AUMENTA LA LETRA DEL BLOG PULSANDO LAS TECLAS "Ctrl" y "+" (O Ctrl y rueda del raton)

31 marzo 2008

Vidas en Sueño - 11 (Brillas con luz propia)




Y ahí estás, en la orilla del mar, donde debí mirar en primer lugar antes de lanzarme a una búsqueda casi frenética. El mar; tú y el mar. Seguramente una seña de identidad, que a su vez es la mía también, con la que mejor empatizas. Saliste corriendo de la discoteca-chiringuito, sin dar explicación alguna, como si te hubieras acordado de algo que tenías que hacer y que habías descuidado. No estoy seguro del porqué, pero creí ver deslizar una lágrima por tu rostro cuando giraste repentinamente la cabeza y emprendiste la huída.

Al principio me quedé bloqueado; todo el mundo me miraba de forma desaprobadora, quizá pensando que te había confesado una supuesta infidelidad, o la ruptura de la relación. Pero nada más lejos de la realidad, simplemente estábamos bailando, y yo estaba diciéndote que esa noche brillabas con luz propia. Poco a poco fui reaccionando y asociando acontecimientos; primero te saqué a bailar (y eso que no sé bailar bien), luego sonreímos con mi torpe ritmo, hicimos algún chiste al respecto, nos miramos fijamente, y sobre el brillo de tus ojos dejé escapar aquella frase, sentida y sincera. Luego se desencadenó el desenlace, inesperado para mí, y seguramente para ti también. Ahora te sigo observando, aún con el rostro congestionado de tanto correr; poco a poco me voy aliviando de la tensión con la que te he buscado estos minutos atrás.

Miro alrededor, y voy asimilando poco a poco el olor a mar; entra en mí suavemente, sin agobiar. Es una esencia fresca, austera, invisible, que me hace sentir bien conmigo mismo. La luna se proyecta con una fina capa de plata sobre el mar en calma; luna casi llena, posiblemente a falta de dos fases para llegar a su plenitud. Luna, mar, y tú, y no necesito nada más para parar el tiempo. Pero cuéntame, ¿qué te ha pasado? Sabes de sobra que me he preocupado mucho por ti, como siempre. Y sin embargo tú sigues mirando al mar, con la cabeza levemente inclinada hacia atrás y tu melena negro azabache a merced del compás de la brisa marina; como si no hubiera ocurrido nada, y nos hubiéramos encontrado de repente. Si te acabase de conocer pensaría que eres una bohemia, una romántica, pero sé que estás aquí porque esto te relaja, y te ayuda a pensar. Pensar; me das miedo. No quería ofenderte diciendo aquella frase; no sé, nunca se me ha dado bien decir la frase adecuada en el momento oportuno. ¿A que esperabas de mí que no te dijera nada? Pues bueno, mis impulsos a veces me ciegan, y esta vez me han jugado una mala pasada; me han cogido desprevenido. Te diría que gracias a ti vuelvo a sonreír, que el tiempo se para cada vez que toco tu piel, que me pierdo en tus ojos cuando me miras con tanta profundidad; te diría que te quiero, y que eres la reina de mi noche, y de mi día. Espero que admitas mis disculpas, cuando tenga el valor de decirte todo esto, en lugar de dibujarlo en mi mente.

¡Estás girando el cuello! Tienes los ojos cerrados y los párpados los cubren con mimo, y acompañas el rostro en dirección contraria a donde empuja el viento, que parece sopla con más fuerza. Tu rostro está relajado, pero no expresas emoción alguna; no sé si estás enfadada, triste, alegre, o directamente flotando en alguna nube. Siento que si abro la boca rompería el hechizo, y me mirarías con furia. Pero estar ahí parado, sin hacer nada, contemplándote como un memo, hace que el haberte buscado no haya servido de nada. Me voy a atrever a poner mi mano sobre tu hombro, porque es a lo máximo que mi timidez me permite llegar. ¡Qué calida es tu piel!¡Qué calida! Abres los ojos, con tranquilidad, y me miras. No estás sorprendida, ni enfadada, ni triste, ni alegre; estás ausente, o quizá envuelta en un hieratismo, como si quisieras decir algo y necesitaras una capa de niebla para poder expresarte con más tranquilidad. ¡Siempre rodeada de ese misterio! ¡Pagaría con mi vida por saber qué te ocurrió antes!

