anda! Como el resto de tus amiguitos vagabundos - replicó la anciana de gafas de sol de pasta blanca.
- Y usted señora deje de ser tan hortera - replicó el muchacho, que seguía acosado por las dos mujeres con las que salió del baño.
- ¡Me cago en todas las enciclopedias, que aquí va a ver hostias! - se levantó el hombre de gabardina y gafas de sol negras, enarbolando con firmeza su Colt Anaconda.

Se formó una discusión, en la que hubo amenazas y desenvaine de espadas y armas de fuego. De nuevo me vi en la necesidad de emplear la fuerza. Agarré una mesa y la lancé sobre el espejo que había tras la barra del bar. Todos se quedaron inmóviles, y me observaron con rostros de sorpresa. Me sacudí de polvo y cerveza las manos chocándolas una contra la otra.

- No os he convocado para discutir. Esto es así señores. Sois de mentira, de papel. Mis personajes.
- ¡Eso es imposible! - se levantó una muchacha que hasta el momento había permanecido mirando al techo, aferrada a las manos de su novio - El mundo acabó hace un tiempo, lo vimos todos. Un cometa se estrelló contra la tierra.
- Claro, pero ese meteorito cayó en vuestro relato, no en la realidad. Es lo que intento deciros, todo ha sido ficción; si no, por ejemplo, ¿qué hace esta anciana de gafas de sol viva, si se supone murió en un accidente de metro? ¿Y éste, que oye voces, no debería estar muerto, después de haberse arrojado por un precipicio? - pasé mi mano por la frente, secándome el sudor que caía a goterones -. No existís en la realidad.
- Está bien gilipollas - me interrumpió el que portaba la metralleta - , eres nuestro creador. ¿Qué quieres de nosotros entonces? ¿No tienes amiguitos con los que salir de juerga un rato?
- No soy ningún asocial, si es ésa tu inquietud. Simplemente que llevo un tiempo sin escribir un buen relato, y no tengo la inspiración, que por suerte o por desgracia, tuve con vosotros. Tomad, - saqué de mis calzoncillos varios folios mal doblados y un puñado de bolígrafos, y los dejé sobre una de las mesas - os dejo estos papeles para que escribáis lo que se os ocurra. Como alguno es analfabeto, ciego, tonto, o simplemente es un animal - dije señalando al gato - , pues que alguien le escriba en papel lo que se le haya ocurrido. Os dejo reflexionar solitos, y me voy al baño - me estaba cagando.

Fui al baño, retiré los condones que había dejado allí el trío amoroso, y deposité mis glúteos sobre la taza del bar. Comenzó a sonar música de ascensor por uno de los altavoces. Agarré la Desert Eagle que había sobre la cisterna del retrete, y disparé al altavoz. La música cesó. Volví a la mesa y encontré rostros risueños, ansiosos por hablarme.

- Y bien chicos, ¿qué se os ocurrió? - dije tomando asiento.
- Podrías escribir acerca de las heroicas aventuras de un caracol gigante que destruye a tipos armados con pistola - dijo un tipo tuerto, con acento cubano.
- O sobre una anciana que conoce el amor en un bar de copas. - dijo la anciana.
- O de uno que se hace rico porque la gente le respeta por la calle al ver su metralleta, y sin decir nada le dan los dineros. - replicó el calvo con la metralleta.
- O de amapolas.
- O de coches que respiran humo y se cabrean en los atascos.
- El gato ha dicho que estaría bien sacar la historia de un gato negro que ronronea y hace a la gente que le rodea muy feliz. Y como son gente feliz le dan al gatito besugos recién sacados de la mar - leyó con entusiasmo el bailarín.

Ciertamente no se podían pedir peras al olmo, pero me emocionó la buena acogida que tuvo mi propuesta. Decidí darle un giro al debate a ver si conseguía sacar algo útil.

