
Todos, apretujados en aquel congelador y bastante aburridos, planeábamos algo interesante con qué matar el tiempo. No se nos ocurría ningún juego. El frío de aquella sala nos había entumecido los músculos y apenas podíamos movernos. Cada vez que hablábamos, castañetear de dientes y una nube densa de vaho que nos cubría la cara. Todos, encerrados, bien vestidos, perfumados, esperábamos, cada vez más quietos, a que nuestra profe Claudia abriese la puerta para darle una buena sorpresa al señor director por su cumpleaños.
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