Noto tu cuerpo estremecerse, y tus ojos vuelven a brillar como antes. Me miras, te miro, y se vuelve a parar el tiempo. No sé cuánto tiempo llevamos así los dos en escena, como dos actores disfrazados de árboles, cuyo único acometido es prestar su presencia durante un tiempo. Giras el cuerpo, y dejas el mar y la luna de espaldas, y me preguntas si sería capaz de abrazarte; extiendo mi otro brazo libre hacia ti, y te doy asilo político entre mi regazo, apretándote con confianza. Ahora mis sentidos me comunican todo tipo de símbolos y señales: tu olor, tu tacto, tu respiración sobre mi pecho, el sonido de tu pelo al son del viento, el sabor de ese abrazo, la vista de aquel marco incomparable.

Te separas escasos centímetros, y vuelves a fijar tu mirada en mi. Y con algo que ni el cariño a veces puede explicar, con más confianza, antes de besarte, repito aquella frase: "esta noche brillas con luz propia".

29 marzo 2008

Vidas en sueño - 10 (Atardeceres)




Parece que ha quedado una buena tarde. En estos días parece que al sol le cuesta más ponerse, y durante muchos minutos - casi diría horas - el horizonte se pinta color naranja; como siempre. Es curioso observar como de una mañana azul oscuro, pasamos a un mediodía azul claro, para acabar con un cielo naranja butano; aunque siempre es mejor que el negro de la noche. Nunca me gustó la noche por eso, aunque jóvenes hemos sido todos para perdernos entre sus fiestas y bares. Sea como fuere, me siento tranquila mientras en el cielo el naranja sea lo último que vea en el día. Parece que hice bien en traerme la rebequita azul, porque con la brisilla que se ha levantado lo más probable es que acabe cogiendo un constipado, o una gripe. En estas épocas no hay que fiarse del clima, que siempre es muy traicionero; y como dice el refrán, hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo. Yo por si acaso me curo en salud.

Creo que soy la única de la parada del autobús que está pensando sobre los atardeceres. ¡Ay, qué lástima madre! Para las cuatro cosas bonitas que podemos ver y disfrutar en el día, y la gente prefiere otras más mundanas. Hoy en día la juventud no se fija en estas cosas. Prefiere hacer esos "botellones", fumar como cosacos, montar en motos, pegar gritos como si no hubiera mañana, e ir alocados, sin importarles el porqué de las cosas. Antes esto no pasaba; a estas horas casi todo el mundo estaba recogido en su casa, y sobre todo sin hacer tanto ruido como ahora. Ahora se hace ruido por todo, hasta para rezar. Antes los atardeceres se disfrutaban con un paseo agarrado del brazo de tu novio, y nunca con esa música ratonera que llevan algunos en su coche. Antes, los atardeceres se contemplaban desde una terracita, o sentada con tu novio en una mesa en un parque, tomando un refresco; ahora directamente al atardecer todos van borrachos. Tengo la sensación que el día que me muera quedará menos para que se muera la magia del atardecer; ¡Dios mío, abre a estos cabezas locas los ojos para que disfruten más las cosas sencillas de la vida! ¡Qué penita!


********


Parece que ha quedado buena tarde. Me mola cuando el sol se pone, porque el cielo parece extraño con el color naranja ése. Pero es más bonito cuando hay unas pocas nubes, porque a veces se pinta de color rosa - incluso púrpura -, y parece un cuadro abstracto de muchos colores, que no lo entiendes pero que te gusta contemplar. No sé, a mi me relaja mazo, y me pongo a pensar si siempre será así, o quizá con el tiempo empeore o mejore. De todos modos espero vivir tantos años como para hacerme experta de los atardeceres. Y ya es ideal cuando aparece el negro de la noche, la luna, y las estrellas, y aún se ve un poco de colorcillo en el horizonte. ¡Huy, parece que hace algo de viento! Bueno, pero resistiremos, que para ponerme un abrigo ya tengo tiempo de sobra en invierno. Ahora hay que lucirse un poco, que para algo se inventó la primavera; que se lo digan al Pavo Real, no te digo. Además, si ya casi es verano, y no hace tanto frío.