- Están bien vuestras propuestas, pero decidme, ¿en qué escena se desarrollaría la trama?
- Está claro, con luna llena y cielo despejado - dijo con suspiro final el hombre de camisa hechas jirones y ensangrentado.
- A la orilla del mar - propuso la muchacha del fin del mundo.
- Con música de tango de fondo - dijeron a dúo los bailarines.
- Proveniente de un chiringuito donde sirvan copas - dijo el calvo de la metralleta.
- Donde haya escenario para actuación de ventrílocuos.
- Y de malabaristas.
- Y concursos de baile.
- Con gente mala a la que acribillar a balazos - respondió el hombre de la gabardina y gafas de sol oscuras, y ante el rostro serio de los demás encogió los hombros y sonrió.
- Con una salita para los más cariñosos - dijeron el trío, que no dejaban de manosearse.
- Yo podría encontrar el chiringuito por ahí perdido en la playa - comentó con amplia sonrisa y una cadena de saltitos Trompetín nabo Azul.
- Y yo podría trincharte como a un pavo por no dejar las manos quietecitas de una puta vez - bramó Tomás Turbado, desenvainando la espada.
- ¿A que os quemo? – gimió el que oía voces.

Fueron subiendo el tono de los insultos y amenazas, hasta que de pronto volaban por mi cabeza balas, hachas, botellas, mesas, y hasta el gato negro. El chico que mascaba chicle hizo una enorme pompa de aire, que al reventar hizo los efectos de una tremenda onda expansiva, lanzándonos a todos por los aires. El calvo de la metralleta volvió a vaciar el cargador del arma. La anciana de gafas oscuras partió un par de cráneos con el bolso, los bailarines practicaron un piquete de ojos a los del fin del mundo, Trompetín Nabo Azul encontró un cañón de la Segunda Guerra Mundial y apuntó a bulto, y el ventrílocuo insultaba con la boca cerrada, imitando el tono de otro, por lo que el insultado la emprendía a puños con el supuesto insultante. El chico que comía de un bol se puso a discutir sobre la miseria de la gastronomía china con el esquizofrénico, y ambos acordaron asesinar a los tres salidos, que ajenos a todo, practicaban una genial orgía sobre la barra del bar. El niño de los peces decidió darse al tabaco.

Me di por vencido. Chasqué la lengua y negué con la cabeza. Miré en mi mochila y me hice con una maravillosa bomba nuclear, la cual programé para ser detonada en dos minutos. Salí del bar, me monté en un trasbordador espacial y salí de allí rápidamente. Dos minutos después un enorme hongo de fuego y humo se podía observar por el retrovisor. Seguí dirección a Saturno; dicen que allí se respira aire puro, que no hace mucho calor, y que, porqué no, siempre hay algún saturnino dispuesto a servir de musa de inspiración para un nuevo relato.

9 comentarios:

Munones dijo...

Tú imaginación siempre está masturbada... (o más turbada).

Anónimo dijo...

Uuuuffff.... lo que te ronda por la cabaza no es normal... e inspira curiosidad... Me ha costado seguirlo... no lo voy a negar... pero es una clara descripción de tu cabeza embotada sin saber que escribir.

Ya sabes viaja hasta Saturno ;D

Mefisto dijo...

Casi leo 4 parrafos!

Estas mejorando ZorroX sigue asi...


Por cierto cuando gloria trevi decia que estaba mas turbada que nunca era sexy...

Tu no...

Mefisto dijo...

Que marica! ¿como que censurando comentarios?

Me cae que ni en los blogs de politica y religion hacen eso...

de haber sabido que este era un blog para nenas no entro...

Unknown dijo...

Feliz año nuevo Pablo... ya hemos superado otra...

Uffsss... no veas... yo tambien me siento frustrada a veces cuando no puedo escribir... pero lo mejor es dejarse descansar unos días porque la inspiración ya vendrá sola... no te agobies por eso.

Unknown dijo...

Feliz Año nuevo!!!

Creia que habia comentado pero por lo visto no ha salido el comentario...

Quería decir... que muchas veces también siento frustración por no saber que poder escribir. Lo mejor es dejar descansar la mente unos días. La inspiración va en barco..,. a veces el barco viene lleno y no sabes por donde encagar la carga y otras veces vacío...

No desesperes...

Un besote!!!

Anónimo dijo...

Feliz año nuevo Pablo!!!!!
Veo que tu imaginación está en una olla expres cocinando ideas ..... por cierto me encantan las recetas con cerveza...

Besos

Anónimo dijo...

hola guapeton y feliz año pa toda la madriguera, como siempre tu relato tiene de todo, sexo, alcohol, tiros, sigues mejorando con los años, eso si lo del wc muy bueno que jefe!

Ramón Villaplana dijo...

Gracias por el regalo navideño. Fantástico como siempre. Un abrazo.