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31 enero 2011

El trescientos uno




Soy el trescientos uno. Al fin estamos todos, casi cinco años después. Ahora, el camino no bifurca en las Termópilas, si no algo mejor. Quizá una trinchera de las de Verdum, con sus cascos vacíos, los trocitos de carne asomando tras las alambradas; y todo ello regado por una fina cortina de gas mostaza, de ese que no ponen en los perritos calientes pero que se asemeja mucho al champú de la Segunda Gerra Mundial. Es un suponer, que lo mismo esto es otra de mis ralladas, ¿eh?

Bonito número, este trescientos uno: modalidad de diana, sueldo de pensionista mutilado en la Guerra Civil, bastardo del número redondo, un portal en mitad del Paseo de la Castellana; ¿los días que nos quedan para que nos vayamos todos a tomar por culo? En el blog, el número es un símbolo: haber traspasado la barrera de los trescientos posteos, es sin lugar a dudas, un mérito para un ser inconstante e incapacitado para la entrada de blog diaria.

Toda esta chapa para contemplar el nuevo cuadro que he colgado en la húmeda madriguera; una especie de diploma de CCC, muy colorido y tan hueco como un barquillo. Pero a mí me gustan los barquillos, los diplomas y saber que he conseguido pasar de los trecientos; ¡y sin perder puntos por velocidad!

Gracias a mis personajes, a los personajes del mundo real, a los fantasmas, a las ideas, al estrés, a las ganas de publicar, a vosotros, a vosotras, a quien falta, a quien acompaña, a quien lee, a quien cree leer y lo único que hace es escuchar aullidos; gracias, en resumen, a este mundo mágico del "yo escribo lo que me sale del bulbo raquídeo y tú lo lees si tal. Si no hay tal, me pides otra ronda de cerveza holandesa a veinte céntimos la lata y brindamos porque sí".

Una vez más -no os acostumbréis, lectores-, GRACIAS. Preguntad en Esparta, porque en las Termópilas no estamos; tampoco en una trinchera. Esperemos que no sea en la silla eléctrica.

28 enero 2011

Parpadeos - 54 (Recuerdos de nueve milímetros)




La bala, en la sien, entró para destruir, para borrar; quizá para olvidar. El principio fue cómodo y perforó el tejido dejando tras de sí un rastro de pólvora y viruta. Pero cuando se adentró en la zona de los recuerdos, y más concretamente en los relacionados con Claudia, empezó a astillarse. Perdió velocidad entre cumpleaños, besos tórridos al amanecer, la boda. Cuando alcanzó la imagen del moratón que, por todos los medios, Claudia había intentado ocultar con un pañuelo, la bala quedó aplastada y reducida a una sombra rumbo hacia ninguna parte.

25 enero 2011

18 enero 2011

Perlas (XV)




"El dinero no puede hacer que seamos felices, pero es lo único que nos compensa de no serlo."

(Jacinto Benavente)

17 enero 2011

Contigo (Luis Cernuda)



Contigo, de Luis Cernuda


¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.

¿Mi gente?
Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.

¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?

16 enero 2011

Perlas (XIV)




"Una fe: he aquí lo más necesario al hombre. Desgraciado el que no cree en nada."

(Víctor Hugo)

14 enero 2011

Parpadeos - 53 (La medalla de Nikita)




Todo el mundo sabía que era una mujer bala; también su nombre: Nikita. Y ella desconocía lo mismo que los demás acerca de su propia vida. Quizá por ello, cada vez que se palpaba la cadena de plata y leía la inscripción tras la medallita se cuestionaba qué cañón le había hecho olvidar el nombre de Andrev, que por lo visto, la quería.

09 enero 2011

Perlas (XIII)




"O se tienen muchas ideas y pocos amigos o muchos amigos y pocas ideas."

(Santiago Ramón y Cajal)

07 enero 2011

Parpadeos - 52 (Buscando la nada)




Nadie, en varios kilómetros a la redonda, sabría decir su nombre. Había escapado de la ciudad, de su familia, de sus amigos y de sus enemigos. También de ella. Había huido para vivir en la soledad de una cabaña a los pies de una montaña y tan solo se acercaba al pueblo a comprar comida. Se sentía relajado, libre de culpa, anónimo.

En la cabaña existió un espejo, hasta que un día, desesperado, lo hizo añicos con un martillo. Cada vez que pasaba a su lado escuchaba su nombre, y eso le hacía recordar el color de la sangre que emanó por la cabeza de su mujer.