¿Y por qué los abuelos se quedan tanto tiempo embobados viendo la puesta de sol? Es que no lo entiendo; ¡luego dicen que se aburren! Normal, entre que se tiran media tarde ahí sentados sin hacer nada, van a misa, y se acuestan a las nueve lo más probable es que acaben quejándose por todo. Pobrecillos, espero no acabar como ellos, mirando el atardecer como si no hubiera mañana. Luego dicen de los jóvenes, pero al menos nosotros hacemos cosas para no estar parados; pero claro, si intentas divertirte, para ellos está mal, muy mal. parece que la diversión es estar en un banco escupiendo y contando batallitas del siglo pasado. De todos modos, en qué cosas estoy pensando; en lugar de hacer como todo el mundo y pensar en cosas que hacer, estoy poniendo a parir a los viejos, y encima pensando sobre la tarde; pero no sé, a mí me relaja pensar en la tarde, y me ayuda a recordar mucho, y a desear más cosas si cabe. Me encantaría que todas las tardes fueran así, y que esté así de estupendo el cielo; ¡Esto de la vida es un lujazo total!

14 marzo 2008

Vidas en Sueño - 9 (El visitante fatal)



Era una tarde de otoño apacible, o al menos eso se intuía en los rostros tranquilos de los ancianos del asilo "Nueva Vida", nombre que chocaba en una paradoja imposible con la finalidad del negocio. Estos, estaban en su mayoría reunidos en la sala de ocio; una habitación amplia y luminosa, bañada con los colores del crepúsculo, los cuales daban a los azulejos de las paredes un toque anaranjado o rosado, según el capricho de las nubes. Como elementos decorativos, unos cuantos cuadros de paisajes de montañas y mares, un jarrón sobre una mesa redonda, y cuatro plantas típicas de edificio tranquilo, alargadas y de hoja generosa. Al fondo había una mesa de billar americano, cubierta de polvo, y con el tapete de la superficie - verde - arrugado y envejecido; estaba abandonada al mismo destino que la gran mayoría de los allí presentes. Sofás un tanto antiguos, mesas circulares y gastadas por el paso del tiempo, sillas chirriantes, y un televisor un tanto anticuado - y que por supuesto funciona a golpes - conformaban aquel espacio, donde se supone había que entretenerse y olvidar las penas por un rato. Y sobre la cabeza de todos, una fina nube de polvo que se filtraba por la luz.

Y en aquella sala estaban todos, juntos pero sin fuerzas siquiera para revolverse. Unos jugaban mecánicamente al tute, otros al dominó, otros veían un programa de sucesos en la televisión, otros hablaban con mirada de ceniza, y el resto simplemente se limitaban a estar allí, a mantener lo mejor posible el ocaso de sus vidas, a través de los grandes ventanales de la sala. Era como una gran obra de teatro; cada uno tenía su papel, el mismo que repetía tarde tras tarde hasta el anochecer. Nadie improvisaba haciendo algo fuera de lo normal, como saltarse las normas internas del centro y liarse a escondidas un cigarrillo. A veces daba la impresión que el reloj de la pared acompañaba en el mismo compás al ritmo lento de sus residentes.

Pero cuando la noria giraba en su máximo apogeo, el buey que tiraba de ella tropezó, y dio con su hocico en la arena; la noria se paró. Todos se giraron hacia la pequeña y ágil figura de un gato pardo, que como si disfrutara ser el centro de atención, irguió el cuello y la cola con majestuosidad. Unos segundos más tarde de haber barrido con sus brillantes ojos el recinto se puso en marcha, con un suave trote, haciendo paradas técnicas para rebozar sus hormonas de macho dominante sobre cada objeto con el que se cruzaba.

Nadie sabe de dónde vino, ni a qué se dedicaba en sus interminables ausencias, ni cuando volvería a marchar. Matías, un viejecito nonagenario, de mejillas rosadas y sonrisa eterna, vestido con traje, boina verde y corbata amarilla, aseguró una vez que Óscar - así se le llamaba al gato - era un ayudante de la mismísima Muerte, y que era el encargado de seleccionar a su libre albedrío al próximo de ellos en morir. Y así ocurría cada vez que irrumpía con sigilo en sus monótonas vidas. Óscar entraba con suma tranquilidad, reforzaba su territorio, y se subía sobre las piernas de un anciano, golpeando con suavidad su rabo. Días más tarde aquella persona expiraba, de pura vejez, en todos los casos. Todos tenían gran temor al felino, porque se lo ganó a pulso, en el mismo momento en el que que acomodó su cuerpo cálido en el regazo de un anciano con boina verde y corbata amarilla; Matías murió al cabo de unas horas, en plena noche.

