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25 abril 2012

Vidas en Sueño - 91 (El inquilino ideal)





¿Por qué siempre se empeñan las oficinas en dejarnos colgados al teléfono con irritantes músicas de bandas sonoras? Así estaba yo, colgado del auricular, viajando de departamento en departamento (y entre medias, más música) para poder hablar con mi cliente acerca de un candidato a ocupar su piso en alquiler: un estudio mal iluminado, perdido entre las calles del barrio de la Justicia y con un sofá que bien pudo haber soportado varias generaciones de nalgas. Desde mi despacho, con la mesa repleta de facturas, me sentía un vagabundo al que nadie quería dedicarle su atención: “toma, un poco de música para ascensor y que otro se apañe con tus problemas”. Al borde de mi paciencia, cuando aquel tono de los Cazafantasmas empezaba a martillearme los sesos, una voz gruesa y sin armonía intervino:

―Luis Olmedo al habla, ¿quién es?
―Qué lástima, ahora que venía de nuevo el estribillo ―respondí, aún hechizado por el hilo musical.
―¿Perdone?
―Soy Beretti, Alfredo Beretti. Le llamo porque ya tengo la información que me había solicitado acerca de su inquilino.
―Posible inquilino, que aún no le he alquilado el piso ―matizó―. Cuénteme. ¿O prefiere que nos veamos en persona?

Lo único que prefería era regresar a mi piso, zamparme algo de la nevera, fumarme unos cigarritos mientras me bañaba y sacarme un billete de solo ida hacia cualquier playa del Caribe. No obstante, dejé en sus manos la decisión sobre si vernos o no; ante todo, protocolos y palabras decorosas. “Si no es preciso, mejor hablémoslo por teléfono, que tampoco tengo mucho tiempo libre para quedar”, respondió y creo que ambos quedamos satisfechos por nos vernos el careto. Saqué del cajón el dossier con la información y me recosté en mi sillón de pequeño empresario que tiene en nómina a una jubilada charlatana incapaz de limpiarle en condiciones la taza del váter.

―El posible inquilino, señor Olmedo, le dijo muchas verdades, pero alguna que otra mentira. Lo mismo no quería defraudarle o le impresionó usted demasiado.
―Hábleme de las mentiras.
―¿No le interesan las verdades? ―pregunté con ánimo de tocar las narices―. Ya le digo que son mucho más interesantes para usted y, por qué no decirlo, más relevantes para su decisión.
―Me importan bien poco las verdades. ―El aire se podía lijar con una buena piedra pómez―. Limítese a darme la información que le he solicitado y evite conjeturar.

Empecé a dibujar cruces y dianas en el informe que tenía sobre la mesa. Olmedo empezaba a entrar en la escala de “cliente insoportable que pasa sus noches con un mancebo enmascarado, el cual le esposa a la cama y le flagela la espalda sin piedad”.

―Usted manda, Olmedo. Vayamos con las mentiras ―adopté tono de sacerdote dando la homilía―: su posible inquilino no tiene mujer.
―¿Soltero? Pues ya le dije que me interesaba alquilar el piso a una pareja estable. ―¿Dos personas metidas en esa caja de cerillas? ¿Qué harían, turnarse para dormir en el sofá cama?―. Ya sabe, el bloque es muy tranquilo y los solteros solo traen fiestas y mujeres a sus pisos.
―Por las mujeres no se preocupe, que es homosexual.

No negaré que disfruté con el silencio incómodo que se generó.

―Está bien, prosigamos. ¿Le hizo usted un seguimiento por la calle? ¿Tiene malas costumbres?
―Poco que contar al respecto: le gusta ir a bares donde sirven la cerveza en cristal de Bohemia y visitar exposiciones de arte moderno: cuadros pintados por niños y firmados por sus padres, que simbolizan algo que cuesta miles de euros.
―Ya decía yo que no tenía pinta de marido serio y responsable. Siga, por favor.
―Su puesto de trabajo también es falso: se dedica a escribir.
―¿Redactor en un periódico?
―Casi acierta: es escritor. De novelas, por si no sitúa la profesión.
―¿Escritor? ―Bufó―. Y dijo que era informático. El caso es que vino muy bien vestido a la entrevista y no levantó sospecha.
―No se crea, que yo conozco informáticos que cuentan con una mano las veces que se duchan al mes y la corbata solo la usan en los funerales de sus mascotas.