Óscar maulló, y se sentó sobre sus cuartos traseros; su presencia había vuelto a causar intranquilidad y una serie de rezos susurrantes, y como si disfrutara de ello comenzo a ronrronear, cerrando parcialmente los párpados; "¡ya está aquí este gato del diablo!", rompió aquel silencio brutal una señora encajonada en su silla de ruedas, mientras enarbolaba con energía una revista enrollada. Óscar salió de su trance, y giró el cuello hacia la anciana, con sus orejas en alto, con la máxima atención. Los rostros de sorpresa se volvieron hacia la vieja, que a su vez desafiaba con su mirada al animal. Un cruce de miradas que se prolongó durante minutos, hasta que Óscar se reincorporó y se dirigió a donde la evidencia apuntaba desde hacía tiempo. Paró a escasos centímetros de la anciana, y ésta, abrió sus brazos y con sonrisa torcida se limitó a decir, "ven aquí gatito, ven aquí".

10 marzo 2008

Vidas en Sueño - 8 (Tienes que irte)




Aparco el coche, y noto cómo mis brazos pesan al girar el volante. Maniobra eterna; una consecuencia más. Finalmente logro dejar el coche correctamente estacionado, y aún conservo la mirada perdida hacia el muro del garaje de la estación de autobuses, verde esperanza - y negro de contaminación y rutina. El motor cesa en su rugido de furor y diésel cuando giro la llave para cerrar el contacto. Miro por el retrovisor, y veo perfectamente que la pena aparca tras de mí.

No necesito nada más, sólo te necesito a ti, a tu magia. Ni trabajo, ni coches, ni nada más. ¡Al carajo con todo! ¿Por qué no? Total, la rutina es una mierda, y yo estoy hecho para soñar, no para vivir. Giro el cuello hacia la derecha mientras acaricio tu mano, a su vez apoyada en mi muslo con extrema suavidad. ¿Por qué lloro? Porque te quiero, y porque me da muchísima pena ver cómo te alejas de mí en un autobús, y porque esto es una mierda sin ti; así de claro. Sé que te volveré a ver, pero no sé cuándo exactamente; a lo mejor dentro de dos semanas, de tres, o dentro de un mes. O a lo mejor se cae un tiesto en mi cabeza y no vuelvo a verte, ¡menuda mierda! ¿No crees?

Mi pena se acentúa cuando oigo en los altavoces del coche
"... y es ahora cuando entiendo el dolor que supone tener que decirte adiós...". Me miras con tanta ternura, que la canción parece ser cantada por ti. Acercas tus labios a los míos, y me besas con amor, con cariño. No cesas de mirarme a los ojos; te agradezco que me estés secando las lágrimas, y que me digas que no pasa nada, que nos vamos a volver a ver, que no se acaba el mundo, que me vas a seguir queriendo igual o más, y que este fin de semana lo has pasado muy bien. Y yo, tengo más pena aún si cabe. ¿Por qué tengo ganas de secuestrarnos y escapar de todo aquello?

Apago la radio, con la esperanza de que la canción no me marque en el futuro; quién sabe, a lo mejor un día me muero de pena con tan sólo escucharla de nuevo. Acaricio tu rostro como si fuera lo último que hago en la vida, como siempre he hecho, con la misma intensidad de siempre, con el mismo amor. Mirada vacía la mía, de plomo, lapidaria. Angustia marcada de pena por la despedida. Nos besamos una, dos, tres y creo que treinta y cuatro veces más, y cada vez tus labios saben más a nuestras lágrimas. Tu también lloras.

De pronto la señorita del megáfono anuncia que debo llorar más, que en cinco minutos tu autobús saldrá; que tienes que irte.

09 marzo 2008

Campeonato de Dardos - Benidorm 2008




Y tras la estela del Inserso, 3/4 de lo Quinto viajó rumbo a Benidorm, hacia el que era su tercera participación consecutiva en un Campeonato Nacional de Dardos Electrónicos, en la especialidad de 501. Salimos de Madrid el viernes, rozando el mediodía, con el ya habitual desfase horario de lo que planteamos y de lo que realmente ejecutamos. Y el viaje se hizo tranquilo, cómodo, y muy relajado. Llegamos, nos asentamos, y no perdí un sólo segundo para salir a la terraza y contemplar el mar. Es siempre un orgullo saborear minutos y horas mezclándote con su aroma, su sonido, su infinito misterio y embrujo. "El mar y yo", buen título para un capítulo de mi biografía.

Y el Campeonato de Dardos no fue como esperamos a priori. Fuimos fusilados en primera ronda; ello, y sin ánimo de buscar excusas malas, fue propiciado por jugar el mismo día que llegamos - el viernes - , el gran nivel de nuestros oponentes, y sobre todo la prohibición de fumar, bien cumplida gracias a una persecución brillante por parte de la escuadra Staff (tipos musculosos, que parecían sacados de la película de Blade), los Testigos Anti-Tabaco (una pareja de frikis, que sólo les faltaba la Biblia y cara de sectarios), y alguno que otro. En resumen, caímos con todas las de la ley, y otro año será. Yo al menos trabajo ya de cara al próximo evento. Machacaremos, algún día; supongo, espero y deseo. Eso sí, 3/4 de lo Quinto puede presumir de tener la mejor afición de equipo de todo el Campeonato; siempre optimistas, sufridores, y con ganas de empujar cada una de nuestras tiradas hasta el centro de la diana. Por ellos, por todos ellos, da gusto jugar.

Al ser un fin de semana lo que estuvimos allí, lo empleamos básicamente en beber, gastar las fichas Fede bebiendo un poco más, agotar cajetillas de tabaco, ir a la playa con la excusa de unas cervecitas posteriores, y hablar, reír, contemplar otro poco el mar, y disfrutar a tope la agradable sensación que da la lejanía de Madrid.

Y hoy domingo de vuelta a Madrid, previo paso por el McDonalds de Albacete (era necesario llenar nuestros estómagos con grasa fácil y barata). Un viaje de vuelta tranquilo, y con la sensación de llevar las pilas cargadas de nuevo, a pesar de las pocas horas dormidas. Pero como contrapunto, uno no puede evitar echar de menos la costa cuando se separa de ella, es lo que hay; así que habrá que volver a clasificarse y planificar vacaciones apuntando a la costa mediterránea.

Gracias chicos por este buen fin de semana, equipo y afición, y también a Diana, Soki, Hugo, Maribel, Rubén, Paula, Fran, que no habéis venido a Benidorm, pero para mí habéis estado presentes. Con vuestros ánimos y apoyo también habéis ayudado a lograr la clasificación para este último campeonato. Gracias a todos, se os quiere.

01 marzo 2008

Vidas en Sueño - 7 (Empatía)




Habían pasado más de las ocho de la tarde cuando irrumpí con estrépito en el bar La Esquina de Auckland, bajo la atenta mirada de la parroquia, que por unos instantes salió del embobamiento del partido de fútbol televisado para fijar sus ojos bovinos en mí. Aquel sitio se escapaba del prototipo de local puramente español; no había mesas atestadas de jubilados hundidos en frenéticas partidas de tute o de dominó, ni una nube de humo producido por los puros, ni mucho menos el olor perenne a fritanga y a cerveza desparramada en el suelo. Cierto es que conservaba cierto aire patriótico, pero sin pasar a los extremos de lo casposo ni de lo altamente sofisticado. Era un bar normal, y quizá por eso me gustaba tanto. Su principal característica era un amplio ventanal, el cual cubría todo el lateral, en paralelo con la barra, en esos momentos atestada de forofos y pasionarios.

Tras efectuar un rápido oteo en busca de una cara conocida me acerqué a saludar al camarero de siempre, un tipo divertido y muy mujeriego. Chocamos la mano como dos viejos amigos, y guiñándome un ojo me sirvió un botellín de cerveza. La fuerza de la costumbre evitaba protocolos tales como "dame un botellín". Le pregunté con desinterés acerca del resultado de fútbol, e intentando controlar el tiempo, a la vez que le escuchaba alguna anécdota de mujeres y fiestas - por lo visto relacionada con el 0-2 que reflejaba el marcador del encuentro - , escudriñé más a fondo el local, hasta que fui consciente de un par de luceros azules clavados en mí.