Aquel resoplido fue lo más parecido a una risa que pude escuchar de Olmedo en el poco tiempo que lo traté, pero también había mucho desprecio y odio en su expresión. Le dejé que se riera a gusto, al tiempo que echaba un vistazo a la calle a través de la ventana: una mujer discutía con su marido porque, seguramente, habían dejado el coche bajo la sombra de un árbol y se lo habían cagado los gorriones.

―Prosiga, Beretti.
―Como es obvio, también le mintió en lo referente a sus ganancias. He hecho un par de visitas y me he enterado que su posible inquilino gana posiblemente más que usted y servidor juntos.
―Será… Me puso pegas cuando le dije que necesitaba un aval bancario y cuatro meses adelantados de fianza.
―Yo también le hubiese puesto pegas, la verdad. ―Guardó silencio, como si aquel comentario jamás hubiera salido de mi boca, y yo seguí pintando cruces en el informe; de hecho, me estaba quedando sin espacios en el papel―. Pero lo importante es que su posible inquilino sí tiene la capacidad suficiente como para pagarle la cantidad mensual que usted escatimó.
―Siendo lo que es, artista, sin nóminas mensuales, ¿quién me garantiza que dentro de dos meses tenga dinero para pagarme?
―Señor Olmedo, hoy en día tener nómina no garantiza poder pagar a medio y largo plazo.

Fin del informe de mentiras. El resto de la conversación debatimos sobre nóminas, colas del paro y la crisis económica. Una cosa llevó a la otra y recalamos en sus experiencias con inquilinos anteriores; experiencias llenas de amarguras y desencuentros porque sus anteriores inquilinos no habían pasado el corte de seriedad exigido. Según él, las personas serias tenían trabajos dignos y pagaban religiosamente sus alquileres a principio de mes. Enganché los pagos de los alquileres con mis honorarios por el trabajo realizado, y Olmedo empezó a hablarme hasta con ternura.

―Sobre lo que le debo, Beretti. Verá, este mes lo tengo muy apretado y necesitaría que me concediese usted de plazo hasta el mes que viene.
―¿No era usted una persona seria que le gustaba cobrar lo que se le debe con puntualidad? Yo no soy tan serio como usted, pero la que limpia mi oficina sí lo es ―mentí descaradamente―, y la tengo que pagar si no quiero que me parta la cabeza en dos con el palo de la fregona.

Mientras Olmedo se excusaba con versos y flores, yo dibujaba cruces en un sobre cerrado del banco, entretenido. No era el primer cliente que me iba a pagar con retraso y mi limpiadora era contraria a la violencia, hasta tal punto que era incapaz de poner cebos contra cucarachas. “Son animalitos de Dios y tienen el mismo derecho que los humanos a vivir”. Corté su perorata con una idea que me vino al vuelo:

―Hagamos un trato, Olmedo: le doy tres meses de plazo para que me pague y usted firma un año de contrato de alquiler con el escritor soltero, homosexual y que no tiene nóminas mensuales.

Aceptó sin oponer resistencia. Cuatro meses después, sigo sin haber cobrado, pero no me sorprende, porque en este país somos todos muy serios y muy pobres.

10 abril 2012

Parpadeos - 80 (Rumores)




Numerosas familias del pueblo pudieron escuchar rumores, pero todas se encargaron de quitarle hierro al asunto. Formaron una piña y decidieron seguir en silencio ignorando aquello. Al cabo de los meses, los rumores se extendieron por todo el pueblo y no había nadie que no los hubiera escuchado ya. Algunos callaron para toda la eternidad; otros, muy asustados ante lo nuevo, trataron de plantar cara. Nadie era capaz de comprenderlo. Sin embargo, el alcalde, un hombre que siempre supo mantener la calma en tiempos de crisis, fue el único que recordó el aciago pasado y entendió por qué el futuro vino a romper la tranquilidad del pueblo.

09 abril 2012

Perlas (LXIII)




"El corazón es una tierra que cada pasión conmueve, remueve y trabaja sobre las ruinas de las demás."

(Gustave Flaubert)

08 abril 2012

Parpadeos - 79 (Pasatiempos millonarios)




Con nuestro mecánico de confianza, en un Jaguar de 1973, viajamos dos meses por toda España. Y no porque aquel tipo de aliento infernal nos cayese simpático, si no porque solo él sabía arreglarlo en caso de avería; a razón de doscientos euros diarios, claro. El Jaguar lo merecía y con tanto millón nos aburrimos siempre. Cuando el coche nos dejó tirados, camino de Antequera, el mecánico hizo lo imposible por solucionarlo. Ahora, viajamos en un Mercedes descapotable hacia la Costa del Sol buscando a otro sustituto, de confianza, que le huela menos el aliento.