Era Rodolfo, y aquélla - mirada directa y endurecida, acompañada por una sonrisa torcida, y hombros echados hacia atrás - su manera de reprocharme la tardanza. No dejé pasar un segundo más, y me dirigí hacia la mesa donde estaba sentado mi amigo. Desde el primer día que pisé la ciudad por primera vez, hacía ya trece años, él y yo hicimos muy buenas migas, derivando en una profunda y gran amistad. Su rostro de buena persona, su mirada transparente, su sonrisa, y el cómo conducía las conversaciones - con humor y naturalidad - provocaban un nivel de carisma muy alto sobre su persona. Físicamente no era gran cosa, pero sabía usar muy bien sus armas dialécticas, y acompañarlas con gestos de ternura y cariño; pocas eran las personas que le podían negar su confianza.

"Vaya horitas de llegar, compañero", dijo mientras señalaba el reloj de la pared. "Lo siento, me liaron a última hora en el trabajo", mentí. Luego estuvimos hablando sobre el trabajo de cada uno, Claudia - su novia -, la familia del policía que le multó por aparcar en zona de carga y descarga, y otros temas que ambos sabíamos eran el preludio del verdadero motivo por el que le convoqué aquella tarde de invierno en el bar La Esquina de Auckland. Quería agradecer a mi modo su amistad incondicional hablando de temas más profanos y divertidos mientras nos tomábamos nuestras cervezas. Aprovechó para enseñarme un par de fotos de su sobrino - del cual se sentía profundamente orgulloso - , y tras elogiar al chaval, mi amigo me regaló su mejor sonrisa; me sentí reconfortado.

Tras un breve silencio, en el que ambos nos habíamos quedado siguiendo el partido de fútbol, y que me sirvió para estructurar un poco lo que quería contarle, rompí el silencio existente. He de reconocer que nunca fui bueno contando las cosas tristes y negativas que en mi vida pasaban, pero poco a poco le relaté mi pena, huérfana de confidentes. Repasé todos los motivos y presentimientos, que llevaron a mi ya exnovia Laura a romper la relación, y sin poder remediarlo mi sonrisa de maniquí se fue transformando en un rostro frío y apagado. Recordar todo aquello de nuevo estaba resultando bastante amargo, y en todo momento me acompañaba un nudo en la garganta, que más de una vez me hizo tartamudear. Rodolfo adoptó un gesto preocupado, y en varios momentos suspiró con angustia implícita; había pasado de una sonrisa cálida y mirada brillante a contemplar con los párpados caídos y labios apretados la superficie de la mesa. Realmente le estaba viendo sufrir, y eso hizo que mi historia se impregnara con un grado más de desamparo. También le conté cómo lloraba todas las noches hasta conciliar el sueño, entre ataques de hipo y congestión nasal; y no pude obviar el estado desastroso en el que se encontraba mi ánimo, mi felicidad, y sobre todo mi corazón. No podía soportar aquella mirada ausente, e intenté relajarme mirando a través del ventanal varias veces, pausando y acelerando la historia; y en ningún momento él dejaba de escucharme. Al cabo de unos diez minutos, y ya con mi boca seca de tanto hablar, di por finalizado mi desahogo, y pedí otro par de botellines.

Fueron unos segundos eternos los que pasaron desde que paré de hablar hasta que levantó la mirada y enfocó mi rostro. Su mano izquierda apretó con firmeza mi contrapuesta derecha, y dejó escapar un suspiro que hablaba por sí solo. Más que la frase, fue el tono empleado en la misma lo que me hizo tambalear: "No sabes cómo lo siento, no lo sabes. Sabes que no tienes un amigo, tienes un hermano, para lo bueno... y también para lo malo". Se levantó de la mesa, y con gesto abatido recogió las dos cervezas, las pagó, y se volvió a sentar frente a mí. Apenas volvimos a hablar del tema, y noté que a él también le flaqueaban las fuerzas para sonreír; no pude evitar sentirme culpable por dejarle en tal estado.

Acabó el partido, y decidimos irnos a nuestras respectivas casas. Nos despedimos del camarero, y agradeciendo el no tener qué explicar el porqué de nuestros rostros, salimos del bar. De nuevo un nudo de angustia se había alojado en mi garganta cuando sentí el cálido abrazo de apoyo de mi amigo Rodolfo. No dijimos nada como despedida; hoy no era el día adecuado para absurdos chistes. Nos miramos, y descubrí parte de mi pena alojada en sus pupilas, por lo que le di una palmada de afecto en el cuello, y alzándose el cuello dio media vuelta y se fue hacia el lado contrario, arrastrando los pies. No necesité verle el rostro para saber, que como a mí también me estaba pasando, por sus mejillas recorrían, dolorosas, un par de lágrimas.